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221: 222 Es Hora 221: 222 Es Hora Editor: Nyoi-Bo Studio Isabelle caminó a través del bosque desértico, sus pasos dejando huellas en la nieve detrás de ella mientras caminaba hacia adelante.
La linterna que había estado llevando se había agotado y como no servía de nada, la había tirado cuando se dirigía hacia allí.
Había llegado lejos de la tierra de Bonelake.
Lejos de ella y más cerca de esas tierras a las que una vez llamó su hogar.
Su tiempo estaba cerca, habían pasado años después de haber sido quemada; era hora de que su espíritu se marchara, ya que el cuerpo en el que se encontraba la estaba abandonando.
Isabelle oyó el ulular de un búho sobre ella mientras se abría paso entre los matorrales del bosque.
La nieve seguía cayendo del cielo, algunos se posaban sobre la capucha que ella había estirado para cubrirse.
Su daga estaba escondida en su vaina, cubierta de un líquido negro como la tinta que ahora se había secado.
Había atraído y matado a tantas brujas negras como pudo; éstas habían residido junto con los ciudadanos de las aldeas y de la ciudad.
Si hubiera sido hace unos años, su cuerpo no se habría sentido así, pero ya no era la misma de antes.
Levantando la mano, vio la forma en que su mano derecha se había descolorido.
Su ritmo de agotamiento era rápido y, antes de respirar por última vez, quería matar a tantas brujas negras como pudiera, arrastrándolas con ella.
Era lo menos que podía hacer.
No sólo la humanidad, sino también las criaturas nocturnas, junto con sus hermanas, estaban siendo puestas en peligro.
La bruja llamada “Ester”, había oído que podría atraparla allí.
Desearía haber podido desvelar más de lo que estaba pasando en el concejo, pero lo dejó en manos de los jóvenes.
Estaban el Duque y su esposa, especialmente su esposa.
Creía en ellos para descubrir lo que estaba pasando y en cambio había emprendido ese pequeño viaje por su cuenta mientras dejaba a Connor a cargo de los deberes de la Iglesia.
Hacía más de una semana que se había ido y a esas alturas los oficiales ya habrían olido su ausencia y habrían comenzado a buscar en dónde estaba.
Para el concejo, no importaba cuánto trabajaras y los ayudaras.
Al final, las brujas blancas no eran nada más que herramientas para resolver algunos casos y ayudar a la gente.
Debido a eso, la confianza entre los concejales y las brujas blancas nunca llegó a formarse.
Pero esa era la menor de sus preocupaciones.
Ella había esperado encontrarse algún día a su hijo Alexander, quien ahora era el Señor de Valeria, para sentarse y hablar con él, pero ella no tenía tiempo para eso.
Él todavía se estaba recuperando de haberla visto ser quemada en medio de la aldea como para perderla de nuevo; agitó la cabeza, no querría que él volviera a pasar por lo mismo.
Finalmente podría mirar hacia adelante y ahora tenía una vida, ella esperaba que algún día encontrara a la mujer que amaba y compartiera su carga con él.
Como lo había hecho su padre.
Isabelle siguió caminando hacia adelante, los pequeños lados de su pelo negro se posaron sobre su cara y ella los empujó con su mano, la cual había comenzado a descomponerse.
Tenía papeles en la otra mano.
Algunos de ellos eran sus propios pergaminos personalizados en los que había anotado los nombres de las brujas que aún no había encontrado.
Otros tenían las maldiciones y la poción que le fueron transmitidos a través de sus antepasados.
Era un tesoro escondido que buscaban la mayoría de las brujas negras, las brujas blancas, los vampiros y también los humanos.
Los llevaba consigo porque dejarlo en la iglesia no era seguro.
Aunque dejó algunas cosas en la habitación que estuvo ocupando todos esos años, esa era la única que merecía ser llevada en ese viaje suyo.
Enrollándolo, lo colocó en su capa y al mismo tiempo, escuchó algo distinguible detrás de ella.
Isabelle sabía que alguien la había estado siguiendo desde hacía unos minutos, desde que entró en el bosque.
Con una sonrisa dibujada en sus labios, detuvo sus pasos y dijo: —Para ser bruja, no eres sigilosa en absoluto.
—se rio al oír que los pasos se volvían más prominentes.
—Para ser una bruja blanca, no eres tan mala.
Aunque esperaba a alguien más joven.
—la bruja negra finalmente hizo su aparición, sus brillantes ojos azules claros en el aire.
Isabelle se dio la vuelta para encontrarse con la falsa forma de la bruja negra que era una hermosa joven de cabello rubio que iba acompañada de un amplio busto.
«Ester» La bruja negra no abandonó la oportunidad de sujetar a la bruja blanca y lanzó su cuchillo que estaba cubierto de veneno.
Pero la bruja blanca sostuvo el cuchillo en el momento, justo frente su cara.
—Las apariencias pueden ser engañosas, ¿no crees?
—y usó el mismo cuchillo para lanzarlo contra la bruja negra que no era tan rápida como la bruja blanca.
Esquivando con tiempo, la bruja negra miró fijamente a la bruja blanca, sus ojos mirando con curiosidad a la mujer.
—Impresionante.
Has estado matando a mis hermanas —dijo Ester, con una sonrisa sin gracia en sus delgados labios—.
No es que me importe.
Los débiles siempre deben caer primero para que puedan dar paso al ser superior —se señaló a sí misma—.
Tengo que agradecértelo.
—Me alegro de ser de ayuda…
Ester —Isabelle dijo el nombre de la mujer para verla de cerca.
—Tú sabes de mí —dijo la bruja negra, riendo suavemente antes de que su expresión se volviera seria—.
Si sabes mi nombre, debe haber una razón para ello, a menos que yo esté en esa pequeña lista de ataques tuya.
—Vaya, cómo lo adivinaste.
Ayúdame y golpea para que pueda seguir mi camino —las palabras de Isabelle fueron educadas, pero sus intenciones no lo fueron, y ambas mujeres sacaron sus dagas.
De repente, el silencioso bosque se llenó de chispas que salían de sus dagas que chocaban y se frotaban entre sí.
La bruja negra usó ambas manos, mientras que la bruja blanca sólo usó su mano izquierda para luchar contra ella.
Ester no sabía por qué la mujer frente a ella era mucho más ágil, aunque estaba claro por su aspecto que era más joven y que debía tener más energía para luchar.
Isabelle se aseguró de mantener una distancia larga mientras luchaban, manteniendo una buena distancia antes de golpear de vuelta; esto la ayudó a recuperar su postura, ya que a veces se deslizaba debido a la nieve que estaba desigualmente esparcida por el suelo del bosque.
Justo cuando la bruja negra se acercó con su daga, Isabelle levantó la pierna y le dio una patada en la espalda, haciendo que la bruja más joven se deslizara sobre la nieve antes de levantarse y atacarla.
—Ríndete —Ester rechinó los dientes un poco molesta porque estaba tardando tanto en acabar con una vieja y demacrada mujer que sólo estaba usando una de sus manos para pelear, lo que la estaba insultando ahora.
—¡Ah!
—se enfrentó con su daga directamente al ya debilitado brazo de Isabelle, sacándole sangre.
—En realidad no eres tan difícil de leer.
—Me alegra oír que finalmente te estás poniendo al día.
Ahora se estaba volviendo realmente aburrido.
—la sonrisa de Isabelle irritó a la bruja negra hasta que su apariencia se rompió.
La piel de la mujer hermosa se desgarró, dando paso a las escamas negras que estaban secas y su lengua se deslizó fuera de sus labios sin forma.
—¡Cómo te atreves a burlarte de mí!
—gritó Ester, sus ojos azules aún brillantes mientras seguían luchando—.
¡Me aseguraré de quemarte!
—Me gustaría ver eso —retó Isabelle antes de preguntar— ¿Cuál es tu motivo con las masacres?
—eso pareció traer una sonrisa de satisfacción a Ester, como si se hubiera dado cuenta de algo muy intrincado.
—¡Espera un minuto!
Tú eres la bruja blanca que quemamos —Isabelle frunció el ceño al escuchar eso.
Fueron los aldeanos los que la quemaron, pero sin hacer caso de la expresión de su rostro, Isabelle decidió escuchar lo que esa bruja negra tenía que decir— ¿Cómo es que estás viva?
—Tú sabes de mí —murmuró Isabelle; la bruja negra se rio.
—Quién no te conoce.
Pero tengo que decir que estoy conmocionada.
Dime cómo escapaste de tu muerte y te perdonaré la vida —dijo Ester, sus ojos azules más vivos que antes al pensar en la inmortalidad para la bruja negra.
Pero Isabelle no pronunció una palabra y miró a la loca bruja negra, que parecía un poco más que extática ante las noticias de lo que acababa de encontrar, sobre el hecho de que estaba viva—.
No dirás nada, ¿verdad?
Qué honor —dijo la bruja negra, chasqueando su lengua infelizmente.
—¿Intentas reunir la fuente de la luna roja?
Pero ahora no tienes todos los ingredientes, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—Ester entrecerró los ojos antes de lanzar otro golpe con la daga.
Y cada vez, Isabelle esquivaba el metal venenoso.
—¿Crees que eres la única vieja aquí en estas tierras?
—Isabelle sonrió con suficiencia, envainando su daga mientras caminaba detrás de los árboles, manteniéndose a una buena distancia de la bruja negra que parecía estar más interesada en sus palabras que en su intención de matar.
—No sé de qué estás hablando —dijo Ester, esta vez con mucho cuidado, pero luego no hubo necesidad de tener cuidado, ya que iba a matar a esa mujer hoy.
«¿Cómo no iba a concederle la muerte cuando la bruja blanca se acercó buscando particularmente la muerte por ella?» —Estoy segura de que sabes exactamente de lo que estoy hablando.
Tratando de perfeccionar lo que una vez intentaron las brujas blancas.
Qué poco original —comentó Isabelle, su capa, que se le había caído, ya había empezado a acumular nieve en su capucha.
Para refrescar su memoria, la bruja blanca dijo—.
Hace siglos, las brujas blancas trataron de resucitar el poder cuando fueron rechazadas fuera de sus propias tierras.
Se trataba de la luna roja, que se obtenía con unos cuantos sacrificios muy similares a las masacres que ustedes han estado realizando, pero que no han sido capaces de perfeccionar.
Pero cuando cierta bruja encontró los otros sacrificios que venían con el poder, la idea fue abandonada junto con el ritual perdido para recuperar el poder contra los que les habían hecho daño.
» Así que dime, querida —la bruja blanca sondeó a la bruja negra que estaba caminando en la misma dirección que ella, pero en un círculo que hacía que pareciera que estaban en dos lados diferentes—.
¿Estás tratando de encontrar las otras fuentes ya que no has sido capaz de hacer un ritual correcto y fracasaste?
—¡Hmph!
—dijo la bruja negra—.
A diferencia de las brujas blancas, yo no soy una cobarde que se detiene ante la mera palabra de sacrificio.
Recuperaré lo que era nuestro antes de que las criaturas de la noche nos echaran a mí y a mis hermanas.
—¿Pero tienes todo lo que necesitas para realizarlo?
—preguntó Isabelle.
—Tú lo tienes.
En ese pergamino que has estado llevando en secreto todo éste tiempo —señaló Ester con una sonrisa—, pero dudo que eso sea todo lo que hay.
No pareces ser una idiota para llevar un tesoro sin protegerlo.
A menos que…
a menos que hayas dividido esos pergaminos en otro lugar para que no los encontremos.
—Qué inteligente.
Entonces deberías encontrarlos todos, lo cual dudo que puedas —retó Isabelle y de repente las dagas comenzaron a chocar una con otra, chispas volando en el aire hasta que Ester logró clavar su daga profundamente en el pecho de Isabelle, haciendo que cayera en el suelo nevado.
—Para una mujer de tu edad, deberías saber cuándo callarte —dijo Ester, antes de registrar a la fuerza el abrigo de la otra mujer y sacar los pergaminos para meterlos en su bolsillo—.
No sé cómo escapaste de la muerte la última vez, pero no creo que vuelvas a revivir —dijo Ester, mirando la mano de Isabelle que se había podrido—.
Tendré la gentileza de dejarte aquí porque dudo que puedas mover un músculo más.
—se rio y abandonó el bosque, dejando atrás a Isabelle, con el veneno moviéndose por su sangre y sus venas.
A los ojos de la bruja negra, fue su veneno el que hizo que la mano de Isabelle se pudriera y que su cuerpo se rindiera, pero lo que la bruja negra no sabía era que Isabelle ya había empezado a morir antes de que su daga hubiera cortado la piel de la bruja blanca.
La bruja negra tenía razón, sólo tenía la mitad de los pergaminos, mientras que la otra mitad estaba destinada a estar con su legítimo dueño, su hijo.
Dudaba que su hijo supiera lo que significaban los pergaminos que dejó para él, pero en unos pocos años, cuando Ester comenzara a moverse de nuevo, sería lo suficientemente sabio como para darse cuenta.
Con el concejo en alerta máxima y la necesidad de erradicar a todas y cada una de las brujas negras, la mujer no se mostraría y su suposición era que se escondería.
Se sintió afortunada de haber pasado sus últimos días así, era la esposa de Zachary Delcrov y sintió que había hecho justicia tanto al título de esposa del Señor como al de bruja blanca.
No importaba lo que hicieran los humanos, era su deber protegerlos.
Isabelle sintió que su cuerpo se debilitaba con el paso del tiempo.
Su viaje estaba llegando lentamente a su fin y sería sólo cuestión de tiempo antes de que dejara de existir.
Vio caer nieve del cielo, un copo se posó sobre su fría frente.
Había vivido mucho tiempo y se sentía cansada.
No cansancio físico, sino cansancio mental.
Todo lo que quería hacer era cerrar los ojos y así lo hizo.
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