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223: 224 Amigo o enemigo – Parte 2 223: 224 Amigo o enemigo – Parte 2 Editor: Nyoi-Bo Studio Por unos segundos, Vivian sintió que había escuchado mal lo que la Hermana Isabelle dijo, pero ella era la única persona allí, ya que el Padre Connor se había ido para ir a la iglesia.
Con voz temblorosa, Vivian dijo: —¿Hermana Isabelle?
Necesito hablar con usted ¿Dónde está?
—No te sorprendas tanto, Vivian —sonrió la bruja blanca mientras preparaba la olla frente a ella—.
Si estás aquí, leyendo la memoria pasada, entonces debe significar que ya no estoy en la iglesia, lo que también significa que me he ido y he dejado de existir.
Un profundo ceño fruncido se asentó entre las cejas de Vivian preguntándose qué estaba pasando.
—Te dejo éste recuerdo en particular con la esperanza de que encuentres las respuestas que estás buscando en éste momento.
He ahuyentado al padre Connor porque no es plenamente consciente de tu habilidad.
No quiero que piense que me he vuelto loca hablando conmigo misma.
Finalmente, Vivian se dio cuenta de que ese era un mensaje que la Hermana Isabelle quería darle, pero ¿Dijo dejar de existir?
—No parezcas tan sorprendida, querida —las palabras de la bruja blanca hicieron que Vivian se sintiera como si pudiera verla en ese momento, mientras que en realidad no podía y sólo hablaba con la esperanza de que la información le llegara—.
Necesitaba asegurarme de que recibieras éste mensaje, ya que nada es seguro —el cuervo que antes se había posado en la rama del árbol se alejó volando—.
Acércate más —aconsejó la mujer mayor y Vivian se acercó para ver el caldo viscoso en la olla que burbujeaba y el vapor que se desprendía al hervirlo sobre los palos de madera de la fría atmósfera.
La Hermana Isabelle dijo entonces: —Ha habido un aumento en la cantidad de brujas negras.
Sé que tú detuviste la mayor parte de la transformación, pero ha habido algunos casos errantes que no han llegado a conocimiento del Concejo.
No estoy segura de que sea del mismo caso en el que tú trabajaste, pero la bruja principal, la que está tirando de los hilos, ha estado tratando de recrear el ritual que mis antepasados intentaron una vez.
Te preguntarás qué es; hace siglos, había algunas brujas blancas que compartían pensamientos similares a los de las brujas negras de hoy.
Después de ser rechazadas por la gente por su brujería, una revuelta inició una guerra entre las brujas y el resto del mundo.
La única diferencia ahora mismo es que las brujas blancas retrocedieron, mientras que las brujas negras han seguido rebelándose.
» Éste ritual necesita muchas cosas.
Más de los ingredientes que se utilizan para crear la poción para corromper los corazones y dudo que ella, sea quien sea, sea capaz de recogerlo todo ahora mismo.
Probablemente se esconda por el número de brujas que he matado y prendido fuego.
Es una señal para los concejales de que las brujas están en alta densidad y que ella querrá vivir por ahora —explicó la mujer antes de golpear el utensilio con la cuchara con la que había estado girando—.
Mis pociones son importantes, por lo que las he dejado en manos de un cambiador.
Los ojos de Vivian se abrieron de par en par ante esa nueva información.
«¡¿Dijo cambiador?!» Ella quería discutir, pero cómo no podía hacerlo, ya que se trataba de una comunicación unidireccional en la que ella estaba en el extremo del escucha.
«¿El cambiador?» Vivian comenzó a caminar de un lado a otro pensando por qué la Hermana Isabelle haría algo así.
Ella era una mujer inteligente, por qué le daría las pociones al cambiador y peor aún, ¿por qué no le dijo que conocía a un cambiador?
Espera un minuto, ella detuvo sus pasos de ir y venir.
¿Era éste el cambiador del concejo?
—No te asustes, Vivian.
Sé lo que estás pensando, pero escúchame —dijo la voz silenciosa y susurrante de la bruja blanca, cuyo tono no se elevó ni cayó ante el rostro aterrorizado de Vivian—.
Estoy segura de que eres consciente de que hay todo tipo de criaturas que deambulan por estas tierras, y no es necesario que todo el mundo caiga dentro de la misma categoría.
Hay gente buena y mala, sé que tú también lo crees —Vivian no podía creer que la Hermana Isabelle estaba del lado de un cambiador, pero tan bueno como era el punto, ella había llegado a odiar la existencia de la clase de gente que podía transformarse en cualquier forma y persona.
Esa era la razón por la que tantos a los que ella quería habían muerto.
Un cambiador que había iniciado la reacción en cadena y que había matado a tantas almas inocentes.
No sabía si alguna vez le gustarían.
—Soy consciente de que ha habido mucha muerte en el pasado, pero esta persona, el cambiador, es de confianza.
Su nombre es Lancelot Knight —la sangre drenaba por la cara de Vivian, ella debió haber sabido que no tenía ni idea de que él era un cambiador—.
Había algo que estaba buscando cuando me lo encontré —y como si el hechizo se hubiera roto, de repente Vivian fue transportada de vuelta a la realidad presente.
La puerta de la habitación se abrió, rompiendo su concentración, se había perdido junto con el líquido que había vertido en su mano y que se había evaporado, dejando la botellita vacía, como si no hubiera habido nada más que el aire dentro de ella.
Leonard entró, y justo detrás de él estaba Lancelot; el pánico golpeó la mente de Vivian otra vez, y ella tiró apresuradamente de Leonard detrás de ella, haciéndolo confundirse en cuanto a lo que estaba sucediendo.
Ella miró a Lancelot para verle sonreír.
—Te enteraste —comentó, sus ojos mirándola con calma.
—¿Qué está pasando?
—preguntó Leonard, quien trató de entender la situación.
—Él es un cambiador —Vivian apretó los dientes para tener a Leonard bajo alerta máxima, y esta vez fue Leonard quien puso a Vivian en una posición protectora.
—Dios mío, no voy a abalanzarme sobre nadie.
Creo que deberías ayudar y hacer que tu marido entienda la situación antes de mirarme fijamente.
No he hecho nada —Lancelot levantó las manos en posición de rendición—.
Escucha la historia de tu mujer —dijo el hombre un poco alarmado cuando Leonard sacó una pistola de plata de ese manto que había empezado a llevar muy recientemente—.
Yo no he hecho nada —reiteró cuidadosamente; la pareja lo observaba con una mirada acusadora sin piedad.
—¿Cómo podemos creemos en tu palabra?
Podrías haberte dirigido a la Hermana Isabelle y haberme hecho creer que era ella quien hablaba cuando pudiste haber sido tú todo el tiempo —dijo Vivian mientras intentaba calcular los movimientos del cambiador.
—No tengo intención de hacerles daño.
No tengo un plan como tal, sólo estoy aquí para ayudar —ofreció el cambiador, manteniendo su voz sincera, pero la pareja no se lo creyó.
Leonard, quien había puesto un brazo protector delante de Vivian, pensó un poco en las palabras del hombre y dijo: —Demuéstralo.
—¿Demostrar?
—el cambiador levantó la ceja y preguntó— ¿Qué clase de prueba quieres?
—Cualquier cosa que nos haga creer que no tienes intenciones de conspirar contra nosotros ¿Qué hacías escondiendo el hecho?
—interrogó Leonard, sus ojos brillando de odio y sospecha.
—Puedo explicarlo —dijo el cambiador de nombre Lancelot, pero antes de que pudiera decir algo más, el hombre que Vivian había enviado previamente con el Padre Connor, llegó a la puerta junto con el sacerdote.
—¿Qué está pasando aquí?
Pensé que ya habían hecho la encuesta aquí y que no había nada más —dijo el otro concejal con una voz ronca, mientras que captaba la expresión de todos.
El Padre Connor parecía mirar a todos también, no es que le importara la presencia extra en la habitación de la bruja blanca, sino porque podía sentir la pesada atmósfera allí.
Algo se estaba gestando, pero él no sabía qué.
¿Quería saberlo?
La respuesta era no.
Recordó las palabras que la Hermana Isabelle le había dicho antes de dejar la Iglesia hace una semana.
«Aléjate del concejo.
Cuanto más lejos te mantengas de sus negocios, mejor será.
Vivirás mucho más tiempo», esas habían sido sus palabras de despedida para él.
El Padre Connor aceptó sus palabras de oro.
En el poco tiempo que había pasado, había visto a las brujas negras aparecer y desaparecer de la vista después de ser quemadas, sin olvidar a los vampiros que vagaban por las tierras donde nunca era seguro para un humano como él.
Y no importaba si era sacerdote o no, sería asesinado a pesar de su servicio a la gente de allí.
—Si la habitación no tiene nada más que investigar, me gustaría cerrarla —dijo el Padre Connor y fue Vivian quien le respondió.
—Sí, por favor.
Salgamos de la habitación, se está poniendo un poco cargada —dijo, tratando de aliviar la tensión que aún podía sentir mientras ella misma estaba ardiendo con preguntas para el hombre.
Dándole una sonrisa al sacerdote, ella fue la primera en salir y el último fue el padre Connor, quien se dedicó a cerrar la habitación para que nadie entrara en ella ahora.
—¿Es otra forma o es tu propio cuerpo?
—preguntó Vivian con un silencioso susurro para que el otro concejal no pudiera escuchar su pregunta al cambiador a su lado.
—Es una forma que adquirí después de matar a éste —contestó el cambiador con un tono sin pedir disculpas.
Parecía demasiado cansado para responder a sus preguntas.
Los ojos de Vivian se abrieron de par en par y supo que Leonard estaba cerca, escuchando a escondidas su conversación, ya que aún no sabían cuál era el propósito de ese hombre.
Como tenían al padre Connor y a otro concejal con ellos, no podían ir a acusar abiertamente a uno tras otro de lo que estaba haciendo ese cambiador en el concejo.
—Héctor, ve a informar a Creed que la bruja blanca ha huido.
No encontramos ningún avance en la iglesia para asumir que se la llevaron por la fuerza a un lugar que no conocemos —dijo el cambiador a su compañero de equipo.
Lancelot debía haber estado en una posición más elevada para que el otro hombre asintiera con la cabeza y obedeciera sus órdenes—.
Iré a hablar con la gente del pueblo y veré si averiguo algo.
Hoy sí que tengo una mano amiga —el cambiador sonrió, echando un vistazo tanto a Vivian como a Leonard.
—Está bien.
Te veré en el departamento del concejo —respondió el hombre; haciendo una pequeña reverencia a la gente de la iglesia, caminó hacia las puertas dobles y salió.
—Padre Connor, ¿cómo está la chimenea?
—preguntó Vivian.
—Hizo un buen trabajo.
Si el hombre hubiera subido al techo en la cima —parecía que el padre Connor quería reírse, pero habría sido descortés de su parte, por lo que al final se aclaró la garganta—, ¿le gustaría ver el bosque?
Vivian se mordió el interior de la mejilla, mirando a Leonard y a Lancelot, y finalmente asintió con firmeza: —Sí, por favor.
—Venga conmigo, señorita.
Pensé que iba a estar allí, pero luego desapareció…
—la voz del sacerdote se apagó mientras él y Vivian caminaban hacia la otra puerta de la esquina y desaparecieron detrás de ella, dejando a los dos hombres en la parte delantera de la iglesia.
La mirada de Leonard se posó en el cambiador, sus ojos se endurecieron ante la simple vista pensando que se trataba de un cambiador.
Hasta ahora nunca se había cruzado con uno, había oído los rumores sobre el cambiador vagando y tomando la forma de alguien en el concejo, pero nadie sabía quién era.
Era demasiado difícil de adivinar y demasiado crítico para filtrar información que pudiera alterar el equilibrio que se mantuvo dentro del concejo durante todos esos años.
—Habla antes de que te meta las balas en la cabeza —amenazó Leonard, sus ojos se habían oscurecido por el odio.
—Necesitarás balas de plata para matar a un cambiador, Duque Leonard —el cambiador sonrió, pero Leo no estaba de humor.
—No te preocupes por eso.
Cada una de ellas están hechas de plata que se han hecho bajo y en presencia del agua bendita —le dijo Leo al cambiador, viendo la sonrisa vacilar en los labios del hombre cuando le dio la información sobre las balas— ¿Ya no sonríe más…?
—se burló Leo, para que el hombre sonriera.
—Lo haría si no tuvieras el arma.
Como dije, Duque Leonard.
Sólo quiero ayudar…
—¿Matando gente?
¿Envenenando los corazones?
Lancelot cerró la boca, retorciéndola antes de volver a hablar: —No tuve nada que ver con la corrupción de los corazones.
—Si no fuiste tú, ¿quién fue entonces?
—la calma de Leo iba a desaparecer y tuvo que hacer todo lo posible para no volverse loco en ese momento.
Sus padres, sus primos y otras personas habían sido asesinados a causa de los cambiadores, el perdón en ese momento no corría a través de él y era una palabra que no salía fácilmente.
—Era otro cambiador que ya no vive —respondió el cambiador, manteniendo los ojos en el Duque y su mano que sostenía la pistola con balas de plata.
Una bala de plata en la cabeza y estaría muerto; sabiendo la reputación que tenía el Duque cuando se trataba de su temperamento, el cambiador no quiso probar las aguas—.
No he matado a ningún ser inocente.
Éste hombre aquí —se dio palmaditas en el pecho para enfatizar el cuerpo del concejal que había adquirido—, no era un buen hombre.
—No eres nadie para decidir si alguien es lo suficientemente bueno para vivir o no —las palabras cortantes de Leonard salieron de su arenosa boca.
—Cierto.
Muy cierto, pero créeme cuando digo esto, realmente no era digno ¿Todavía lo redimirías si te dijera que planeó matar a tu esposa?
—como si fuera posible, los ojos de Leonard se oscurecieron aún más y se entrecerraron considerablemente en finas aberturas.
El tapón de la pistola se movió y el cambiador rápidamente dijo—.
Eso es sólo una suposición.
No hay necesidad de tirar del corcho —levantó la mano—.
A los cambiadores como nosotros les quedan pocos años de vida.
Es muy corta y puede considerarse tan buena como un perro o un gato.
Tal vez treinta y cinco.
Si uno tiene suerte, tal vez cuarenta, pero también tiene un truco.
Todos queremos vidas inmortales.
Déjame corregirlo, anhelamos la inmortalidad como el resto de ustedes.
—¿Lo encontraste?
—Desafortunadamente no —la lengua del cambiador chasqueó con desagrado—.
Traté de moverme de un cuerpo a otro, pero necesitas saltar rápidamente para ello, encontrar cuerpos de calidad y eso es muy raro.
Podrías pensar que encontraste uno de calidad, pero a veces se pudren con facilidad.
Leonard miró al hombre con los ojos entrecerrados, mirándolo sin pestañear: —¿Cuántos años tienes?
—¿Yo?
—sonrió el hombre—.
Tengo cuarenta y dos años.
Uno de los más viejos entre los cambiadores —declaró el hombre—.
No conocí al cambiador porque la persona murió antes de que pudiera verla, pero conocí a la persona que ordenó que escogiera a tu familia y la destrozara.
Pasaron unos segundos y cuando no salió ninguna palabra de la boca del hombre, Leonard volvió a sacar el corcho de la pistola, haciendo que el hombre se preocupara: —¡¿Qué estás haciendo?
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