Brujo del mundo de magos - Capítulo 1180
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- Capítulo 1180 - 1180 Capítulo 1180 – La Migración
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1180: Capítulo 1180 – La Migración 1180: Capítulo 1180 – La Migración Editor: Nyoi-Bo Studio Doron levantó la cabeza y miró los turbios cielos oscuros.
Los cuervos volaban en círculos sobre su cabeza, un presagio de muerte.
Una plaga poderosa arrasó su ciudad luego de que el Viejo Holdman falleció.
Algunos decían que era una maldición lanzada por el Brujo rencoroso justo antes de morir.
No importaba lo mucho que Doron se rehusara a creerlo, era cierto que la plaga había causado muchas muertes.
Incluso su mejor amigo, Mitch, había caído, y él solo se había salvado justo al borde de la muerte por al regreso del Sacerdote Rockefeller.
—Gracias, Señor Ilmater, por permitir que el Sacerdote Rockefeller regrese y elimine esta maldición de mí…
—oró piadosamente.
De no haber sido por el regreso del sacerdote de la aldea, habría tenido que presentarse en el inframundo.
¡Creía que eso debía haber sido decretado por el Señor!
De no haber sido por él, ¿por qué el Sacerdote Rockefeller habría regresado con ellos y los habría limpiado de la plaga gratis?
Sin embargo, estaba sumamente arrepentido de haber tenido que abandonar su lugar de nacimiento, su hogar.
—Oigan, en nombre de las iglesias… Todos en la Aldea de Bosque Negro tienen que mudarse a la capital y esperar más órdenes…
—ordenó un caballero.
Doron miró alrededor de su carro.
Había unos cuantos aldeanos dispersos reuniéndose; cada uno cargaba bolsas pesadas, como si fueran hormigas.
Ese era el decreto del Señor y la razón por la que el Sacerdote Rockefeller había regresado.
Todos los fieles de Ilmater debían ser trasladados a la capital, una orden que hizo que Doron sintiera que el señor feudal se había vuelto loco cuando la escuchó por primera vez.
¿Había suficientes casas allí para que vivieran?
Rockefeller les había prometido que sí las había.
Cuando comenzaron los planes para la migración, se les dio prioridad a los miembros de las ciudades antes que a los aldeanos.
—Oh…
Mi Señor, mire el trigo aquí primero…
Ha crecido muy bien…
Permita que el Viejo York los coseche antes de irse…
—un caballero sacó a un granjero de los campos.
Este se aferraba a los muslos del caballero y le suplicaba que le permitiera quedarse.
—No significa no, ¿quieres desobedecer la orden del Señor?
—el caballero armado se molestó y le dio una patada al granjero.
A decir verdad, incluso al caballero le parecían extrañas las órdenes del Señor.
Después de todo, su propia mansión y sus tierras también se encontraban allí.
Sin embargo, eso había sido decretado tanto por la iglesia como por el estado y habían prometido compensarlo por sus pérdidas.
De no haber sido por eso, no habría obedecido.
¡Debería darme al menos el doble de las tierras que tengo ahora!
pensó decidido.
Comenzó a gritar más y se volvió más violento con los aldeanos, los regañaba o incluso los azotaba si no estaba contento—: Uno por uno, serán inspeccionados por el sacerdote…
El final del camino de la aldea estaba inundado de carretas que llevaban a los jóvenes, los ancianos y los discapacitados.
Rockefeller había llevado un grupo de sacerdotes y discípulos nuevos y estaban junto a la carretera controlando la salud de cada aldeano con fiebre o tos con sangre.
Quienes eran diagnosticados o se sospechaba que pudieran tener la peste eran puestos en cuarentena y a las personas que pasaban la prueba se les administraba un medicamento que ahuyentaba las plagas.
El temor a la plaga mortal fue razón suficiente para que los aldeanos emigraran.
Si algunos todavía querían quedarse allí por su propia voluntad después de todas esas rondas de intervención, los señores y los sacerdotes no se molestarían más con ellos.
—Los números están aquí, Padre.
Más de mil de los 4382 aldeanos han muerto y el número final de los que están dispuestos a emigrar es de 2900 —un discípulo llevó un pergamino con un informe a Rockefeller.
Tenía anteojos redondos en el rostro, que parecían algo cómicos, pero dio su informe con seriedad.
—Casi tres mil fieles, ¿eh?
Muy bien, ¡continúa!
—Rockefeller asintió con la cabeza en agradecimiento.
Miró la fila que serpenteaba y decidió—.
¡Estos fieles a nuestro Señor definitivamente deben ser trasladados a un lugar seguro!
Después de la discusión en el Salón Celestial, todos los dioses tomaron a sus iglesias como prioridad para mudar a sus fieles a sus reinos divinos.
Separarlos por dios y moverlos demostró ser un proceso extremadamente complicado, que preocupó incluso a los dioses todopoderosos.
Los traslados tan grandes nunca podrían completarse sin varios cientos de años y los Magos no les darían tanto tiempo.
Plaga tras plaga azotó el plano material principal, arrasaron las tierras y se llevaron innumerables vidas.
Luego de varias rondas de discusión, los dioses decidieron demarcar áreas y mover a todos dentro.
Los pueblos como la Aldea de Bosque Negro con un solo dios eran fáciles de mover, por lo que fueron los primeros en mudarse.
Rockefeller había sido enviado de regreso a la aldea para realizar esa tarea.
—¿Por qué, Sacerdote Rockefeller, por qué…?
Soy devoto del Señor, pero mi hijo y mi hija me fueron arrebatados…
¿Por qué?
—un anciano con ropa andrajosa apareció en ese instante y se arrodilló ante Rockefeller mientras lloraba.
—¿¡Cómo te atreves!?
—los sacerdotes y discípulos de la iglesia se pusieron furiosos.
¡Decir algo así abiertamente era una blasfemia!
—Ten fe…
El dios todopoderoso del sufrimiento quiere que avancemos en estos tiempos turbulentos…
—Rockefeller hizo un gesto para que los soldados se fueran y puso al hombre ante sus pies—.
Se necesitan medidas apropiadas de agonía…
Nuestro Señor es amable y benévolo, él perdonará este pequeño error tuyo…
Rockefeller era un sacerdote completo y ocupaba el puesto más alto allí.
Su palabra era ley.
—Oh…
Dios, he pecado…
—el anciano de cabello blanco lloró aún más fuerte que antes, lo que hizo que Doron sintiera pena por él.
Ese pequeño cuerpo encorvado le recordaba algo que había tratado de olvidar.
Sacudió la cabeza y logró empujar su carro hacia adelante.
En ese momento, la voz de Rockefeller entró en sus oídos: —Esta tribulación no es algo que los dioses le dieron a la humanidad.
Es el comienzo del fin.
—¿El fin?
—Doron se sobresaltó y se detuvo inconscientemente.
—Plaga, guerra, hambre, muerte… Estas son cosas registradas hace mucho tiempo en las profecías de la iglesia…
—una luz brilló en el rostro de Rockefeller, lo que hizo que se viera aún más sagrado que antes—.
El fin del mundo se acerca rápidamente y los males de otros mundos se han infiltrado en nuestras tierras.
Sólo los fieles más devotos recibirán la salvación y obtendrán la vida eterna en los reinos divinos de los dioses…
La proclamación de Rockefeller del fin del mundo había sido preparada por la iglesia después de un largo período de trabajo.
La situación que describió aterrorizó a Doron.
Entonces la plaga que habían sufrido no era el final, sino solo el comienzo.
Con la gran influencia de la proclamación, junto con la amenaza de la plaga y la muerte, incluso los espíritus libres obedecieron las órdenes y se apresuraron hacia la ciudad del condado.
La proclamación de Rockefeller continuó: —Estos males se infiltrarán en nuestra tierra y saquearán todo lo que tenemos.
Vida, carne y almas…
Estos criminales del fin, estos cosechadores de la muerte…
¡Se llaman Magos!
Después de muchos milenios, el tabú de los Magos finalmente circulaba otra vez por del Mundo de los Dioses.
¡El Segundo Ocaso se acercaba rápidamente!
… El Castillo del Condado Negro estaba a solo un día y medio a caballo desde la Aldea de Bosque Negro.
Era el lugar donde Mitch había trabajado como sirviente de la iglesia de Mystra, un lugar que Doron había visitado una vez en su vida.
Cuando vio las altas paredes de piedra caliza, dejó escapar un suspiro de alivio.
Nunca había esperado que ese viaje se sintiera tan largo.
Miró a su alrededor con temor, mientras veía que los aldeanos estaban muy cansados.
Algunos de ellos incluso habían resultado heridos y parecían un grupo de refugiados de un desastre.
Esa procesión pobremente formada de aldeanos nunca cubriría mucho en un día de viaje.
Incluso el propio Doron había tirado muchas de sus pertenencias.
Con el desorden de esa migración, muchos grupos de bandidos habían intentado robarles en el camino.
Había muy pocos guardias y sacerdotes para protegerlos completamente.
Un bandido incluso había atacado al propio Doron una vez, algo que el carpintero no quería experimentar nunca más en su vida.
—Ahora que estamos aquí, ¿podemos movernos al reino divino del Señor y obtener la vida eterna?
—la decisión de Doron solo había durado hasta ese momento gracias al constante alarde de Rockefeller sobre el reino divino.
Sin embargo, muy pronto descubrió que había estado pensando demasiado.
¡Bang!
¡Bang!
¡Bang!
Había grandes grupos de tropas alrededor de las murallas de la ciudad y todos tenían lanzas que ejercían una gran presión sobre los aldeanos.
—¡Escuchen!
Están viniendo demasiadas personas, por lo que habrá una fila.
Los nobles tendrán prioridad, antes que los aldeanos con identificación.
En cuanto al resto, esperen fuera de los muros…
—muchos caballeros gritaban órdenes a caballo mientras se movían alrededor del grupo.
En ese momento, había demasiadas tiendas de campaña fuera de la ciudad, lo que parecía un enorme campamento de refugiados.
Se podían ver algunos sacerdotes de vez en cuando lanzando hechizos o repartiendo medicamentos.
Los edificios temporales de la iglesia brillaban con una luz dorada y protegían la zona alrededor de la ciudad.
Las iglesias protegían a la gente de las plagas.
Sin ellos, con la débil inmunidad de esos refugiados y la gran cantidad de personas, la plaga los tomaría a todos y arruinaría los planes de los dioses.
—Muy bien…
Los nobles primero…
—el carruaje del señor entró lentamente en la ciudad mientras Doron observaba afuera.
No sabía por qué, pero las llamas en su corazón ardían aún más.
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