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Capítulo 75: Hora de irse Capítulo 75: Hora de irse Las cortinas de la ventana habían sido cerradas para no dejar pasar la luz del sol al interior de la habitación.
Julie yacía en su cama con una manta sobre ella y los ojos cerrados.
Una tos repentina rompió a través de sus labios, sacudiéndola y haciendo temblar su cuerpo mientras su respiración se hacía trabajosa.
Esta mañana al despertar, se sentía la cabeza pesada y los ojos llorosos.
Había estado tosiendo desde entonces, y tenía fiebre.
Melanie, que había pasado por su dormitorio antes, le había traído el desayuno.
Julie despidió a su amiga para que asistiera a clases, diciéndole que estaría bien y que se quedaría a descansar en cama.
Pero aunque la comida estaba allí, había quedado en la mesa intacta.
Julie se preguntaba cómo había enfermado.
—¡Achú!
—¿Por qué estornudaba y tosía?
—se preguntó.
Julie siempre se había enorgullecido de tener el cuerpo más saludable, incluso después de comer toda la comida chatarra que podía conseguir.
¿Fue a causa de su cabello mojado?
¿O fue porque había descartado el suéter al que su cuerpo estaba acostumbrado?
Sentía frío, y era agradable acurrucarse en la cama con la manta.
Se preguntaba qué clase estaría ocurriendo antes de perder el enfoque y dirigir la mirada al techo del dormitorio.
Se preguntaba qué hora sería.
Trayendo la carta frente a ella que Román posiblemente había dejado caer en la mañana.
Era la segunda vez que la leía
—Debido a los continuos ataques de los animales salvajes que acechan en el bosque, la facultad de Veteris prefiere mantener una estrecha vigilancia, que confiar en otros para hacer el trabajo.
Pero tienes razón.
La gente que trabaja para Veteris es leal a este lugar.
Evans le gusta asustar a los estudiantes, así que ignóralo a menos de que te hable directamente fuera del dormitorio.
Hoy me saltaré las clases.
Así que te veré en las gradas.”
Un suspiro escapó de los labios de Julie.
Cerró los ojos, sintiéndose exhausta incluso después de horas de descanso.
Colocó la carta junto a su almohada.
Ahora mismo, Julie extrañaba a su madre.
Extrañaba la mano cálida que solía acariciarle la cabeza antes de comprobar su temperatura con suavidad.
Si su madre aún estuviera viva y todo estuviera bien, ella no estaría aquí en este dormitorio, toda sola.
Con estudiantes que aún tenían que regresar al dormitorio, el lugar estaba tranquilo con poco o ningún ruido.
Solo si su madre estuviera viva, el pensamiento atravesó la mente de Julie por centésima vez antes de que una lágrima se escapara de la esquina de sus ojos.
—¿Por qué?
—se preguntó.
Mientras sus pensamientos derivaban al tiempo que había pasado con su madre en el pasado, en algún punto intermedio, Julie se quedó dormida solo para despertar cuando escuchó que tocaban a la puerta.
Abrió los ojos con esfuerzo, y con gran dificultad se levantó para caminar hacia la puerta con la manta todavía colgando de ella.
Al abrirla, vio a Melanie en el dormitorio, quien lucía una expresión preocupada.
—¿Cómo está tu fiebre?—Melanie avanzó y puso su mano en la frente de Julie.
—Estoy bien.
Creo que estoy mejorando —respondió Julie, sus palabras apenas audibles.
Viendo el aspecto de Julie, Melanie frunció el ceño y dijo:
— Tu temperatura parece haber subido y te ves agotada.
Vamos a visitar la enfermería, o tal vez puedo pedirle a Olivia que venga aquí para que pueda echar un vistazo rápido.
Julie negó con la cabeza.
—No, no quiero hacer eso… Quiero dormir —comenzó a toser, apartando la mirada de Melanie—.
¿Cómo estuvieron las clases?
—Está bien.
Escribí todo lo que pude para que no sientas que te perdiste de algo.
No tienes que preocuparte por eso —respondió Melanie.
Mirando hacia la mesa, notó la comida sin tocar.
Viendo a Julie toser nuevamente, donde sus labios estaban pálidos, Melanie dijo:
— ¿Cómo es que incluso has tomado una fiebre?
No noté que te estabas enfermando.
Julie asintió en acuerdo:
—Igual, Mel.
Igual.
Hace mucho tiempo que no me enfermo.
Debe haber sido el cabello mojado de ayer.
Tomando nota de la hora, preguntó:
—¿Ya comenzó el partido de fútbol?
Melanie asintió con la cabeza:
—Conner y Reese están en las gradas.
Pensé venir a ver cómo estabas.
Además me da una razón para estar lejos de él o de ellos.
Julie le dio una pequeña afirmación con la cabeza.
Ella no había tenido la intención de perderse ver jugar a Román, pero parecía que hoy no era su día.
—Estás temblando, Julie —señaló Melanie, observando como Julie acercaba la manta más a ella—.
¿Por qué no comemos juntas y así no sientes que estás comiendo sola—, pero antes de que pudiera terminar su frase, Julie se desmayó en el suelo.
Lejos del dormitorio de las chicas y en el campo de fútbol, el primer partido entre los dos equipos aún estaba en curso.
Era entre el equipo de Román y otro equipo que no era el de Griffin.
Todos sabían que los Cuervos y los Halcones eran más fuertes que los otros dos equipos, y que eran más adecuados para jugar el uno contra el otro en las finales que en el partido de hoy.
Era la segunda mitad del juego, donde Román pasó el balón a Simón, quien avanzó hacia la portería.
Los dos otros jugadores del equipo contrario intentaron bloquear a Simón de seguir adelante cuando el balón fue pasado a otro jugador del equipo.
—¡Lawson!
—Román gritó, corriendo al frente.
Justo cuando Román estaba a punto de recibir el balón, uno de los jugadores del equipo contrario se colocó justo delante de él y se estrelló a propósito delante de él, y el chico y Román cayeron al suelo.
El árbitro sopló su silbato, levantando una tarjeta amarilla a ambos.
—¿En serio?
—Román miró al árbitro con desdén.
—Fíjate por dónde vas, hombre —provocó el vampiro que estaba en el suelo.
La mano de Román se convirtió en un puño.
Sus ojos se estrecharon hacia el novato, que lo miraba con una sonrisa burlona.
Simón se acercó al lado de Román:
—Mira a los niños intentando jugar sucio porque saben que están perdiendo.
No vayas a golpear a nadie en el campo, Rome.
Pero Román no escuchó, y en cambio, dijo:
—Pensé que íbamos con todo.
Es hora de enseñarles a jugar.
Pensé en mantener a algunos de ellos en condiciones de trabajo, pero parece que están desesperados por visitar la enfermería.
Ya estaba de mal humor por no ver a alguien en el graderío, y su estado de ánimo se volvió aún más feroz.
Cuando el juego se reanudó, se presentó la oportunidad donde el balón estaba con el jugador del equipo contrario, que era la misma persona que se había estrellado contra Román.
Román se colocó justo al frente de la persona.
Sus miradas se cruzaron por un breve momento, y Román tomó el balón, y al hacerlo, su pie golpeó el tobillo del muchacho con un movimiento rápido que la gente no vio, y lo pasó al humano, corriendo hacia la portería.
El chico sintió un crujido en su pie y su cara se contrajo de dolor antes de caer de verdad esta vez.
—¡Mi tobillo!
—el chico gritó, agarrando su pierna.
Para entonces, el gol ya había sido marcado, y el árbitro no vio la jugada sucia porque Román había elegido el momento exacto para dañar la pierna del humano cuando la atención del árbitro se había desviado por un segundo efímero.
—Alguien ayude a Frederick a las gradas y vean qué pasa —gritó el árbitro para que pudieran continuar el juego.
Se volvió hacia el capitán del otro equipo y dijo:
—Trae a tu jugador extra para jugar en lugar de Frederick.
Frederick, aunque con dolor, se quejó al árbitro:
—¡Moltenore merece una tarjeta roja!
¡Él fue el que me hirió!
—Yo no vi que te pateara a propósito.
Solo te quitó el balón —declaró el árbitro.
Una vez que sacaron al muchacho del campo, el árbitro se volvió a mirar al capitán del equipo:
—Escogiste gente que se magulla fácilmente.
El capitán era un vampiro de Segundo año y dijo:
—Todos los buenos jugadores ya habían sido elegidos.
—¿Y pensaste que un humano era una mejor opción que un vampiro?
—preguntó el árbitro en voz baja que los demás no escucharon.
Llevándose el silbato a los labios, lo sopló y anunció:
—Doce minutos más antes del final del segundo tiempo del partido.
Cuando el partido finalmente llegó a su fin, el equipo de Román ganó el encuentro.
La mayoría de los estudiantes que estaban en las gradas animaron al equipo ganador.
Simón saludó con la mano a Maximus y Victoria, que estaban parados en la parte superior de las gradas.
En su camino, Román y Simón se encontraron con Conner, que estaba con su novia.
Conner les deseó con una sonrisa:
—Felicidades por llegar a las finales, fue un buen partido.
—Gracias, Conner —Simon sonrió de vuelta al humano.
Los ojos de Román escanearon las gradas y luego detrás de Conner buscando a Julie.
Con un atisbo de frustración, pasó sus dedos por su cabello.
—Siempre es bueno tener amigos en las gradas.
Vamos a tener una fiesta en el Dormitorio de chicos más tarde en la noche.
Deberías venir, Conner.
Aunque debo decir que tus amigos parecen faltar hoy.
—Melanie dijo que tenía que ponerse al día con sus estudios y revisar a Julie
—¿Revisar a Julie?
—Román interrumpió a Conner y el chico asintió con la cabeza.
—Julie no se ha sentido bien desde esta mañana y ha estado descansando en su dormitorio.
Mel dijo que tenía fiebre —explicó Conner.
Román no esperó a oír el resto y abandonó el lugar inmediatamente, dirigiéndose hacia el Dormitorio de chicas.
Algunas de las chicas lo vieron entrar al edificio, donde todavía llevaba su uniforme de fútbol.
Fue al dormitorio de Julie y golpeó la puerta.
Pero no recibió respuesta.
Colocó su palma en la superficie de la puerta como si intentara sentir si Julie estaba allí, pero no pudo percibir su presencia.
Dejó caer su mano y se volteó agitado.
Girando para enfrentarse al largo corredor donde algunas chicas estaban de pie, los ojos de Román se entrecerraron.
—¿Saben a dónde fueron las dos chicas?
—exigió con una mirada penetrante en sus ojos.
Las chicas inmediatamente negaron con la cabeza, viéndose aterrorizadas por la mirada dirigida hacia ellas.
Pasó su mano por su cabello con frustración.
Julie estaba enferma, solo había un lugar en Veteris a donde la gente iba cuando estaba enferma.
Apretó los dientes.
Román corrió hacia el edificio donde estaba la enfermería lo más rápido que pudo.
Al llegar a la enfermería, Román vio a Julie, quien estaba sentada fuera de la sala en un banco.
Llevaba su suéter pero sin sus gafas.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios, sabiendo que Isolde no le había inyectado nada.
Caminó hacia donde ella estaba, viendo que tenía los ojos cerrados.
Por otro lado, Julie oyó pasos acercarse y detenerse frente a ella.
Supuso que sería su amiga, quien la había arrastrado aquí después de rociarle agua en la cara después de que se había desmayado.
Sintió una mano cálida colocada en su frente y subconscientemente se inclinó hacia el tacto, que se sentía reconfortante.
—Realmente eres alguien que causa problemas, ¿no es así?.
¿Estaba imaginando que Román le hablaba?
Ah, parecía que realmente estaba rondando sus pensamientos, pensó Julie para sí misma.
Cuando la mano se retiró de la frente de Julie, sus ojos parpadearon abiertos.
Notó a una persona con shorts, piernas entrando en su vista.
Y qué piernas tan bonitas eran, pensó en su mente.
No piernas de pollo, ni piernas excesivamente atléticas, solo la cantidad correcta de músculos.
Sus ojos luego siguieron hasta mirar a la persona, y vio que en efecto era Román, quien estaba parado frente a ella.
Su mente estaba lenta, pero eso solo la hacía apreciar más su apariencia.
Sus ojos lucían feroces pero preocupados, mirándola mientras ella podía oler el sudor mezclado con su colonia.
—¿Estás herido?
—preguntó Julie, ya que él estaba en su uniforme deportivo y frente a la enfermería.
—No pude llegar a ver el partido —sus palabras eran más suaves que lo usual.
Román cerró los ojos por un segundo antes de abrirlos para mirarla, —Está bien.
Habrá muchos en el futuro.
¿Desde cuándo te sientes así?
—Desde la mañana —respondió Julie, dejando su cabeza recargarse en la pared ya que se sentía pesada.
Caminar desde el Dormitorio de chicas hasta la enfermería había agotado toda su energía.
Deseaba tener una manta para poder dormir justo ahí.
Melanie salió de la sala de la enfermería y vio a Román parado frente a Julie.
—La Doctora Isolde aún no está aquí.
Ha ido a asistir a una reunión con la señora Dante y otros miembros del personal —les informó a ambos.
—Parece como una fiebre normal.
Con una buena cantidad de descanso debería sentirse mejor —afirmó Román, aliviado de que Julie no había encontrado a Isolde y que se le había pedido descansar aquí.
Notó el pequeño bulto en su frente.
Melanie miró a Julie y luego le informó, —Julie no ha comido nada desde esta mañana y antes se desmayó en la habitación.
Estaba preocupada y decidí traerla aquí.
Después de todo, eso es lo que se supone que debemos hacer los estudiantes…
—dijo, hablando de una de las reglas establecidas por Veteris.
Román se quedó ahí con los labios en una línea delgada.
Luego entró en la sala de donde Melanie había salido un minuto atrás.
Julie giró su cabeza desde donde estaba sentada, mirando a través de la ventana, y vio a Román hablando con una enfermera.
La enfermera apuntó su dedo hacia un armario, y Román se dirigió hacia él, abriéndolo, rebuscando en él, y recogió una pequeña caja de medicinas.
Cuando salió de la sala, Román le dijo a Melanie:
—Hablé con la enfermera sobre qué medicina tomar ya que la doctora tardará en llegar.
Julie solo necesita comer y beber algo.
Diciendo esto, se paró frente a Julie.
—Solo te congelarás si te quedas aquí, ¿tienes energía para caminar?
Julie negó con la cabeza:
—¿Está bien si pido una cama para dormir adentro?
Román trajo su mano hacia adelante, colocándola a un lado de la cara de Julie.
Ella estaba mareada y subconscientemente se inclinó hacia su tacto una vez más.
Se veía cansada.
—¿Cómo te gustaría regresar a tu dormitorio?
—le preguntó Román.
Julie miró dentro de los ojos negros de Román que reflejaban su apariencia desaliñada, haciéndole darse cuenta de que su cabello lucía peor que un nido de pájaro.
—Desearía poder desaparecer —murmuró.
Román se volvió a mirar a Melanie y dijo:
—¿Tienes la llave de su dormitorio?
La llevaré de vuelta al dormitorio.
Puedes irte.
Aunque Melanie estaba un poco indecisa, sacó la llave de su bolsillo y se la entregó a él.
Podía decir que Román se preocupaba por Julie y dejó a su amiga en las buenas manos del mayor.
Julie escuchó el leve sonido de pasos que se alejaban por el corredor, y solo quedaban Román y ella frente a la enfermería.
La mano de Román había dejado su cara, dejando su piel fría, y lo miró fijamente.
¿Vino aquí directamente desde el partido?
Lo vio girar la espalda hacia ella y sentarse sobre los talones frente a ella.
Sus ojos se agrandaron y le susurró:
—¿Qué estás haciendo?
Román se volvió a mirarla por encima del hombro, y dijo:
—Pasa tus brazos alrededor de mi cuello.
Te llevaré en brazos de vuelta al dormitorio.
Las pálidas mejillas de Julie se tornaron ligeramente rosadas al escuchar sus palabras.
—No somos niños para que me cargues a caballito —las palabras de Julie eran cautelosas, mientras Román la miraba con paciencia.
—Tu amigo mencionó que te desmayaste más temprano.
No quiero que se repita con otra caída tonta.
¿Preferirías que te cargue en la versión adulta en mis brazos frente a mí?
—dijo Román con expresión impasible.
Mordiéndose el interior de la mejilla, Julie se levantó lentamente de donde había estado sentada.
Luego colocó ambas manos sobre sus hombros antes de rodear su cuello con ellas.
—No te preocupes.
Está oscuro afuera, así que no tienes que preocuparte de que otros te miren —aseguró Román, mientras se aseguraba de que Julie se inclinara hacia adelante antes de colocar ambas manos detrás de sus piernas de tal manera que ahora la cargaba en su espalda—.
Y si aún te preocupa, puedes esconder tu rostro en el hueco de mi cuello.
El rostro de Julie se tornó rojo brillante y Román comenzó a alejarse de la enfermería.
—Esto se siente tan extraño —susurró Julie, su aliento cayendo en el cuello de Román.
Ella se aseguró de que su agarre alrededor de Román fuera firme para no caer hacia atrás.
Tenía los ojos cerrados, sin atreverse a mirar a posibles personas que los observaran.
Pero después de dos minutos, cuando abrió los ojos, notó que estaban rodeados de árboles.
—¿Me estás secuestrando?
—preguntó Julie, sus ojos mirando el camino tranquilo antes de notar los edificios que estaban a la derecha.
—Esa es una idea intrigante —comentó Román.
Julie tosió suavemente, mirando en otra dirección antes de disculparse:
— Lo siento.
Cuando Román giró la cabeza para mirar a Julie, sus ojos se encontraron, y él notó la mirada vulnerable en sus ojos.
Después de un segundo, Julie bajó la mirada, viendo el suelo.
Cuando los ojos de Román se movieron para mirar al frente, los de ella lentamente se movieron para mirarlo a él.
Era tan fuerte como parecía.
Habiendo jugado un partido, todavía parecía tener la energía para cargarla, pensó Julie en su mente.
—¿Cómo supiste que estaba en la enfermería?
—las palabras de Julie eran suaves y dulces en los oídos de Román.
—Conner vino a ver el juego.
Él mencionó que estabas enferma y vine a ver cómo estabas —respondió Román, su voz tranquila como las olas del océano—.
No tenías fiebre en la tarde cuando revisé por última vez.
—¿Él lo hizo?
—preguntó Julie.
Luego recordó el momento en el comedor donde él había colocado su dedo en su frente.
Apoyó la cabeza en su hombro, dejándola descansar mientras observaba las facciones de Román.
—¿Ganaron el partido?
—le preguntó.
—Sí —respondió Román.
—¿Fue un partido divertido?
—preguntó Julie, sus palabras apenas aumentando en volumen.
—Sí —dijo él, recordando que disfrutó el sonido del crujido de huesos en el campo.
El camino de regreso al Dormitorio se sintió más largo, pero a Julie no le importó.
El resto del camino fue tranquilo y cómodo.
No hablaron mucho en el camino, donde Román le permitió descansar sin molestarla.
Pero a Julie le costaba descansar, solo con la idea de que él la estaba cargando.
Cuando llegaron cerca del lado frontal del Dormitorio de chicas, algunos de los estudiantes vieron a Román llevando a Julie en su espalda como si ella fuera una pluma que apenas pesaba nada.
Los otros estudiantes tenían una expresión de asombro en sus rostros, especialmente Eleanor y sus amigas, que estaban afuera del edificio.
Los vampiros tenían problemas para digerir la escena que presenciaban frente a ellos.
Esto se debía a que estaban acostumbrados a ver a Román ya sea con sus amigos cercanos o por sí mismo.
Mientras que los amigos de Román, que todavía caminaban y se dirigían desde el lado opuesto del camino, vieron a Román entrar en el Dormitorio de chicas.
—Parece que es oficial —comentó Maximus.
—Parece que sí —respondió Simón, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Me preocupa un poco —Olivia expresó su preocupación con un pequeño ceño en su rostro—.
Por otro lado, Victoria decidió no hablar sobre eso, ya que ya había expresado su opinión.
—¿Cuándo nos vamos a convertir en pareja, Liv?
—preguntó Maximus mientras estaba junto a Olivia y le ponía el brazo alrededor.
—Sobre mi cadáver —fueron las palabras tajantes de Olivia, y ella apartó el brazo de Maximus de ella, pero él era demasiado persistente y volvió a poner su brazo alrededor de ella.
—Sabes que eso no es un problema —sonrió Maximus, y Olivia giró los ojos.
De vuelta en el Dormitorio de chicas, Román abrió la puerta con la llave y entró en el dormitorio de Julie con ella.
Cerrando la puerta, la hizo sentar en la cama y notó la comida intacta en el escritorio.
Román recogió la comida que Melanie había comprado para ella antes, y la colocó en la cama y dijo:
—Necesitas comer algo antes de tomar los medicamentos —se sentó en el borde de la cama junto a ella.
Habiéndola llevado aquí, Julie no protestó, y tomó un bocado del sándwich.
Cuando había comido la mitad, empezó a toser, sintiendo picazón en la garganta.
Román vertió agua en el vaso.
Pero no se lo entregó.
Con una mano sosteniendo el sándwich y la otra un pañuelo, acercó el vaso a sus labios.
Cuando Julie separó sus labios, sus ojos se encontraron con los de Román, quien la miraba fijamente.
Ella tomó un par de sorbos antes de que él apartara el vaso.
Cuando dos gotas de agua se deslizaron desde la comisura de sus labios, Román usó su otra mano secándolas con su pulgar.
Su corazón se aceleró, y él lo escuchó alto y claro.
—¿Ya no robas miradas?
—preguntó Román, dejando caer su mano de su rostro con delicadeza.
—Eso lo haré mañana —murmuró Julie, y sus palabras hicieron que los labios de él se curvaran.
Debido a la fiebre, la guardia ya baja de Julie se había descartado por completo, y ella lo miró fijamente.
Sentada en la habitación que le pertenecía, que una vez perteneció a Román y que incluso ahora lo hacía.
—Espero sorprenderte mirándome entonces —comentó Román, y Julie continuó terminando todo el sándwich antes de que no pudiera comer más.
Una vez tomó la medicina, apoyó la cabeza en la almohada y se cubrió con la manta mientras él devolvía la comida a la mesa.
—Deberías cambiar de ropa —susurró Julie, mientras Román recogía la carta que había escrito y la había dejado para ella esa mañana—.
Estaré bien.
Román desvió la mirada de la carta a ella, colocando la carta en la mesita de noche y sentándose en la cama junto a ella.
Respondió a sus palabras con:
—Me quedaré aquí hasta que te duermas.
Necesitaría una ducha, pero antes de eso, necesitaba sangre, pensó Román para sí mismo.
Sangre caliente y rica para saciar su sed.
Jugar en el campo de fútbol había incrementado su hambre y, en este momento, trataba de controlar sus rasgos de vampiro.
No podía fumar en la habitación donde la chica estaba enferma y no tenía una lata de sangre consigo.
Julie asintió con la cabeza mientras lo miraba.
Cuando Román movió la cabeza hacia ella, ella fue rápida en subir la manta, cubriéndose hasta la nariz.
Los labios de Román se torcieron, sus ojos clavándose en los de ella.
En algún lugar, al igual que Julieta, sus sentidos se volvían más depredadores y notaba cómo la parte superior de sus mejillas se tornaba roja.
Sus ojos estaban acuosos y su cabello un desastre, provocándole una ola totalmente distinta de pensamientos que lo inundaban.
—¿No te gustó el beso?
—le preguntó él.
El beso fue fenomenal, como fuegos artificiales, pensó Julieta en su mente.
—No es eso —llegaron las palabras silenciadas de Julieta—.
Te contagiarás de mi resfriado.
La cabeza de Román se inclinó a un lado y afirmó:
—¿No has oído que compartir un beso cuando estás enfermo te ayuda a recuperarte más rápido?
Julieta negó con la cabeza:
—No quiero que te enfermes por mi culpa.
Él recordó que, en los ojos de Julieta, él era un humano como ella, sin saber la verdad y dijo:
—No tienes que preocuparte por que me enferme.
Y si lo hiciera…
Estoy seguro de que valdría la pena.
Finalmente Julieta cerró los ojos, sintiendo cómo el lado de la cama se hundía bajo un peso ajeno a su lado que le dejaba saber que Román estaba aquí.
Tomó menos de cinco minutos para que Julieta se quedara dormida.
Cuando volvió a abrir los ojos, encontró a Román sentado en la silla con las piernas cruzadas apoyadas en la mesa.
Ya no estaba en su uniforme de fútbol y había vuelto a su ropa negra, jeans rotos y camiseta.
No había esperado verlo en la habitación, ya que había pensado que para entonces él ya se habría ido.
Como si sintiera que ella estaba despierta, él levantó la vista del libro que tenía en la mano.
Colocándolo sobre la mesa, caminó hacia su cama.
—¿Cómo te sientes?
—preguntó Román, poniendo su mano de nuevo en su frente para sentir su temperatura—.
Parece que todavía estás caliente.
Deberías sentirte mejor mañana por la mañana.
Te traje cena.
Julieta asintió con la cabeza.
Empujándose a sí misma, se sentó en la cama mientras pasaba sus manos por su cabello para domarlo.
—¿Vas a comer tú también?
—preguntó Julieta, notando la bandeja de comida.
Román se agachó, tomando la lata de refresco y sacudiéndola.
Esa era su cena… ¡Eso era una bebida!
Entonces dijo:
—Gracias, por traerme de vuelta al dormitorio y por la cena.
—No hay problema —dijo Román, sin permitirle que se levantara de la cama, y le trajo la bandeja de comida—.
Melanie estuvo aquí hace una hora, para verte.
Julieta giró para mirar el reloj en la mesa, viendo que pasaban de las diez de la noche.
Volvió a mirar a Román y le preguntó:
—¿Cuánto tiempo has estado aquí?
—Tres horas —respondió Román—.
Come.
¿Había estado sentado allí en la silla leyendo un libro mientras vigilaba su salud?
Lo vio tomar un sorbo de la lata mientras sus ojos se encontraban con los de ella.
—No me enfermo tan fácilmente —explicó Julieta—.
La última vez que me enfermé fue probablemente hace dos años.
Mi madre solía colocar este paño húmedo en mi frente para reducir la fiebre.
Se sentaba a mi lado hasta que me quedaba dormida.
—Ella cuidó bien de ti —afirmó Román y Julieta asintió con la cabeza.
—Lo hizo —una pequeña sonrisa apareció en su rostro antes de comenzar a comer lo que Román había traído para ella—.
¿Cuáles son tus planes después de aquí?
—preguntó ella, ya que Román había pasado su tarde con ella en el dormitorio excepto cuando tuvo que ir a cambiarse de ropa.
Román giraba la lata con líquido, rotándola suavemente con las piernas cruzadas, ya que había vuelto a sentarse.
—Dijo: “Hay una fiesta en el Dormitorio de los chicos, por haber ganado el partido de hoy.
Celebrando la primera victoria.”
—¿No tienen reglas de tener que apagar las luces?
—preguntó Julieta, notando cómo algunos de los estudiantes podían doblar las reglas que la universidad había establecido.
—¿Crees que las seguimos?
—Él levantó una de sus cejas y Julieta negó con la cabeza—.
Los pasillos superiores del Dormitorio están como reservados.
Tenemos nuestros tratos con el director.
Y si eso no funciona, siempre está el bosque adonde van los estudiantes.
—¿Cuál fue el otro equipo que ganó en el partido de hoy?
—preguntó ella, tomando un bocado de su comida.
—El equipo de Griffin.
El que tiene a Mateo Jackson.
Va a ser Cuervos contra los Halcones —le informó Román.
—Va a ser un partido intenso —Julieta ya se lo podía imaginar.
Cuando el reloj se acercaba a las once, con solo cinco minutos restantes, alguien llamó a la puerta.
Román caminó hacia allá y cuando abrió la puerta, Julieta vio que era la directora del Dormitorio.
La directora era una mujer con gafas y su cabello recogido.
Tenía una cara de aspecto severo y tocó el reloj.
—Dijo: “No se permiten visitantes masculinos después de las once.
Conoces las reglas.”
Julieta, que había terminado de comer, miró a Román, quien le dio a la mujer una señal afirmativa.
La mujer era un vampiro, esperando a que él se fuera.
¿Se iba?
Su corazón se hundió en el pecho al escuchar que Román tenía que irse ya que tenía planes ya que era el capitán del equipo.
Lo vio caminar de vuelta al interior de la habitación, recogiendo su lata de refresco, y la miró.
—Que descanses bien, Winters —le dijo a Julieta.
Ella le dio una señal afirmativa, ofreciéndole una sonrisa, —Buenas noches.
Gracias otra vez —le deseó a él, con la fiebre todavía persistiendo en su cuerpo y mente.
Mientras todavía estaba sentada en la cama, vio a Román salir del dormitorio y girar para mirarla.
Mientras la directora cerraba la puerta, Julieta miró a Román hasta que el hueco entre la puerta y la pared se redujo.
Después de unos segundos, oyó cerrar y hacer clic a la puerta.
La habitación quedó vacía de nuevo y Julieta agarró la manta frente a ella.
En algún lugar, quería que él se quedara.
Pedirle que no se fuera.
Con el paso de los minutos, el arrepentimiento se infiltró en su mente y se dio cuenta de que no podía hacer nada.
Se estaba acostumbrando a tenerlo alrededor y se preguntaba cómo cambiarían las cosas una vez que él se graduara de aquí.
Julieta estaba perdida en sus pensamientos, mirando la puerta, cuando oyó que la ventana de al lado le daba golpecitos.
Sus ojos se dirigieron hacia la ventana y vio a Román, que estaba afuera, con aspecto un poco jadeante.
Se movió hacia la ventana, empujándola para abrirla.
Román le preguntó:
—¿Querías decir algo?
—sus ojos buscaban en los de ella.
Julieta apretó los labios, su corazón latiendo más fuerte, y dijo:
—No te vayas.
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