Corazón de las tinieblas - Capítulo 55
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55: Capítulo 45 parte 1 55: Capítulo 45 parte 1 Rayven se dirigió a una habitación al otro lado del castillo, lejos de donde dormía Angélica.
Él no quería escuchar su respiración, oler su aroma, ni siquiera pensar en que ella estuviese cerca de él.
No quería preguntarse por qué ella lucía de esa manera y por qué vino aquí, de todos los lugares.
—¿Por qué?
La mujer debió haber perdido la razón.
Él podría matarla aquí y nadie lo sabría.
No es que les importara la hija de un traidor.
Ningún humano se había atrevido a escalar la colina y llegar a su castillo.
Por eso le gustaba este lugar.
Podía estar completamente solo, lejos de todos, pero eso ya no era así.
Se fue a sentar en un rincón del cuarto oscuro, tratando de pensar en cualquier otra cosa.
Intentando distraerse.
Se sentía como si se estuviera asfixiando en su propia casa.
No podía soportar más esta tortura, así que volvió a hacer lo que había estado haciendo antes.
Sacó sus garras ya que no tenía su daga consigo, y luego comenzó a desgarrar su rostro.
Esta vez de manera voluntaria.
****
Angélica despertó sintiéndose adolorida por todo el cuerpo pero cálida.
Había pasado mucho tiempo desde que durmió en una cama tan suave.
Incluso olía bien.
—¿Dónde estaba?
Abrió los ojos solo para encontrarse con la oscuridad.
Un poco de luz solar se colaba detrás de las cortinas gruesas indicándole que era de día.
Miró alrededor sintiéndose un poco confundida.
—¿Cómo llegó aquí?
Recordó que había huido y llegado a lo del Señor Rayven…
—¡Oh!
Estaba en el castillo.
¡Lo había logrado!
Sintiéndose extremadamente aliviada se sentó pero gimió de dolor.
Su cuerpo se sentía como si hubiera sido golpeado, su vestido y cabello estaban húmedos y las sábanas estaban manchadas de sangre.
No era un buen comienzo el arruinar una de sus camas.
Se apresuró a salir de la cama y casi cayó porque le dolían demasiado los pies para sostenerse.
—¡Oh, Señor!
Ese dolor.
Se quedó sentada en el suelo y miró sus pies.
Estaban cubiertos de cicatrices y rasguños.
Angélica no tuvo más opción que arrancar un pedazo de su vestido que ya estaba rasgado y atarlo alrededor de su pie.
Hizo lo mismo con el otro pie.
Luego miró la marca en su muñeca.
Tenía que ocultarla también hasta que pensara en una forma de convencer al Señor Rayven.
Sabía que la echaría de inmediato si veía la marca.
Cuando se levantó, sus pies todavía le dolían pero no tanto como antes.
Se dirigió a la ventana y apartó las cortinas para dejar entrar algo de luz solar.
La ventana le ofreció una vista del patio trasero del castillo.
No había mucho que ver excepto algunos contenedores y plantas muertas.
Miró hacia el cielo.
No estaba tan sombrío y oscuro como el día anterior.
Era brillante y azul.
Angélica esperaba que el clima reflejara cómo sería el resto de su día, pero sabía que aún le quedaba mucho por luchar.
Señor Rayven.
Se estremeció pensando en él.
Casi podía ver sus fríos y enojados ojos frente a ella.
No estaría feliz de verla aquí.
Alejándose de la ventana miró la habitación.
Ahora tenía que pensar en una estrategia para quedarse aquí y hacer que él aceptara…
casarse con ella.
Se tragó su saliva y luego se rió de sí misma.
¿Por qué lo haría?
Volvió a sentarse en la cama.
Era hora de hacer su lista de por qués y por qué no.
Angélica comenzó con por qué él no aceptaría su oferta.
Primero, era la hija de un traidor, estaba marcada como prostituta y tenía una enorme deuda que pagar.
Segundo, ni siquiera le gustaba.
No era de los que se cautivaban por su belleza como otros hombres.
Pero, ¿no era esa la razón por la que estaba aquí?
Se sentía segura porque él nunca la miraba de esa manera.
Si iba a hacer algo con ella, sería echarla o matarla.
Y tercero, si no obtenía ninguna riqueza al casarse con ella, y su reputación se mancharía y además, no apreciaba su belleza, entonces ¿qué otra razón podría tener para casarse con ella?
Uggh.
Esta era una situación imposible.
Ahora sentía que ni siquiera podía hacer la lista de por qué debería casarse con ella.
La única razón que se le ocurría era que no estaba repugnada por él ni le tenía miedo.
¿Sería eso suficiente?
¿Le importaría estar con una mujer a la que no le importaban sus cicatrices ni los rumores que lo rodeaban a pesar de sus defectos?
¿Podría esa ser la razón por la que un hombre como él aún no estaba casado?
Incluso una mujer en una situación desesperada podría no buscarlo por miedo, así que quizás no tenía a nadie que aceptara casarse con él.
Aún así, probablemente preferiría vivir solo el resto de su vida, que estar con una mujer como ella.
Si quería una mujer para el placer, podría comprar una.
Tal vez eso era lo que haría si veía la marca en su mano.
Le tiraría dinero.
Se sintió enferma al pensarlo.
Mientras pensaba de un lado a otro, su estómago gruñó.
¡Oh, Señor!
Ni siquiera había pensado si el Señor Rayven tenía sirvientes o no.
¿Qué pasaría si la echaban antes de que él volviera?
O ¿qué pasa si ya estaba aquí, pero solo en una parte diferente del castillo?
Su corazón comenzó a latir fuertemente pero tenía demasiada hambre como para quedarse encerrada en la habitación.
Fue hasta la puerta, la abrió solo un poco y miró afuera para ver si había alguien.
Nadie.
Genial.
Avanzó de puntillas como si eso ayudara y luego comenzó a buscar el camino hacia la cocina.
Si no había nadie, ¿habría incluso comida para comer?
Lo dudaba, pero aún así buscó la cocina.
En este momento comería cualquier cosa.
Cuando finalmente encontró la cocina, comenzó a buscar algo para comer.
Oró por encontrar cualquier cosa.
Cualquier cosa serviría en este momento.
Después de quitar algunos candados y buscar mientras perdía lentamente la esperanza, encontró un saco con arroz.
Angélica no pudo evitar la sonrisa que iluminó su rostro.
Nunca había estado tan feliz por la comida antes.
Ahora necesitaba agua para cocinar un poco.
Recordando los contenedores que vio en el patio trasero decidió ir allí.
Con suerte, allí era donde el Señor Rayven almacenaba su agua.
Para su alivio, había una puerta en la cocina que llevaba directamente al patio trasero.
Llevando una olla con ella fue a buscar algo de agua.
Estaba agradecida por las cosas que había aprendido mientras trabajaba como criada en la casa del Señor Green porque ahora le era útil.
Sabía cómo encender fuego y cocinar el arroz.
Esperar a que se cocinara se sintió como una eternidad, pero una vez que estuvo listo Angélica ni siquiera pudo esperar a que se enfriara antes de comenzar a comer.
Se quemó varias veces, pero al menos ahora estaba llena.
Parecía que el Señor Rayven no tenía sirvientes, lo cual no era sorprendente.
Angélica se sintió cansada después de haber comido.
Todo en lo que podía pensar era en la cama suave que había dejado.
Su cuerpo rogaba por más descanso.
Sí.
Pensaría en todo una vez que descansara bien.
Encontró su camino de regreso a la misma habitación y se fue a dormir.
Cuando se despertó la próxima vez estaba oscuro afuera.
Podía ver la luna llena a través de la ventana.
Debería haber pensado en encontrar algunas velas antes de irse a dormir.
Ahora tenía que vagar en la oscuridad.
Con cuidado abrió la puerta, miró afuera y escuchó para ver si alguien estaba en casa.
Cuando no pudo escuchar ni ver nada, salió de la habitación.
Deambuló por los oscuros pasillos, tratando de encontrar su camino hacia la cocina.
Necesitaba encender fuego y tal vez podría comer el resto del arroz que dejó.
Solo Dios sabía si conseguiría algo de comida mañana.
No sabía cómo sería su situación si el Señor Rayven regresaba.
Mientras caminaba por los oscuros pasillos vio una fuente de luz a lo lejos.
Angelica pudo oler madera quemada.
¿Había alguien aquí?
¿Había vuelto el Señor Rayven?
¿Sabía que ella estaba aquí?
Con el corazón palpitante, se dirigió hacia donde provenía la luz.
Cuanto más se acercaba a la luz, más miedo tenía.
No estaba lista para enfrentar al Señor Rayven todavía.
Necesitaba más tiempo para ordenar sus sentimientos y pensar en su discurso.
Cuando finalmente llegó a donde provenía la luz, su corazón dio un vuelco.
En el pasillo cuadrado, un hombre estaba sentado en un sofá cerca de la chimenea.
Su rostro estaba vuelto hacia otro lado.
Miraba el fuego mientras sostenía una copa en una mano.
Angélica no necesitaba ver su rostro para saber que era el Señor Rayven.
Solo había un hombre de ese tamaño y fuerza que conocía.
El pánico se apoderó de ella.
Él estaba aquí.
¿Qué debería hacer?
Su primer instinto fue correr y luego pensó en volver a esconderse en la habitación mientras pensaba en algo que decir.
Solo haría el ridículo en este momento y arruinaría todas sus posibilidades.
Justo cuando estaba a punto de dar un paso atrás él habló.
—¿Descansaste bien?
Su profunda voz oscura la alcanzó de una manera que la hizo sentir como si él supiera exactamente dónde estaba parada, a pesar de no volverse a mirarla.
Siguió mirando al fuego.
—Sí, Mi Señor —respondió ella ansiosamente.
Cuando él permaneció en silencio, sintió que tenía que decir algo más.
Explicar por qué tomó la libertad de entrar en su casa, dormir y comer.
Sintiéndose nerviosa, caminó lentamente más cerca.
—No te acerques más —dijo él.
Había un ligero pánico en su voz.
Angélica se detuvo.
—Me disculpo por la molestia.
Yo…
Él se levantó rápidamente asustándola, pero ella se asustó aún más cuando él se volteó, mostrándole su rostro a la tenue luz del fuego.
Un grito se le escapó de los labios y rápidamente se llevó una mano a la boca para detenerse.
¡Oh, Señor!
¿Qué le había pasado?
Si sus cicatrices eran horribles antes, ahora eran imposibles de mirar.
Angélica se sintió enferma al ver el lado de su rostro que era carne cruda.
Incluso sus labios y su ojo de ese lado del rostro tenían cicatrices.
Cicatrices recientes que parecían no solo haber sido infligidas por una daga sino por algo menos afilado que rasgó la carne de su rostro.
—¿Quién hizo esto contigo?
—preguntó ella.
Él entrecerró los ojos.
—Quiero que salgas de mi casa mañana por la mañana.
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