Elian: Criaturas Modernas - Capítulo 16
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16: Deseos 16: Deseos Pasaban de las doce de la medianoche.
Maya seguía sentada al borde de la cama, observando a Elian que se paseaba por la habitación medio tambaleante, pero más lúcido.
El sobre con los billetes aún abierto en la mesa hacía que el ambiente se sintiera…
surreal.
Elian agarró un puñado de los billetes con una sonrisa traviesa.
—Creo que oficialmente soy rico esta semana.
¿Pedimos pizza?
—¿A estas horas?
—Las buenas nunca duermen.
Y yo tampoco.
Maya soltó una risa y buscaron en línea alguna pizzería 24 horas.
Encontraron una y pidieron una familiar con extra queso y pepperoni.
Mientras esperaban, Elian fue hasta el espejo de cuerpo completo apoyado en la pared.
Se quitó la camiseta que tenía medio colgando y se observó con detenimiento.
No tenía ni una cicatriz.
Su piel estaba completamente lisa, pálida, tersa…
casi sobrenatural.
Su pecho marcado y su cuello estilizado parecían más definidos que antes.
Se acercó más.
—Vaya…
¿esto soy yo?
—Al menos sigues siendo guapo —bromeó Maya desde la cama, con una sonrisa leve, aunque sus ojos brillaban de admiración y un poco de inquietud.
Elian volteó.
La miró.
Fue como si algo invisible tirara de él.
Se acercó lentamente hasta quedar de pie frente a ella.
La miró a los ojos, luego bajó la vista a sus labios.
Maya no retrocedió.
Y sin pensarlo más, Elian se inclinó y la besó.
Un beso profundo, dulce, atrevido…
con un dejo de pasión contenida durante días.
Maya respondió sin pensarlo, envolviendo sus brazos en la espalda de él; a sus 17 años era la primera vez que la besaban al menos con mucha pasión.
Elian, con el torso desnudo, la acarició con suavidad por los brazos y la cintura.
Se sentía vivo, conectado, deseado.
Maya tembló un poco cuando él acarició su cuello.
—Te quiero —susurró ella de repente, entre beso y beso—.
Y no quiero perderte.
Elian se detuvo un segundo.
La miró.
Tragó saliva.
—Yo…
tampoco.
Las manos de Maya acariciaban su espalda mientras los labios volvían a encontrarse.
La tensión crecía entre sus cuerpos.
Estaban a un suspiro de cruzar una línea más íntima…
Ding dong.
El timbre.
Ambos se separaron entre risas contenidas.
—La pizza —dijo Elian, y salió sin camiseta a recogerla.
Volvió con la caja y dos latas de soda.
Se sentaron en la cama a comer.
Elian devoraba las porciones con una mezcla de hambre humana y ansiedad…
pero al terminar, se quedó en silencio.
Había comido bastante, pero sentía un vacío.
No en el estómago…
en otro lugar.
—¿No te gustó?
—preguntó Maya.
—No es eso.
Estoy satisfecho, pero…
siento que me falta algo.
Maya le miró sin entender.
Después de terminar la pizza, Elian llamó un taxi para acompañar a Maya a su casa.
Al llegar, ella se bajó sigilosamente y trepó por la misma vía que había usado para escapar.
Antes de entrar por la ventana, se despidieron con un beso largo y suave.
—Gracias por…
volver —susurró ella.
—Gracias por encontrarme —respondió él.
De regreso, Elian pidió al taxista que lo dejara a unas calles de su casa.
Quería caminar.
Sentía el cuerpo eléctrico, con energía de sobra.
La brisa nocturna rozaba su piel y se sentía…
vivo.
Ligero.
Pasó por un edificio abandonado con tres pisos.
Algo lo empujó.
Sin pensarlo, trepó por una cornisa como si fuera un atleta profesional.
Su cuerpo reaccionaba con precisión sobrehumana.
Subió hasta el tejado.
Miró la ciudad dormida desde allí arriba, su respiración controlada, su cuerpo firme.
Y en el reflejo de una ventana rota, vio sus colmillos alargados, sus ojos con un leve brillo rojo.
Por un segundo, le pareció ver algo más…
como una sombra detrás de él.
Un recuerdo, una advertencia, o tal vez…
un vestigio de aquello que llevaba en la sangre.
Bajó con rapidez, y justo al cruzar una calle oscura, un grupo de cuatro sujetos lo interceptó.
—Hey, niño.
¿Te perdiste?
—dijo uno, mientras los otros se reían.
Elian no respondió.
Solo los observó con ojos fríos.
—Mira ese reloj, papito —dijo otro, sacando una navaja.
Uno intentó golpearlo.
Pero Elian se movió tan rápido que pareció desaparecer.
Evadió el golpe, giró detrás del agresor, lo empujó con fuerza y cayó noqueado contra un muro.
Los otros intentaron atacar a la vez.
Elian sentía la sangre de ellos correr…
la olía.
La deseaba.
Golpeó al segundo, esquivó al tercero y al cuarto lo sujetó por el cuello.
Sus colmillos salieron por sí solos.
Su moral humana gritaba que se detuviera, pero el deseo animal lo venció por un instante.
Inclinó la cabeza y clavó los colmillos en el cuello del ladrón, extrayendo sangre con un gemido sordo.
La sangre era deliciosa.
Tibia.
Energética.
Le devolvía algo primitivo.
Hasta que, de pronto, se detuvo.
El hombre seguía vivo.
Elian lo soltó, un poco horrorizado por lo que había hecho.
Se limpió los labios, retrocedió y salió corriendo a toda velocidad, más rápido que cualquier humano.
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