Elian: Criaturas Modernas - Capítulo 3
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- Capítulo 3 - 3 El Liquido Y Las Sombras
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3: El Liquido Y Las Sombras 3: El Liquido Y Las Sombras Los días se deslizaban con una calma engañosa, como si el mundo estuviera reteniendo el aliento.
Elian seguía esperando los resultados de GenTrace.
El correo decía que una vez llegara la muestra al laboratorio, tardaría entre siete y diez días hábiles en procesarse.
Mientras tanto, intentaba mantener su rutina en la universidad, aunque todo se sentía distinto.
Como si una capa invisible lo separara de los demás.
Una tarde, en la sala de prácticas del laboratorio, ocurrió algo que terminó de romper esa delgada barrera.
La clase trataba sobre agentes corrosivos y reacciones químicas básicas.
El profesor, un hombre mayor con ojos como canicas y manos temblorosas, preparaba una demostración sencilla mientras los alumnos tomaban notas desde sus estaciones.
-Mucho cuidado con este compuesto -advirtió-.
Puede provocar quemaduras inmediatas en contacto con la piel.
Siempre usen guantes.
Elian se distrajo un segundo.
No supo si fue por el sueño interrumpido de la noche anterior o por el zumbido agudo que había empezado a notar cada vez que algo emocional pasaba cerca de él.
Entonces lo sintió.
Un codazo accidental de un compañero.
El codo golpeó el vaso con el líquido.
Una fracción de segundo bastó para que un chorro del compuesto volara por el aire y cayera directamente sobre su antebrazo izquierdo.
-¡Cuidado!
-gritó Maya.
Varios estudiantes se alejaron de golpe.
El profesor casi tira la bandeja de pánico.
Pero Elian…
no gritó.
Ni se movió.
Solo bajó la vista, observando cómo el líquido resbalaba por su piel sin provocarle el menor daño.
Su camiseta se manchó, la tela empezó a corroerse, pero su piel quedó intacta.
Como si fuera impermeable.
Como si fuera otra cosa.
El laboratorio quedó en silencio.
-¿Estás…
bien?
-preguntó el profesor, con la voz quebrada.
-Sí.
No me quemó -respondió Elian, intentando sonar tranquilo.
Notaba cómo las miradas se clavaban en él, inquisitivas, tensas.
Dan, que había observado todo desde unos pasos atrás, entrecerró los ojos.
Maya se acercó y le rozó la mano.
-¿Ni una ampolla?
-susurró, con asombro.
-Nada.
Te juro que no siento nada -respondió él.
Mintió.
No era cierto que no sentía nada.
Sentía una punzada en lo más profundo del pecho.
No de dolor, sino de conciencia.
Como si su cuerpo hubiera decidido recordarle que no era completamente humano.
Esa noche volvió a tener pesadillas.
Primero la vio a ella.
Una mujer de rostro difuso, pero de ojos cálidos.
Llevaba el cabello desordenado, mojado, como si acabara de salir de una tormenta.
Estaba acostada en una cama, pálida, respirando con dificultad.
Extendía una mano hacia él, como suplicando.
-Elian…
-susurraba, casi sin voz-.
No…
no lo olvides…
Pero antes de poder decir más, la escena se diluía.
Y entonces aparecía la sombra.
Una figura alta, envuelta en una capa negra que flotaba como humo.
Sin rostro, sin palabras.
Solo presencia.
Una oscuridad pura que lo observaba desde lo profundo del sueño.
A veces estaba en el fondo de un pasillo.
Otras veces, al borde de su cama.
En todas las versiones, Elian no podía moverse.
Solo mirar.
Solo temblar.
Despertó jadeando, cubierto en sudor frío, con la sensación de que alguien lo había estado mirando desde la esquina de su habitación.
La noche seguía cerrada, silenciosa.
Pero en su interior, algo se estaba abriendo.
Algo que no entendía del todo.
Una parte de él quería respuestas.
Otra parte…
tenía miedo de encontrarlas.
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