Elian: Criaturas Modernas - Capítulo 30
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30: La Sed Que No Cesa 30: La Sed Que No Cesa La noche había sido larga, pero para los ocho millonarios rejuvenecidos, el tiempo parecía correr distinto desde que sus cuerpos mutados ardían por dentro con una nueva vitalidad.
La fiesta de sangre había sido solo el comienzo.
Como si aquel banquete macabro hubiera desatado un apetito eterno, ahora la sed era constante, profunda, salvaje.
No contentos con la orgía sangrienta en la mansión de Nevada, los ocho se comunicaron por una nueva llamada holográfica en sus lentes Vances.
Desde sus lujosos salones, con luces tenues y sillones de cuero, se rieron entre ellos como adolescentes planeando una travesura.
Pero esta vez, la travesura era una cacería humana.
—Podríamos comprar sangre en paquetes…,dijo Elias Monroe, recostado en su penthouse de Miami con una copa de vino en la mano, pero…
vamos, ¡no me jodan!
Esa sangre en bolsa es como leche procesada, llena de conservantes.
Yo quiero sangre caliente…
directo de las venas…
Las risas resonaron en sus oídos.
La exduquesa Clarisse von Albercht, ahora con apariencia más joven, pero de mirada aún más cruel que nunca, soltó una confidencia: —Anoche me llevé a un joven bailarín de tango.
Su sangre tenía ritmo…
y sabor a sudor y lujuria.
Rieron.
El deseo de sangre no era solo fisiológico.
Era espiritual, casi filosófico.
Creían que se habían elevado por encima de la humanidad.
Esa misma noche, los millonarios salieron por separado, cada uno desde su ciudad, al acecho.
Gregory Vale, exsenador estadounidense, bajó de su Rolls Royce 2064 en un barrio de mala reputación.
Encontró a un indigente que se masturbaba en un baño público abandonado y le dijo: —Hermano, no será tu peor hábito…
—Y con rapidez, lo empujó contra la pared, clavó sus colmillos mutados y lo dejó seco.
Evelyn Grant, la banquera, atrajo a una joven escort desde una aplicación oculta en Vances.
La llevó a un spa exclusivo.
Luego de una velada de caricias en una bañera de burbujas, le cortó el cuello con sus propias uñas.
Kenneth Wu, magnate tecnológico, organizó una fiesta falsa en una torre de Silicon Valley.
Solo entraron chicas que nadie conocería: inmigrantes sin papeles, sin redes, sin registros.
Aquella noche, tres de ellas no volvieron a salir.
Los noticieros de Vances comenzaron a llenarse de noticias dispersas: “Cuerpos sin sangre”, “Señoritas desaparecidas”, “Indicios de rituales extraños”.
Las alertas se multiplicaban.
Las redes estallaban de teorías.
La periodista Nayra Kovarik, de 25 años, se sentó en su estudio con los lentes Vances activados.
Recorrió las noticias, videos de la conferencia de Victor Kael.
Su instinto le decía que los millonarios estaban conectados con las muertes.
Las marcas, las uñas…
todo coincidía.
—Demasiadas coincidencias.
Y demasiados silencios.
Dudó en acercarse a sus casas.
Eran poderosos.
Pero optó por contactarlos.
Uno de ellos, Maurice Lang, el empresario del petróleo, accedió.
Se haría una entrevista virtual con los lentes Vances.
En el encuentro, Nayra comenzó con preguntas simples: —¿Cómo ha cambiado su vida desde el tratamiento de Gentrace?
Maurice sonrió con los colmillos apenas visibles: —Digamos que…
tengo más energía.
Duermo poco, pienso mucho, disfruto mejor.
—¿Y sobre las desapariciones de las últimas semanas?
Algunos dirían que las marcas en los cuerpos coinciden con…
—hizo una pausa—, con ciertas mutaciones.
El rostro de Maurice no cambió.
Solo sus ojos se entrecerraron.
—Son teorías.
Como decir que la Tierra es hueca o que los periodistas nunca mienten.
—Y soltó una risa seca.
Pero en los últimos segundos de la llamada, Nayra sintió un mareo leve.
Los ojos de Maurice brillaban más de lo normal.
—Tú…
—alcanzó a decir Nayra.
—Tranquila, Nayra.
Tú también quieres saber la verdad.
Pronto, la descubrirás.
Nayra quedó hipnotizada.
Aun consciente, pero con una sugerencia mental plantada: buscaría toda la información sobre nuevas cepas de la medicina, mutaciones más poderosas.
Y al encontrarla, la entregaría a los millonarios.
Mientras tanto, en Gentrace, Alan Richter analizaba los datos de los chips implantados en los millonarios.
—No puede ser…
—dijo al ver la pantalla.
Los niveles de hemoglobina ingerida eran alarmantes.
ADN humano en cantidades industriales.
Era una carnicería silenciosa.
En voz baja, se dijo a sí mismo: —Ellos ya no son humanos.
Y si Victor no detiene esto…
alguien deberá hacerlo.
Alan cerró el archivo.
Sabía que el tiempo corría, y que muy pronto, el mundo conocería el precio de jugar con la sangre del infierno.
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