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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 123

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123: Entre dos marcas 123: Entre dos marcas No hizo ruido, no anunció su llegada.

Simplemente apareció al borde de la pista, su silueta recortada contra los candelabros y el brillo de la luna que entraba por los ventanales.

Cada paso que dio fue medido, imperceptible, pero el efecto fue inmediato: todas las risas y murmullos se apagaron como si alguien hubiera tirado un velo de silencio sobre la sala.

Stephan no se inmutó del todo, pero sus dedos sobre mi muñeca se tensaron ligeramente.

Y yo… yo estaba paralizada.

No por miedo.

No del todo.

Sino por esa mezcla que siempre sentía cuando Lucian estaba cerca: la presión de su poder, el magnetismo oscuro que arrastraba todo a su alrededor, y el hecho de que sus ojos dorados parecían devorarme por completo.

—Vaya… —murmuró Stephan, bajando la voz lo suficiente para que yo lo escuchara, con un brillo travieso en sus labios—.

Parece que tenemos compañía.

Mi corazón golpeaba con fuerza, y podía sentir el pulso de Lucian incluso a distancia.

Sus ojos no me abandonaban; cada movimiento mío, cada respiración, cada pequeña reacción ante Stephan estaba bajo su escrutinio.

Y lo peor… o lo mejor… era que no mostraba signo alguno de celos.

Nada.

Solo esa calma absoluta que era más amenazante que cualquier furia visible.

Stephan, consciente o no de la intensidad de la mirada de Lucian, se inclinó un poco más, rozando mi oreja con sus labios.

—¿Sientes eso?

—susurró—.

Hasta mi hermano parece interesado.

El murmullo sofocado del salón volvió lentamente, pero no era el mismo.

Las parejas que bailaban comenzaron a moverse con más torpeza, desviando miradas hacia nosotros como si temieran perderse un instante crucial.

Algunos se susurraban al oído, otros se limitaban a observar con la atención de quien contempla un incendio crecer a lo lejos.

Las mujeres en la pista se apretaban más contra sus compañeros, y los hombres tensaban las mandíbulas, atentos, midiendo la distancia entre Lucian y yo.

Sentí un escalofrío recorrerme de nuevo, y me pregunté si él, al verme así, siquiera notaba la provocación de Stephan, si percibía la cercanía, la tensión, la chispa que ahora vibraba entre los tres.

Pero Lucian siguió inmóvil, como un monumento de control absoluto.

Sentí el calor de Stephan a mi lado, pero su aparente ligereza no me engañaba su cuerpo estaba alerta, como el de un depredador que sabe que otro aún más grande ha entrado en su territorio.

Apreté los labios y bajé la voz, sin apartar mis ojos de Lucian.

—Stephan… —murmuré, apenas audible—.

¿Qué es lo que pretendes conmigo?

Él giró el rostro hacia mí, y por un instante esa sonrisa burlona se suavizó.

Sus ojos, oscuros como la noche, destellaron con algo que no logré descifrar.

—No es momento de que lo sepas —dijo con calma, casi como si disfrutara de mantenerme en suspenso.

—Cuando será el momento —insistí, tragando saliva, consciente de que cada palabra mía llegaba a oídos de Lucian aunque estuviera al otro lado de la sala—.

Este juego tuyo no me gusta.

Stephan ladeó la cabeza, sus dedos acariciando el dorso de mi mano con una familiaridad peligrosa.

—Créeme, caperucita—susurró—.

Cuando llegue el momento, lo sabrás todo.

Pero hasta entonces… —su sonrisa volvió, filosa, cargada de secretos— tendrás que conformarte con bailar.

La orquesta, como si hubiera sentido la tensión, cambió a un ritmo más lento.

El violín alargó sus notas, las parejas que habian estado detenidas observándonos, comenzaron comenzaron a balancearse con movimientos más íntimos.

Podía sentir la expectación en el aire, la forma en que todos disimulaban mal su curiosidad.

Lucian dio un paso dentro de la pista.

Un solo paso.

Y fue suficiente para que varios se apartaran sin siquiera pensarlo, como si la sombra que lo rodeaba pudiera engullirlos.

Su mirada nunca se apartó de mí, y yo tuve que contener el impulso de apartar la vista.

Stephan afianzó la mano en mi cadera, pegándome aún más a él.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y reprimí un gemido mordiéndome el labio inferior.

Sus ojos reían con picardía; sabía perfectamente lo que estaba haciendo, sabía que cada roce, cada sonrisa era un arma directa contra su hermano.

Me soltó de la cintura solo para girarme con suavidad en la pista.

Mi falda se abrió en un movimiento elegante que arrancó un murmullo general, y al dar una vuelta sobre mí misma, sentí cómo las miradas se clavaban en mí.

Apenas tuve tiempo de recuperar el equilibrio cuando Stephan me jaló de la muñeca y me apretó de nuevo contra su cuerpo, con la naturalidad de alguien que sabe que todos lo observan.

El aire del salón se espesó.

La música cesó como si los músicos hubieran perdido el compás al mismo tiempo.

Mi respiración estaba agitada, y lo peor era que yo misma no sabía si era por el baile o por la tensión que me rodeaba.

Fue entonces cuando lo vi acercarse.

Lucian.

Su andar era seguro, cada paso resonaba en el silencio como un golpe de tambor de guerra.

El salón entero contuvo el aire.

Quise soltarme del abrazo de Stephan, alejarme, pero él se negó; me sostuvo con firmeza, su brazo convertido en una trampa disfrazada de caricia.

Su rostro estaba adornado por una sonrisa maliciosa, y yo me sentía atrapada en medio de un juego que no había elegido: poder, deseo y control entre dos hombres que no aceptaban perder.

Mi pecho dolía, como si cada respiración me recordara que era un simple peón en una partida mucho más grande.

Los murmullos comenzaron.

Los mismos que hacía unos minutos me habían elogiado, alabando mi porte, mi vestido, mi sonrisa… ahora me miraban con recelo.

Podía sentirlo en sus ojos clavados en mí, como cuchillos invisibles.

Era la culpable, pensaban, la mujer que había puesto a dos hermanos en contra.

Una chispa de discordia.

Una tentación que no debería estar en esa pista.

La tensión se podía cortar con un cuchillo.

Stephan apenas me había soltado, pero se mantenía a mi lado, su sonrisa traviesa bordeando lo insolente, los ojos ardiendo en diversión y desafío.

Al otro extremo, Lucian.

Imponente, silencioso, con cada músculo tenso y esas sombras que parecían contornear su figura como si el aire mismo se negara a tocarlo.

Y toda la manada de testigo.

—¡No te acerques a mi luna!

—gruñó Lucian, su voz baja y cargada de amenaza.

El sonido hizo vibrar las paredes del salón y provocó que varios retrocedieran instintivamente.

El silencio fue absoluto, apenas roto por un par de jadeos ahogados.

Su mirada dorada me quemaba.

No era solo un reclamo.

Era una sentencia.

Stephan soltó una carcajada sarcástica, un sonido que se sintió como un látigo en el aire.

Inclinándose hacia mí, volvió a invadir mi espacio, tan cerca que su aliento rozó mi oído.

Sus dedos bajaron lentamente por mi brazo, una provocación descarada, y el murmullo que se alzó en la sala fue más fuerte que nunca.

—¿Tu luna?

—murmuró con diversión venenosa—.

Creo que el gran Alfa olvida un pequeño detalle.

Mi luna… —su voz se detuvo un segundo, suficiente para que todos contuvieran el aliento—.

Mi esposa.

Mi corazón dio un vuelco tan fuerte que sentí que el suelo me fallaba bajo los pies.

La palabra cayó como una cadena invisible alrededor de mi cuello, cerrándose con un chasquido inaudible.

“Esposa.” El aire se volvió irrespirable.

Podía sentir cómo los ojos de la manada se clavaban en mí con el doble filo de la sorpresa y el reproche.

Ya no era solo recelo, era juicio.

Era condena.

Abrí la boca, buscando palabras que no encontré.

Mis labios temblaron, mi mirada se fijó en Stephan, incapaz de ocultar la sorpresa que me atravesó como un rayo.

Él sonrió, satisfecho, sabiendo que acababa de desatar algo mucho más grande de lo que yo podía controlar.

Él sonreía con una superioridad despreocupada, disfrutando cada segundo de mi confusión, de cómo mi respiración se aceleraba y mis ojos se llenaban de dudas.

Cada pequeño titubeo mío parecía darle más placer, más poder sobre mí.

—Nos casamos bajo la luna —continuó Stephan, su voz firme y cargada de veneno, aunque envuelta en un aire sarcástico—.

Hace muchos años, en las playas de México, bendecidos por el Alfa de la manada Bruma de Plata.

El murmullo recorrió la sala como una ola que estallaba contra las paredes.

Vi cómo algunos presentes abrieron los ojos de par en par, incrédulos; otros se llevaron la mano a la boca, y algunos más me miraron con un recelo que pesaba como un juicio.

Parejas se apartaron de la pista, creando un círculo amplio alrededor de nosotros.

Nadie quería perder detalle de lo que estaba ocurriendo.

Recordé aquella noche.

El ritual.

Los cantos bajo la luna.

Yo había creído que era solo una ceremonia tradicional, un capricho de la cultura local, nada más.

Nunca… jamás… pensé que se trataba de un rito sagrado, un vínculo real.

Y ahora, frente a todos, Stephan me ataba a él con esas palabras como si hubiera preparado esta revelación durante años.

Mi mente se enredaba en una maraña imposible de desatar.

Lucian no dijo nada al principio.

Su gruñido era bajo, gutural, vibraba en el pecho de todos los presentes como un recordatorio de quién era el verdadero depredador en esa sala.

Sus ojos dorados me mantenían prisionera, y en ellos no había duda, ni debilidad, solo furia contenida.

Stephan, por el contrario, reía.

Reía como si todo esto no fuera más que un juego perverso, como si él tuviera todas las piezas en sus manos.

—¡Ella es mi luna, Stephan!

—rugió Lucian, su voz fue un trueno que resonó por encima de todo—.

¡La tomé la noche de la Luna Carmesí!

¡Y toda la manada fue testigo!

Un coro de vítores y aullidos lo respaldó de inmediato.

Los fieles a su liderazgo gritaban su nombre, golpeaban el suelo con los pies, con fuerza, con furia, recordándole a Stephan que el Alfa legítimo estaba frente a él.

Pero al mismo tiempo, escuché algo más.

Un eco distinto.

Aplausos y vítores hacia Stephan, voces que celebraban su osadía, que se alzaban como cuchillas en la tensión de la sala.

La manada estaba dividida, el salón se había convertido en una arena improvisada.

Antes de que pudiera siquiera procesarlo, Lucian me tomó del brazo con un movimiento brusco, pegándome a su cuerpo.

Su calor me rodeó, su fuerza me aprisionó.

Sus dedos se hundieron en mi piel, y su sola presencia me dejó sin aire.

Con un gesto rápido, me giró para mostrar la marca en mi cuello, aquella cicatriz ardiente que había dejado sobre mí la noche del ritual.

Un sello, un hecho irrefutable: yo le pertenece.

El murmullo se convirtió en un rugido de voces.

Había quienes aplaudían el gesto con respeto absoluto, y quienes me miraban con rabia, con desprecio, como si yo fuera la culpable de que dos hermanos estuvieran a punto de destruirse.

La adoración que habían tenido hacia mí hacía apenas unos momentos se tornaba en recelo venenoso.

Stephan soltó un gruñido profundo.

Vi cómo sus garras comenzaron a asomar, brillando con un filo letal bajo la luz de los candelabros.

Lucian me apartó de inmediato, empujándome detrás de él como un escudo vivo.

Sus propias garras se desplegaron, largas y oscuras, tensas, listas para desgarrar.

El aire abandonó mis pulmones: sabía que un movimiento más y aquello se convertiría en una masacre frente a toda la manada.

Entonces, un gruñido poderoso y antiguo se alzó sobre todos los demás, cortando el aire con una fuerza que nos obligó a bajar la cabeza.

—¡Alto, jóvenes Alfas!

—la voz de Maximus, el Alfa supremo, regresó como un trueno.

La sala entera tembló bajo su autoridad, y un silencio absoluto cubrió la tensión como una losa de piedra—.

Esto no se resolverá con sangre en el salón.

Requiere una reunión del consejo.

Pero Stephan no retrocedió.

Sus ojos ardían con un fuego insurrecto.

—Yo, Alfa Stephan —rugió, dejando que su voz se expandiera con fuerza—, te desafío por la manada Hermanos de la Sombra.

El silencio se quebró en mil pedazos.

Hubo un coro de jadeos ahogados, el sonido de vasos caer al suelo, y luego… vítores.

Algunos aplaudían, enardecidos, celebrando la valentía de Stephan.

Otros rugían en defensa de Lucian, gritando su nombre con rabia y orgullo.

La pista, iluminada por la Luna, se había convertido en el escenario de una guerra que estaba a punto de desatarse.

Y yo… yo era el premio en disputa.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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