Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 13
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- Capítulo 13 - 13 Un velo de vino tinto Eliza
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13: Un velo de vino tinto (Eliza) 13: Un velo de vino tinto (Eliza) La luz tenue y dorada del restaurante “Le Fleur” danzaba sobre la mesa, reflejándose en el cristal brillante de nuestras copas.
El ambiente era exquisito, cada detalle cuidadosamente diseñado para evocar una atmósfera de romance y sofisticación.
Damián había elegido este lugar para nuestra cita, y no podía evitar sentirme como una princesa atrapada en un cuento de hadas.
Sin embargo, bajo la superficie de mi aparente calma, una corriente de emociones se agitaba, como si presintiera que algo estaba a punto de romper la perfección de aquella noche.
Mi vestido, un diseño de seda color champán que había encontrado tras horas de búsqueda, se deslizaba con suavidad sobre mi cuerpo.
Me hacía sentir hermosa, segura, diferente.
Damián no dejaba de mirarme con esos ojos oscuros que parecían leerme el alma, y sus cumplidos constantes hacían que mis mejillas se tiñeran de un rubor que no podía controlar.
Era como si estuviera flotando, perdida en la calidez de su presencia.
La conversación fluía entre nosotros, ligera y llena de risas.
Cada palabra parecía un puente que nos unía más profundamente.
La comida, una obra maestra culinaria, deleitaba mi paladar, pero mi atención estaba completamente en él.
Todo parecía perfecto… hasta que la vi.
Luna.
Su entrada al restaurante fue como un rayo en medio de un cielo despejado.
Vestida con un atuendo llamativo y acompañada por un grupo de amigas cuya risa estridente rompió la armonía del lugar, su presencia era imposible de ignorar.
Mi estómago se contrajo al instante.
La había conocido esa misma mañana, pero no había querido preguntar nada sobre ella.
Algo en su mirada me había advertido que no era alguien con quien quisiera cruzarme nuevamente.
Nuestros ojos se encontraron, y su sonrisa desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Su rostro se transformó en una máscara de desprecio y furia.
Una ola de hostilidad emanó de ella, tan intensa que sentí que me quemaba la piel.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y el aire a mi alrededor se volvió pesado.
Damián notó mi cambio de humor y siguió mi mirada.
Su mandíbula se tensó al verla, y su mano se cerró con fuerza sobre la mía.
—No te preocupes —me susurró al oído con voz firme—.
Yo me encargo.
Pero antes de que pudiera preguntarle qué significaba eso, Luna y sus amigas caminaron hacia nuestra mesa con pasos decididos.
La sala entera pareció contener el aliento.
Podía sentir las miradas curiosas y expectantes de los demás comensales clavadas en nosotros.
—Vaya, vaya —dijo Luna con un tono cargado de sarcasmo—.
Miren a quién tenemos aquí.
Mi prometido con una zorra.
Sus palabras me golpearon como una bofetada.
Sentí que la sangre se me helaba en las venas, mientras el calor subía a mi rostro hasta teñirlo de escarlata.
Las palabras resonaban en mi cabeza “mi prometido”.
¿Qué estaba diciendo?
¿Qué clase de mentira era esa?
—Luna —intervino Damián con voz contenida pero firme—.
Por favor, vete.
No quiero causar una escena.
—¿Una escena?
—replicó ella con una sonrisa burlona—.
Ya la estás causando, Damián.
Al salir con esta… cosa.
Su desprecio era como un cuchillo afilado que cortaba profundamente en mi orgullo.
Las miradas de los demás me quemaban; podía sentir su juicio sin necesidad de escuchar sus palabras.
Quería desaparecer, hundirme bajo la mesa y no volver a salir jamás.
—No te permito que le hables así —dijo Damián, levantándose de su silla con una autoridad que nunca antes le había visto.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
—desafió Luna, acercándose aún más, su sonrisa venenosa iluminando su rostro.
La tensión en el aire era insoportable, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.
Y entonces sucedió.
En un movimiento rápido y calculado, Luna tomó su copa de vino tinto y la vació sobre mí.
El líquido frío y pegajoso empapó mi vestido, manchando la seda delicada con un rojo intenso que parecía sangre derramada en un campo de batalla.
Sentí el vino corriendo por mi piel, pegándose a mi cabello y a mi rostro.
Me quedé paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir.
Una ola de humillación me envolvió por completo, arrastrándome hacia una oscuridad sofocante.
Las risas crueles de las amigas de Luna resonaron como un eco despiadado en mis oídos.
Mi garganta se cerró; las palabras se negaban a salir.
Solo podía sentir las lágrimas ardiendo detrás de mis ojos, amenazando con derramarse en cualquier momento.
Damián estaba furioso.
Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa mientras sus puños se apretaban tanto que sus nudillos se habían puesto blancos.
—¡Luna!
—gritó, su voz resonando como un trueno en el restaurante—.
¡Estás fuera de control!
Pero Luna no parecía afectada.
Al contrario, parecía satisfecha con su obra.
—Esto es solo el comienzo —dijo con una sonrisa maliciosa—.
No voy a permitir que te quedes con Damián.
Él es mío.
Es mi compañero.
Sus últimas palabras me dejaron helada: “compañero”.
Había algo extraño en la forma en que lo dijo, como si escondiera un significado más profundo que no lograba comprender.
Antes de poder analizarlo, Luna se dio la vuelta y salió del restaurante con sus amigas, dejando tras de sí un rastro de caos y humillación.
Damián se quitó su abrigo y me lo colocó sobre los hombros con cuidado.
—Vámonos —dijo suavemente, pero su voz aún estaba cargada de rabia contenida.
Me ayudó a levantarme y pagó la cuenta rápidamente antes de llevarme a su coche.
Durante el trayecto, apenas podía pensar con claridad.
Nunca antes había experimentado una humillación tan pública ni una sensación tan abrumadora de impotencia.
¿Por qué alguien haría algo tan cruel?
¿Qué buscaba Luna realmente?
Mis pensamientos eran un torbellino incontrolable.
De repente, me di cuenta de que Damián no me estaba llevando a los dormitorios de la facultad como esperaba.
Frenó frente a un edificio elegante y abrió la puerta del coche antes de rodearlo para ayudarme a salir.
Sin decir nada, me tomó entre sus brazos.
El contacto de sus dedos contra mi piel fue suficiente para sacarme del trance en el que me encontraba.
Su rostro estaba tan cerca del mío que podía sentir su respiración cálida contra mis labios.
Su colonia amaderada impregnó mis sentidos, haciendo que mi corazón latiera descontroladamente.
—Por Dios, Eliza… No hagas eso —dijo cuando mordí mi labio inferior sin darme cuenta—.
Me vuelves loco.
No pude responderle; las palabras seguían atrapadas en mi garganta.
Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra su pecho mientras él me llevaba hacia su departamento como si no pesara nada.
Al entrar al baño, me depositó suavemente sobre el lavabo antes de abrir el grifo de la bañera y comprobar la temperatura del agua.
Le agregó sales aromáticas y burbujas mientras yo lo observaba en silencio, todavía tratando de procesar todo lo ocurrido.
—Deja tu vestido junto a la puerta —dijo antes de salir del baño para darme privacidad.
Me desvestí lentamente, sintiéndome vulnerable bajo la luz cálida del cuarto.
El vino había arruinado mi vestido por completo; las manchas rojas eran un recordatorio cruel del espectáculo humillante que Luna había montado frente a todos.
El agua caliente me envolvió al entrar en la bañera, limpiando no solo el vino pegajoso sino también parte del peso emocional que cargaba sobre mis hombros.
Cerré los ojos e inhalé profundamente, dejando que las burbujas acariciaran mi piel.
Un suave toque en la puerta me hizo girar la cabeza.
—Adelante —dije con voz apenas audible.
Damián asomó la cabeza con una sonrisa amable antes de entrar para recoger mi vestido arruinado.
Dejó un cárdigan sobre el lavabo antes de salir nuevamente.
—Lamento no tener ropa para mujer aquí… Pero creo que eso servirá por ahora —dijo antes de cerrar la puerta tras él.
Mientras me sumergía nuevamente en el agua caliente, no podía dejar de pensar en él.
Había algo en Damián que iba más allá del deseo o la atracción física; era una conexión profunda e inexplicable que comenzaba a sofocarme tanto como a consolarme.
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