Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 14
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14: Tentaciones (Damián) 14: Tentaciones (Damián) La luz tenue y dorada del restaurante “Le Fleur” acariciaba las paredes como un susurro, envolviendo el lugar en un aire de sofisticación que parecía diseñado para momentos perfectos.
Había elegido este rincón del mundo con la esperanza de que la noche fuera memorable para Eliza.
Ahí estaba ella, sentada frente a mí, su vestido de seda reflejando la luz como si fuera una estrella caída del cielo.
Su sonrisa era un bálsamo para mi alma inquieta, y por un instante, me permití creer que todo estaba bien.
Que todo sería perfecto.
¿Cómo algo tan frágil puede ser tan devastadoramente hermoso?
pensé mientras la miraba.
Había algo en su risa, en la forma en que sus ojos brillaban al hablar de cualquier cosa, que me hacía querer protegerla del mundo entero.
Pero esa felicidad, esa burbuja de calma, se rompió en mil pedazos cuando la puerta del restaurante se abrió y vi a Luna entrar.
La risa de Luna resonó como un eco maldito, arrastrando consigo una sombra que cubrió todo a su paso.
Mi cuerpo se tensó al instante, como si un frío glacial hubiera invadido mis venas.
No aquí.
No ahora.
Mis manos, que hasta ese momento habían sostenido las de Eliza con ternura, se cerraron en puños bajo la mesa.
Luna no había venido sola; estaba rodeada de su séquito habitual, mujeres tan afiladas como cuchillos, listas para cortar con sus miradas y comentarios venenosos.
Eliza también la vio.
Pude sentir el cambio en su postura, cómo su sonrisa se desvanecía lentamente, como si alguien hubiera apagado una vela en su interior.
Su incomodidad era palpable, y eso me llenó de una furia que amenazaba con consumirlo todo.
¿Por qué tiene que ser así?
¿Por qué Luna siempre encuentra la manera de arruinarlo todo?
–No te preocupes –le susurré a Eliza, apretando su mano con más fuerza de la necesaria–.
Yo me encargo.
Pero incluso mientras lo decía, sabía que no sería tan fácil.
Luna no era el tipo de persona que retrocedía ante un simple “por favor”.
Y lo confirmó cuando se acercó a nuestra mesa con esa sonrisa maliciosa que conocía demasiado bien.
–Vaya, vaya –dijo con un tono cargado de veneno–.
Miren a quién tenemos aquí.
Mi prometido con una…
–hizo una pausa teatral, dejando que el insulto se cociera en el aire– zorra.
La palabra golpeó como un látigo, y sentí cómo mi sangre hervía en mis venas.
Mi mandíbula se tensó tanto que dolía, y tuve que recordarme respirar para no perder el control.
No aquí.
No frente a Eliza.
Pero el daño ya estaba hecho.
Vi cómo los ojos de Eliza se llenaban de una mezcla de sorpresa y dolor, y algo dentro de mí se rompió.
–Luna –dije con una firmeza que apenas contenía mi rabia–.
Por favor, vete.
No quiero causar una escena.
–¿Una escena?
–se burló ella, inclinándose hacia mí como si compartiera un secreto– Oh, cariño, ya estamos en una escena.
¿No lo ves?
Tú y tu nueva conquista protagonizan mi pequeño espectáculo.
Quería gritarle, quería levantarme y sacarla del restaurante a rastras si era necesario, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas.
Esto es lo que quiere.
Quiere que pierda el control.
Pero cuando vació su copa de vino sobre Eliza, todo pensamiento racional desapareció.
El líquido rojo oscuro se derramó sobre el vestido champán de Eliza como sangre fresca, y el sonido del vidrio al chocar contra la mesa pareció amplificar el impacto emocional de la escena.
Vi cómo Eliza se quedaba inmóvil por un momento, sus ojos abiertos como platos mientras procesaba lo que acababa de suceder.
Luego bajó la mirada hacia su vestido arruinado, y la humillación se apoderó de su rostro.
–¡Luna!
–grité con una furia que no pude contener más.
Mi voz resonó en todo el restaurante, haciendo que las conversaciones cesaran y todas las miradas se volvieran hacia nosotros–.
¡Estás completamente fuera de control!
Pero ella solo sonrió, satisfecha con el caos que había provocado.
Esa sonrisa fue la chispa que encendió un incendio dentro de mí.
Quería destrozar algo, cualquier cosa.
Pero más que eso, quería borrar esa expresión triunfante de su rostro.
Cuando finalmente se marchó, dejando tras de sí un rastro de risas burlonas y miradas curiosas, me volví hacia Eliza.
Su rostro estaba pálido, y sus ojos evitaban los míos como si temiera lo que pudiera ver en ellos.
–Lo siento tanto –le dije, mi voz más suave ahora mientras la ayudaba a levantarse–.
Vamos…
te llevaré a casa.
El camino a mi departamento fue silencioso, cada segundo cargado con una tensión que parecía apretar mi pecho como un puño invisible.
Podía sentir su incomodidad, su dolor, y me odié por no haber podido protegerla mejor.
Esto no debería haber pasado.
Esto nunca debería haber pasado.
Cuando llegamos, la llevé al baño sin decir una palabra más y abrí el grifo para llenar la bañera con agua caliente.
Quería hacer algo por ella, cualquier cosa para aliviar su angustia.
–Puedes dejar tu vestido aquí –le dije mientras me giraba para darle privacidad–.
El agua te ayudará a relajarte.
Mientras ella se sumergía en el agua, salí del baño y cerré la puerta detrás de mí.
Pero mi mente no podía dejarla ir.
La imagen de su rostro herido seguía grabada en mi memoria, y cada vez que pensaba en ello, sentía la rabia volver como una ola imparable.
¿Cómo pude permitirlo?
¿Cómo dejé que Luna ganara?
Quería volver al restaurante y encontrar a Luna, enfrentarla por lo que había hecho.
Pero sabía que eso no solucionaría nada.
Lo único que importaba ahora era Eliza.
Cuando volví al baño después de unos minutos, ella estaba sumergida en el agua hasta los hombros, sus ojos cerrados mientras el vapor envolvía su cuerpo como un manto protector.
Dejé un cárdigan sin botones sobre una silla cercana.
–Disculpa que no tenga ropa para ti –dije con una pequeña sonrisa forzada–.
Pero creo que esto servirá por ahora.
Ella abrió los ojos y me miró por un momento antes de asentir lentamente.
Había algo en su mirada que me hizo detenerme; una mezcla de vulnerabilidad y fortaleza que me dejó sin palabras.
Mientras me alejaba para darle espacio, sentí cómo mi rabia comenzaba a transformarse en algo diferente.
No era menos intenso; era un deseo ardiente de ser más para ella.
De ser alguien en quien pudiera confiar completamente, alguien que pudiera borrar cualquier sombra que Luna o el mundo intentaran arrojar sobre nosotros.
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