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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 142

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142: El jardín encantado 142: El jardín encantado El amanecer apenas comenzaba a rozar las torres del castillo cuando Madison y Ashley decidieron salir de sus habitaciones.

El aire era frío, pero no incómodo; tenía ese perfume dulce y húmedo de las flores nocturnas que aún no se habían cerrado del todo.

Los pasillos estaban bañados por una claridad dorada que parecía surgir de las paredes mismas, no del sol.

El castillo de los Sangre de Hierro nunca dormía del todo.

Respiraba.

Cada columna estaba envuelta en hiedras luminosas que destellaban con tonos plateados, como si guardaran fragmentos de luna en sus venas.

Las escaleras parecían moverse con una pereza viva, ajustándose al paso de quienes las cruzaban.

En las vidrieras, figuras antiguas de lobos y lunas cambiaban sutilmente de postura cuando uno no miraba directamente.

El aire vibraba con una energía casi imperceptible, un murmullo constante que podía confundirse con el suspiro del propio castillo.

—Esto es… como caminar dentro de un sueño —susurró Ashley, extendiendo los dedos hacia una enredadera que, al sentir su cercanía, se movió y le rozó la mano como un saludo.

—Un sueño… o una ilusión —replicó Madison, aunque una sonrisa se dibujó en su rostro.

Su voz parecía perderse entre los ecos suaves del lugar, como si cada palabra fuera absorbida por los muros antiguos.

Caminaron sin rumbo, guiadas por la curiosidad.

El suelo de mármol reflejaba sus figuras envueltas en luz ámbar, y el aire tenía un tono casi musical: el tintineo de cristales, el murmullo de hojas, el lejano eco de un reloj que no marcaba horas humanas.

A su alrededor, las puertas de madera tallada respiraban magia; algunas exhalaban brisas cálidas con aroma a incienso, y de otras escapaban murmullos apagados, como si el castillo recordara los secretos de todos los que alguna vez lo habitaron.

Doblaron un corredor que desembocaba en un invernadero interior.

El cambio fue inmediato: el aire se volvió tibio, espeso de perfume, y los sonidos del castillo se silenciaron, reemplazados por el canto delicado del agua.

Las paredes eran de cristal, cubiertas por ramas de buganvilias que brillaban con reflejos violeta y dorados.

Cada pétalo parecía tener vida propia, abriéndose apenas al paso de las chicas, como si las saludara.

En el centro, una fuente de piedra derramaba agua que caía en finos hilos de cristal líquido; y cada gota, al tocar el suelo, se transformaba en una chispa de luz que se elevaba y luego se desvanecía en el aire.

—Oh, dioses… —murmuró Ashley, con los ojos muy abiertos—.

Nunca había visto algo así.

Madison caminó hasta una flor enorme de pétalos azul celeste, casi del tamaño de su torso.

Cuando la tocó, un polvillo brillante se alzó y comenzó a girar a su alrededor, como si la flor la reconociera.

La luz se deslizó por su cabello, tiñéndolo de reflejos plateados.

—Tiene conciencia —susurró ella, fascinada—.

Es magia viva.

—¿Crees que Eliza sabe que viene de un lugar así?

—preguntó Ashley, observando con cautela el movimiento de las flores que parecían inclinarse hacia ellas.

Madison asintió lentamente.

—Creo que Eliza lo siente… aunque no lo entienda.

Ambas se acercaron a la fuente y se sentaron sobre el borde de piedra, dejando que el vapor cálido las envolviera.

Pequeñas mariposas translúcidas volaban entre los lirios y los rosales; cada una emitía una luz azulada, tan suave que parecía el reflejo de un alma diminuta.

El castillo entero parecía latir con ellas.

—¿Te das cuenta de que no hay sombras aquí?

—preguntó Ashley, alzando la vista hacia el techo de cristal, donde la luz jugaba sin proyectar oscuridad alguna.

—Sí… —respondió Madison, frunciendo el ceño—.

Ni siquiera las nuestras.

El aire cambió entonces.

Se volvió más espeso, cargado de un aroma dulce y terroso, como si algo invisible despertara bajo sus pies.

La fuente emitió un sonido distinto, más profundo, casi como un suspiro.

Las dos amigas se miraron, inmóviles.

Y justo frente a ellas, el suelo comenzó a temblar con suavidad.

Entre las raíces y las flores brotó una nueva planta, creciendo con una velocidad imposible.

Sus hojas se abrieron como brazos verdes, y en cuestión de segundos una flor gigantesca floreció, desplegando pétalos que formaron una mesa natural, trenzada con tallos de plata y cristales líquidos.

De su centro brotó una vaporosa neblina dorada que se condensó en forma: Dos tazas de té humeante, un pequeño azucarero tallado en cuarzo y un plato con pastelitos cubiertos de polvo dorado.

Ashley parpadeó, incrédula.

—¿Eso… acaba de brotar del suelo?

Madison se inclinó un poco, observando la perfección de los pastelitos.

—Creo… que el castillo acaba de invitarnos a desayunar.

Ashley soltó una risa nerviosa y tomó una de las tazas.

El aroma era embriagador: una mezcla de jazmín, miel y algo más profundo, imposible de describir.

—Bueno —dijo, dando un pequeño sorbo—, si el castillo quiere ser buen anfitrión, no seré yo quien le lleve la contraria.

Madison la imitó.

El sabor era cálido, con un toque floral y dulce que parecía derretirse en la lengua.

—Es delicioso… —susurró, cerrando los ojos—.

Tiene… magia.

—Y pastelitos mágicos, al parecer —añadió Ashley, tomando uno con gesto divertido—.

Si engordo, juro que le echo la culpa al castillo.

Ambas rieron, y su risa pareció despertar al lugar.

Las flores se abrieron más, las mariposas ascendieron en espiral, y un suave resplandor se extendió por todo el invernadero.

Por un instante, el castillo pareció responder, complacido.

El aire vibró con un sonido casi musical, como si el corazón mismo del lugar hubiera sonreído.

Las dos amigas intercambiaron una mirada.

Era hermoso… pero también extraño.

Demasiado perfecto.

—Dicen que el castillo está vivo —comentó Madison en voz baja, como si temiera ser escuchada—.

Que fue construido por los antiguos Alfas de la manada Sangre de Hierro.

Ashley sonrió, intentando restarle importancia.

—Entonces explica por qué cada flor parece mirarte.

—No me mires así.

Lo digo en serio —insistió Madison—.

He leído cosas.

Y escuchado cosas al viajar por tantos lugares con Stephan.

Ashley respiró hondo, con el corazón acelerado.

—Cuéntame de tus aventuras — Aquí agregar aventuras, agregar una conversación de Madison donde le pregunte con curiosidad a su amiga, ella se ha tenido que quedar en la manada con los padres de thiago y no están muy felices que el se allá casado con una humana.

—Cuéntame de tus aventuras —pidió Ashley, recostándose contra el borde de la fuente.

Sus dedos jugaban con una flor que parecía flotar sobre el agua sin hundirse.

Madison sonrió, divertida.

—¿Quieres todas o solo las que no terminan con nosotros escapando de criaturas que gruñen?

—Todas —respondió Ashley enseguida—.

Las que huelen a peligro son las más entretenidas.

Madison soltó una risita suave.

El sonido se mezcló con el canto de los cristales colgantes que tintineaban entre las flores, como si el castillo mismo celebrara el momento.

—Bueno, la más reciente fue en las Montañas Grises.

Stephan insistió en que había un templo antiguo custodiado por un espíritu lobo… —hizo una pausa teatral, mirando a su amiga con malicia—.

Resulta que el espíritu tenía un sentido del humor bastante retorcido.

Nos hizo pasar tres noches bajo una tormenta hasta que admitimos que estábamos perdidos.

Ashley arqueó una ceja.

—¿Y sobrevivieron cómo?

—Con un hechizo de fuego mal hecho y una botella de whisky que encontramos en su mochila —rió Madison—.

Stephan juró que era “para ofrendas”.

Ashley soltó una carcajada que llenó el invernadero, haciendo que las flores más cercanas se estremecieran como si reaccionaran a la risa.

—Dioses, suena a él.

Siempre tan… disciplinado hasta que algo explota —dijo, cubriéndose la boca al reír.

Madison la observó con ternura.

—¿Y tú?

No me has contado cómo va la vida entre la familia de Thiago.

El brillo divertido en los ojos de Ashley se apagó un poco.

Bajó la vista hacia el agua, donde los reflejos bailaban sobre su rostro.

—Rara —admitió finalmente—.

No es fácil vivir con los padres de Thiago.

—¿Aún no te aceptan del todo?

—preguntó Madison con suavidad.

Ashley negó despacio.

—Digamos que toleran mi presencia.

Pero aceptar que su hijo se casara con una humana… es otra historia.

Una brisa tibia pasó entre ellas.

Algunas hojas cayeron desde lo alto, flotando lentamente antes de tocar el agua.

Cada hoja se convirtió en un destello de luz, desapareciendo al contacto.

—¿Te hacen sentir incómoda?

—insistió Madison.

—A veces.

No lo hacen directamente, pero hay miradas.

Comentarios.

Esa forma en que dicen “humana” como si fuera una enfermedad —dijo Ashley, forzando una sonrisa—.

Aunque Thiago intenta compensarlo todo.

Es tan dulce que a veces me pregunto cómo alguien así nació en esa familia.

—Tal vez porque alguien debía romper la cadena —comentó Madison, con tono firme.

Ashley alzó la mirada, encontrando en su amiga un gesto de sincero apoyo.

—¿Sabes lo peor?

—continuó ella, riendo suavemente, aunque sus ojos se humedecieron—.

Que cuando me enojo, el castillo me responde.

Las puertas se cierran solas, las luces cambian de color.

Hace una semana, sin ir más lejos, la chimenea decidió apagarse justo cuando su madre me preguntó si sabía cocinar “comida de verdad” Madison se cubrió la boca para no soltar una carcajada.

—¡No!

—Te juro que sí —rió Ashley entre lágrimas—.

Creo que el castillo me defiende.

Madison sonrió, con los ojos brillantes.

—Entonces no estás tan sola como crees.

Por un momento, el silencio volvió, pero no fue incómodo.

La fuente seguía murmurando su música líquida, y las mariposas de luz revoloteaban a su alrededor.

El castillo respiraba en calma, como si escuchara.

—¿Sabes?

—dijo Madison tras unos segundos, mirando hacia lo alto del invernadero, donde las hadas aún danzaban en diminutos círculos luminosos—.

Creo que este lugar no es solo una fortaleza.

Es un corazón.

Ashley frunció el ceño.

—¿Un corazón?

—Sí.

Late, siente, reacciona.

Mira —se inclinó hacia una flor color ámbar y susurró algo apenas audible.

La flor se abrió lentamente, exhalando un perfume cálido que llenó el aire—.

Responde a las emociones.

Si lo tratas con respeto, te devuelve belleza.

Ashley observó fascinada.

—Y si lo enfadas… —Tal vez despierte cosas que es mejor no ver —concluyó Madison, sonriendo con un toque de misterio.

Las dos se miraron, y un escalofrío las recorrió al mismo tiempo, aunque no supieron decir por qué.

Para romper la tensión, Ashley habló de nuevo —Bueno, mientras el castillo no empiece a dar opiniones sobre mi peinado, creo que sobreviviré.

Madison soltó una risa genuina, tan contagiosa que hasta el agua de la fuente pareció vibrar con el sonido.

—Créeme, si pudiera hablar, te diría que estás preciosa.

—Oh, por favor —bromeó Ashley, empujándola con el hombro—.

Si el castillo tuviera voz, seguro estaría enamorado de ti.

—¿De mí?

—Madison arqueó una ceja—.

Lo dudo.

Soy demasiado curiosa.

Este lugar prefiere a los que no hacen demasiadas preguntas.

—Entonces ya estamos condenadas las dos —dijo Ashley, levantándose y extendiendo la mano a su amiga—.

Porque yo pienso explorar hasta el último pasillo.

Madison aceptó su mano y se puso de pie.

—Trato hecho.

Pero si encontramos un espejo que respire o una escalera que hable, corremos en direcciones opuestas.

Ambas rieron mientras se alejaban, sus pasos resonando entre el murmullo de las flores y el murmullo sutil del castillo, que parecía observarlas con un cariño silencioso.

Cuando la puerta del invernadero se cerró detrás de ellas, una última mariposa de luz flotó sobre la fuente y se posó en el agua.

El reflejo de las dos jóvenes siguió moviéndose unos segundos más, aun después de que se hubieran ido, como si el castillo quisiera conservar un pedazo de su alegría dentro de sí.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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