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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 144

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  4. Capítulo 144 - 144 Un tenso desayuno
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144: Un tenso desayuno 144: Un tenso desayuno Para Eliza, el amanecer llegó con un resplandor pálido que bañaba las torres del castillo en una bruma plateada.

Las montañas que rodeaban la fortaleza parecían emerger de un sueño antiguo, envueltas en neblina, y el aire —frío, puro, vibrante— le recordó que no estaba en la manada de su esposo.

Allí, el calor era distinto: más crudo, más primitivo.

Aquí, en cambio, sentía la energía fluir por su piel como un murmullo suave, una caricia que le pertenecía.

Estaba en su hogar.

En su manada.

Con su familia.

La cascada que caía junto a su balcón rugía con una melodía constante, y el canto de los pájaros se mezclaba con el eco del agua.

Todo era tan vivo, tan perfecto, que por un momento Eliza se permitió cerrar los ojos y respirar.

Se sentía extrañamente poderosa.

Como si el aire mismo reconociera su sangre y se inclinara ante ella.

Se incorporó con la gracia de quien ha nacido para ser observada.

El largo cabello dorado caía en ondas suaves sobre su espalda, enredándose con los primeros rayos de luz que se filtraban por las cortinas de lino blanco.

La cama, con sus sábanas de seda marfil, estaba vacía.

Lucian no estaba allí.

La puerta se abrió con un leve chirrido, y Corina —su doncella— entró en la habitación con la precisión de quien ha esperado todo el amanecer detrás de la puerta.

—Buenos días, mi lady —saludó, haciendo una ligera reverencia.

Su voz era baja, melodiosa, siempre impregnada de una calma que Eliza envidiaba.

—Buenos días—respondió ella, con una sonrisa suave, aunque su mirada se desvió instintivamente hacia el balcón vacío.

La joven sirvienta avanzó sin pedir permiso, como era su costumbre, y comenzó a preparar el baño.

Abrió las válvulas de cristal tallado, dejando que el agua caliente llenara la bañera de mármol incrustado directo en la montaña.

Pronto, el vapor comenzó a elevarse, perfumado con pétalos de lavanda, flores de luna y un toque de esencia de almizcle.

El aroma llenó la habitación con una dulzura envolvente.

Corina esparció un polvo dorado sobre el agua —una mezcla de hierbas mágicas que tonificaban la piel y sellaban la energía de la noche anterior—.

Eliza observó en silencio, fascinada por cómo el líquido se tornaba iridiscente, como si un pedazo del amanecer se disolviera en su interior.

—El agua está lista, mi lady —anunció Corina con una sonrisa leve.

Eliza se despojó de su camisón con lentitud, sin prisa.

La tela cayó al suelo como una sombra deslizándose.

Se sumergió en la bañera, y un suspiro escapó de sus labios al sentir el calor envolverla.

El agua vibraba, casi viva.

La magia de su tierra natal la reconocía y la acariciaba.

Mientras se relajaba, Corina se ocupó de su cabello.

Con movimientos suaves y precisos, lo lavó y desenredó, dejando que los mechones dorados flotaran sobre la superficie.

Luego vertió un último cuenco de agua perfumada sobre su cabeza, sellando el ritual de limpieza.

—El joven Lucian partió temprano, mi lady —dijo Corina, con voz prudente, mientras recogía las toallas y preparaba la ropa—.

El Alfa Damián lo convocó a una reunión con los consejeros del Castillo.

Eliza abrió los ojos un poco alertada al escuchar el nombre de su hermano.

—¿Con Damián?

—preguntó, con un tono que intentó mantener neutral, aunque un leve temblor delató su sorpresa.

—Sí, mi lady.

Dicen que el Alfa deseaba discutir ciertos asuntos de territorio… y quizás— —Corina bajó la voz, como si compartiera un secreto— …también conocerse mejor.

Eliza asintió, sin decir nada.

En el fondo, una corriente de ansiedad le recorrió el pecho.

Lucian y Damián, juntos, hablando.

Dos fuerzas opuestas en la misma habitación.

El pensamiento era suficiente para que la paz del baño se disipara.

Corina le tendió una toalla bordada con hilos plateados y la ayudó a salir del agua.

Eliza se secó lentamente, mientras la doncella abría el armario de roble oscuro.

De su interior emergió un vestido de seda tono celeste con bordes de encaje dorado, acompañado por un corsé suave y una capa ligera del mismo tono.

—El Alfa Damián ha dispuesto el desayuno en el Gran Comedor —informó Corina mientras la ayudaba a vestirse—.

Estarán presentes su esposa Luna, los jóvenes señores Adrián y Thiago; así como las señoritas Madison y Ashley.

Eliza levantó la mirada hacia el espejo.

Su reflejo le devolvió una imagen etérea: su piel brillaba con un resplandor cálido, su cabello caía en ondas perfectas, y en sus ojos azules había algo distinto… una fuerza nueva.

Corina se acercó con un peine de plata adornado con pequeñas gemas lunares y comenzó a trenzar su cabello con precisión casi ritual.

Cuando Corina terminó, se apartó unos pasos para admirar su trabajo.

—Está radiante, mi lady.

Eliza asintió sin responder.

Miró una vez más su reflejo.

La perfecta hermana del Alfa Damián.

La perfecta esposa del enemigo.

Suspiró.

Y con la elegancia de una reina que va al campo de batalla, salió del dormitorio rumbo al desayuno.

El eco de sus pasos resonó por los corredores dorados del castillo, mientras el perfume a lavanda y almizcle aún flotaba tras ella, anunciando su presencia mucho antes de que apareciera en la sala.

El gran comedor del ala oeste —el que se usaba solo en ocasiones de alta diplomacia— estaba preparado desde muy temprano.

Las mesas, largas y cubiertas por manteles de lino blanco, relucían bajo la luz dorada de los candelabros flotantes.

Frutas frescas, pan caliente, miel espesa, vino ligero y café humeante esperaban en bandejas de plata.

Pero el aire… El aire estaba tenso.

Demasiado.

Eliza fue la primera en entrar, acompañada de Luna.

La Luna del Castillo se movía con elegancia natural, vestida con un tono lavanda que resaltaba la blancura de su piel.

Su sonrisa era amable, pero sus ojos —grises y filosos como cuchillas mojadas— escaneaban cada rincón del salón, como si midiera los límites del poder que reinaba en esa mesa.

—Damián aún está con Caleb y Lucian—informó Luna, tomando asiento en el extremo de la mesa—.

La reunión se prolongó más de lo previsto… aunque no me sorprende.

—Su mirada se posó fugazmente en Madison, quien se removió incómoda en su asiento, los dedos entrelazados sobre el regazo.

Eliza notó el leve temblor de su amiga y trató de desviar la atención.

—Ha sido una mañana movida —comentó con una sonrisa suave—.

El castillo parece más vivo últimamente.

Luna asintió, sin apartar la vista.

—Sí, bastante… vivo.

Un silencio cayó sobre la mesa.

Ashley y Thiago entraron poco después, tomados de la mano, aunque su complicidad era más discreta.

Thiago —de hombros amplios y expresión serena— saludó con una inclinación cortés y se sentó junto a ella, sirviéndole jugo con una atención que no pasó desapercibida.

Madison evitaba mirar a Caleb, que había aparecido detrás de Damián pocos minutos más tarde.

El beta lucía diferente: el rostro endurecido, los músculos tensos bajo la camisa negra.

No dijo palabra.

Solo inclinó la cabeza, con el respeto de un guerrero que ha cruzado una frontera invisible.

Damián entró tras él, irradiando autoridad.

Su sola presencia pareció llenar el salón.

Llevaba una chaqueta oscura sobre la camisa abierta en el cuello, y en su mirada se mezclaban el orgullo y como todo Alfa, con un porte intachable, mas maduro, mas adulto.

A su lado caminaban Lucian y justo detrás de ellos, con esa sonrisa divertida, como si todo fuera parte de un plan bien realizado Stephan.

El primero, vestido de negro, con una elegancia peligrosa y una sonrisa que parecía un filo.

El segundo, con el porte de un rey caído: sobrio, firme, con esa serenidad que solo los hombres cansados de la guerra poseen.

Los ojos de Damián se iluminaron en cuanto los vio.

—¡Por la Diosa, Stephan!

—exclamó, abriendo los brazos—.

No puedo creerlo.

Stephan lo recibió con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa sincera.

—Han pasado años, Damián.

Diez, quizá once.

Y parece que ahora eres todo un Alfa.

El abrazo fue fuerte, fraternal, casi melancólico.

Lucian observaba la escena desde el borde del salón, con una expresión enigmática.

Su mirada, sin embargo, buscó de inmediato a Eliza.

Ella lo sintió antes de verlo.

Ese magnetismo oscuro, esa tensión que la hacía contener el aire.

Eliza bajó la mirada rápidamente, fingiendo concentrarse en su copa.

Luna, a su lado, notó el leve rubor que subía por su cuello y entrecerró los ojos con diversión; ella había esperado que ese par fuera mas abierto con sus sentimientos, que ya hubieran sucumbido ante el vínculo, pero era evidente que no había podido ser honestos con sus sentimientos.

Stephan tomó asiento frente a ella, sin decir palabra.

Lucian lo hizo a su lado, pero la distancia entre ambos era casi tangible.

El silencio que se extendió entre los dos hermanos era un muro invisible hecho de orgullo, resentimiento y algo más profundo; heridas antiguas que aún sangraban.

—Lucian —dijo Damián, al fin, girando hacia él—.

Me da mucho gusto que aceptaran la invitación Lucian sonrió con esa calma inquietante que solo él dominaba.

—Todo para complacer a mi Luna — Dijo el dirigiendo su mirada a su esposa.

Eliza tragó saliva, evitando levantar la vista.

Cada palabra, cada movimiento en esa mesa parecía una partida de ajedrez donde ella era la pieza más frágil.

Luna, perceptiva, entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Me alegra ver a la familia Nightshade reunida de nuevo.

Aunque… debo admitir que no esperaba verlos juntos.

Stephan bebió de su copa sin mirarla.

—A veces los caminos separados llevan al mismo destino —respondió con serenidad.

Lucian arqueó una ceja.

—O al mismo campo de batalla.

La tensión se volvió casi física.

Ashley apretó la mano de Thiago bajo la mesa, inquieta.

Madison miraba fijamente su plato, incapaz de controlar el temblor de sus manos.

Caleb, de pie junto a la puerta, no apartaba los ojos de ella.

Eliza no sabía exactamente que estaba pasando, pero se sentía como si el aire se evaporara velozmente.

—El desayuno se ve… delicioso —dijo con una sonrisa que apenas sostuvo.

Stephan la observó en silencio.

Sus ojos, dorados como la tormenta, la recorrieron sin prisa, deteniéndose en el borde de su cuello, donde se podía apreciar claramente la marca que Lucian había hecho.

El calor le subió a las mejillas.

Lucian lo notó.

Y Damián, ajeno, seguía hablando con entusiasmo.

—Padre estaría feliz de verte, Stephan.

Aún recuerdo el día que cediste el trono a tu hermano.

Nadie lo entendió del todo, pero ahora… —Sonrió con respeto—, ahora veo que tu decisión moldeó el futuro.

Stephan asintió lentamente, apenas apartando la vista de Eliza.

—El futuro siempre exige un precio.

Lucian apoyó el codo sobre la mesa, girando su copa con la punta de los dedos.

—Y algunos aún lo están pagando.

Los ojos de ambos se encontraron.

Un intercambio silencioso, afilado, cargado de todo lo que no se decía.

Eliza sintió que el aire se volvía más denso.

Cada mirada entre los hermanos era una amenaza latente, una chispa lista para incendiar el salón.

Luna sonrió, con esa elegancia glacial que ocultaba su incomodidad.

—Damián, querido, tal vez sería prudente cambiar de tema antes de que el desayuno se enfríe.

Damián río suavemente, pero el eco sonó tenso.

—Por supuesto.

—Se sirvió pan y miel, como si nada ocurriera.

Eliza intentó relajarse, pero Stephan seguía observándola, esa sonrisa mínima dibujada en los labios.

Una sonrisa que decía demasiado.

Y lo peor era que Lucian lo notaba todo.

Cada mirada furtiva.

Cada respiración contenida.

Cada estremecimiento que ella no lograba esconder.

Eliza bajó la vista, con el corazón golpeándole el pecho.

Sabía que estaba caminando sobre hielo delgado.

Si Damián sospechaba, si Stephan hablaba, si Luna intuía algo… el desastre sería inevitable.

Stephan rompió el silencio.

—Este castillo huele igual que hace diez años —dijo, con voz baja y cargada de ironía—.

A poder… y a secretos.

Lucian soltó una leve risa amarga.

—Algunos secretos nunca envejecen, hermano.

Solo cambian de forma.

Eliza cerró los ojos por un instante.

Y supo que aquella mañana, bajo la apariencia de un desayuno diplomático, acababa de empezar una guerra silenciosa.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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