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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 15

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  4. Capítulo 15 - 15 Encuentro Intimo Damián
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15: Encuentro Intimo (Damián 15: Encuentro Intimo (Damián El crepitar de la chimenea llenaba el silencio del apartamento, un sonido que me resultaba casi hipnótico.

El fuego proyectaba sombras danzantes por las paredes, como si el espacio estuviera vivo, respirando al compás de las llamas.

Mis ojos se posaron en ella, en Eliza, que estaba de pie en la cocina, envuelta en mi cárdigan azul.

Esa prenda, que tantas veces había pasado desapercibida para mí, ahora parecía un arma de seducción.

La tela suave abrazaba sus curvas, dejando entrever más de lo que ocultaba.

No pude evitar sonreír al verla tan fuera de lugar y al mismo tiempo tan perfectamente encajada en mi mundo.

Había algo en ella, una mezcla de inocencia y atrevimiento, que me tenía atrapado desde el día en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez.

Pero esta noche era diferente.

Había algo en el aire, una tensión palpable que no podíamos ignorar.

—Eliza —dije desde la entrada de la cocina, mi voz baja pero firme—.

Ven aquí.

Ella giró la cabeza hacia mí, sus ojos grandes y oscuros reflejando la luz del fuego.

Por un momento, pareció dudar, como si estuviera debatiéndose entre obedecer o quedarse donde estaba.

Finalmente, asintió y dio un paso hacia mí.

Cada movimiento suyo era un espectáculo; el cárdigan rozaba su piel con cada paso, y yo no podía apartar la vista.

La guie hasta la sala, donde el calor del fuego nos envolvió como un abrazo invisible.

Le señalé el sofá frente a la chimenea y ella se sentó con cuidado, como si temiera romper algo en este espacio que aún le resultaba ajeno.

Me alejé hacia la cocina para preparar algo rápido; necesitaba un momento para calmar el torbellino que se agitaba dentro de mí.

Cuando regresé con la bandeja —galletas caseras, bombones y dos tazas de chocolate caliente—, su sonrisa fue suficiente para hacerme olvidar cualquier intento de mantenerme frío y distante.

Me senté a su lado y le ofrecí una taza.

—Pensé que esto podría hacerte sentir mejor —dije mientras colocaba la bandeja en la mesa frente a nosotros.

Ella tomó una galleta y le dio un mordisco pequeño, casi tímido.

La forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa mientras cerraba los ojos para saborear el chocolate hizo que mi respiración se volviera más pesada.

Era un gesto tan simple y, sin embargo, tan íntimo que me atrapó por completo.

—Esto es delicioso —dijo finalmente, mirándome a los ojos con una sinceridad que me desarmó.

Charlamos durante un rato sobre cosas triviales: el clima, anécdotas de infancia, incluso algún comentario sobre las galletas.

Pero debajo de esa conversación ligera había algo más, algo que crecía con cada minuto que pasaba.

La forma en que sus ojos se desviaban hacia mis labios cuando pensaba que no me daba cuenta, la manera en que sus dedos jugueteaban con el borde del cárdigan…

todo hablaba de un deseo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.

No pude resistirme más.

Me incliné hacia ella, acortando la distancia entre nosotros.

Mi mano encontró su cabello y lo solté del moño descuidado en el que lo había recogido.

Las hebras cayeron como una cascada dorada sobre sus hombros y su rostro, contrastando con el azul del cárdigan.

—Tienes un cabello hermoso —murmuré, dejando que mis dedos jugaran con los mechones sueltos.

Sus ojos se encontraron con los míos y vi algo en ellos que me dejó sin aliento: una mezcla de nerviosismo y deseo, pero también algo más profundo, algo que hacía eco en mi propia alma.

—No sé si esto es lo que esperabas para esta noche —susurró, intentando acomodarse el cabello con torpeza.

Negué lentamente con la cabeza, sin apartar la mirada de ella.

—No lo sé —respondí con honestidad—.

Pero me gusta cómo se siente.

No hubo más palabras después de eso.

Mis manos encontraron su cintura y la atrajeron hacia mí con una facilidad que me sorprendió incluso a mí mismo.

La subí a mi regazo, sintiendo cómo su cuerpo encajaba perfectamente contra el mío.

Su respiración se volvió más rápida cuando mi pierna rozó su centro a través del cárdigan, arrancándole un gemido suave que encendió algo primitivo dentro de mí.

Mis labios buscaron los suyos con una urgencia casi desesperada.

El beso fue todo menos suave; era hambre pura, necesidad acumulada durante demasiado tiempo.

Nunca me había sentido así con otra loba, su piel me pedía a gritos ser tocada.

Mis manos comenzaron a explorar su cuerpo con descaro, deslizándose por sus piernas hasta encontrar la piel suave y cálida, una sonrisa maliciosa atravesó mi rostro al darme cuenta de que no estaba usando ropa interior.

—Damián… —mi nombre escapó de sus labios como un susurro cargado de deseo, y fue todo lo que necesité para perder cualquier control que me quedara.

La recosté sobre el sofá con cuidado pero decisión, asegurándome de mantenerla exactamente donde quería.

Mis manos sostuvieron sus muslos mientras mis labios descendían por su cuerpo hasta llegar a ese lugar donde sabía que podía hacerla perderse por completo.

El primer contacto fue como un incendio; su cuerpo se arqueó bajo mis manos mientras un gemido escapaba de su garganta.

La forma en que reaccionaba a cada caricia, cada movimiento de mi lengua contra su piel sensible era embriagador.

Podría haber pasado horas allí, explorándola, descubriendo cada rincón de su cuerpo y grabándome cada sonido que hacía como si fueran una melodía creada solo para mí.

Sabía que era virgen, podía olerlo y saborearlo por completo en sus fluidos.

Nadie había estado nunca ahí y eso me volvía loco de placer.

—Vente para mí, nena —susurré contra su piel, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo con esas palabras tanto como con mis acciones.

Y entonces sucedió: la sentí romperse bajo mí, su cuerpo temblando mientras un grito desgarrador llenaba el aire entre nosotros.

Su orgasmo fue como una tormenta eléctrica; hermoso, poderoso e imposible de ignorar.

Me aparté lentamente, limpiándome los labios mientras la miraba recuperar el aliento sobre el sofá.

Su piel brillaba bajo la luz del fuego, y sus ojos estaban vidriosos por las emociones recién descubiertas.

—Eres deliciosa…

—murmuré sin poder evitarlo antes de levantarme y dirigirme a mi habitación.

Necesitaba espacio para procesar lo que acababa de suceder; no quería apresurarme ni arruinar lo que habíamos comenzado esta noche.

Cerré la puerta detrás de mí y apoyé la espalda contra ella, intentando calmar mi respiración agitada mientras mi mente volvía una y otra vez a la imagen de ella temblando bajo mis manos.

Había algo en ella que me volvía loco, su olor, su sabor, su piel.

Tenia un ligero sabor a prohibido y eso me encantaba.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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