Leer Novelas
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
Avanzado
Iniciar sesión Registrarse
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
  • Configuración de usuario
Iniciar sesión Registrarse
Anterior
Siguiente

Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 155

  1. Inicio
  2. Todas las novelas
  3. Emparejada al Alfa Enemigo
  4. Capítulo 155 - Capítulo 155: Verdades bajo la piel
Anterior
Siguiente
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo

Capítulo 155: Verdades bajo la piel

No fue un beso tierno.

Fue una provocación descarada, una declaración de guerra hecha con labios y fuego.

Eliza se quedó inmóvil, el corazón suspendido entre la sorpresa y la incredulidad. Los dedos de Stephan se enroscaron en su cintura mientras la atraía hacia él con descaro, sellando su boca frente a todos. No hubo dulzura. Solo desafío.

Lucian gruñó, un sonido tan profundo que hizo vibrar los cristales de las copas y helar la sangre en las venas de todos los presentes.

Luna se cubrió la boca con un sobresalto; Caleb dio un paso al frente; y Damián…

Damián se quedó petrificado. Su mirada se ensanchó, el color se drenó de su rostro, y luego, lentamente, la furia se apoderó de él, devorando cada rastro de razón.

Lucian cruzó la distancia en un parpadeo. Su sombra se alzó como una tormenta desatada, y su mano se cerró sobre el hombro de Stephan con una fuerza brutal. El sonido del agarre fue seco, amenazante. Stephan, lejos de retroceder, dejó que su sonrisa se torciera con una malicia que rozaba la locura.

—Suéltala —gruñó Lucian, su voz grave, cargada de dominio.

—¿Por qué habría de hacerlo? —replicó Stephan con esa ironía venenosa que lo caracterizaba, todavía sosteniendo a Eliza por la cintura—. ¿Porque ahora es tuya? No recuerdo que la diosa Luna haya revocado mis derechos.

Las palabras se deslizaron entre ellos como cuchillas.

Damián, que ya se había puesto de pie con velocidad inhumana, se quedó helado.

“¿Derechos?”

Su expresión pasó de la furia a una confusión devastadora, buscando en el rostro de su hermana alguna negación, alguna señal de que aquello era una locura. Pero Eliza no habló. No podía. Las miradas que la devoraban —una teñida de rabia, otra de deseo y la última de traición— la tenían atrapada en un campo de guerra invisible.

Las auras de los tres se elevaron como fuego negro, chocando, distorsionando el aire. Un rugido lejano retumbó en el pecho de todos los presentes; el poder Alfa saturó la habitación, oprimiendo los pulmones, quebrando el silencio.

Lucian empujó a Stephan con violencia, intentando apartarlo, pero su hermano resistió, divertido, los ojos encendidos con un brillo cruel.

—¿Qué pasa, Alfa? —susurró con burla, acercando su rostro al de Lucian—. ¿Temes que te quite lo que no puedes controlar?

—¡Basta! —la voz de Damián cortó el aire como un látigo.

El caos estalló.

Adrián y Thiago se lanzaron hacia adelante, intentando separar a los hermanos; Caleb se interpuso, su aura intentando contener la tensión que amenazaba con volverse letal. Las chicas, horrorizadas, corrieron junto a Luna, que se sujetó el vientre con ambas manos, temerosa de lo que aquella confrontación podía desencadenar.

Eliza temblaba, prisionera entre dos fuerzas que la desgarraban. El calor de Stephan aún ardía en su piel; la furia de Lucian la envolvía como un vendaval; y la mirada de Damián… esa mirada la atravesaba, cargada de decepción y desdén.

Cuando finalmente la voz del Alfa de Sangre de Hierro resonó, fue un rugido envenenado de furia contenida:

—Alguien va a explicarme qué demonios está pasando aquí.

El silencio que siguió fue un filo helado.

Eliza alzó la vista. Y supo que, pasara lo que pasara después, nada volvería a ser igual.

El aire estaba tan cargado que parecía que cada respiración podía romperse.

Las luces temblaban, las sombras danzaban sobre los muros, y en el centro del salón, los tres seguían midiendo fuerzas con la mirada.

Stephan fue el primero en moverse.

Sus dedos, aún posados sobre la cintura de Eliza, se deslizaron lentamente antes de retirarse.

El gesto fue casi teatral.

Una despedida calculada, un reto silencioso dirigido a su hermano.

Lucian no esperó más.

La sujetó con fuerza, jalándola hacia sí como si temiera que alguien más pudiera tocarla.

El cuerpo de Eliza chocó contra su pecho, y el aire escapó de sus labios en un suspiro tembloroso.

El aroma de Lucian —oscuro, salvaje, inconfundible— la envolvió por completo.

Damián observó la escena sin comprender, la mandíbula apretada, los ojos encendidos por la incredulidad.

Su respiración era un jadeo irregular, cargado de ira y confusión.

Daba un paso hacia ellos, luego se detenía, como si temiera confirmar con sus propios ojos lo que su mente se negaba a aceptar.

—Lucian… —su voz era un rugido contenido—. ¿Qué significa esto?

El silencio fue insoportable.

Solo el chisporroteo del fuego en las antorchas llenaba el aire, acompañado del latido frenético en el pecho de Eliza.

Lucian no respondió.

Sus dedos seguían aferrados a su brazo, demasiado fuerte, demasiado posesivo.

Ella intentó hablar, pero las palabras no salieron; su garganta estaba cerrada, su mente un caos de miedo y deseo.

Stephan soltó una carcajada baja, amarga.

—Vamos, gran Alfa Lucian —dijo con voz cargada de veneno—. ¿No vas a explicarle a nuestro querido Damián lo que ocurre aquí?

Sus ojos brillaban de burla, de peligro.

—O tal vez prefieras seguir ocultando lo que ya todos han visto.

Lucian giró la cabeza con lentitud.

El fuego de su mirada hizo que incluso Stephan se tensara por un instante.

Pero el segundo Alfa no retrocedió; se limitó a cruzarse de brazos, disfrutando del caos que él mismo había provocado.

—Cuidado con lo que insinúas, Stephan —gruñó Lucian, su voz tan baja que vibró en los huesos de todos los presentes.

—¿Insinuar? —Stephan arqueó una ceja, sonriendo—. No insinuó nada, hermano. Solo quiero oírte decirlo. Quiero oírte admitir… lo que has hecho.

Eliza sintió que las piernas le fallaban.

Cada palabra era un golpe directo a su pecho, cada mirada una sentencia.

Lucian apretó su agarre, como si su cuerpo fuera la única ancla que le quedaba para no perder el control.

Damián dio un paso al frente.

—¿Qué… has hecho, Lucian? —preguntó con un hilo de voz, más dolido que enfadado.

El silencio volvió a caer, espeso, inmenso.

Lucian no respondió. Solo bajó la cabeza, el rostro endurecido, los músculos tensos como acero.

Eliza lo miró, suplicante, con los labios temblando, pero su voz se negaba a salir.

Damián la miró entonces a ella.

Y fue peor.

El silencio se quebró con el sonido de un jadeo ahogado.

Damian no podía procesarlo. Su rostro, que un instante antes era pura furia, se fue descomponiendo lentamente: primero incredulidad, luego desconcierto, y finalmente… miedo.

Un miedo que le heló la sangre al comprender aquello que nunca debió ser posible.

Stephan, mientras tanto, sonrió.

Una sonrisa lenta, cruel, cargada de satisfacción venenosa.

Sus ojos se deslizaron entre Lucian y Eliza, disfrutando del caos que acababa de desatar.

—No es para tanto —intervino de pronto una voz desde el fondo.

Todos giraron al mismo tiempo.

Jaxon, recargado despreocupadamente contra una columna, sostenía una copa de vino con aire de quien acaba de interrumpir una tragedia solo por diversión.

Su tono fue ligero, casi burlón, pero la tensión en el aire lo envolvió al instante como una marea oscura.

Lucian lo fulminó con la mirada, los ojos tan cargados de rabia que hasta el fuego de las antorchas pareció vacilar.

Un solo movimiento más y lo habría hecho callar a golpes.

Pero Jaxon no retrocedió; suspiró, alzó una ceja, y dijo con una mezcla de resignación y descaro:

—Oh, vamos, hermano. El secreto estaba destinado a salir.

Lucian dio un paso adelante, la mandíbula apretada, los músculos tensos como cuerdas.

—No digas una palabra más, Jaxon.

Pero ya era tarde.

El Beta dejó la copa sobre una mesa, miró a Damián y, con una sombra de culpa en la voz, pronunció lo que nadie se atrevía a decir:

—La Diosa Luna se ha encaprichado… —su mirada se posó en Eliza—. Y le ha dado dos parejas a tu hermana.

El silencio que siguió fue devastador.

Luna se llevó una mano a la boca, los ojos dilatados por la sorpresa.

Caleb bajó la mirada, tenso, como si hubiera sabido algo, pero jamás se atrevió a confirmarlo.

Thiago y Adrián intercambiaron una mirada alarmada; Stephan no les había comentado nada respecto a ya informar a todos del emparejamiento; Ashley, petrificada, soltó un leve “no puede ser”.

El fuego en las antorchas crepitó, iluminando el rostro de Damián, ahora pálido como la ceniza.

Su respiración se aceleró; los ojos, antes furiosos, eran un mar de incredulidad y dolor.

Lucian levantó la cabeza con un movimiento brusco.

Su mirada se clavó en Stephan, luego en Damián, y finalmente en todos los presentes.

Era la mirada de un alfa dispuesto a destrozar el mundo si alguien osaba desafiarlo.

Su voz retumbó con un tono rasgado, primitivo.

—Ella es mía.

El rugido resonó por todo el salón, haciendo vibrar las ventanas y estremecer el suelo bajo los pies de todos.

Nadie se movió. Nadie respiró.

Eliza se estremeció en sus brazos. Su pecho subía y bajaba con dificultad; podía sentir el temblor en su interior, la mezcla imposible de deseo, culpa y miedo que la consumía.

Damián la miró entonces, buscando en sus ojos una negación, una mentira, algo que desmintiera lo que acababa de escuchar.

Pero lo único que encontró fue silencio.

Y ese silencio lo destruyó.

Su olfato no mentía.

El olor de Lucian estaba en ella.

En su piel. En su cuello. En su respiración entrecortada.

La furia volvió a su rostro, pero era distinta ahora: más fría, más herida.

—Tú… —murmuró, con la voz rota—. Me lo ocultaste.

Eliza quiso hablar, pero su garganta se cerró.

Sus ojos se llenaron de lágrimas que no se atrevieron a caer.

Lucian apretó su cintura, como si temiera que se desmoronara si la soltaba.

Y entonces, por primera vez, incluso Stephan perdió la sonrisa.

El caos que había provocado lo rodeó como una sombra viva, y por un instante, hasta él pareció comprender que habían cruzado una línea que ya no tenía retorno.

La verdad estaba allí, desnuda, latente, latiendo entre ellos con la misma intensidad que una herida abierta.

Y nadie —ni siquiera la Luna— podía repararla.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

Anterior
Siguiente
  • Inicio
  • Acerca de
  • Contacto
  • Política de privacidad

© 2025 LeerNovelas. Todos los derechos reservados

Iniciar sesión

¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

Registrarse

Regístrate en este sitio.

Iniciar sesión | ¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

¿Perdiste tu contraseña?

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Recibirás un enlace para crear una nueva contraseña por correo electrónico.

← Volver aLeer Novelas

Reportar capítulo