Leer Novelas
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
Avanzado
Iniciar sesión Registrarse
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
  • Configuración de usuario
Iniciar sesión Registrarse
Anterior
Siguiente

Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 157

  1. Inicio
  2. Todas las novelas
  3. Emparejada al Alfa Enemigo
  4. Capítulo 157 - Capítulo 157: Guerra no declarada
Anterior
Siguiente
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo

Capítulo 157: Guerra no declarada

El silencio en el despacho se había vuelto casi tangible, pesado como una cadena invisible. El fuego crepitaba en la chimenea, lanzando destellos rojizos sobre los rostros endurecidos de los tres hombres. El aire olía a vino derramado, madera vieja y rabia contenida.

Eliza permanecía de pie, rígida, los dedos temblando sobre su regazo. La adrenalina todavía le recorría las venas, aunque sus fuerzas ya la habían abandonado. Damián la observó unos segundos más, el conflicto marcando su semblante. Luego cerró los ojos y habló por el vínculo mental que compartía con su Beta.

—Llévatela. Ahora.

Caleb no tardó ni un instante. Entró con el sigilo de quien ya había estado esperando la orden, una copa en la mano. El líquido ámbar oscilaba bajo la luz del fuego, reflejando destellos dorados sobre el suelo de piedra.

Eliza lo miró confundida, los labios entreabiertos.

—¿Qué es eso?

Damián sostuvo su mirada apenas un segundo antes de apartarla.

—Solo algo para que descanses —murmuró con un tono que intentaba ser firme, pero sonó cansado, casi dolido—. No quiero que escuches lo que viene.

Eliza vaciló. Sus ojos, aún hinchados por el llanto, se movieron entre los tres hombres. Había miedo, cansancio… y una sumisión inevitable al peso del mandato Alfa. Tomó la copa con dedos temblorosos y bebió. El sabor dulce la engañó; parecía miel, pero era sueño líquido. En segundos, su respiración se volvió pausada. Caleb la sostuvo antes de que su cuerpo se desplomara.

Lucian rugió al verla caer, el sonido brotando desde lo más profundo de su pecho. Su furia era tan palpable que el aire mismo pareció temblar.

—¿La dormiste? —espetó, su voz un filo vibrante—. ¡Te atreviste a…!

—Era necesario —replicó Damián, gélido, sin levantar la voz—. Mi hermana ha soportado demasiado… y ustedes dos son parte de su condena.

Caleb no dijo palabra. Solo asintió, recogiendo a Eliza en brazos con la delicadeza de quien carga algo sagrado. La puerta se cerró tras él con un golpe seco que selló la calma antes de la tormenta.

Entonces, el silencio se rompió.

Lucian giró hacia Stephan con el fuego reflejado en sus ojos. Su pecho subía y bajaba con violencia.

—Dime, hermano —gruñó, avanzando un paso, la voz ronca de ira—, ¿volviste por ella… o por el trono?

Stephan alzó la barbilla, sin perder la sonrisa que tanto lo caracterizaba.

—Por ambos —respondió, sin vacilar—. Eliza me pertenece, tanto como me pertenece el derecho a ese trono que tú ocupas por accidente.

Lucian rió. Fue una carcajada corta, rota, sin rastro de alegría.

—No tienes derecho sobre nada —escupió—. Abdicaste, huiste como un cobarde y dejaste tu lugar atrás. El trono y Eliza son míos.

—¿Tuyos? —Stephan arqueó una ceja, el brillo salvaje en su mirada lo hacía parecer más demonio que lobo—. ¿Crees que porque la marcaste puedes esconder lo que realmente eres? Nadie te respeta, Lucian. Te temen, sí… pero un Alfa que solo gobierna con miedo no reina, solo sobrevive.

Lucian gruñó, un sonido gutural que resonó como un trueno. En un solo movimiento lo empujó con fuerza brutal. La mesa entre ambos se estremeció y una copa de vino se volcó, derramando su contenido como sangre sobre la madera pulida. El líquido corrió hacia el borde, goteando frente a la chimenea donde Eliza había estado momentos antes.

El fuego rugió, devorando el aire, reflejando las sombras de los hermanos como si fueran bestias enfrentadas. Stephan se incorporó despacio, limpiándose con calma el vino del pecho, sin apartar la mirada.

—Golpeas como siempre, sin pensar. —Su sonrisa se ensanchó—. Y eso, querido hermano, será tu ruina.

Lucian avanzó otro paso, los colmillos apenas asomando, el aura Alfa expandiéndose con violencia.

—Y tú hablas demasiado.

Damián golpeó el escritorio con tal fuerza que la madera crujió bajo su palma.

—¡Basta los dos! —rugió, su voz impregnada del poder de mando—. ¡Aquí y ahora termina este circo!

Pero ni siquiera su autoridad Alfa logró disipar del todo la tensión. Las llamas siguieron danzando entre ellos, como si esperaran el primer golpe que lo reduciría todo a cenizas.

—Vuelve a decir eso —gruñó Lucian, los colmillos apenas asomando, la sombra de su lobo temblando bajo su piel—, y juro por la Diosa que no saldrás vivo de este cuarto.

Stephan lo sostuvo la mirada, sin un ápice de miedo.

—Entonces hazlo. Porque si piensas que voy a cederle mi destino a un bastardo que cree que puede controlar a una Luna, estás más perdido de lo que creí.

Damián golpeó el escritorio con tal fuerza que el sonido cortó el aire.

—¡Basta!

Su voz resonó como un trueno, deteniendo incluso el crepitar del fuego. Ambos se quedaron inmóviles, respirando con dificultad, los ojos ardiendo con siglos de rencor no dicho.

Damián dio un paso al frente, su sombra abarcando a los dos.

—Quiero la verdad —dijo finalmente—. Toda. Aquí. Ahora.

Lucian se giró lentamente, su respiración aún alterada. Cada músculo de su cuerpo estaba al borde del estallido.

—Ya la tienes —replicó con voz grave—. Ella es mi compañera. La marqué frente a toda la manada.

—Eso ya lo sé —respondió Damián, con el ceño fruncido—. Lo que quiero entender es por qué. ¿Por qué lo hiciste sabiendo lo que eso significaba? ¿Y por qué Stephan… asegura haberla tenido antes?

El nombre de su hermano menor fue un golpe seco. Lucian clavó la mirada en él, los ojos brillando como cuchillas.

—Porque cuando la marqué, no había otra marca sobre su piel —dijo con dureza—. Ningún lazo, ninguna energía de vínculo previo. Si él hubiera dejado su marca en ella, lo habría sentido.

Stephan dio un paso adelante, la sonrisa de antes reemplazada por una expresión fría, amarga.

—No la marqué —admitió, y su voz cargó el peso de un pasado que le dolía pronunciar—. No lo hice porque no tuve oportunidad. La noche que nos unimos, las cosas se salieron de control, ella cayo por la borda y no pude encontrarla.

Lucian soltó una carcajada rota, sin humor.

—Y esperas que te creamos. Qué conveniente que reaparezcas justo cuando el destino la une a otro.

Stephan no retrocedió. Su mirada, helada, se clavó en la de su hermano.

—No la marqué, no. Pero ella me marcó a mí.

Damián entrecerró los ojos, la incredulidad apenas contenida.

—¿Qué dijiste?

Stephan se desabrochó la camisa lentamente, revelando la piel del cuello.

Bajo la luz del fuego, una marca tenue —delicada y brillante como plata líquida— resplandecía sobre su clavícula. Era una mordida perfectamente cerrada, irradiando una energía lunar inconfundible.

—La hizo ella —dijo, con una sonrisa insolente, mirando a Lucian con descaro—. Tú la viste sobre mí, hermano. No lo niegues.

Lucian no esperó una palabra más.

El rugido salió antes que el pensamiento.

Su puño impactó con violencia contra el rostro de Stephan, haciendo que la silla detrás de él se tambaleara y el eco del golpe retumbara en las paredes del despacho.

—¡Eso lo planeaste! —gruñó Lucian, los ojos ardiendo como brasas—. ¡Pero ella es mía!

Stephan se limpió la sangre del labio con el dorso de la mano y sonrió, esa sonrisa arrogante que lo hacía parecer inmortal.

—¿Tuya? —repitió con un deje de burla—. Si tanto lo fuera, no tendría mi marca sobre su piel.

El silencio que siguió fue brutal.

Ni siquiera el fuego se atrevió a crujir.

Damián se irguió detrás del escritorio, la mirada tan afilada que bastaría para quebrar huesos.

Su voz resonó como un trueno contenido.

—Esto se acabó.

El tono de Alfa llenó la habitación, desplazando el aire mismo.

—No pienso permitir que se desate otra guerra entre manadas solo porque ustedes deciden disputarse el trono… y a mi hermana.

Stephan soltó una carcajada breve, amarga.

—Tarde o temprano, esto iba a pasar. La sangre siempre reclama su deuda.

—¿Y qué propones? —espetó Damián, girándose hacia él con furia contenida—. ¿Una pelea a muerte? ¿Convertir su vínculo en un espectáculo de sangre?

Lucian dio un paso al frente, su voz grave, cargada de verdad.

—Ya nos desafiamos. El Alfa Maximus fue testigo. La pelea debía realizarse cuando ella estuviera lista.

El rostro de Damián se endureció.

—¿El Alfa Maximus?

Stephan asintió lentamente, girando la copa vacía entre los dedos.

—Él ya lo sabe todo. Sobre la marca. Sobre ella. Sobre nosotros.

Por un instante, la habitación pareció encogerse.

Damián apoyó las manos sobre el escritorio, la tensión marcando las venas de sus brazos.

—Entonces enviaré por él —dijo con una calma que ocultaba la tormenta—. Si Maximus está al tanto, hablaremos cara a cara. No toleraré rumores… ni guerras veladas entre territorios.

Lucian lo miró fijamente.

—Sabes lo que significa involucrarlo. Si él interviene, la decisión de la Diosa puede ser cuestionada.

El rugido de Damián cortó el aire.

—Lo prohíbo. Ninguno de ustedes moverá un dedo hasta que yo lo diga. No más sangre. No más violencia. Estamos en paz.

La palabra paz se clavó como una orden divina.

El eco vibró en las paredes, como si incluso la Luna la escuchara.

Lucian y Stephan se miraron, respirando con dificultad.

Dos bestias domadas por el mismo fuego, condenadas a un odio que nacía del amor.

Damián, sin volver a mirarlos, extendió la mano hacia la puerta.

—Váyanse.

Su tono era una sentencia.

—Mañana, al amanecer, enviaré un cuervo al territorio de Maximus. Si él sabía, ahora tendrá que responder.

Lucian fue el primero en moverse. Su sombra pasó junto a Stephan, rozándolo apenas, pero el roce bastó para dejar una advertencia muda.

Stephan sonrió de lado, sin apartar la vista de su hermano.

—Nos vemos en el amanecer, Alfa. —Su voz goteó veneno y promesa.

Las puertas se cerraron tras ellos con un golpe seco.

El despacho quedó sumido en un silencio que olía a guerra.

Solo el fuego permaneció encendido, proyectando sombras sobre la copa vacía que Stephan había dejado sobre la mesa.

Damián hundió el rostro entre las manos.

El peso de la sangre, la lealtad y la Luna lo aplastaba.

Sabía que lo que había comenzado esa noche…

no terminaría con palabras.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

Anterior
Siguiente
  • Inicio
  • Acerca de
  • Contacto
  • Política de privacidad

© 2025 LeerNovelas. Todos los derechos reservados

Iniciar sesión

¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

Registrarse

Regístrate en este sitio.

Iniciar sesión | ¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

¿Perdiste tu contraseña?

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Recibirás un enlace para crear una nueva contraseña por correo electrónico.

← Volver aLeer Novelas

Reportar capítulo