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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 16

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  4. Capítulo 16 - 16 Fuego Eliza
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16: Fuego (Eliza) 16: Fuego (Eliza) El aire en el apartamento de Damián estaba impregnado de un aroma cálido y reconfortante, una mezcla de madera quemada y algo sutilmente especiado que no podía identificar, pero que me envolvía.

La chimenea crepitaba suavemente, lanzando destellos de luz que danzaban por las paredes, proyectando sombras que parecían susurrar secretos antiguos.

Me encontraba en la cocina, envuelta únicamente en el cárdigan azul que él me había dejado.

La tela era suave, casi como una caricia constante sobre mi piel.

Me avergonzaba admitir que no traía ropa interior; aunque aún era virgen y jamás había experimentado ningún avance de índole sexual con ninguno de mis anteriores novios, algo en lo que estaba naciendo con Damián me hacia sentir muy caliente y excitada.

Incluso como para hacerlo mi primero.

Lo deseaba.

Aunque al mismo tiempo me aterraba.

Miré a mi alrededor, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.

Todo en este lugar era nuevo para mí; los muebles de líneas sencillas pero elegantes, la calidez de la luz tenue, incluso el eco suave de nuestros movimientos en el espacio.

Sin embargo, había algo tranquilizador en su esencia, una sensación de familiaridad que hacía que mi corazón latiera un poco más lento, como si este lugar estuviera destinado a convertirse en un refugio.

De pronto, la voz de Damián rompió mi ensimismamiento.

—Eliza —dijo desde la entrada de la cocina, su tono suave pero cargado de intención—Ven aquí.

Me giré hacia él y lo vi apoyado contra el marco de la puerta.

Su camisa blanca estaba ligeramente desabotonada en el cuello, y había algo en su postura relajada que me desarmaba por completo.

Su sonrisa era una invitación que no podía rechazar.

Asentí sin decir nada y lo seguí hacia la sala.

El cárdigan se deslizaba con cada paso, acariciando mi piel como un recordatorio constante de su presencia.

Al entrar en la sala, el calor del fuego me envolvió, y la luz anaranjada iluminó el espacio con un resplandor acogedor.

—Siéntate —me pidió, señalando el sofá frente a la chimenea.

Obedecí y me acomodé en el sofá, sintiendo cómo el tejido mullido me abrazaba mientras el calor del fuego acariciaba mi rostro.

Damián desapareció por un momento hacia la cocina, y cuando regresó, traía consigo una bandeja cargada con galletas caseras de chocolate, bombones y dos tazas de chocolate caliente humeante.

—Pensé que esto podría hacerte sentir mejor —dijo mientras colocaba la bandeja sobre la mesa frente a nosotros.

Una sonrisa se dibujó en mis labios al ver el esfuerzo que había puesto en este momento.

Tomé una galleta y le di un pequeño mordisco.

El sabor dulce y el chocolate derretido llenaron mis sentidos, arrancándome un suspiro involuntario.

—Esto es delicioso —le dije con sinceridad, mirándolo a los ojos mientras disfrutaba del pequeño placer.

Él sonrió, pero había algo más en su expresión una intensidad que no podía ignorar.

Mientras charlábamos sobre cosas triviales —el clima, el trabajo, recuerdos de infancia— sentí cómo esa tensión sutil comenzaba a llenar el aire entre nosotros.

Era como si cada palabra que decíamos fuera solo un preámbulo para algo más profundo, algo que ambos sabíamos que estaba ahí, pero ninguno se atrevía a nombrar.

En un momento dado, Damián se inclinó ligeramente hacia mí, acortando la distancia entre nosotros.

Antes de que pudiera reaccionar, sus dedos encontraron mi cabello y lo soltaron del moño descuidado en el que lo había recogido.

Las hebras cayeron sobre mis hombros y mi rostro, deslizándose como una cascada sobre mis hombros.

—Tienes un cabello hermoso —murmuró con voz grave mientras sus dedos jugaban suavemente con los mechones sueltos.

El contacto fue electrizante.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero no era frío; era algo diferente, algo que encendía cada fibra de mi ser.

Lo miré a los ojos y vi algo en ellos que me dejó sin aliento; deseo, sí, pero también ternura y una vulnerabilidad que no esperaba.

—No sé si esto es lo que esperabas para esta noche —dije finalmente, mi voz apenas un susurro mientras intentaba acomodarme el cabello con nerviosismo.

Él negó con la cabeza lentamente, su mirada fija en mí como si estuviera tratando de memorizar cada detalle de mi rostro.

—No lo sé —respondió con honestidad—.

Pero me gusta cómo se siente.

Sus palabras desarmaron cualquier barrera que pudiera haber tenido.

Antes de darme cuenta, sus manos encontraron mi cintura y me atrajeron hacia él con una facilidad desconcertante.

Me subió a su regazo con tanta naturalidad que ni siquiera tuve tiempo de resistirme; no quería hacerlo.

Un gemido escapó de mis labios cuando su pierna rozó mi centro sensible a través del cárdigan.

Todo sucedió tan rápido que apenas podía procesarlo.

Sus labios encontraron los míos con una pasión arrolladora, como si hubiera estado conteniéndose durante demasiado tiempo y ya no pudiera más.

Sus manos comenzaron a explorar mis piernas con descaro, subiendo lentamente hasta tocarme donde nadie más lo había hecho antes.

Mi cuerpo reaccionó instintivamente a su toque; arqueé la espalda mientras sus dedos rozaban suavemente mi núcleo húmedo y sensible.

—Damián… —su nombre escapó de mis labios en un gemido entrecortado mientras sentía cómo su mirada oscura se clavaba en mí con una intensidad casi salvaje.

Con un gesto decidido, me recostó sobre el sofá y se inclinó entre mis piernas abiertas, asegurándose de que no pudiera cerrarlas al sostenerme firmemente por los muslos.

Su lengua rozó mis labios inferiores, arrancándome un gemido tan fuerte que apenas parecía mío.

—Rayos… sabes a miel —susurró antes de hundir su rostro entre mis piernas como si estuviera degustando el manjar más exquisito del mundo.

La sensación fue abrumadora; nunca antes había experimentado algo así.

Su lengua trazaba círculos tortuosos alrededor de mi clítoris mientras sus manos mantenían mis caderas firmemente en su lugar, impidiéndome escapar de la intensidad del momento.

Mi cuerpo reaccionó por instinto; me retorcía bajo su toque, incapaz de controlar las oleadas de placer que recorrían todo mi ser.

—Vente para mí, nena —sus palabras fueron un detonante tanto como lo fue su lengua acariciando ese punto exacto que me hacía perder la razón.

Y entonces sucedió; mi primer orgasmo me golpeó con la fuerza de una tormenta eléctrica, arrancándome un grito desgarrador mientras mi cuerpo temblaba incontrolablemente bajo él.

—¡Damián!

—grité su nombre entre jadeos mientras trataba de recuperar el aliento, mi corazón latiendo desbocado en mi pecho.

Lo vi levantarse lentamente, limpiándose los labios con una satisfacción evidente en su rostro mientras murmuraba:  —Eres deliciosa…  Sin embargo, para mi sorpresa, se retiró hacia su habitación sin decir nada más.

Me quedé allí, todavía temblando por las sensaciones recién descubiertas, observando cómo desaparecía tras la puerta cerrada.

Por un momento pensé que volvería con algo más; tal vez protección o simplemente para continuar lo que habíamos comenzado… pero no fue así.

La chimenea seguía crepitando suavemente mientras yo intentaba calmar mi respiración agitada y ordenar mis pensamientos confusos.

Sin darme cuenta, el cansancio me venció y me quedé dormida allí mismo, bajo el resplandor cálido del fuego que aún iluminaba la habitación como testigo silencioso de nuestra noche juntos… o al menos del principio de lo que podría ser mucho más.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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