Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 17
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17: Sospechas (Jaxon) 17: Sospechas (Jaxon) El aire en la sala de entrenamiento era denso, cargado de sudor, esfuerzo y una tensión que no lograba disipar.
Los novatos corrían de un lado a otro bajo mi supervisión, pero mi mente estaba en otro lugar.
En otro rostro.
En otra historia.
En Eliza.
Lucian, mi alfa y hermano en todo menos en sangre, estaba al borde de algo que no podía nombrar.
Algo que yo no entendía del todo, pero que me preocupaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Eliza no era como nosotros.
Era humana, frágil, una chispa de vida que no pertenecía a nuestro mundo salvaje y despiadado.
Y sin embargo, había algo en ella que lo volvía un hombre diferente.
Más humano, sí, pero también más vulnerable.
Y para alguien como Lucian, eso era peligroso.
El eco de mis pasos resonaba en los pasillos mientras me dirigía al despacho de Lucian.
La llamada del informante había sido breve pero suficiente para encender todas las alarmas en mi cabeza.
Eliza había tenido un altercado con Luna, la loba más venenosa de la manada Sangre de Hierro.
Y para empeorar las cosas, Damián, el Alfa Heredero de esa misma manada, había estado con ella en una especie de cita.
No necesitaba ser un genio para saber que esta combinación era una receta para el desastre.
Abrí la puerta del despacho sin golpear, algo que normalmente nunca haría.
Lucian estaba allí, sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, rodeado por el peso de sus responsabilidades y los secretos de la manada.
Alzó la vista al escucharme entrar, sus ojos dorados como tormentas atrapadas en hielo.
—¿Qué pasa, Jaxon?
—preguntó con ese tono neutral que solo usaba cuando estaba conteniendo algo mucho más profundo.
Tomé aire antes de responder.
Sabía que no podía andarme con rodeos.
—Es sobre Eliza —dije directamente—.
Hubo un incidente esta noche en la ciudad.
La reacción fue inmediata.
Su espalda se tensó, sus manos se detuvieron sobre los papeles que revisaba y sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera siendo diseccionado.
—¿Está bien?
—preguntó, su voz baja, casi un gruñido contenido.
—Está bien físicamente —respondí, escogiendo cada palabra con cuidado—, pero Luna estuvo involucrada.
El nombre fue como una chispa en un barril de pólvora.
Lucian se levantó tan rápido que la silla detrás de él tambaleó peligrosamente.
Sus puños se cerraron a los costados y su mandíbula se tensó como si estuviera masticando vidrio.
—Habla —ordenó con un tono cortante como una hoja afilada.
Le relaté todo cómo Luna había aparecido en el restaurante donde Eliza estaba cenando con Damián, cómo la había humillado frente a todos al derramar vino sobre ella y cómo Damián había intentado intervenir sin éxito.
Mientras hablaba, podía sentir cómo la furia de Lucian crecía en la habitación, envolviéndonos como una tormenta a punto de desatarse.
Cuando terminé, el silencio que siguió fue ensordecedor.
Lucian miró hacia la ventana, sus ojos fijos en algún punto distante mientras su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas y controladas.
Pero yo lo conocía demasiado bien.
Ese control era frágil, una fachada que no tardaría en romperse.
—Damián… —murmuró finalmente, su voz cargada de desprecio—.
Ese imbécil.
La energía en la habitación cambió.
Se volvió más pesada, más peligrosa.
Lucian no era alguien que dejara pasar las ofensas fácilmente, y cuando se trataba de Eliza… bueno, las reglas parecían cambiar por completo para él.
—¿Qué quieres que haga?
—pregunté, listo para actuar según sus órdenes.
Se giró hacia mí, sus ojos brillando con una intensidad casi sobrenatural.
—Quiero saber todo lo que pasó esta noche —dijo con voz firme—.
Cada palabra que dijo Luna, cada mirada que le dio a Eliza.
Quiero las grabaciones de seguridad del restaurante.
Asentí sin dudarlo, pero había algo más que necesitaba decirle antes de salir de la habitación.
Algo que sabía que no le gustaría escuchar.
—Lucian… —comencé con cautela—.
Necesitas pensar con claridad antes de actuar.
Si haces algo impulsivo ahora, podrías poner a todos en peligro.
Incluyendo a Eliza.
Su reacción fue tan rápida como feroz.
—¡No me importa su maldita manada!
—gruñó, su voz reverberando como un trueno en la habitación.
Sabía que no tenía sentido discutir con él en ese estado.
Así que simplemente asentí y salí del despacho para cumplir sus órdenes.
Pero mientras caminaba por los pasillos oscuros del cuartel, no podía evitar sentir una creciente inquietud en mi interior.
Lucian estaba perdiendo el control cuando se trataba de Eliza, y eso lo hacía vulnerable de una manera que nunca había visto.
Para ser el alfa más fuerte que conocía, parecía estar librando una batalla interna mucho más peligrosa que cualquier enemigo externo: la conexión inexplicable y caótica que sentía por esa mujer humana que ni siquiera era su compañera predestinada.
Horas después, mientras revisaba las grabaciones del restaurante junto con los informes detallados del incidente, algo comenzó a formarse en mi mente.
Una sospecha.
Un pensamiento tan absurdo que casi lo descarté… pero no pude.
El comportamiento de Lucian hacia Eliza era anómalo incluso para él.
No era simplemente atracción o protección; era algo más profundo, más primitivo.
¿Y si…?
No podía ser.
Jamás se había visto algo así… ¿o sí?
Una humana como compañera de un alfa era algo inaudito en nuestra historia.
Pero las señales estaban ahí: la obsesión, la furia descontrolada ante cualquier amenaza hacia ella, esa conexión inexplicable que parecía desafiar toda lógica.
Mientras más lo pensaba, más sentido tenía.
Pero si esto era cierto… si Eliza realmente era su compañera predestinada… entonces estábamos entrando en un territorio desconocido y peligroso.
Porque el vínculo entre un alfa y su compañera era sagrado e inquebrantable.
Y si alguien osaba amenazarlo —como Luna o incluso Damián—, las consecuencias serían devastadoras para todos nosotros.
Cerré los ojos y dejé escapar un largo suspiro.
Tenia que mostrarle esto pronto, aunque sabia que se volvería loco.
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