Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 18
- Inicio
- Todas las novelas
- Emparejada al Alfa Enemigo
- Capítulo 18 - 18 La tormenta en silencio Lucian
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
18: La tormenta en silencio (Lucian) 18: La tormenta en silencio (Lucian) El despacho estaba vacío, pero no por mucho tiempo.
El eco de los pasos de Jaxon aún resonaba en las paredes cuando dejé caer el peso de mi cuerpo en la silla.
Mis manos temblaban; no de miedo, sino de una rabia tan pura y abrasadora que apenas podía contenerla.
Cerré los ojos, buscando un resquicio de calma, algo que pudiera anclarme antes de que el caos interno me consumiera por completo.
La pantalla del ordenador seguía encendida frente a mí, y el maldito video continuaba reproduciéndose en bucle.
Damián, con esa sonrisa arrogante que tanto detestaba, estaba demasiado cerca de ella.
Su mano rozó el brazo desnudo de Eliza, y mi sangre hirvió como lava.
Ella sonrió, una sonrisa tímida pero genuina, y aquello fue como un puñal directo al corazón.
¿Cómo podía permitirse sonreírle así?
¿Cómo podía mirarlo con esos ojos brillantes que yo creía reservados solo para mí?
—Lucian… respira.
—La voz grave de Luca resonó en mi mente como un eco distante.
Su tono era autoritario, pero no severo.
Intentaba contenerme, como siempre lo hacía.
—¿Respirar?
—gruñí entre dientes, mis palabras impregnadas de veneno.
Mis ojos seguían fijos en la pantalla, donde Damián inclinaba la cabeza hacia ella, demasiado cerca, demasiado íntimo—.
¿Viste lo que hizo?
¿Viste cómo la tocó?
¡Cómo la miró!
—Lo vi todo a través de ti —respondió Luca con una calma que solo intensificó mi furia—.
Pero no puedes actuar como un cachorro descontrolado.
Eres un Alfa.
Piensa antes de destruirlo todo.
Me levanté de golpe, empujando la silla hacia atrás con tal fuerza que chocó contra la pared.
La habitación se sentía demasiado pequeña, demasiado sofocante para contener la tormenta que rugía dentro de mí.
Caminé hacia la ventana, donde la noche se extendía como un manto oscuro y silencioso.
Pero dentro de mí no había silencio; solo caos.
—Damián… ese bastardo —susurré entre dientes, sintiendo cómo mis colmillos amenazaban con salir—.
¿Quién se cree que es para acercarse a Eliza?
¿Para tocarla como si tuviera algún derecho sobre ella?
—No es él el problema —interrumpió Luca, su tono más severo esta vez—.
Tú no la quieres… ¿Por qué otro no habría de quererla?
—¡Cállate!
—rugí, girándome hacia el vacío de la habitación.
—Dime, Lucian —continuó Luca con una frialdad que me enfureció aún más—, ¿qué te molesta más?
¿Que ella haya sido humillada por Luna o que Damián haya estado a su lado?
Porque lo segundo parece quemarte mucho más.
No respondí.
No podía.
Porque sabía que tenía razón.
Ambas cosas me enervaban hasta el límite de mi autocontrol, pero había algo en cómo él la miraba… algo en cómo ella le devolvía esas sonrisas tímidas… algo en cómo su vestido se ceñía a su cuerpo perfecto esa noche, como si estuviera hecho para torturarme.
Verlos marcharse juntos había sido una agonía indescriptible.
Mis puños se cerraron con fuerza mientras las imágenes seguían repitiéndose en mi mente como un castigo autoimpuesto.
Eliza en ese vestido que acentuaba cada curva, irradiando una sensualidad que me volvía loco.
Y Damián… ese mal nacido… tocándola, protegiéndola como si tuviera algún derecho sobre ella.
—No puedo dejarlo pasar, Luca —dije finalmente, mi voz baja pero cargada de determinación—.
No puedo permitir que piensen que pueden tocarla sin consecuencias.
—¿Y qué harás?
—preguntó Luca con un tono desafiante—.
¿Irrumpir ahora mismo y arrancarle la garganta a Damián frente a toda su manada?
¿Declarar una guerra que pondrá en peligro a los tuyos?
Su pregunta me golpeó como un balde de agua fría.
Cerré los ojos con fuerza, intentando calmar el fuego dentro de mí, pero era inútil.
Cada vez que pensaba en Eliza —en su rostro pálido mientras soportaba el ataque verbal de Luna, en la manera en que Damián había intentado “protegerla” como si fuera suya— sentía cómo la furia volvía a consumir cada fibra de mi ser.
—Esto no es solo rabia —dijo Luca después de un momento de silencio—.
Es algo más profundo.
Algo que no quieres admitir.
—No empieces —le advertí, mi voz baja pero cargada de amenaza.
—Sabes lo que es —continuó él con firmeza—.
Lo has sentido desde el principio.
Esa conexión que intentas negar.
Esa necesidad de protegerla a cualquier costo.
—¡Basta!
—gruñí en voz alta, mi voz reverberando en las paredes del despacho.
El silencio cayó sobre la habitación como un manto pesado.
Luca no respondió inmediatamente, pero podía sentir su presencia en el fondo de mi mente, observándome con una mezcla de paciencia y desafío.
Finalmente hablé, mi voz apenas un susurro: —No puede ser eso… No puede ser ella.
—¿Por qué no?
—preguntó Luca con una suavidad inesperada—.
¿Porque es humana?
¿Porque no encaja en tu idea de lo que debería ser tu compañera?
No respondí.
No podía.
Porque sabía que tenía razón, aunque me negara a admitirlo.
Sentía una furia incontenible y un dolor en el pecho que me dejaba sin aliento cada vez que recordaba cómo Damián tocaba lo que por derecho me pertenecía a mí.
Sus miradas cómplices, su cercanía… Y ella… Ella se veía increíblemente sensual en ese vestido y lo estaba usando para él.
Los informes sobre la cena fueron la gota que colmó el vaso.
Damián había reservado un postre afrodisíaco para compartir con ella.
Ese maldito bastardo planeaba llevársela a la cama.
La furia corría por mis venas como veneno puro; quería matarlo ahí mismo, desgarrarlo hasta que no quedara nada.
—Esto no puede continuar —dijo Luca con firmeza mientras yo cerraba la carpeta con un golpe seco.
—Lo sé —respondí, mi voz baja pero cargada de resolución—.
Voy a rechazar a esa maldita humana.
Esa noche, mientras la luna llena brillaba sobre los terrenos del cuartel, tomé una decisión definitiva.
La única forma de recuperar el control era cortar este vínculo antes de que me destruyera por completo.
Pero incluso mientras lo decía, incluso mientras intentaba convencerme a mí mismo de que era lo correcto… no podía ignorar el odio abrasador que sentía al pensar en Damián cerca de ella.
Porque, aunque intentara negarlo, aunque luchara contra ello con todas mis fuerzas… Eliza era mía.
Y nadie más tenía derecho a tocarla.
Nadie más tenía derecho a mirarla como si le perteneciera.
Nadie más tenía derecho a amarla… excepto yo.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com