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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 20

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  4. Capítulo 20 - 20 Ascensor Lucian
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20: Ascensor (Lucian) 20: Ascensor (Lucian) El ascensor se cerró con un eco metálico que reverberó en mi mente como un tambor de guerra.

Mis ojos se clavaron en ella, en su figura que parecía temblar bajo el peso de algo que no podía identificar, pero que yo sabía perfectamente qué era.

Damián.

Ese maldito lobo cuya esencia aún se aferraba a su piel, como un veneno que me carcomía desde dentro.

Apreté los puños en la penumbra del rincón donde me encontraba, oculto entre las sombras.

Mi mandíbula se tensó al percibir ese aroma inconfundible que no era mío.

Era suyo.

Dejo su esencia en ella a propósito, para que ningún otro macho se le acerque.

Salvaje.

No podía matarlo.

No mientras el maldito tratado de paz siguiera vigente.

Pero eso no significaba que no lo deseara con cada fibra de mi ser.

Si tan solo pudiera arrancarlo de su vida, de su memoria, de su piel.

Ella estaba inquieta, sus dedos jugueteaban con el borde de su vestido, y aunque intentaba aparentar calma, yo podía ver a través de su fachada.

Pude sentirlo en el aire; su nerviosismo, su confusión… y algo más.

Algo que me pertenecía y que Damián nunca podría reclamar.

Era mía.

Lo había sido desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron, aunque ella aún no lo entendiera.

Di un paso hacia adelante, emergiendo de las sombras sin prisa, como un depredador que acecha a su presa.

El sonido de mis botas contra el suelo fue suficiente para que levantara la mirada con un sobresalto.

Sus ojos se encontraron con los míos, y por un instante vi el reflejo de su alma: miedo, deseo, resistencia… una tormenta contenida en un solo vistazo.

—¿Dónde has estado?

—mi voz salió baja, cargada de una furia contenida que apenas podía controlar.

No era una pregunta.

Era un desafío.

Quería escucharla decirlo, admitir lo que había hecho y con quién había estado.

Quería verla quebrarse bajo el peso de mi mirada, pero también quería arrancar ese nombre de sus labios para destruirlo.

—Yo… estaba con un amigo —murmuró finalmente, su voz temblorosa como una hoja al viento.

Un amigo.

La palabra me provocó una risa amarga que no llegó a salir de mi garganta.

¿Un amigo?

¿Eso era lo que llamaba a Damián ahora?

Di un paso más hacia ella, cerrando la distancia entre nosotros con una calma calculada.

Su espalda chocó contra la pared del ascensor, y vi cómo su cuerpo reaccionaba a mi proximidad; su respiración se aceleró, sus pupilas se dilataron, lo sentía tanto como yo lo sentía.

Esa conexión innegable que nos ataba como cadenas invisibles.

—¿Un amigo?

—repetí con un tono cargado de burla—.

¿Es eso lo que llamas desaparecer toda la noche y regresar con el cabello alborotado?

Mis palabras eran veneno deliberado, destinadas a herirla, a recordarle que no podía esconderse de mí.

Vi cómo sus labios se apretaron en una línea fina, su orgullo luchando por alzarse contra mi dominio.

Pero no me importaba.

No podía permitir que alguien como Damián se interpusiera entre nosotros.

—No sabía que tenía que darte explicaciones —replicó finalmente, con una valentía fingida que solo logró avivar el fuego en mi interior.

Su desafío me hizo sonreír, pero no fue una sonrisa amable.

Fue una sonrisa cargada de oscuridad, una promesa silenciosa de que no dejaría esto pasar.

Incliné la cabeza ligeramente, observándola como si fuera un rompecabezas que necesitaba resolver.

¿Por qué seguía la diosa Luna me había dado esta compañera?

Se veía tan pequeña, frágil y me provocaban ganas de protegerla.

—Eres mía —dije finalmente, dejando que las palabras salieran con la certeza inquebrantable de quien sabe lo que es suyo—.

No necesitas entenderlo ahora… pero lo harás.

No permitiré que nadie más se acerque a ti.

Y mucho menos Damián.

Vi cómo sus ojos se agrandaron ante mis palabras, una mezcla de sorpresa y algo más que no podía identificar del todo.

Negación tal vez.

Pero no importaba.

Ella podía negar lo que quisiera; su alma ya había elegido, aunque su mente aún luchara por aceptarlo.

—No soy propiedad de nadie —respondió con un tono firme que intentaba ocultar el temblor en su voz.

Su resistencia era frustrante y fascinante a partes iguales.

Me acerqué aún más, inclinándome hasta que nuestras caras estuvieron peligrosamente cerca.

Podía sentir su aliento cálido contra mi piel, y ese aroma suyo, dulce y embriagador, mezclado con la esencia repugnante de Damián.

Quería borrarlo todo.

Quería reclamar cada centímetro de ella hasta que no quedara rastro de nadie más.

—Eso es lo que crees ahora —susurré con una sonrisa oscura—.

Pero tu alma ya lo sabe… Lo siento cada vez que estás cerca de mí.

Y sé que tú también lo sientes.

Ella abrió los labios como si fuera a protestar, pero las palabras murieron antes de nacer cuando mi mano encontró su cintura.

Su cuerpo se tensó bajo mi toque, pero no se apartó.

No podía apartarse porque sabía, en algún rincón profundo de sí misma, que esto era inevitable.

—Déjame ir —murmuró finalmente, aunque su voz sonaba más como una súplica débil que como una orden.

La idea me hizo reír internamente.

Dejarla ir… Como si eso fuera posible.

Como si pudiera arrancarla de mi ser sin destruirme en el proceso.

—No puedo —admití en un susurro ronco—.

Eres mía… aunque quisiera dejarte ir, no puedo.

El pitido agudo del ascensor nos interrumpió, anunciando nuestra llegada al piso 12.

Las puertas se abrieron lentamente detrás de ella, pero no me moví.

Mis ojos seguían fijos en los suyos, buscando esa rendición silenciosa que sabía que llegaría tarde o temprano.

—Vete a tu habitación —dije finalmente, suavizando mi tono, aunque mi autoridad seguía intacta—.

Descansa… Pero recuerda esto: no importa dónde vayas o con quién estés… siempre serás mía.

Di un paso atrás, liberándola del cerco invisible en el que la había atrapado.

La vi tambalearse ligeramente mientras salía del ascensor, sus piernas temblorosas traicionando la batalla interna que libraba consigo misma.

Justo antes de que las puertas se cerraran, nuestros ojos se encontraron una vez más y vi algo en su mirada: confusión, miedo… y algo más profundo que aún no estaba lista para aceptar.

Cuando el ascensor comenzó a descender nuevamente, apoyé la espalda contra la pared metálica y cerré los ojos por un instante.

El olor de Damián aún revoloteaba en mis sentidos como una burla cruel.

Pero eso cambiaría pronto.

Ella era mía, y tarde o temprano lo entendería.

Damián podía pensar que tenía algún derecho sobre ella, pero estaba equivocado.

Ella ya había sido reclamada… por mí y solo por mí.

Y nadie me la quitaría jamás.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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