Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 22
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- Capítulo 22 - 22 Confrontación Damián
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22: Confrontación (Damián) 22: Confrontación (Damián) Damián apretó las manos sobre el volante mientras el coche avanzaba por el camino que conducía a la manada.
Los árboles altos y oscuros se alzaban a ambos lados, sus sombras alargándose como si quisieran atraparlo.
Acababa de dejar a Eliza en la facultad, pero su mente estaba lejos de la tranquilidad que ella irradiaba.
Todo lo contrario, su interior era un torbellino de emociones; rabia, decepción, y algo más profundo que no quería nombrar.
Luna.
El simple pensamiento de su nombre hacía que su mandíbula se tensara.
Había sido su prometida una vez, en un tiempo que ahora parecía tan lejano que casi lo sentía como un sueño.
Pero los lobos no mienten, y cuando obtuvieron a sus respectivos lobos y el vínculo de compañeros no se manifestó, la realidad los golpeó como una tormenta invernal.
Su compromiso fue cancelado, y con ello, las ilusiones de un futuro juntos se desmoronaron en pedazos.
Pero lo que realmente lo enfurecía no era el pasado.
No.
Era el presente.
Luna había cruzado una línea al tratar a Eliza con desprecio frente a otros miembros de la manada.
Y para colmo, Cordelia, la bruja de la manada, había lanzado una premonición en el pasado: “Luna será la Luna de esta manada algún día”.
Esa absurda profecía había sido como sal en una herida abierta.
¿Cómo podía alguien tan arrogante y egoísta ser digna de ese título?
Damián frenó bruscamente frente al castillo, el hogar ancestral de la manada.
Bajó del coche con pasos firmes, sintiendo cómo su rabia hervía bajo la superficie.
No podía permitirse flaquear ahora.
Como hijo del Alfa y futuro alfa de la manada Hierro de Sangre, tenía un deber que cumplir.
El castillo se alzaba imponente bajo el cielo gris.
Sus torres parecían tocar las nubes, y las paredes de piedra negra exudaban una autoridad que resonaba con siglos de historia.
Damien cruzó las puertas principales, ignorando las miradas curiosas de los miembros de la manada que se encontraban en el vestíbulo.
Su presencia siempre imponía respeto, pero esta vez había algo más en su andar: una furia contenida que electrificaba el aire a su alrededor.
Se dirigió directamente a la sala principal.
Allí estaba ella.
Luna se encontraba sentada en una mesa larga, rodeada por algunos de sus seguidores más leales.
Su cabello con ese horrible color rosa caía en cascada sobre sus hombros, y su porte altivo irradiaba confianza.
Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Damien, algo en su expresión cambió.
Una chispa de desafío apareció en su mirada.
–Luna –dijo Damián con voz firme, deteniéndose al pie de la mesa–.
Necesito hablar contigo.
Ella arqueó una ceja, dejando caer la copa de vino que sostenía sobre la mesa con un gesto deliberado.
Su tono fue tan cortante como una hoja afilada cuando respondió: –¿Qué es tan importante que no puede esperar?
Damián sintió cómo su rabia se intensificaba, pero se obligó a mantener la calma.
Dio un paso al frente, cerrando la distancia entre ambos.
–Tu comportamiento hacia Eliza fue inaceptable –declaró–.
No puedo permitir que pases por alto las normas básicas de respeto.
Un murmullo recorrió la sala.
Los seguidores de Luna intercambiaron miradas nerviosas, pero ella no parecía inmutarse.
En cambio, cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con frialdad.
–¿Y qué planeas hacer al respecto?
–preguntó con un tono que bordeaba la burla.
Damien respiró hondo antes de responder.
– No te acercaras a Eliza –dijo, cada palabra cargada de autoridad–.
Y aceptarás las consecuencias de tus acciones.
El silencio cayó como un manto pesado sobre la sala.
Luna lo miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de furia e incredulidad.
–¿Consecuencias?
–repitió, dejando escapar una risa amarga–.
¿Qué tipo de consecuencias?
Damián sintió cómo su paciencia alcanzaba su límite.
Dio otro paso hacia ella, inclinándose ligeramente para enfrentarse a su mirada desafiante.
– Estarás suspendida de los bloques de vigilancia, hasta nuevo aviso… sin paga por tres meses — Silencio en la sala, el rostro de Luna era de incredulidad — No voy a permitir que tu arrogancia ponga en peligro la armonía que tanto nos ha costado construir.
Luna apretó los labios, pero no retrocedió.
–Oh, claro –dijo con sarcasmo–.
Porque eres tan perfecto, ¿verdad?
El gran Damián, siempre haciendo lo correcto.
Pero dime algo ¿te molesta más cómo traté a Eliza o el hecho de que nunca fui tu compañera predestinada?
El golpe fue directo al corazón, pero Damien no dejó que sus emociones se reflejaran en su rostro.
En lugar de eso, dejó escapar una risa seca.
–¿De verdad crees que eso importa ahora?
–respondió–.
Alguna vez pensé en casarme contigo, Luna.
Pensé que podríamos ser un equipo.
Pero me equivoqué.
No eres la compañera que necesito…
y nunca lo serás.
Las palabras cayeron como piedras entre ellos.
Por un momento, Luna pareció tambalearse, pero rápidamente recuperó su compostura.
–Cordelia dijo que yo sería la Luna de esta manada –dijo en voz baja, pero con firmeza–.
Esa profecía aún está por cumplirse.
Damián sintió cómo su rabia alcanzaba un punto crítico.
Se enderezó y la miró con una intensidad que hizo que incluso sus seguidores retrocedieran ligeramente.
–Cordelia puede decir lo que quiera –escupió–.
Podrás haber estado en mi cama, pero jamás en mi trono.
Luna no pudo más con la humillación, salió corriendo del castillo en dirección a su hogar, ella era la encargada de los bloques de vigilancia.
Todo por culpa de esta estúpida humana.
Al salir del castillo, el aire frío golpeó su rostro como un recordatorio de la realidad que enfrentaba.
No podía permitirse ser débil.
No ahora, cuando la manada necesitaba un líder fuerte y justo más que nunca.
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