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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 24

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24: Consejo 24: Consejo La sala del consejo, envuelta en una penumbra casi sobrenatural, parecía un relicario de secretos antiguos.

Las antorchas chisporroteaban, proyectando sombras que se retorcían en las paredes de piedra como criaturas vivientes.

El aire estaba cargado de una tensión opresiva, un peso invisible que parecía hundir los hombros de los presentes.

Los alfas de las manadas más poderosas estaban reunidos en un círculo cerrado, sus siluetas recortadas contra la luz vacilante.

Sus miradas eran tan afiladas como cuchillas, pero ninguna era tan intensa como la que Lucian se dirigía hacia Damián.

Lucian estaba sentado al borde de su silla, con los músculos tensos como un depredador a punto de lanzarse sobre su presa.

Su mandíbula estaba firmemente apretada, y sus ojos dorados brillaban como brasas encendidas, pozos de odio contenido.

Cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Damián, el aire entre ambos parecía vibrar, cargado de una energía peligrosa e incontrolable.

Damián, por su parte, mantenía una expresión imperturbable, pero sus ojos azules se destellaban con una mezcla de desafío y desprecio.

Era un duelo silencioso, una batalla librada en miradas que hablaban más que mil palabras.

Maximus, el Alfa Supremo, se levantó lentamente, y su mera presencia llenó la sala como una tormenta a punto de desatarse.

Su voz resonó como un trueno en el espacio cerrado.

—Hermanos y hermanas —comenzó con solemnidad—, hoy nos enfrentamos a un evento que trasciende nuestras diferencias y rivalidades.

La Diosa Luna se ha revelado.

Un murmullo inquieto recorrió la sala como un viento helado.

Los alfas intercambian miradas fugaces; algunos mostraron incredulidad, otros temor.

Pero Lucian no apartó los ojos de Damián ni por un instante.

El simple hecho de que ese hombre estuviera allí lo enfurecía.

Damián había osado acercarse a Eliza, aunque Lucian nunca había admitido públicamente su vínculo con ella.

Además, no podía ignorar cómo la manada Sangre de Hierro había estado inmiscuyéndose en su territorio, una afrenta que hervía en su sangre.

Maximus continuó hablando, ajeno a la tensión palpable entre los dos alfas.

—La Gran Loba Dorada ha resurgido.

Ella es portadora de un poder ancestral; su pelaje dorado, como el sol líquido, unirá a las manadas y traerá paz.

Su compañero predestinado será coronado como Rey Alfa… Alfa entre los Alfas.

Los murmullos se intensificaron hasta convertirse en un murmullo ensordecedor.

Las miradas entre los alfas solteros eran destellantes, cargadas de ambición y deseo.

Entre ellos estaban Damián y Lucian.

Este último no había informado a nadie que su compañera ya había aparecido; Planeaba aprovechar esta oportunidad para rechazar a la humana y reclamar el título de Rey Alfa.

Con ese poder en sus manos, acabaría con la manada Sangre de Hierro en un abrir y cerrar de ojos.

— ¿Cómo sabemos que esta profecía es real?

—interrumpió Ronan Blackwood, el alfa más veterano y padre de Damián.

Su voz era fría y calculadora, como siempre—.

No podemos basar nuestras decisiones en cuentos antiguos.

Maximus lo enfrentó con una mirada penetrante, su tono lleno de autoridad inquebrantable.

—Los ancianos del templo recibieron esta visión directamente de la Diosa Luna durante la última luna llena.

Ellos no mienten.

Crane frunció el ceño pero no respondió.

Damián observaba a su padre con atención, aunque sus pensamientos parecían estar en otro lugar.

Alina, la única alfa mujer del consejo, rompió el silencio con su voz serena pero firme:  —Maximus, si esta Gran Loba Dorada existe ¿cómo podemos identificarla?

¿Qué debemos buscar?

Maximus avanza lentamente antes de responder:  —La Diosa Luna nos dio una única referencia: “Sus bordes curvos y elegantes de un plateado etéreo serán; tentará la sangre y traerá paz”.

El mensaje críptico provocó un nuevo torrente de murmullos entre los presentes.

Damián observaba a Maximus con una expresión inescrutable, pero sus ojos traicionaron una leve inquietud.

Aunque nunca lo admitiría en voz alta, algo en las palabras del Alfa Supremo había encendido una chispa dentro de él una sensación extraña y perturbadora que no podía ignorar.

Crane golpeó la mesa con fuerza, exigiendo atención:  —Esto es absurdo —declaró con desdén Maximus lo miró con calma gélida antes de responder:  —Las pruebas llegarán cuando sea el momento adecuado.

Pero si eliges ignorar las señales de la Diosa Luna, lo haces bajo tu propio riesgo.

El silencio que siguió fue tenso y lleno de desafíos no expresados.

Finalmente, Ronan se levantó y miró a Damián.

—Vamos —ordenó con frialdad—.

Tenemos asuntos más importantes que atender.

Damián obedeció sin decir una palabra; Sin embargo, antes de que pudiera salir del consejo, Lucian los detuvo con un gruñido que resonó como un trueno en la sala.

—Aún no ha terminado la sesión, Ronan—dijo con voz grave—.

Hay un tema que debemos tratar.

Los murmullos cesaron al instante.

Ronan se detuvo en seco y regresó a su asiento con expresión impasible.

—Has estado enviando cazadores a mi territorio y rastreadores a la zona de Stanford —acusó Lucian con furia contenida—.

Exijo una explicación.

Crane entrecerró los ojos antes de responder  —La cuadrilla que se internó en tus territorios desertó de mi ejército; Ya hemos resuelto ese problema.

En cuanto a los rastreadores…

—hizo una pausa deliberada—…

se extravió una niña sin lobo aún; Hemos estado buscándola.

Sin esperar respuesta, Ronan se levantó nuevamente y salió del consejo, seguido por Damián.

Lucian apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos; No creía ni por un segundo la excusa del veterano Alfa.

Estuvo a punto de detenerlos nuevamente cuando Romulus intervino — ¿Es necesario que busquemos a la Loba Dorada?

—preguntó con cautela.

Maximus asintió solemnemente antes de responder:  —Ella ya está entre nosotros —afirmó con convicción—.

Cuando esté lista, vendrá a nosotros por su propia voluntad.

Lucian sintió cómo esas palabras encendían algo dentro de él; una mezcla de esperanza y ambición desbordante.

—¿Está en nuestras tierras?

—preguntó con voz ronca.

Maximus lo miró directamente antes de asentir lentamente:  —Sí…

Y cuando llegue el momento adecuado, todos lo sabremos.

Con un gesto autoritario, Maximus dio por terminada la reunión y comenzó a retirarse hacia las sombras del pasillo principal.

Sin embargo, antes de que Lucian pudiera irse, el Alfa Supremo se le acercó en silencio y lo miró fijamente:  —¿Hay algo que quieras compartir conmigo?

—preguntó en voz baja pero firme, sus ojos perforando los pensamientos del joven alfa como dagas invisibles.

Lucian vaciló por un instante antes de negar con la cabeza:  —No…

nada por ahora —respondió con esfuerzo contenido.

Maximus lo observar durante unos segundos más antes de asentir lentamente:  —Espero grandes cosas de ti, joven Alfa —dijo antes de desaparecer entre las sombras del pasillo.

Lucian permaneció inmóvil mucho después de que todos hubieran partido.

La sala vacía parecía oprimirlo con su silencio sepulcral mientras sus pensamientos giraban en espiral Eliza…

la marca…

la profecía…

y Damián.

Ese hombre era un obstáculo que debía eliminar si quería reclamar lo que era suyo por derecho propio.

Finalmente salió al pasillo oscuro, donde las antorchas parpadeaban débilmente mientras avanzaba hacia la salida.

Sin embargo, no podía sacudirse la sensación persistente de que algo mucho más grande estaba en juego; algo que iba más allá de él o incluso de Eliza…

algo que podría cambiar el destino mismo de todas las manadas bajo la luna llena.

Con esta nueva información, no caía la menor duda, por el bien de su manada, tenia que rechazar a la humana.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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