Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 25
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- Capítulo 25 - 25 Manada Sangre de Hierro
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25: Manada Sangre de Hierro 25: Manada Sangre de Hierro El castillo de los Sangre de Hierro se alzaba como un coloso sombrío en medio del bosque, sus torres góticas perforando el cielo gris.
Era un lugar que imponía respeto y temor, incluso entre aquellos que lo llamaban hogar.
Dentro de sus muros, el aire era pesado, cargado de secretos y promesas rotas.
Ronan Blackwood, el Alfa de la manada, caminaba con pasos firmes por los pasillos vacíos.
Su apariencia era una máscara de dureza, pero en sus ojos oscuros se agitaba una tormenta de pensamientos.
El eco de sus botas resonaba como un tambor fúnebre mientras se dirigía a la sala privada donde lo esperaba su hijo, Damián.
Había llegado el momento de revelar la verdad, una verdad que había ocultado durante años, incluso a su propia sangre.
La profecía de la Loba Dorada ya no era un secreto enterrado en las sombras; La Diosa Luna se había manifestado, y ahora el peligro acechaba en cada rincón.
Al entrar en la habitación, la penumbra lo envolvió.
Solo un candelabro central iluminaba el espacio, proyectando sombras inquietantes que parecían moverse con vida propia.
Damián estaba de pie junto a una ventana, su silueta recortada contra el paisaje del bosque.
Aunque su postura era relajada, sus ojos azules brillaban con una intensidad que delataba su inquietud.
—¿Por qué nos hemos marchado tan pronto del consejo?
—preguntó Damián sin volverse, su voz calmada pero teñida de reproche.
Ronan cerró la puerta tras de sí con un golpe seco y se apoyó contra ella, cruzando los brazos sobre el pecho.
Su mirada era penetrante, como si intentara atravesar las defensas de su hijo.
—Porque el consejo ya no es digno de confianza —respondió con frialdad—.
Se ha convertido en un nido de serpientes, y no pienso exponer a nuestra familia a sus intrigas.
Damián se giró lentamente para enfrentarlo, sus cejas arqueadas en una mezcla de curiosidad y desafío.
—¿Esto tiene que ver con la profecía de la Loba Dorada?
—preguntó con cautela.
Crane guardó silencio por un instante, evaluando a su hijo.
Finalmente ascendiendo, su expresión endureciéndose aún más.
-Si.
Y es hora de que sepas la verdad.
Damián lo observa fijamente, esperando que continuara.
Crane comenzó a caminar por la habitación, sus pasos marcando un ritmo lento y deliberado mientras organizaba sus pensamientos.
—Nuestra sangre… nuestra familia… está ligada al linaje de la Gran Loba Dorada —dijo finalmente, su voz grave como un trueno lejano—.
Esa profecía que Maximus mencionó no es solo un cuento para asustar a los cachorros.
Es real.
Y nosotros somos parte de ella.
El rostro de Damián se tensó, sus ojos buscando alguna señal de que su padre estuviera bromeando.
Pero no encontré nada más que gravedad en la mirada de Ronan.
— ¿Estás diciendo que uno de nosotros es descendiente directo de esa criatura mítica?
—preguntó con incredulidad.
Crane se detuvo frente a él y lo miró directamente a los ojos.
— No es un mito — respondió con firmeza —.
La Gran Loba Dorada existió, y su poder corre por nuestras venas.
Es por eso que nuestra manada ha sido siempre más fuerte, más resistente que los demás.
Pero ese poder nos convierte en un blanco.
Si alguien más lo descubre… — Su voz se apagó mientras apretaba los puños con fuerza— no dudarán en destruirnos para reclamarlo.
Damián asimiló las palabras en silencio.
Había oído historias sobre la Loba Dorada cuando era niño, pero siempre las había descartado como leyendas sin fundamento.
Ahora, todo cobraba sentido: las tensiones entre las manadas, las miradas sospechosas en el consejo, los movimientos calculados de Lucian.
—¿Por qué ahora?
—preguntó finalmente—.
¿Por qué este secreto sale a la luz justo en este momento?
Crane dejó escapar un suspiro pesado y volvió a caminar.
—La Diosa Luna se ha revelado – su padre dejo salir el aire que estaba conteniendo – esperaba que, para ese momento, Lucian ya hubiera encontrado pareja.
El nombre de Lucian hizo que los músculos de Damián se tensaran.
La rivalidad entre ellos había crecido peligrosamente en los últimos meses, especialmente después de que Lucian comenzara a mostrar interés en Eliza.
Aunque Damián quería ocultarlo, sabía que sus sentimientos hacia ella complicaban aún más la situación.
—¿Qué hacemos ahora?
—preguntó después de un momento.
Crane se detuvo frente a él y lo miró con una intensidad casi sofocante.
—Protegemos nuestro linaje a toda costa —declaró con voz firme—.
Nadie debe saber que somos los herederos del poder de la Loba Dorada.
Si el consejo lo descubre… si Lucian lo descubre… estaremos condenados, aun tiene la idea de que nosotros matamos a su padre.
El silencio llenó la habitación como un peso insoportable.
Finalmente, Damián avanzó lentamente.
—Lo entiendo —dijo con seriedad—.
Haré lo que sea necesario para proteger a nuestra familia.
Crane pareció relajarse ligeramente ante esas palabras, pero la preocupación seguía grabada en su rostro como una cicatriz imborrable.
—Hay algo más —dijo después de una pausa—.
La profecía no solo habla del resurgir de la Loba Dorada.
También menciona a su compañero predestinado… el Rey Alfa.
Damián lo miró con una mezcla de curiosidad y aprensión.
—Crees que eso tiene algo que ver con nosotros?
Ronan negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, Damián lo interrumpió con una pregunta inesperada.
—Padre… ¿cómo puede existir una Gran Loba Dorada en nuestro linaje?
No tengo hermanas… y madre… —Su voz se quebró ligeramente al mencionar a su madre fallecida—.
¿Será que pronto encontrará a mi compañera y tendrá una hija?
La tensión en el rostro de Ronan se intensificó.
Había verdades que aún no estaba listo para compartir con su hijo, verdades que sabía le causarían un dolor profundo.
—Por ahora, lo único que debes hacer es estar alerta —dijo finalmente, cambiando el tema abruptamente—.
Y pasar más tiempo en la manada.
Sabes cuánto odio que te quedes en la ciudad.
Damián frunció el ceño ante el cambio arrepentido, pero no insistió.
Cuando el Alfa daba una orden, lo mejor era obedecerla sin cuestionarla.
—Retírate por favor —añadió Crane con un tono definitivo.
Damián avanzó y comenzó a dirigirse hacia la puerta, aunque las dudas seguían pesando en su mente.
Justo antes de salir, se detuvo y miró a su padre por encima del hombro.
—Una última cosa —dijo con cautela—.
¿Por qué Luna está suspendida de las cuadrillas?
La pregunta pareció tomar a Damián por sorpresa.
Su expresión se endureció aún más antes de responder.
—Luna fue irreverente conmigo mientras estaba en una cita —dijo con frialdad.
Ronan arqueó una ceja, intrigado.
—¿Una cita?
—repitió lentamente.
Crane lo miró fijamente pero no dijo nada más.
Damián dejó escapar un suspiro antes de soltar las palabras que había estado guardando desde hacía días.
—Creo… que encontré a mi compañera, padre.
El comentario dejó a Crane momentáneamente desconcertado.
Sus ojos se estrecharon mientras estudiaba a su hijo con atención renovada.
—¿Por qué dices… “creo”?
—preguntó finalmente, entrelazando las manos frente a él y apoyándose ligeramente sobre ellas.
Damián vaciló antes de responder.
—Es humana.
El silencio que siguió fue absoluto, tan denso como las sombras que llenaban la habitación.
En los ojos de Crane brillaron algo indescifrable; preocupación, incredulidad… y quizás un destello de temor.
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