Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 28
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28: Maestro (Eliza) 28: Maestro (Eliza) Eliza caminaba con paso ligero por el amplio campus, envuelta en una brisa fresca.
El sol descendía lentamente, pintando el cielo con tonos anaranjados y rosados, mientras las sombras de los edificios se alargaban a su alrededor.
Sujetaba con fuerza su libreta contra el pecho, como si fuera un escudo protector, mientras trataba de orientarse entre los caminos serpenteantes que llevaban al edificio donde tendría su clase de Mitos y Leyendas.
Era una clase que había elegido casi por capricho, pero algo en el título la había intrigado, como si prometiera abrir puertas a mundos que solo existían en los confines de la imaginación.
Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era la peculiaridad del horario; viernes de 5 pm a 7 pm, un momento en el que el campus parecía entrar en un estado de calma casi sobrenatural.
Mientras cruzaba una arboleda, sintió que alguien la observaba.
No había nadie más en el sendero, pero esa sensación persistente le erizó la piel.
Se detuvo un momento, girando la cabeza hacia los árboles que susurraban con el viento.
Nada.
Solo el crujir de las hojas secas bajo sus pies rompía el silencio.
—¿Eliza?
—una voz masculina la sobresaltó desde atrás.
Se giró rápidamente y allí estaba Damián, con su sonrisa ladeada y esa chaqueta de cuero que parecía formar parte de su piel.
Su presencia era imponente, como si llenara el espacio a su alrededor con una energía que oscilaba entre lo tentador y lo peligroso.
—¡Damián!
—exclamó Eliza, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón—.
Me asustaste.
—Perdón, no fue mi intención —dijo él, alzando las manos en un gesto de disculpa, aunque sus ojos parecían divertidos—.
Te vi caminando sola y pensé en alcanzarte.
¿Vas a alguna clase?
—Sí, Mitos y Leyendas —respondió ella, señalando con la cabeza hacia adelante—.
Es en el edificio F45 Damián arqueó una ceja, visiblemente interesado.
—¿Mitos y Leyendas?
Eso suena…
intrigante.
¿Te importa si te acompaño?
Eliza aceptó de inmediato; le encantaba pasar tiempo con él.
Nunca imaginó que al llegar al campus encontraría el amor, pero entonces apareció Damián.
Desde el instante en que sus miradas se cruzaron, algo mágico ocurrió, como si el universo conspirara para acercarlos.
La conexión fue inmediata, intensa, como una tormenta de emociones que no cesaba.
Después de aquella noche tan íntima que compartieron hace unos días, él no había dado un paso más allá.
Sin embargo, eso no apagaba la emoción que vibraba en su pecho.
Ahora, estaba llena de nervios y entusiasmo porque pronto él conocería a su madre.
Ese gesto hablaba de algo más profundo, de un compromiso silencioso que no necesitaba palabras.
Cada momento junto a Damián era un recordatorio de lo inesperado y maravilloso que puede ser el amor, y aunque aún quedaban preguntas en el aire, ella no podía evitar soñar con todo lo que podría venir.
— Por cierto —dijo él mientras ajustaba el ritmo de sus pasos para caminar a su lado—¿vas a la fiesta de esta noche?
Eliza lo miró de reojo.
—No estoy segura —respondió mientras mordía su labio inferior—.
Quisiera estudiar para la clase del profesor Donohue…
me dejó algo intimidada esta semana.
—¿Técnicas de Investigación Jurídica?
—preguntó él con una sonrisa que parecía saber más de lo que decía.
Ella asintió tímidamente—.
Yo tengo el resumen completo del semestre pasado; trabajé con él durante una pasantía.
Si quieres, puedo compartirlo contigo.
Eliza lo miró con incredulidad y luego sonrió ampliamente.
—¿En serio?
¡Por favor!
Eso me salvaría la vida.
Damián se detuvo un instante y la miró fijamente antes de responder —Claro, pero con una condición, tienes que acompañarme a la fiesta esta noche.
Eliza frunció el ceño y soltó una pequeña risa nerviosa.
—Eso no es justo.
—Claro que sí —respondió él con una sonrisa triunfal—.
Estoy acortando tu tiempo de estudio para darte un poco de diversión.
Es un trato justo.
Retomaron el camino juntos por el sendero iluminado por las últimas luces del día.
Damián hablaba animadamente sobre su semana y sus clases, pero ella aun tenía esa sensación de ser observada.
Cada tanto miraba por encima del hombro o hacia los árboles cercanos, esperando encontrar algo —o alguien— que justificara esa inquietud que no podía sacudirse.
—¿Estás bien?
—preguntó Damián de repente.
—Sí…
creo que sí —respondió ella, esforzándose por sonreír—.
Es solo que…
no sé, siento como si alguien nos estuviera siguiendo.
Damián frunció el ceño y miró a su alrededor con una expresión seria, pero tras unos segundos negó con la cabeza.
—No veo a nadie.
Quizás solo sea tu imaginación.
Este campus puede ser un poco raro a estas horas.
Eliza asintió, aunque no estaba completamente convencida.
A medida que se acercaban al edificio donde seria su clase, el ambiente parecía cambiar sutilmente.
Las sombras se volvían más densas y el aire más frío, como si hubieran cruzado un umbral invisible hacia otro lugar.
Finalmente llegaron al edificio, una estructura antigua con columnas imponentes y ventanas altas que reflejaban los últimos rayos del sol.
La puerta principal estaba entreabierta, dejando escapar un tenue resplandor dorado desde el interior.
Damian la sostuvo para que Eliza pudiera pasar primero.
—¿Estás segura de que esta es tu clase?
—preguntó él, mirando alrededor con curiosidad.
—Sí, estoy segura —respondió ella, aunque ahora que lo pensaba, no recordaba haber estado antes en este edificio.
Había encontrado la ubicación en el mapa del campus, pero no había tenido tiempo de explorarla antes del inicio del semestre.
El vestíbulo estaba vacío y resonaban sus pasos mientras avanzaban por el pasillo principal, buscando el aula indicada en su horario 304B.
Las paredes estaban decoradas con tapices antiguos que representaban escenas de batallas épicas y criaturas mitológicas.
Eliza no pudo evitar detenerse frente a uno particularmente llamativo; un enorme lobo dorado con ojos azules penetrantes, sus colmillos imponentes se alzaban en un rugido, mientras era rodeado 6 lobos negros igual de imponentes.
Un escalofrío atravesó su espalda, casi quedando sin aliento.
— Así que tú la gran loba dorada – murmuro Damián más para sí mismo.
Con una sonrisa divertida.
Ella no dijo nada, solo observo sus bellísimos ojos azules.
No podía evitar pensarlo.
Como los de ella.
Finalmente, Eliza y Damián llegaron al aula 304B, al final de un pasillo que parecía más largo y oscuro de lo habitual.
La puerta estaba cerrada, pero una cálida luz amarilla escapaba por el marco, junto con el murmullo de voces bajas que parecían formar un susurro colectivo.
Eliza sintió un nudo en el estómago, una mezcla de curiosidad y ansiedad.
Giró el pomo con cuidado, como si temiera interrumpir algo sagrado, y empujó la puerta lentamente.
Lo que encontró al otro lado no era en absoluto lo que había imaginado.
El aula parecía sacada de un sueño antiguo y misterioso.
No había escritorios ni sillas en filas ordenadas.
En su lugar, una mesa redonda ocupaba el centro de la sala, rodeada por sillas de madera tallada con diseños tan intrincados que parecían contar historias propias.
Sobre la mesa descansaba un libro grueso de cuero oscuro, abierto en una página iluminada por un tenue resplandor dorado, como si las palabras mismas estuvieran vivas.
Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros con lomos desgastados y artefactos extraños, relojes oxidados, cristales de formas imposibles y frascos que contenían sustancias que parecían moverse por sí mismas.
Dio un paso hacia adelante, pero antes de cruzar completamente el umbral, sintió una mano fuerte que la detenía.
Damián la sujetó por la muñeca con firmeza, aunque su toque era sorprendentemente suave.
Cuando giró la cabeza para mirarlo, se encontró con sus ojos azules… oscuros, intensos y llenos de algo que no pudo descifrar del todo.
—Espera —dijo él, su voz baja pero cargada de autoridad.
Había algo en su tono que hizo que el aire pareciera más denso a su alrededor.
—¿Qué pasa?
—preguntó ella en un susurro, aunque no estaba segura de por qué sentía la necesidad de hablar tan bajo.
Damián no respondió de inmediato.
En lugar de eso, la empujó suavemente hacia atrás hasta que su espalda chocó con la pared fría junto a la puerta.
Su mano libre se apoyó en la pared junto a su cabeza, creando una especie de jaula invisible que la mantenía atrapada entre él y la superficie dura.
La proximidad era abrumadora; podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y el leve roce de su respiración contra su piel.
—Necesito que me escuches —dijo finalmente, inclinándose más cerca.
Su voz era apenas un murmullo, pero tenía un peso que hizo que el corazón de Eliza latiera con fuerza descontrolada.
Ella asintió, incapaz de apartar la mirada de sus ojos.
Había algo en ellos, algo oscuro y magnético que la hacía sentir vulnerable y protegida al mismo tiempo.
Damián se inclinó aún más, y por un momento, Eliza pensó que iba a besarla.
Pero en lugar de eso, sintió cómo su nariz rozaba suavemente la base de su cuello.
Aspiró profundamente, como si estuviera tratando de memorizar su esencia, y luego subió lentamente hasta quedar nuevamente frente a ella.
Sus ojos se encontraron otra vez, y Eliza sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo.
—Damián…
—susurró ella, apenas capaz de pronunciar su nombre.
Él no respondió.
Por un momento que pareció eterno, simplemente la miró con esa intensidad casi insoportable.
Eliza sintió como si todo lo demás hubiera desaparecido, las voces apagadas dentro del aula, las sombras del pasillo e incluso el frío aire otoñal que se colaba por las ventanas.
Solo existían ellos dos.
Pero entonces, como si el universo se deleitara en interrumpir momentos como ese, una voz cargada de sarcasmo rompió el hechizo.
—Joven Blackwood…
qué sorpresa encontrarlo aquí.
Damián se tensó al instante.
Su mandíbula se apretó con tanta fuerza que Eliza pudo ver cómo los músculos se marcaban bajo su piel.
Lentamente, giró la cabeza hacia la fuente de la voz.
Al final del pasillo estaba Lucian.
Alto, elegante y con una sonrisa cínica que parecía cortarle la cara como una herida abierta.
Sus ojos dorados brillaban con una mezcla peligrosa de burla y desafío mientras caminaba hacia ellos con una calma calculada.
—Lucian —gruñó Damián, su tono goteando veneno—.
Qué conveniente verte aquí.
Lucian levantó una ceja con fingida sorpresa antes de responder con esa voz suave pero llena de autoridad que siempre parecía irritar a Damián.
—¿Conveniente?
Yo diría necesario…
después de todo, alguien tiene que asegurarse de que no metas tus manos donde no debes.
Damián dio un paso adelante, colocándose entre Lucian y Eliza como si fuera un escudo humano.
Su presencia era imponente, casi amenazante, pero Eliza no pudo evitar notar cómo mantenía una mano ligeramente extendida hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que ella permaneciera a salvo detrás de él.
—¿Qué quieres decir con eso?
—espetó Damián, cada palabra cargada de tensión.
Lucian sonrió aún más ampliamente, como si disfrutara del efecto que tenía sobre Damián.
—Lo que quiero decir —respondió finalmente con una calma desconcertante— es que si no estás aquí para asistir a esta clase, deberías marcharte.
Con un gesto elegante pero firme, abrió la puerta del aula 304B y miró directamente a Eliza.
Sus ojos dorados se encontraron con los de ella, y por un momento todo lo demás desapareció.
No había Damián, ni aula misteriosa, ni siquiera el aire frío del otoño.
Solo estaban ellos dos.
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