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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 30

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30: Clase 30: Clase Eliza estaba sentada en una de las sillas del aula, pero su mente vagaba muy lejos de los muros de la universidad.

El eco de la discusión entre Lucian y Damián aún resonaba en su cabeza, como un tambor que golpeaba con furia.

Su pecho subía y bajaba con un ritmo acelerado, pero no era por la caminata apresurada que había hecho para llegar a tiempo a clase.

No, era por algo mucho más visceral, más primitivo.

La tensión entre ambos hombres había sido tan densa que parecía haber cubierto el ambiente con una capa de oscuridad.

El aire era sofocante, cargado de electricidad y algo más… algo que no podía nombrar sin sentir un escalofrío.

Lucian, como siempre, se había mostrado inquebrantable.

Su presencia era como una estatua de mármol; fría, imponente y esculpida con una precisión cruel.

Pero había algo en él que la desarmaba.

Su voz, profunda y autoritaria, tenía un poder extraño sobre ella.

Incluso ahora, podía escucharla resonando en su cabeza: “Ven conmigo”.

Esas palabras, simples en apariencia, contenían un magnetismo que la atrapaba en su órbita.

Era como si su voluntad no le perteneciera del todo cuando él estaba cerca.

Sin embargo, esa atracción no venía sin un precio.

Había algo en Lucian que despertaba en ella una inquietud constante, una sensación de peligro que anidaba en lo más profundo de su ser.

Era como si él supiera secretos oscuros, cosas que nadie más podía comprender, y esa oscuridad lo envolvía como una segunda piel.

Pero lo más aterrador era que, a pesar de su instinto que le gritaba que se alejara, había una conexión inexplicable entre ambos.

Una cuerda invisible que tiraba de ella hacia él incluso cuando sabía que cada paso hacia él era un paso hacia el abismo.

Desde su lugar en la cabecera de la mesa, Lucian comenzó la clase con esa voz grave que parecía llenar cada rincón del aula.

Pero Eliza apenas podía concentrarse en las palabras que salían de sus labios.

En cambio, sus ojos se desviaban hacia él, estudiándolo con una mezcla de fascinación y temor.

Su mandíbula afilada, sus ojos dorados que parecían arder con una intensidad animal…

todo en él era peligroso, pero también irresistible.

Un recuerdo se filtró en su mente como un ladrón en la noche; aquel momento en el elevador.

Como la sujeto y la tomo como si le perteneciera, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento.

“Eres mía”, le había dicho con una certeza escalofriante.

Aunque odiaba cómo esas palabras la reducían a un objeto, algo dentro de ella se encendió al escucharlas.

Era una contradicción insoportable; el deseo y el rechazo entrelazados como una danza mortal.

Sin embargo, no podía ignorar a Damien.

Él era todo lo opuesto a Lucian cálido donde Lucian era frío, luz donde el otro era sombra.

Sus ojos azules eran un refugio donde Eliza sentía que podía perderse sin miedo.

Su cabello dorado brillaba como los rayos del sol, y había algo en su presencia que la llenaba de calma, como si todo estuviera bien cuando él estaba cerca.

Pero esa paz era efímera porque, donde Damiántraía tranquilidad, Lucian traía caos… y ella no podía evitar sentirse atraída hacia ambas fuerzas opuestas.

Un suspiro escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.

—Señorita Hawthorne —la voz de Lucian cortó sus pensamientos como una cuchilla afilada—.

¿Podría iluminarnos con su opinión sobre los mitos de la región?

Estoy seguro de que tiene mucho que aportar.

Eliza sintió cómo el calor subía a sus mejillas mientras todos los ojos del aula se posaban sobre ella.

Las risitas ahogadas de las alumnas cercanas a Lucian no tardaron en llegar, especialmente de aquellas que lo miraban con una mezcla de devoción y deseo apenas disimulado.

Una de ellas murmuró algo entre dientes; Eliza no alcanzó a oírlo del todo, pero no necesitaba hacerlo para saber que era un comentario cruel.

—Yo… no estoy segura —admitió finalmente, odiando el temblor en su voz.

Lucian arqueó una ceja con una expresión que parecía decirle: “Sabía que dirías eso”.

Su sonrisa fue apenas un destello fugaz, pero estaba cargada de burla.

—Como imaginé —dijo con frialdad—.

Quizás debería prestar más atención.

Podría aprender algo útil.

Eliza apretó los puños bajo la mesa mientras la humillación quemaba sus mejillas.

¿Por qué hacía eso?

¿Por qué ese hombre parecía disfrutar haciéndola sentir pequeña?

Y lo peor era que, a pesar de todo, había algo en su desprecio que la atraía como una polilla hacia la llama.

Quería gritarle por ser tan cruel, pero al mismo tiempo sabía que tenía que ser cuidadosa.

Él era su maestro.

La clase continuó, pero para Eliza fue poco más que un borrón de palabras y miradas furtivas hacia Lucian y Damien.

Cuando finalmente terminó, recogió sus cosas rápidamente y se levantó con la intención de escapar antes de que alguien pudiera detenerla.

Pero apenas había dado dos pasos hacia la puerta cuando escuchó esa voz grave detrás de ella.

—Señorita Hawthorne.

Un momento.

Eliza se detuvo en seco.

Su cuerpo entero se tensó mientras giraba lentamente para enfrentarlo.

Las miradas curiosas de las otras alumnas aún llenaban el aula; algunas se demoraban más de lo necesario, claramente esperando ver algún tipo de espectáculo.

Pero Lucian las fulminó con una mirada tan helada que todas salieron rápidamente sin decir una palabra.

Cuando estuvieron solos, él se acercó a ella con pasos lentos y calculados.

Había algo depredador en su andar, como si cada movimiento estuviera diseñado para intimidar.

—¿Qué le sucede, señorita?

—preguntó finalmente, su tono bajo pero cargado de una intensidad que hizo que Eliza retrocediera un paso instintivamente.

—¿Qué quiere decir?

—respondió ella con esfuerzo, tratando de mantener su voz firme.

Lucian inclinó ligeramente la cabeza mientras la estudiaba con esos ojos dorados que parecían perforar cada capa de su ser.

—Estabas distraída durante toda la clase —dijo finalmente—.

Y no me digas que no es nada porque puedo sentirlo.

Eliza frunció el ceño ante sus palabras.

¿Sentirlo?

¿Qué demonios quería decir con eso?

Pero antes de que pudiera responder, él dio un paso más hacia ella, cerrando la distancia entre ambos hasta que pudo sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

—Damián —murmuró Lucian con desprecio—.

¿Es por él?

Eliza abrió los ojos sorprendida.

¿Cómo podía saberlo?

Claro que lo sabía; había visto cómo los había interrumpido antes de clase con esa actitud fría y autoritaria que parecía gritar “ella es mía”.

Pero eso no le daba derecho a interrogarla.

—No es asunto suyo, “profesor” —replicó finalmente, remarcando la palabra profesor con un desafío apenas contenido.

La sonrisa de Lucian fue lenta y peligrosa, como el filo de una navaja deslizándose suavemente por la carne.

—Todo lo relacionado contigo es asunto mío —respondió con calma inquietante—.

Aunque tal vez aún no lo entiendas.

Antes de que pudiera protestar o siquiera procesar esas palabras, Lucian cerró la distancia entre ellos en un movimiento rápido y decidido.

Sus manos firmes se posaron en su cintura y la levantaron como si no pesara nada; los libros cayeron al suelo con un ruido sordo mientras Eliza jadeaba sorprendida.

—¿Qué está haciendo?

—exclamó ella con un tono ahogado por la confusión y el desconcierto.

Pero él no respondió con palabras.

En cambio, atrapó sus labios en un beso ardiente y posesivo.

Había algo salvaje en él, algo primitivo e indomable que hizo que Eliza sintiera un torbellino dentro de sí misma; miedo y deseo luchando por dominarla al mismo tiempo.

Lucian mordió suavemente su labio inferior hasta obligarla a abrirse a él mientras sus manos recorrían descaradamente su cuerpo.

Cada caricia era intensa, casi brutal en su necesidad insaciable.

La sentó sobre la mesa con facilidad y deslizó sus labios por su cuello mientras pequeños gemidos escapaban involuntariamente de ella.

Y entonces se apartó tan repentinamente como se había acercado.

Sin decir nada más, recogió unos papeles del escritorio y salió del aula dejándola sola.

Eliza permaneció inmóvil sobre la mesa por largos segundos, tratando de calmar su respiración agitada mientras el eco del portazo resonaba en sus oídos.

Su cabello estaba desordenado; sus mejillas ardiendo como brasas vivas.

No entendía qué acababa de suceder, ni por qué parte de ella deseaba volver a sentirlo otra vez.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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