Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 32
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32: Alpha Kappa Delta 32: Alpha Kappa Delta Eliza salió del salón de clases con pasos lentos, la mirada perdida en el horizonte, como si el peso de sus propios pensamientos la mantuviera anclada al suelo.
Su mente era un torbellino de emociones encontradas, pero todas ellas giraban alrededor de una figura en particular.
Luciano.
Era como un eclipse oscuro, enigmático, imposible de ignorar.
Su mera presencia la desarmaba, despertando en ella un deseo tan incontrolable como prohibido.
Se mordió el labio inferior al recordar cómo su cuerpo había reaccionado a él hace unos minutos.
Una mezcla de vergüenza y anhelo la invadió, y soltó un suspiro que apenas logró contener.
De repente, unas manos pequeñas se aferraron a su brazo, sobresaltándola.
Giró la cabeza rápidamente y se encontró con Amanda, cuya sonrisa radiante era tan contagiosa como siempre.
—¡Por fin es viernes!
—exclamó Amanda, apretando con entusiasmo el brazo de Eliza—.
He estado esperando toda la semana la fiesta en la hermandad Alpha Kappa.
Y no puedes faltar —añadió con un puchero que habría ablandado hasta el corazón más duro.
Eliza molesta débilmente, tratando de concentrarse en las palabras de su amiga y no en el caos que llevaba dentro.
—Sí, iré —respondió, aunque su voz sonó más apagada de lo que pretendía.
Una leve sonrisa cruzó su rostro al pensar en Damián.
Él no la dejaría faltar.
Amanda dejó escapar una risita traviesa mientras sus ojos brillaban con complicidad.
—Ustedes dos son como Barbie y Ken —comentó con un tono juguetón—.
¡La pareja perfecta!
Eliza no pudo evitar reírse ante el comentario, aunque por dentro sintió una punzada de incertidumbre.
Damián era todo lo que cualquier chica podría desear: atenta, dulce, segura.
Pero había algo en su perfección que la hacía sentir…
incompleta.
Como si una parte de ella buscara algo más.
Algo que solo Lucian parecía despertar.
Las dos chicas llegaron a los dormitorios y subieron al ascensor.
Amanda no paraba de hablar, llenando el aire con su entusiasmo por la fiesta y sus preguntas sobre Damián.
Pero Eliza apenas escuchaba; su mente volvió una y otra vez a Lucian, a la intensidad de su mirada, a cómo parecía leer cada rincón oculto de su alma con solo mirarla.
Cuando Amanda cayó en el quinto piso, Eliza se quedó sola en el ascensor, apoyándose contra la pared y cerrando los ojos por un instante.
Pero ese instante fue suficiente para que el recuerdo de Lucian volviera a asaltarla.
Su pulso se aceleró, y una oleada de calor recorrió su cuerpo.
Sacudió la cabeza con fuerza, intentando despejarse.
Cuando llegó a su piso, caminó lentamente hacia su habitación.
Sus manos temblaban mientras sacaba las llaves del bolsillo.
Apenas había logrado introducir la llave en la cerradura cuando lo sintió: una mano grande y firme cubró la suya, deteniéndola en seco.
Un cuerpo cálido y musculoso se pegó al suyo por detrás, y una respiración profunda acarició su cuello, arrancándole un gemido involuntario que quedó sofocado por la mano que ahora cubría sus labios.
El corazón de Eliza latía desbocado mientras sentía cómo él tomaba el control de la llave y abría la puerta con un movimiento decidido.
Ambos entraron en la habitación, y la puerta se cerró tras ellos con un clic que resonó como una sentencia.
Lucian no perdió tiempo.
La giró bruscamente para enfrentarla, y su bolso cayó al suelo con un sonido sordo.
Sus ojos dorados se clavaron en los de ella con una intensidad que la dejó sin aliento.
El aroma a madera húmeda y peligro llenó el aire entre ellos, envolviéndola por completo.
— ¿Qué haces aquí?
—logró murmurar Eliza, aunque su voz era apenas un susurro.
Lucian no respondió de inmediato.
En lugar de eso, apoyó las manos a ambos lados de su cabeza, encerrándola entre sus brazos mientras inclinaba ligeramente su frente hasta rozar la de ella.
Su aliento cálido acarició su piel, y Eliza sintió cómo sus piernas comenzaban a flaquear.
—No quiero que lo vuelvas a ver— Dijo finalmente, su voz baja y grave como un trueno contenido—.
No puedes jugar conmigo y con él.
No sabes en dónde te estás metiendo.
Eliza tragó saliva con dificultad.
Había algo en su tono que le erizaba la piel, una mezcla de amenaza y deseo que la hacía sentirse atrapada en un torbellino del que no podía escapar.
—No sé de qué hablas… —intentó replicar, pero su voz temblaba tanto como sus manos.
Lucian soltó una risa baja y oscura, una risa que parecía vibrar en lo más profundo de su ser.
Con un gesto lento pero decidido, apartó el cabello de Eliza hacia un lado, dejando al descubierto la delicada curva de su cuello.
Ella contuvo el aliento cuando sintió el roce apenas perceptible de sus labios contra su piel.
Era como si él estuviera jugando con ella, disfrutando del poder que tenía sobre su voluntad.
—No irás a esa fiesta —sentenció finalmente, con una calma peligrosa que hacía que cada palabra cayera como un golpe.
Eliza lo miró con incredulidad, intentando recuperar algo del control que él le había arrebatado.
—No puedes decirme qué hacer —replicó con más valentía de la que realmente sentía—.
No eres nadie para controlarme.
Lucian arqueó una ceja, y una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro.
Era una sonrisa peligrosa, cargada de desafío.
—¿No soy nadie?
—repitió en un tono burlón—.
Entonces explícame por qué tiemblas cuando estoy cerca.
Por qué tu corazón late como si fuera a explotar cada vez que te toco.
Ella abrió la boca para responder, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
Sabía que él tenía razón; su cuerpo la traicionaba cada vez que estaba cerca de él.
Pero no podía permitirle tener ese poder sobre ella.
—Damián me estará esperando—dijo finalmente, intentando sonar firme.
El nombre pareció encender algo en Lucian.
La sonrisa desapareció de su rostro, y sus ojos adquirieron un brillo oscuro y salvaje.
Dio un paso más hacia ella, eliminando cualquier espacio entre sus cuerpos.
—Damián… —repitió con desprecio evidente—.
Ese niño no tiene idea de quién eres realmente.
No sabe lo que escondes aquí dentro —añadió mientras colocaba una mano sobre el pecho de Eliza, justo donde su corazón latía frenético—.
Pero yo sí lo sé.
Eliza intentó apartarse, pero Lucian fue más rápido.
La acorraló contra la pared con un movimiento fluido, dejando claro que no tenía intención de dejarla ir.
—No irás a esa fiesta —repitió con más firmeza—.
Porque si lo haces… —Se inclinó aún más cerca, hasta que sus labios apenas rozaron los de ella—… me veré obligado a mostrarte lo que realmente soy capaz de hacer.
Eliza sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo ante esas palabras.
Había algo en ellas que no dejaba lugar a dudas; Lucian no parecía de los hombres que hacían promesas vacías.
Y sin embargo… había algo en él que la atraía como nada ni nadie antes lo había hecho.
Algo oscuro y peligroso… pero irresistible.
—¿Por qué te importa tanto?
—preguntó finalmente en un susurro casi inaudible.
Lucian se quedó en silencio por unos segundos interminables antes de levantar una mano y acariciar suavemente su mejilla con el dorso de los dedos.
—Porque eres mía —dijo con una intensidad que hizo que el aire pareciera desaparecer del cuarto—.
Aunque aún no lo entiendas.
Eliza sintió que sus rodillas flaqueaban ante esas palabras.
Pero antes de que pudiera responder, antes de decidir si debía empujarlo o rendirse a ese fuego abrasador que él despertaba en ella, Lucian se apartó bruscamente y desapareció entre las sombras del cuarto como si nunca hubiera estado allí.
Eliza se dejó caer al suelo, con las piernas temblorosas y el corazón latiendo desbocado.
¿Había imaginado todo?
¿O estaba perdiendo completamente la cabeza?
Eliza permaneció en el suelo durante varios minutos, inmóvil, tratando de recuperar el aliento.
Su mente era un caos de emociones, miedo, deseo, confusión.
Sus manos temblaban mientras se aferraba al borde de su cama, obligándose a levantarse.
No podía quedarse allí, atrapada en el eco de las palabras de Lucian.
Necesitaba despejar su mente, retomar el control.
Se dirigió al pequeño armario de su habitación y comenzó a revólver entre sus cosas.
Cada prenda que sacaba parecía carecer de sentido hasta que sus dedos rozaron la armadura contra el torbellino que la envolvía.
Era sencillo, pero elegante; un vestido blanco que siempre la hacía sentir ligera, como si pudiera respirar mejor al usarlo.
Lo combinó con un cárdigan azul cielo, el mismo tono que hacía que sus ojos brillaran como el horizonte en un día despejado.
Era su refugio, una forma de recordarse quién era antes de que todo se complicara.
Se miró en el espejo mientras se ponía sus tenis blancos favoritos, los únicos zapatos que la hacían sentir cómoda en su propia piel.
Pero incluso con ese atuendo familiar, no podía ignorar el reflejo de sus ojos.
Había algo diferente en ellos, un brillo que no había estado allí antes.
Era como si Lucian hubiera dejado una marca invisible en ella, algo que no podía borrar ni siquiera con agua y jabón.
Respiró hondo, recogió su bolso del suelo y salió de la habitación con pasos decididos.
No iba a permitir que él dictara su vida.
Damián la estaba esperando, y Amanda seguramente ya estaría enviándole mensajes para asegurarse de que no se echara atrás.
La fiesta en la hermandad Alpha Kappa era su oportunidad para distraerse, para terminar que todo estaba bien.
Cuando llegó al vestíbulo del edificio, Amanda ya estaba allí, esperándola con una sonrisa radiante y un vestido rojo que parecía diseñado para llamar la atención de todos los presentes.
Al verla, Amanda soltó un silbido de aprobación.
—¡Mira nada más!
Pareces un ángel —dijo con entusiasmo mientras le daba un abrazo rápido—.
Aunque espero que no seas demasiado santa esta noche.
Necesitamos divertirnos.
Eliza forzó una sonrisa y asintió.
No podía confesarle a Amanda lo que realmente sentía; Ni siquiera sabía cómo ponerlo en palabras.
Pero la energía contagiosa de su amiga logró aliviar un poco la tensión en sus hombros mientras caminaban juntas hacia la fiesta.
Las luces estroboscópicas escapaban por las ventanas, destellando como señales de advertencia, y la música retumbaba desde el interior, un latido profundo que parecía resonar en su pecho.
Había algo inquietante en la energía de esa casa, algo que no podía nombrar pero que hacía que cada fibra de su ser quisiera dar media vuelta y marcharse.
Sin embargo, no lo hizo.
Inspiró profundamente y cruzó el umbral con Amanda de su brazo.
El calor la golpe de inmediato, un contraste abrumador con el aire fresco de la noche.
El lugar estaba abarrotado, los cuerpos moviéndose al ritmo de una música que parecía más un conjuro que una canción.
Eliza se sintió al momento fuera de lugar.
Sus tenis blancos crujieron contra el suelo pegajoso, y por un momento deseó haberse quedado en casa.
Pero entonces lo vi.
Damián estaba apoyado contra una pared al otro lado de la sala, rodeado por un grupo de amigos que reían demasiado fuerte y hablaban demasiado rápido.
Su cabello dorado caía en mechones desordenados sobre su frente, y sus ojos, esos ojos azules intensos que parecían contener tormentas enteras, estaban fijos en ella.
Eliza sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral, pero no era de miedo.
Era algo más.
Algo que no logró comprender del todo, pero el chico la atraía de una manera extraña.
Él le gritó, una sonrisa ladeada que parecía una invitación y una advertencia al mismo tiempo.
Antes de que pudiera decidir si acercarse o no, Damián ya estaba caminando hacia ella.
La multitud pareció abrirse a su paso como si él fuera una fuerza inevitable.
Amanda quien estaba a su lado, se despido con un suabe te veo después susurrado de sus labios, mientras a Damián le daba un leve saludo con la cabeza.
—Te ves… diferente —dijo él cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que su voz apenas fuera audible sobre la música.
Eliza se encogió de hombros, tratando de ocultar su incomodidad.
—Diferente ¿cómo?
Damián inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos recorriéndola con una intensidad que hizo que su piel se calentara bajo su mirada.
—Como si estuvieras a punto de hacer algo prohibido.
Eliza soltó una risa nerviosa, pero antes de que pudiera responder, Damián le ofreció su mano.
—Ven conmigo —le dijo, sin esperar respuesta.
Eliza dudó un instante, pero algo en la forma en que él la miraba hizo que sus piernas se movieran antes de que su mente pudiera objetar.
Dejó que Damián la guiara a través de la sala hasta el centro del improvisado espacio de baile, donde las luces estroboscópicas parecían latir al ritmo frenético de la música.
A su alrededor, las parejas se movían con una intensidad casi primitiva, cuerpos entrelazados en un vaivén que parecía más ritual que diversión.
Damián se detuvo y giró hacia ella.
Con una sonrisa traviesa, colocó sus manos sobre las caderas de Eliza y el atrajo hacia él.
La cercanía hizo que el aire pareciera más denso, cargado con algo eléctrico que atravesaba cada centímetro de su piel.
—Sabes bailar?
—preguntó él, inclinándose lo suficiente como para que su aliento rozara su oído.
Eliza negó con la cabeza ligeramente avergonzada.
—No mucho.
—No importa —dijo él con un tono bajo y casi seductor—.
Sólo sígueme.
La música cambió a un ritmo más lento, pero igual de envolvente.
Damián comenzó a moverse y ella intentó seguirlo, aunque sus movimientos eran torpes al principio.
Sin embargo, él no parecía notar su falta de experiencia o, si lo hacía, no le importaba.
Sus manos permanecían firmes en sus caderas mientras la guiaba con una precisión casi instintiva.
Pronto, Eliza dejó de pensar en cada paso y simplemente se dejó llevar.
Cada vez que sus cuerpos se rozaban, una corriente invisible pasaba parecía entre ellos, como si sus almas estuvieran bailando también en un plano distinto al físico.
Los ojos azules de Damián nunca se apartaban de los suyos, y aunque había decenas de personas a su alrededor, Eliza sintió como si estuvieran solos en ese momento.
—Eres mejor bailarina de lo que crees —murmuró él, sonriendo levemente.
Eliza estaba a punto de responder cuando alguien chocó contra ella desde atrás, derramando el contenido de un vaso sobre su cárdigan celeste.
El líquido era pegajoso y frío, y su primera reacción fue maldecir entre los dientes mientras intentaba limpiarse con las manos.
—Toma esto —dijo Damián rápidamente, quitándose su chaqueta negra y colocándola sobre los hombros de Eliza antes de que ella pudiera protestar.
La tela aún estaba cálida por el calor de su cuerpo, y el aroma a madera y especias que emanaba la envuelta como un abrazo invisible.
Eliza lo miró sorprendida por el gesto.
Había algo en Damián que siempre parecía estar al borde del caos, como si una chispa pudiera encenderlo en cualquier momento.
Pero en ese instante había algo casi protector en él.
Casi.
—Gracias —murmuró ella.
—Vamos arriba —dijo él entonces, tomando su mano con firmeza.
Eliza vaciló por un momento, pero terminó siguiéndolo mientras cruzaban la sala hacia unas escaleras estrechas al fondo.
Subieron al segundo piso donde el ruido era menos ensordecedor pero el ambiente se sentía más denso, más cargado.
Las paredes estaban cubiertas con fotografías antiguas y retratos de miembros pasados de la hermandad cuyos ojos parecían seguirlos mientras caminaban.
— ¿Qué es este lugar?
—preguntó Eliza cuando llegaron a una habitación al final del pasillo.
—Un refugio —respondió él simplemente mientras abría la puerta e invitaba a Eliza a entrar con un gesto.
La habitación estaba iluminada sólo por una lámpara tenue en la esquina, proyectando sombras alargadas que parecían moverse por sí solas.
Había un viejo sofá contra la pared y una mesa baja cubierta con libros y papeles desordenados.
Damián se dejó caer en el sofá y le indicó con un gesto que hiciera lo mismo.
Pero antes de que pudieran intercambiar más palabras, un ruido fuerte resonó desde el pasillo.
Era como si algo pesado hubiera caído al suelo, seguido por un murmullo bajo y extraño que no sonaba humano.
— ¿Qué fue eso?
—preguntó Eliza alarmada mientras se ponía de pie.
Damián frunció el ceño y se levantó rápidamente.
—Quédate aquí —ordenó.
—No voy a quedarme aquí sola —protestó ella.
Pero Damián ya había abierto la puerta y salió al pasillo oscuro donde las luces parpadeaban débilmente como si estuvieran a punto de apagarse por completo.
Eliza lo siguió a pesar del nudo en su estómago.
El aire se volvió más frío con cada paso que daban hasta llegar al final del corredor.
Allí vieron una figura enorme encorvada sobre algo en el suelo.
La penumbra hacía difícil distinguir detalles, pero Eliza pudo ver suficiente para saber que no era normal.
La criatura se movía con una fluidez antinatural; era un lobo gigantesco con garras afiladas y ojos negros como pozos sin fondo.
El lobo levantó la cabeza y repentinamente dejó escapar un gruñido gutural que hizo retroceder a Eliza instintivamente.
Damián dio un paso adelante mientras sus ojos brillaban con una intensidad casi sobrenatural.
—Corre —murmuró entre dientes mientras mantenía su mirada fija en la criatura.
Pero Eliza no podía moverse; Estaba paralizada por el terror hasta que sintió la mano fuerte de Damián agarrarla y tirar de ella con fuerza hacia atrás.
—¡Corre!
—gritó esta vez con urgencia.
Eso fue suficiente para romper el hechizo.
Eliza corrió tan rápido como pudo sin mirar atrás mientras sentía los pasos apresurados de Damián detrás de ella.
Cuando finalmente descendieron las escaleras y llegaron a la puerta principal, salió disparada al frío aire nocturno sin detenerse hasta estar lejos de la casa.
Se giró para mirar a Damián quien respiraba con dificultad junto a ella.
Sus ojos estaban oscuros ahora, llenos de algo indescifrable pero inquietante.
— ¿Qué era eso?
—preguntó finalmente con voz temblorosa.
Damián tardó unos segundos en responder mientras miraba hacia la casa como si esperara ver algo salir tras ellos.
—Algo que nunca debiste haber visto —dijo finalmente—.
Pero ahora es demasiado tarde para retroceder.
Eliza sintió cómo el peso de sus palabras caía sobre ella como una losa fría.
Había entrado en un mundo del que no sabía nada; un mundo lleno de sombras y secretos oscuros del cual ahora parecía imposible escapar.
Mientras caminaban juntos hacia la oscuridad del campus bajo el cielo sin estrellas, Eliza miró hacia atrás una última vez.
La casa brillaba con luces parpadeantes y música envolvente como si nada hubiera pasado…
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