Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 35
- Inicio
- Todas las novelas
- Emparejada al Alfa Enemigo
- Capítulo 35 - 35 Pancakes Eliza
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
35: Pancakes (Eliza) 35: Pancakes (Eliza) El amanecer se filtraba tímidamente a través de las cortinas del departamento, bañando la habitación con una luz grisácea que parecía incapaz de disipar las sombras que se aferraban a cada rincón.
Eliza abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso del cansancio aún sobre sus párpados.
Su cuerpo estaba envuelto en una calidez desconocida, una sensación de seguridad que la reconfortaba.
El corazón le dio un vuelco al recordar la noche anterior.
Los susurros bajos que habían llenado el aire, el calor de unos labios que parecían quemar su piel, las caricias que habían dejado huellas invisibles en su alma.
Un escalofrío le recorrió la espalda al rememorar cómo Damián la había hecho sentir; deseada, adorada, como si fuera lo único que importara en el mundo en ese instante.
Sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso al recordar los momentos más íntimos, aquellos en los que el dolor inicial se había transformado en un placer casi insoportable.
Fue cariñoso con ella, sí, pero también implacable, y esa dualidad la tenía atrapada.
Giró la cabeza y lo vio.
Damián estaba junto a ella, dormido, su rostro relajado por primera vez desde que lo había conocido.
Su cabello dorado caía sobre su frente, y Eliza sintió el impulso de apartarlo con los dedos, pero se detuvo.
Con cuidado, se deslizó fuera de la cama, sintiendo el aire fresco del amanecer envolver su piel desnuda.
Buscó algo con qué cubrirse y encontró una camisa negra de vestir colgada en el armario.
Era claramente de él.
La tela suave y masculina le llegaba hasta medio muslo, y el aroma a Damián impregnado en la prenda le arrancó una sonrisa involuntaria.
Con las mangas arremangadas de manera descuidada, se dirigió hacia la cocina, sintiéndose extrañamente cómoda en un lugar que no era suyo.
La idea de prepararle el desayuno surgió como un capricho.
Quería sorprenderlo, devolverle, aunque fuera un poco de todo lo que él le había dado la noche anterior.
Rebuscó en la alacena y encontró los ingredientes necesarios para unos pancakes con tocino y huevos.
Recordaba vagamente a su abuelo diciéndole que los hombres comían mucho, sobre todo después de un “desgaste físico”.
Una risita escapó de sus labios al pensar en ello.
Mientras trabajaba, su cuerpo se movía con una ligereza inusual.
Vertía la masa en el sartén con movimientos fluidos, casi danzando al ritmo de una melodía interna que solo ella podía escuchar.
El secreto de su receta era simple, un toque de grasa de tocino mezclada con la masa de los pancakes.
El aroma comenzó a llenar la cocina, envolviéndola como un cálido abrazo.
De pronto, el sonido de la puerta principal abriéndose interrumpió su pequeña burbuja de felicidad.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal, una premonición oscura que no podía ignorar.
— Damián, ¿estás…?
— La voz se apagó abruptamente al ver a Eliza de pie junto a la estufa.
Luna estaba allí, parada en el umbral como una tormenta a punto de desatarse.
Su mirada se fijó en Eliza, recorriéndola de arriba abajo con un desprecio tan intenso que parecía tangible.
Los ojos de Luna se detuvieron en la camisa negra que Eliza llevaba puesta, y algo cambió en su expresión.
La furia helada dio paso a un odio abrasador.
—Tú —escupió Luna, cada sílaba cargada de veneno—.
¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Eliza tragó saliva, sintiendo cómo el nudo en su estómago se apretaba más y más.
Intentó mantener la calma, aunque su voz salió más débil de lo que hubiera querido.
—Estoy…
haciendo el desayuno.
—¿Para Damián?
—Luna avanzó un paso hacia ella, sus puños apretados a los costados.
Eliza notó cómo sus manos temblaban ligeramente, cómo sus hombros estaban tensos al borde del quiebre—.
¿Qué te hace pensar que tienes algún derecho a estar aquí?
No perteneces a este lugar…
¡Lárgate, perra!
Eliza no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Luna tomara una pequeña estatuilla decorativa del aparador y la lanzara con fuerza hacia ella.
El objeto voló por el aire como una bala y se estrelló contra el refrigerador con un ruido ensordecedor.
Por puro instinto, Eliza se agachó justo a tiempo para esquivarlo.
—¡Luna!
—La voz grave y autoritaria de Damián llenó la habitación mientras entraba apresuradamente a la cocina.
Eliza levantó la vista hacia él, buscando algo, cualquier cosa, que le diera seguridad en medio del caos.
Pero lo único que encontró fue tensión, su mandíbula apretada, en sus ojos oscuros que iban de Luna a ella como si intentara descifrar un acertijo imposible.
—¿Qué está pasando aquí?
—exigió Damián con un tono bajo pero firme.
—¿Qué está pasando?
—repitió Luna con una risa amarga que sonaba más como un sollozo contenido—.
¡Mira lo que está pasando!
Ella está aquí, en tu apartamento, vistiendo tu ropa…
¡Actuando como si fuera algo más que…!
—¡Basta!
—interrumpió Damián con un rugido que hizo eco en las paredes.
—Es mi compañera —mientras avanzaba hacia Eliza y colocaba un brazo protector alrededor de sus hombros—.
Y exijo que la trates con respeto.
El rostro de Luna cambió en un instante.
La furia dio paso al dolor puro y desgarrador.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba a Damián como si no pudiera reconocerlo.
—No entiendo…
—su voz se quebró—.
¿Por qué ella?
¿Qué tiene ella que nosotras no tengamos?
Eliza sintió una punzada de lástima por Luna en ese momento.
A pesar del odio evidente que sentía hacia ella, no podía ignorar el hecho de que Luna realmente amaba a Damián.
Ese tipo de amor desesperado y autodestructivo que consume todo a su paso.
Luna no esperó una respuesta.
Con un último vistazo cargado de odio hacia Eliza, se dio la vuelta y salió corriendo del apartamento.
La puerta se cerró tras ella con un golpe seco que resonó como un disparo en el silencio tenso que quedó atrás.
Eliza respiró hondo, intentando calmar el temblor en sus manos mientras sentía el peso de la mirada de Damián sobre ella.
Había algo indescifrable en sus ojos oscuros: preocupación mezclada con algo más profundo y oscuro que no podía identificar.
El amanecer seguía allí afuera, pero para Eliza ya no tenía nada de luminoso ni cálido.
La sombra del conflicto acababa de instalarse entre ellos, y sabía que no sería fácil disiparla.
En silencio, Damián tomó su rostro entre las manos y le plantó un beso suave en la frente.
Fue un gesto tierno, casi reconfortante, pero no logró borrar la sensación de fragilidad que se había instalado dentro de ella.
—Lo siento —murmuró él finalmente.
Eliza asintió sin decir nada.
Porque sabía que las disculpas no serían suficientes para reparar lo que acababa de romperse entre ellos tres.
Y aunque todavía llevaba puesta esa camisa negra impregnada del aroma de Damián, por primera vez desde que se despertó esa mañana… se sintió completamente desnuda.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com