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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 36

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  4. Capítulo 36 - 36 Compañera Damián
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36: Compañera (Damián) 36: Compañera (Damián) El aroma a café recién hecho y tocino chisporroteando en la sartén despertó a Damián de su sueño profundo.

Un gruñido bajo escapó de su garganta mientras se giraba en la cama, buscando con el brazo el calor que debía estar a su lado.

Pero la cama estaba vacía, fría, y la ausencia de Eliza lo golpeó como una punzada en el pecho.

Abrió los ojos con lentitud.

La luz grisácea del amanecer se colaba por las cortinas pesadas, proyectando sombras alargadas en las paredes.

Su mirada se perdió en el techo durante unos segundos, intentando procesar ese vacío.

Fue entonces cuando un sonido agudo, algo rompiéndose en la distancia, lo hizo incorporarse de golpe.

Sus sentidos, siempre alerta, se encendieron como un fuego incontrolable.

Algo estaba mal.

Se levantó rápidamente, apenas tomándose el tiempo de ponerse un pantalón antes de salir de la habitación.

El olor a comida seguía allí, pero ahora estaba mezclado con algo más: tensión, ira…

y un rastro de miedo que no podía ignorar.

Cuando llegó a la cocina, la escena que encontró lo detuvo en seco.

Luna estaba allí, su cuerpo temblando como una hoja al viento, sus ojos llenos de furia clavados en Eliza, quien permanecía junto a la estufa, inmóvil como una estatua.

La camisa negra que llevaba puesta—su camisa—ondeaba ligeramente con el movimiento de su respiración acelerada.

Los restos de una estatuilla rota yacían esparcidos por el suelo junto al refrigerador, y el aire estaba cargado de electricidad.

—¡Luna!

—gruñó Damián, su voz grave y autoritaria llenando el espacio.

Ambas mujeres se giraron hacia él al mismo tiempo.

Luna, con los ojos húmedos y desbordantes de emociones que no podía controlar; Eliza, con el rostro pálido y una mezcla de miedo y confusión reflejándose en sus delicadas facciones.

—¿Qué está pasando aquí?

—exigió, avanzando hacia ellas con pasos calculados.

Luna dejó escapar una risa amarga, un sonido que parecía más un lamento que una burla.

Sus labios temblaban mientras hablaba.

—¿Qué está pasando?

—repitió, su voz quebrándose—.

¡Mira lo que está pasando!

Ella está aquí, en tu apartamento, vistiendo tu ropa como si fuera…

—¡Basta!

—interrumpió Damián con un rugido que hizo eco en las paredes.

Su mirada pasó de Luna a Eliza, deteniéndose en los detalles: las manos temblorosas de Eliza aún sujetando una espátula; los ojos oscuros y atormentados de Luna que lo perforaban con preguntas que no quería responder.

Finalmente, avanzó hasta donde estaba Eliza y colocó un brazo protector alrededor de sus hombros.

—Es mi compañera —dijo con firmeza, cada palabra cargada de un peso que parecía aplastar el aire a su alrededor—.

Y exijo que la trates con respeto.

Eliza sintió cómo las palabras de Damián caían como un golpe en el ambiente ya tenso.

La reacción de Luna fue inmediata: dio un paso atrás como si él la hubiera abofeteado.

Sus labios temblaron mientras intentaba hablar, pero lo único que salió fue un susurro quebrado.

—¿Compañera?

—repitió, incrédula—.

¿Por qué ella?

¿Qué tiene ella que no tengamos nosotras?

Damián no respondió.

Su mirada permanecía fija en Luna, pero su silencio era más elocuente que cualquier palabra.

Luna apretó los puños y dio un paso hacia atrás antes de girarse abruptamente.

Sin esperar respuesta, salió corriendo del apartamento.

La puerta se cerró tras ella con un golpe seco que resonó como un eco interminable.

El silencio que quedó fue sofocante.

Damián soltó un suspiro pesado antes de mirar a Eliza.

Sus ojos oscuros estaban llenos de algo indescifrable: preocupación, culpa…

y algo más profundo que ella no podía nombrar.

—¿Estás bien?

—preguntó él finalmente, su voz más suave ahora.

Eliza asintió lentamente, aunque sus manos seguían temblando.

Damián tomó sus dedos entre los suyos, envolviéndolos en un calor reconfortante.

—Lo siento —murmuró él mientras bajaba la vista hacia ella—.

Esto no debió pasar así.

Ella lo miró fijamente durante unos segundos antes de hablar.

—Damián…

—comenzó con cautela—.

¿Qué significa que sea tu compañera?

La pregunta lo tomó por sorpresa.

Su mandíbula se tensó mientras desviaba la mirada hacia el suelo.

Era evidente que estaba luchando con algo dentro de sí mismo, algo que no quería compartir pero que sabía que debía hacerlo.

—Ser compañeros no es algo que puedas entender fácilmente.

No es una elección.

Es un vínculo.

Es…

instintivo.

Es como si mi alma reconociera la tuya y no pudiera estar completa sin ti —su voz era grave, casi un gruñido contenido.

Eliza sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Sus palabras resonaron en su pecho, vibrando como si fueran parte de ella misma.

—Pero tú eres humana —continuó Damián, desviando la mirada por un momento, como si le costara admitir lo que estaba a punto de decir—.

No sé exactamente qué es lo que debemos sentir; sin embargo, todo en mis instintos me dice que eres mi compañera.

Ella dio un paso hacia él, su corazón latiendo desbocado.

No sabía si era miedo o deseo lo que la impulsaba, pero no podía detenerse.

—Damián… —murmuró, su voz temblorosa pero firme—.

No sé cómo explicarlo… pero desde que estoy contigo siento cosas que nunca antes había sentido.

Es como si mi piel estuviera viva cuando me tocas.

Como si una corriente eléctrica me atravesara solo con rozarte.

—Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—.

Hay algo en ti que me atrae, algo que no puedo ignorar.

Es deseo… pero también es más que eso y no lo puedo comprender.

Damián la miró entonces, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y desesperación contenida.

—Eliza… —susurró, dando un paso hacia ella.

Su cercanía era abrumadora, y el calor que emanaba parecía envolverla por completo—.

Si alguna vez decides darme la espalda, no sé si podría soportarlo.

Ella levantó la mano lentamente y rozó su rostro con los dedos.

Sintió el calor de su piel y la tensión en su mandíbula.

Y entonces lo supo; no había marcha atrás.

—No quiero huir de esto —dijo con firmeza, aunque su voz seguía siendo suave—.

No sé qué significa ser tu compañera… pero quiero averiguarlo.

Damián cerró los ojos por un momento antes de abrirlos nuevamente, dejándola ver todo lo que sentía: miedo, deseo…

y una devoción absoluta.

—Eres demasiado buena para este mundo —murmuró antes de besarla suavemente en los labios.

El beso fue lento al principio, casi temeroso, pero pronto se volvió más profundo, más urgente.

Era como si ambos estuvieran tratando de comprender algo más allá de las palabras, algo primitivo y eterno.

Sin embargo, incluso mientras la besaba, Damián sentía el peso del destino sobre ellos.

Sentía que estaba haciendo algo indebido, algo castigado por la naturaleza misma.

Pero en ese momento nada importaba más que ella; su fragilidad humana mezclada con una fuerza interior que lo desarmaba por completo.

Por fin la había encontrado.

No entendía por qué la Diosa Luna le había dado una humana como compañera…

pero aceptaría su destino sin dudarlo.

Porque Eliza era suya.

Y él sería suyo hasta el último aliento.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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