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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 37

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  4. Capítulo 37 - 37 El camino de la Luna
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37: El camino de la Luna 37: El camino de la Luna El aire frío de la madrugada cortaba como cuchillas mientras Luna corría por las calles desiertas.

El mundo a su alrededor se desdibujaba, reducido a meros destellos de luces y sombras que se mezclaban con la bruma de su mente.

Sus pasos resonaban en el pavimento, un eco que parecía perseguirla, como si quisiera recordarle que no podía escapar.

Pero Luna no se detuvo.

No podía.

No ahora.

—¿Por qué?

—murmuró entre dientes, su voz rota por la rabia y el dolor.

Dentro de ella, Nyx gruñó, inquieta.

La loba siempre había sido su ancla, su fuerza en los momentos más oscuros.

Pero ahora, incluso ella parecía tambalearse bajo el peso de lo que acababan de presenciar.

— No deberíamos haber ido allí — gruñó Nyx, su voz resonando en la mente de Luna como un trueno distante.

— Sabías que esto podía pasar.

—¡No lo sabía!

—respondió Luna en voz alta, ignorando las miradas curiosas de un par de transeúntes que pasaban apresurados—.

¡No así!

No con ella…

La imagen de Eliza, de pie en la cocina de Damián, vestida con SU camisa, seguía grabada en sus retinas como una marca ardiente.

Podía olerla incluso ahora, esa mezcla de vainilla suave y algo más…

algo que pertenecía a él.

Ese aroma la había golpeado como un puñetazo en el estómago, arrancándole el aire y dejándola al borde del colapso.

— Nos está matando— dijo con un tono más suave esta vez.

— Esta obsesión, este…

amor.

Nos está destruyendo.

—No me hables de amor, Nyx —gruñó Luna, apretando los puños hasta que sus uñas se clavaron en la carne—.

Esto no es amor.

Esto es una maldita tortura.

El dolor físico era un alivio comparado con el torbellino emocional que la consumía.

Cada paso que daba parecía llevarla más lejos de Damián, pero también más cerca del abismo que se abría dentro de ella.

¿Cómo podía haberle hecho esto?

¿Cómo podía haber elegido a esa mujer…

esa extraña…

por encima de ella?

Luna giró bruscamente en una esquina y se encontró frente a un parque vacío.

Las sombras de los árboles danzaban bajo la tenue luz de las farolas, creando formas fantasmales que parecían burlarse de ella.

Se dejó caer en un banco desvencijado y enterró el rostro entre las manos, dejando que las lágrimas finalmente escaparan.

— No podemos seguir así, — insistió Nyx, aunque su tono era casi un susurro ahora.

— Él ha tomado su decisión.

Y nosotras debemos tomar la nuestra.

—¿Y cuál es esa decisión?

—preguntó Luna con amargura—.

¿Huir?

¿Rendirnos?

¿Dejar que esa…

esa intrusa nos lo arrebate?

Nyx no respondió de inmediato.

Su silencio era más elocuente que cualquier palabra.

Luna levantó la cabeza y miró al cielo.

Las primeras luces del amanecer comenzaban a teñir el horizonte con tonos pálidos, pero para ella no había consuelo en esa luz.

Todo parecía gris, vacío, como si el mundo hubiera perdido su color junto con su esperanza.

—Lo vi en sus ojos, ¿sabes?

—murmuró, más para sí misma que para Nyx—.

La forma en que la miraba…

Nunca me miró así a mí.

—Lo sé — admitió Nyx, y su sinceridad fue como un cuchillo en el pecho.

— Pero eso no significa que no valgas nada.

—¿Eso crees?

Porque yo me siento como nada en este momento— Luna dejó escapar una risa amarga.

El silencio volvió a instalarse entre ellas, pero esta vez fue diferente.

No era solo el eco del dolor compartido, sino también una pausa cargada de posibilidades oscuras.

Finalmente, Nyx habló de nuevo, y su voz era un susurro seductor, lleno de promesas prohibidas.

— Podemos recuperarlo, podemos hacer que nos elija a nosotras.

Luna sintió cómo su corazón se aceleraba ante esas palabras.

Había algo peligroso en ellas, algo que encendía una chispa en su interior.

—¿Cómo?

—preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

—Sabes cómo— respondió con un gruñido bajo.

— Ella es débil.

Una intrusa en nuestro territorio.

Si la eliminamos…

—No puedo…

—susurró Luna, aunque su voz carecía de convicción.

—Sí puedes, — insistió, su tono volviéndose más persuasivo.

—Por él.

Por nosotras.

Luna cerró los ojos y dejó que las palabras de Nyx se filtraran en su mente como veneno dulce.

Podía imaginarlo: Eliza desapareciendo de sus vidas para siempre, Damián volviendo a mirarla con esos ojos oscuros llenos de deseo y devoción.

Podía recuperar todo lo que había perdido…

si solo tenía el valor de hacer lo necesario.

Pero entonces recordó algo; el dolor en los ojos de Damián cuando le había dicho que Eliza era su compañera.

Esa palabra tenía un peso especial entre ellos, un significado que iba más allá del simple deseo o la atracción.

Era un vínculo sagrado, algo que ni siquiera Luna podía romper.

—No puedo hacerlo —dijo finalmente, su voz temblando con una mezcla de alivio y desesperación—.

No puedo destruirlo así.

Nyx gruñó con disgusto, pero no insistió.

Sabía que Luna estaba al borde del colapso y que empujarla más allá podría ser desastroso para ambas.

— Entonces debemos alejarnos, — dijo finalmente la loba, aunque sus palabras estaban cargadas de resignación.

—Por nuestro bien.

Luna asintió lentamente, aunque cada fibra de su ser se rebelaba contra esa idea.

Alejarse significaba aceptar la derrota, admitir que nunca sería suficiente para él.

Pero tal vez Nyx tenía razón.

Tal vez era hora de dejar ir lo que nunca había sido suyo para empezar.

Se levantó del banco y comenzó a caminar hacia su casa, sus pasos más lentos ahora, como si cada uno fuera una despedida silenciosa.

El amanecer continuaba extendiéndose sobre la ciudad, pero para Luna no había luz al final del túnel.

Solo sombras interminables y el eco lejano de un amor que nunca sería suyo.

Mientras cruzaba el umbral de su hogar solitario, sintió cómo algo dentro de ella se rompía definitivamente.

Y aunque Nyx permanecía en silencio ahora, Luna sabía que ambas compartían el mismo sentimiento: habían perdido algo irremplazable esa mañana.

Y quizás nunca volverían a ser las mismas.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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