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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 38

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  4. Capítulo 38 - 38 Infiltrado
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38: Infiltrado (Lucian) 38: Infiltrado (Lucian) La noche había sido un abismo interminable, un pozo de oscuridad en el que mi mente no encontraba descanso.

La conexión con mi lobo, Luca, estaba tenso, como una cuerda a punto de romperse.

Algo estaba mal, terriblemente mal.

Una sombra se cernía sobre mi territorio, y su origen llevaba el nombre de Damián.

Había enviado a Jaxon, mi beta y el único hombre en quien confiaba plenamente, a seguirlo.

No me gustaba Damián.

Su mera existencia me irritaba.

Y ahora, con Eliza involucrada, mi paciencia se desmoronaba como un castillo de arena bajo la marea.

La chispa entre ellos era innegable, pero no podía permitir que esa chispa se convirtiera en un incendio que consumiera todo lo que me pertenecía.

Porque Eliza era mía.

Aunque aún no lo supiera, lo era.

El amanecer trajo consigo a Jaxon, cuya energía frenética era palpable incluso antes de que cruzara la puerta de mi despacho.

Su forma de lobo corría como si el mismísimo infierno lo persiguiera.

Cuando irrumpió en la habitación y recuperó su forma humana, su rostro estaba marcado por una mezcla de preocupación y…

culpa.

Algo grave había sucedido.

—Alfa —dijo entre jadeos, inclinándose ligeramente como si el peso de las palabras que iba a pronunciar lo aplastara—.

Tengo información sobre Damián y Eliza.

Mis ojos se estrecharon, un gruñido bajo escapándose de mi garganta.

—Habla, Jaxon.

No tengo tiempo para rodeos.

Tragó saliva antes de continuar, como si temiera que sus palabras fueran a desatar una tormenta.

—Pasaron la noche juntos…

otra vez.

En el apartamento de Damián —dijo, y su voz vaciló.

Pero lo peor aún estaba por llegar—.

Esta mañana, Luna llegó.

Hubo una confrontación…

una pelea.

Mis manos se cerraron en puños sobre el escritorio de madera, que crujió bajo la presión.

—¿Qué clase de pelea?

—Mi voz salió como un gruñido bajo, cargado de amenaza.

Jaxon bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de mis ojos.

—Luna atacó a Eliza.

Damián intervino…

y la reclamó como su compañera.

El impacto de esas palabras fue como un golpe directo al pecho.

Sentí a Luca rugir dentro de mí, su furia reflejando la mía.

Ese bastardo…

¿cómo se atrevía?

No era ni siquiera el Alfa de su propia manada y ya tenía la osadía de reclamar lo que no le pertenecía.

Mi sangre hervía, pero algo más profundo me corroía; una preocupación que no podía ignorar.

—¿Eliza está bien?

—pregunté con un gruñido bajo.

—Sí, Alfa.

Damián la protegió…

pero Luna está destrozada.

Se fue corriendo.

Me levanté de golpe, la silla rechinando contra el suelo.

La habitación parecía encogerse a mi alrededor mientras mi ira crecía, una bestia descontrolada buscando liberarse.

Pero no podía permitirme perder el control ahora.

No cuando había tanto en juego.

—Él la tocó —rugió Luca en mi mente—.

La reclamó como suya.

¡Mátalo!

—Cállate —le ordené con un gruñido interno, empujándolo al fondo de mi mente.

Pero sus palabras resonaban con fuerza porque, en el fondo, eran un eco de mis propios pensamientos.

Damián había cruzado una línea que no podía perdonarse.

Pero no bastaba con matarlo; eso sería demasiado fácil, demasiado rápido.

No, yo quería destruirlo por completo.

Quería desmantelar todo lo que amaba y hacerlo pedazos ante sus ojos antes de arrancarle la vida.

Y entonces lo supe; no solo acabaría con Damián; acabaría con toda su manada.

Sangre de Hierro sería borrada del mapa, reducida a cenizas por mi mano.

Me giré hacia Jaxon, cuya respiración aún era irregular después de su informe.

—Convoca a los guerreros esta noche —ordené—.

Necesitamos trazar un plan para destruir a Sangre de Hierro desde sus cimientos.

Jaxon asintió con firmeza, pero había una chispa de duda en sus ojos.

—Alfa…

¿estamos hablando de guerra?

—No será una guerra abierta —respondí con frialdad—.

Será algo más…

refinado.

Más letal.

*** La sala de entrenamiento estaba oscura salvo por las antorchas que iluminaban las paredes de piedra fría.

Mis guerreros de élite estaban reunidos frente a mí, sus rostros endurecidos por años de lealtad y sangre derramada en mi nombre.

Ellos eran los mejores; entrenados para cualquier misión secreta, para actuar en las sombras donde otros no se atreverían siquiera a mirar.

Avancé hasta quedar frente a ellos y los recorrí con la mirada, cada uno firme como una estatua, esperando mis órdenes.

—Ustedes son mis sombras —comencé con voz grave y autoritaria—.

Los elegí porque sé que no hay tarea demasiado difícil ni enemigo demasiado fuerte para ustedes.

Ahora les ordeno algo más grande que cualquier misión anterior; destruiremos a Sangre de Hierro desde dentro.

Hice una pausa, dejando que mis palabras calaran hondo en sus mentes.

—No será una batalla directa —continué—.

Será un juego de estrategia y precisión.

Sabotaje, infiltración y manipulación serán nuestras armas.

Cada uno de ustedes tendrá un papel crucial en este plan…

y no acepto errores.

Mis ojos se encontraron con los de cada uno de ellos antes de añadir: —Porque si fallan…

no solo estarán condenando a esta manada; estarán condenándome a mí…

y eso es algo que no perdonaré.

Un murmullo grave recorrió la sala mientras asentían al unísono.

Sabían lo que estaba en juego, y sabía que cumplirían su cometido sin vacilar.

*** Desde las sombras del pasillo contiguo, el infiltrado escuchaba cada palabra con atención calculada.

Su corazón latía con fuerza bajo el peso del secreto que cargaba; no era leal ni a Lucian ni a Sangre de Hierro.

Su verdadera lealtad era con su manada, Cazadores de la tempestad, su tío estaría complacido cuando le contara sobre las buenas nuevas.

Este plan de derrocar a ambas manadas y quedarse con su territorio había comenzado hace algunos años, se vengaría de Lucian por lo que le había hecho.

Desde su posición oculta, sus ojos brillaron con malicia mientras escuchaba los detalles del plan de Lucian para acabar con Sangre de Hierro.

Cada palabra era un regalo; información valiosa que usaría para manipular a ambas partes como piezas en un tablero de ajedrez sangriento.

—Idiotas…

—murmuró para sí misma mientras se retiraba en silencio hacia la oscuridad—.

No tienen idea del juego en el que están atrapados.

*** Mientras Jaxon salía para cumplir mis órdenes, mi mente ya comenzaba a trabajar en los detalles del plan.

No podía simplemente atacar a Sangre de Hierro; eso uniría a las demás manadas contra nosotros.

No, necesitaba algo más sutil, algo que los destruyera desde dentro.

Primero, debilitaríamos sus recursos.

Sangre de Hierro dependía del comercio con las manadas vecinas para mantenerse fuerte.

Infiltraríamos agentes en sus rutas comerciales y sabotearemos sus envíos clave; alimentos, medicinas, armas.

Haríamos que pareciera obra de humanos o incluso de otra manada rival.

Segundo, sembraríamos discordia entre ellos.

Sangre de Hierro era conocida por su estructura jerárquica rígida y su sistema basado en la fuerza bruta.

Bastaría con introducir rumores cuidadosamente seleccionados para fracturar su confianza interna.

Un beta cuestionando al Alfa aquí, un grupo de guerreros insatisfechos allá…

La paranoia haría el resto.

Tercero, atacaríamos donde más les doliera; sus alianzas externas.

Habían forjado pactos con otras manadas menores para consolidar su poder.

Me encargaría personalmente de romper esos pactos uno por uno, ya fuera mediante amenazas o promesas más tentadoras.

Y finalmente…

el golpe final.

Cuando estuvieran debilitados y aislados, cuando la desconfianza y el caos reinara entre ellos, lanzaríamos un ataque quirúrgico directo al corazón de su manada; Damián y su círculo más cercano.

Pero no sería rápido ni indoloro; quería que sintieran cada segundo del sufrimiento que habían causado.

El Alfa Crane al no contar con herederos se vería en la miseria y lo haría mi esclavo, pagaría con creces todo el daño que nos había hecho.

Mis pensamientos giraban como un torbellino mientras afinaba los detalles del plan.

Pero mi mente volvía una y otra vez a Eliza.

Ah, Eliza.

Su rostro dulce y desafiante era una contradicción que me irritaba y me fascinaba al mismo tiempo.

Esa humana insignificante que la luna me había dado como compañera, captado la atención de Damián, y eso la convertía en una pieza clave en mi tablero.

Pero no sería suficiente arrebatarla; no, eso sería demasiado simple, demasiado…

humano.

Lo que planeaba para ella sería una obra maestra de manipulación y crueldad.

—¿Estás seguro de esto?

—la voz grave y burlona de Luca resonó en mi mente.

Mi lobo siempre estaba ahí, acechando en las sombras de mis pensamientos, listo para cuestionar, para empujarme al límite.

Esta vez, su tono estaba cargado de una diversión casi maliciosa—.

Jugar con fuego puede ser peligroso, ¿sabes?

Podrías terminar quemándote…

o peor aún, podrías terminar enamorado.

Su risa resonó como un eco oscuro en mi mente, y apreté los dientes.

—Cállate —gruñí en voz baja, aunque sabía que no podía silenciarlo del todo.

Luca solo se rió más fuerte.

—Como digas, pero no digas que no te lo advertí.

Ignoré sus palabras y volví a centrarme en mi plan.

Si iba a usar a Eliza contra Damián, necesitaba hacerlo bien.

No podía simplemente tomarla por la fuerza; eso sería demasiado obvio, demasiado burdo.

No, la clave estaba en hacer que viniera a mí por su propia voluntad.

La seduciría, la envolvería en un mundo de mentiras tan hermosamente tejidas que no podría distinguirlas de la realidad.

Y cuando finalmente estuviera completamente bajo mi control, cuando su corazón humano y frágil latiera solo por mí…

la destruiría.

Pero no sería rápido.

Oh, no.

Eso sería un desperdicio del dolor que podía infligirle a Damián a través de ella.

Cada lágrima que derramara sería un recordatorio para él de su fracaso, de su incapacidad de llegar a ser un gran Alfa y su incapacidad para proteger a los suyos.

Y cuando finalmente la rompiera más allá de toda reparación, cuando la dejara como una cáscara vacía de lo que alguna vez fue…

entonces buscaría a mi loba dorada destinada.

Enamorar a Eliza seria fácil, ya es mi compañera, se lo que provoco estando junto a ella, se que con solo verme su corazón salta, su piel cede ante mi mirada y su cuerpo sucumbe en mis brazos.

Es mía por derecho y la voy a reclamar.

Mientras afinaba los detalles de este primer paso, Luca volvió a interrumpir mis pensamientos.

—¿Y qué harás cuando te mire con esos ojos grandes y llenos de confianza?

—preguntó con una burla evidente—.

¿Podrás mantener tu máscara?

Porque si flaqueas siquiera un segundo…

—No flaquearé —lo corté con frialdad—.

Ella es solo un medio para un fin.

—Claro, claro…

—Luca dejó escapar otra risa baja—.

Pero recuerda mis palabras; jugar con fuego…

Lo ignoré de nuevo y continué delineando el plan.

Una vez que Eliza estuviera bajo mi influencia, comenzaría la verdadera diversión.

La llevaría al límite emocional una y otra vez; la haría sentir amada y luego rechazada, segura y luego aterrorizada.

Cada vez que pensara que había encontrado estabilidad conmigo, le arrancaría el suelo bajo los pies.

Y mientras tanto, me aseguraría de que Damián lo supiera todo.

No directamente, por supuesto; eso sería demasiado obvio.

Pero dejaría pistas aquí y allá, lo suficiente para mantenerlo al borde de la locura mientras intentaba averiguar qué estaba pasando con ella.

Tal vez incluso le permitiría verla una vez más, solo para mostrarle cuánto había cambiado…

cuánto la había cambiado yo.

Finalmente, cuando todo estuviera listo, cuando Eliza estuviera completamente rota y Damián completamente desesperado, daría el golpe final.

La llevaría ante él como un trofeo destrozado, como un recordatorio viviente de su fracaso.

—Y entonces serás Alfa Rey —murmuró Luca con sarcasmo—.

Qué noble objetivo.

—No necesito tu aprobación —respondí con dureza—.

Solo necesito que sigas mi liderazgo.

Luca no respondió esta vez, pero podía sentir su risa silenciosa en el fondo de mi mente.

Mientras tanto, mi corazón latía con una mezcla extraña de anticipación y algo más oscuro, algo más profundo que me negaba a nombrar.

Porque, aunque nunca lo admitiría en voz alta…

había una pequeña parte de mí que temía lo que Luca había insinuado.

¿Y si jugar con fuego realmente terminaba quemándome?

¿Y si Eliza no solo era mi arma contra Damián…

sino también mi perdición?

No podía permitirme pensar en eso ahora.

Había demasiado en juego.

Sangre de Hierro caería; Damián sufriría; y yo me alzaría como Alfa Rey.

Eliza era solo un peón en este juego cruel.

¿Verdad?

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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