Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 40
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- Capítulo 40 - 40 Bajo su mirada Eliza
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40: Bajo su mirada (Eliza) 40: Bajo su mirada (Eliza) La última clase de la semana, antes de poder poner en marcha su plan para ayudar a Amanda.
El salón de Mitos y Leyendas estaba sumido en un murmullo constante, el tipo de ruido que se genera cuando un grupo de estudiantes intenta parecer ocupado mientras sus mentes vagan por lugares mucho más interesantes.
Eliza estaba sentada lo más alejada que podía del podio, tratando de evitar también estar justo frente a su querido maestro, con su cuaderno abierto frente a ella y su bolígrafo descansando entre sus dedos.
Pero no escribía.
Solo garabateaba un poco ansiosa, había considerado dar de baja la materia, pero ella no era una cobarde.
sintió una presencia obscura y atrayente, al levantar la vista Lucian estaba atravesando la puerta principal del salón.
Su caminar era lento y deliberado, como si cada paso estuviera calculado para atraer todas las miradas hacia él.
Llevaba una camisa blanca perfectamente ajustada que dejaba entrever la línea de sus músculos bajo la tela, y sus ojos dorados escaneaban la habitación con una intensidad que hacía que todas las chicas soltaran un suspiro y risitas seductoras, que en lo personal le asqueaban.
Cuando su mirada finalmente se posó en Eliza, ella sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral.
Era como si él pudiera verla de una manera que nadie más podía, como si sus ojos atravesaran las capas superficiales de su ser y llegaran directamente a su alma.
Tragó saliva y desvió la mirada hacia el cuaderno, fingiendo estar concentrada en los apuntes que no había escrito.
—Buenos días, clase —dijo Lucian, su voz profunda resonando como un eco en las paredes del aula.
Había algo hipnótico en su tono, algo que hacía que incluso los estudiantes más distraídos dejaran de hablar y prestaran atención.
Eliza levantó la vista justo a tiempo para verlo apoyarse casualmente contra el escritorio al frente del aula, cruzando los brazos sobre el pecho.
Su postura era relajada, pero había una autoridad innata en él que hacía imposible ignorarlo.
—Hoy hablaremos sobre las sirenas —continuó, sus labios curvándose en una ligera sonrisa—.
Criaturas seductoras que usaban su canto para atraer a los marineros hacia su perdición.
Pero…
—hizo una pausa, dejando que el silencio llenara el espacio entre sus palabras— ¿alguna vez se han preguntado por qué los marineros no podían resistirse?
¿Era realmente el canto…
o algo más?
Eliza sintió cómo su corazón se aceleraba.
Había algo en la forma en que Lucian pronunciaba esas palabras, algo en la manera en que sus ojos parecían buscar los suyos mientras hablaba, que hacía que todo lo demás desapareciera.
Era como si estuviera dirigiéndose únicamente a ella, como si el resto de la clase no existiera.
— Señorita Hawthorne —dijo de repente, rompiendo el hechizo.
Ella parpadeó, sorprendida al escuchar su apellido salir de sus labios.
Su voz sonaba diferente cuando se dirigía hacia ella, más suave, más íntima.
—¿Qué opina usted?
—preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras la miraba fijamente—.
¿Cree que el canto de las sirenas era lo único que las hacía irresistibles?
Eliza sintió cómo todas las miradas de las chicas, la veían con odio.
Tragó saliva nuevamente, intentando ignorar el calor que subía a sus mejillas.
—Yo…
creo que…
—empezó a decir, pero las palabras parecían atorarse en su garganta.
Lucian sonrió, una sonrisa lenta y calculada que hizo que su estómago se retorciera.
—Tómese su tiempo —dijo suavemente—.
Tenemos casi 2 horas para escucharla.
Eliza sintió cómo su rostro se encendía aún más mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.
Finalmente, decidió arriesgarse.
—Creo que…
no era solo el canto —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—.
Creo que era…
todo lo demás.
Su presencia, su misterio…
tal vez incluso su peligro.
Lucian asintió lentamente, mientras rodeaba la mesa situándose detrás de ella y poniendo sus enormes manos, sobre los pequeños hombros de Eliza, lo que hizo que su corazón latiera aún más rápido.
—Interesante perspectiva —dijo, mientras se agachaba a su altura, peguntando de manera divertida casi en un susurro—.
Y dime, Eliza…
¿crees que el peligro puede ser atractivo?
La pregunta la tomó por sorpresa.
Había algo en su tono, algo en la forma en que sus palabras parecían envolverla como una red invisible, que hacía imposible apartar la mirada de él.
—Supongo que…
depende del tipo de peligro —respondió finalmente, intentando mantener la compostura.
Lucian sonrió nuevamente, quitando sus manos de ella y avanzando de nuevo a su podio.
—Una respuesta muy diplomática —dijo, antes de enderezarse y volver a dirigirse al resto de la clase—.
Pero creo que Eliza tiene razón.
El peligro puede ser atractivo…
siempre y cuando sepamos manejarlo.
Eliza dejó escapar un suspiro silencioso mientras él continuaba con la clase.
Pero aunque intentó concentrarse en lo que decía, no podía dejar de sentir su mirada sobre ella cada vez.
Era como si cada palabra que salía de sus labios estuviera diseñada para mantenerla al borde del asiento, incapaz de pensar en nada más.
Cuando finalmente terminó la clase y los estudiantes comenzaron a recoger sus cosas para salir del aula, Eliza se quedó en su asiento, todavía aturdida por lo ocurrido.
Estaba guardando lentamente sus apuntes cuando escuchó una voz detrás de ella.
—Eliza.
Se giró rápidamente para encontrarse cara a cara con Lucian.
Estaba parado junto a su escritorio, con una expresión tranquila pero intensa en el rostro.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
—preguntó.
Ella asintió nerviosamente, recordaba claramente su ultima platica en este mismo salón de clases, su rostro se tiño de rojo y trato de mantenerse serena.
El aula se vaciaba rápidamente, dejando a ambos completamente solos.
Cuando llegó al frente del aula, Lucian dio un paso hacia ella, invadiendo ligeramente su espacio personal de una manera que hizo que su respiración se acelerara.
—Tu respuesta durante la clase fue interesante —dijo suavemente, inclinándose un poco hacia ella—.
Pero creo que estás subestimando algo importante.
Eliza frunció el ceño ligeramente, confundida.
—¿Qué cosa?
—preguntó.
Lucian sonrió nuevamente, esa sonrisa lenta y peligrosa que parecía prometer cosas que no podía comprender del todo.
—El poder del deseo —respondió simplemente—.
A veces no es el peligro lo que nos atrae…
sino lo que creemos que podemos obtener si lo enfrentamos.
Eliza sintió cómo el calor subía a sus mejillas nuevamente mientras procesaba sus palabras.
Había algo en la forma en que las decía, algo en la manera en que sus ojos parecían buscar los suyos mientras hablaba, que hacía imposible apartar la mirada de él.
Antes de que pudiera responder, Lucian dio un paso atrás y le dedicó una última sonrisa.
—Nos vemos en la próxima clase —dijo suavemente, antes de girarse y salir del aula.
Eliza se quedó allí parada durante varios segundos después de que él se fue, todavía intentando procesar lo ocurrido.
Su corazón latía con fuerza en su pecho y sentía como si el aire a su alrededor estuviera cargado con electricidad estática.
Mientras salía del aula y caminaba por los pasillos del edificio, con la mente aún atrapada en el torbellino de sensaciones que Lucian había desatado en ella.
Cada palabra, cada mirada, cada gesto suyo parecía estar diseñado para desarmarla, para hacerla cuestionar todo lo que creía saber sobre sí misma.
Y lo peor era que funcionaba.
El aire fresco del exterior la recibió cuando finalmente salió del edificio.
Inspiró profundamente, intentando calmar los latidos desenfrenados de su corazón.
Pero incluso el aire frío no podía apagar el fuego que ardía en su interior.
¿Qué estaba haciendo?
¿Por qué permitía que alguien como Lucian tuviera tanto poder sobre ella?
Damián era quien ocupaba su corazón…
¿o no?
Sacudiendo la cabeza, Eliza trató de apartar esos pensamientos.
No era momento para dejarse llevar por emociones confusas.
Tenía un plan que ejecutar para ayudar a Amanda, y eso requería toda su atención.
Sin embargo, mientras caminaba hacia su dormitorio, no podía evitar que la imagen de Lucian invadiera su mente una y otra vez.
Más tarde esa noche, Amanda estaba sentada en la cama de Eliza, hojeando una revista mientras hablaban sobre los detalles de la cita doble.
Marco ya había confirmado su asistencia, y Amanda estaba visiblemente emocionada.
Pero Eliza no podía concentrarse del todo en la conversación.
Su mente seguía regresando a Lucian y a las palabras que le había dicho en el aula.
—¿Estás bien?
—preguntó Amanda, levantando la vista de la revista y mirándola con curiosidad—.
Has estado un poco distraída toda la noche.
—Sí, sí, estoy bien —respondió Eliza rápidamente, aunque sabía que no era del todo cierto—.
Solo…
he tenido un día largo.
Amanda ladeó la cabeza, claramente no convencida, pero decidió no insistir.
En cambio, le mostró un vestido que había encontrado en la revista y comenzó a hablar sobre cómo planeaba impresionarlo durante la cita.
Eliza asintió y sonrió en los momentos adecuados, pero su mente estaba en otro lugar.
Cuando finalmente se quedó sola en su habitación, se dejó caer en la cama y cerró los ojos.
Pero en lugar de encontrar paz, solo encontró más preguntas.
¿Por qué Lucian parecía tener ese efecto sobre ella?
¿Qué era lo que lo hacía tan…
irresistible?
El sábado por la mañana llegó más rápido de lo que esperaba.
Eliza se despertó temprano para preparar las cosas para el viaje a Half Moon Bay.
Aunque Damián había cancelado a última hora, ella no iba a dejar que eso arruinara los planes.
Amanda y Marco estaban emocionados por la cita doble, y ella no quería decepcionarlos.
Mientras cargaban las maletas en el auto alquilado, Amanda no dejó de hablar sobre lo maravilloso que sería pasar el fin de semana junto al mar.
Marco llegó poco después, con una sonrisa amplia y una actitud relajada que parecía contagiosa.
Pero justo cuando estaban a punto de partir, Eliza sintió una punzada de soledad al darse cuenta de que Damián no estaría allí con ella.
El camino hacia Half Moon Bay fue tranquilo, con risas y música llenando el auto mientras Amanda y Marco contaban historias de su niñez.
Eliza los observaba desde el espejo retrovisor, sintiendo una mezcla de alegría y melancolía.
Aunque estaba feliz por ellos, no podía evitar preguntarse por qué su propia relación con Damián, no tenia sentido como le había cancelado, parecían simples excusas para no estar con ella.
¿Se habrá equivocado en haberle dado lo más preciado que tenía?
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