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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 42

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  4. Capítulo 42 - 42 Half Moon Bay Eliza
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42: Half Moon Bay (Eliza) 42: Half Moon Bay (Eliza) La brisa salada del mar acariciaba sus rostros mientras el sol del mediodía iluminaba la playa con un resplandor dorado.

Amanda y Marco corrían hacia el agua, riendo como niños, mientras Eliza se quedaba rezagada, cargando una pequeña canasta con una botella de champagne y su libro favorito.

Había algo en el sonido de las olas rompiendo contra la orilla que siempre lograba calmarla, pero hoy no podía evitar sentir una inquietud latente bajo la superficie.

Eligió un lugar apartado, donde la arena era más suave y las palmeras ofrecían una sombra agradable.

Extendió una manta y se sentó, sacando la botella de champagne y sirviéndose una copa.

Observó a Amanda y Marco desde la distancia; parecían tan felices juntos, chapoteando en el agua como si el mundo se hubiera reducido a ese momento perfecto.

Una sonrisa melancólica se dibujó en sus labios.

Deseaba poder sentirse así de despreocupada, pero su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos.

Abrió su libro, dispuesta a perderse en las palabras y ahogar las dudas que la acosaban.

Sin embargo, apenas había leído unas líneas cuando sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Levantó la vista lentamente, mirando a su alrededor.

La playa estaba casi vacía, salvo por un par de familias lejanas y algunos surfistas en el agua.

Pero esa sensación persistía, como si alguien la estuviera observando.

Tomó un sorbo de champagne, intentando calmar sus nervios.

“Es tu imaginación”, se dijo a sí misma.

Pero entonces lo sintió de nuevo, esa intensa sensación de que unos ojos estaban fijos en ella.

Giró la cabeza rápidamente hacia las dunas cercanas, pero no vio nada fuera de lo común.

Aun así, no podía sacudirse la sensación de que no estaba sola.

Decidió ignorarlo y concentrarse en su lectura, pero su mente seguía regresando a la clase de Mitos y Leyendas y a las palabras de Lucian.

Había algo en él que era imposible de descifrar, algo que la atraía y la repelía al mismo tiempo.

Su mirada, su voz, incluso la forma en que pronunciaba su nombre…

todo en él parecía diseñado para desarmarla.

De repente, una sombra pasó fugazmente por el borde de su visión periférica.

Eliza levantó la vista de golpe, su corazón latiendo con fuerza.

Esta vez estaba segura de haber visto algo —o alguien— moviéndose entre las palmeras más allá de las dunas.

Se puso de pie, dejando el libro y la copa sobre la manta.

Miró hacia el agua, donde Amanda y Marco seguían riendo ajenos a todo.

—¿Hola?

—llamó, su voz temblorosa.

Se sintió ridícula al instante.

¿A quién esperaba que respondiera?

El viento sopló con más fuerza, haciendo que las hojas de las palmeras susurraran como si compartieran un secreto.

Dio un paso hacia las dunas, pero se detuvo al escuchar un crujido detrás de ella.

Se giró rápidamente, pero no había nadie allí.

Solo su manta, su libro y la botella de champagne.

—Estás perdiendo la cabeza —murmuró para sí misma.

Sin embargo, no podía ignorar el nudo en su estómago ni la sensación de que algo —o alguien— estaba demasiado cerca.

—¿Eliza?

—La voz de Amanda la hizo sobresaltarse.

Se giró para ver a su amiga caminando hacia ella desde el agua, con el cabello mojado pegado a su rostro y una sonrisa despreocupada.

—¿Estás bien?

Pareces nerviosa —preguntó Amanda, inclinando la cabeza con curiosidad.

—Sí…

sí, estoy bien —respondió Eliza rápidamente, forzando una sonrisa—.

Solo…

creí escuchar algo.

Amanda frunció el ceño ligeramente pero no insistió.

En cambio, tomó una toalla y comenzó a secarse mientras hablaba sobre lo divertido que era nadar con Marco.

Pero Eliza apenas escuchaba; sus ojos seguían escaneando las dunas en busca de cualquier señal de movimiento.

Más tarde, cuando el sol comenzó a ponerse y el cielo se tiñó de tonos rosados y naranjas, Amanda y Marco regresaron al agua para disfrutar del último baño del día.

Eliza se quedó sola nuevamente en su manta, observándolos mientras el champagne burbujeaba suavemente en su copa.

Fue entonces cuando lo vio.

Una figura masculina alta estaba de pie entre las sombras de las palmeras, demasiado lejos para distinguir sus rasgos pero lo suficientemente cerca como para ser inconfundible.

Su postura era relajada, casi casual, pero había algo inquietante en la forma en que permanecía inmóvil, como si estuviera esperando algo…

o a alguien.

Eliza sintió cómo su corazón se aceleraba mientras intentaba decidir qué hacer.

¿Debería gritar?

¿Correr hacia Amanda y Marco?

Pero antes de que pudiera moverse, la figura dio un paso hacia adelante, entrando brevemente en la luz del atardecer.

Su cabello oscuro brillaba bajo los últimos rayos del sol, y aunque estaba demasiado lejos para estar segura, Eliza creyó ver un destello dorado en sus ojos.

—No puede ser…

—susurró para sí misma.

Lucian.

Eliza se puso de pie de un salto, con el corazón latiendo frenéticamente en su pecho.

Pero cuando volvió a mirar hacia las palmeras, él ya no estaba allí.

Era como si se hubiera desvanecido en el aire.

—¿Qué demonios…?

—murmuró, sintiéndose mareada por la confusión.

—¿Qué pasa?

—La voz de Marco llegó desde el agua.

Eliza giró la cabeza hacia él rápidamente y negó con la cabeza.

—Nada…

nada —respondió con una sonrisa tensa—.

Solo pensé que vi algo.

Amanda y Marco intercambiaron una mirada antes de regresar al agua.

Pero Eliza sabía que no había sido “algo”.

Había sido él.

¿Pero qué hacía Lucian allí?

¿La había seguido?

¿Y por qué?

El resto de la tarde pasó en un borrón de pensamientos confusos mientras intentaba actuar normal frente a Amanda y Marco.

Pero incluso mientras compartían historias alrededor de una fogata improvisada al anochecer, Eliza no podía dejar de mirar hacia las sombras detrás de ellos, esperando ver esos ojos dorados brillando en la oscuridad.

Un poco más tarde, Eliza se encontraba sola en su cabaña, sentada en una silla cerca de la ventana.

Desde allí podía ver la otra cabaña, donde Marco y Amanda compartían risas que llegaban ahogadas por el sonido del mar.

Había planeado este fin de semana con la esperanza de que Damián estuviera a su lado, pero su ausencia pesaba en el ambiente como una nube oscura.

Con un suspiro resignado, tomó el libro que había traído consigo, un ejemplar desgastado de poesía romántica que encontró en la biblioteca del campus.

Pero ni siquiera las palabras apasionadas del autor lograban distraerla del vacío que sentía.

En la cabaña vecina, las luces titilaban suavemente.

Amanda y Marco habían aceptado su sugerencia de ir a cenar solos al restaurante frente a la playa.

Eliza había insistido con una sonrisa amable, asegurándoles que necesitaba un tiempo para ella misma.

Aunque ella y Amanda sabían que este había sido el plan todo el tiempo.

Darles espacio, crear un ambiente romántico y por fin dar el siguiente paso.

La luna llena ascendió al cielo, bañando la playa con una luz plateada que hacía brillar las olas como si estuvieran cubiertas de diamantes líquidos.

Eliza cerró su libro y se levantó lentamente, se acercó a la pequeña maleta improvisaba que había traído y se puso su pijama, un short corto de seda en conjunto con una pequeña blusa de tirantes color azul celeste y unas pantuflas blancas de conejito que tanto amaba.

Fue a la cocina a poner un poco de agua para un té, mientas sus hermosos rizos dorados danzaban junto con ella con cada movimiento.

Su mente era un caos vagaba entre recuerdos de Damián y las preguntas sin respuesta que lo rodeaban.

¿Por qué no había venido?

¿Qué asuntos podían ser más importantes que ella?

¿Acaso estará con Luna?

Celos, ella jamás había sentido celos en su vida.

Un sonido detrás de ella la saco de sus pensamientos; un crujido suave, como el roce de una bota contra la madera del porche.

Eliza se giró rápidamente, su corazón acelerándose.

La puerta estaba cerrada, pero la sensación de no estar sola era abrumadora.

Dio un paso hacia atrás, sus ojos recorriendo cada rincón de la habitación en busca de algo fuera de lugar.

—¿Vas a invitarme a entrar o debo quedarme aquí toda la noche?

—La voz profunda y aterciopelada resonó desde la penumbra, enviando un escalofrío por su columna.

Eliza sintió que su respiración se detenía por un instante.

Reconocería esa voz en cualquier lugar.

Lentamente, se acercó a la puerta y la abrió con cautela.

Allí estaba él.

Lucian.

Su figura alta y esbelta parecía aún más imponente bajo la luz lunar.

Vestía una chaqueta oscura que acentuaba sus hombros anchos y unos jeans que abrazaban sus piernas con una perfección casi insultante.

Pero lo que realmente capturó su atención fueron sus ojos dorados, brillando como brasas encendidas en la penumbra.

jamás lo había visto vestido tan casual; se veía tan extraño sin su traje, los gemelos y la corbata.

Tan sexymente fuera de lugar.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—preguntó Eliza, tratando de mantener su voz firme pese al temblor interno que sentía.

Lucian inclinó ligeramente la cabeza, una sonrisa ladeada curvando sus labios perfectos.

Dio un paso hacia adelante, obligándola a retroceder instintivamente.

—Digamos que me preocupaba por ti —respondió con un tono que parecía burlarse de sus propias palabras—.

No es propio de ti esconderte en una cabaña mientras otros disfrutan del romance.

Eliza frunció el ceño, cruzando los brazos frente a su pecho como una barrera invisible entre ellos.

Se sentía un poco expuesta con su vestimenta frente a él.

—No me estoy escondiendo —replicó con un hilo de desafío en su voz—.

Sólo necesitaba tiempo para mí misma.

Lucian dio otro paso hacia ella, cerrando la puerta tras de sí con un movimiento fluido.

Ahora estaban solos en el pequeño espacio iluminado por la tenue luz de una lámpara junto a la cama.

La cercanía entre ellos era sofocante; podía sentir el calor irradiando de su cuerpo y el olor embriagador de su colonia mezclado con algo más primitivo.

—¿Tiempo para ti misma?

—repitió él, inclinándose ligeramente hacia adelante.

Su voz era un susurro peligroso—.

¿O tiempo para pensar en alguien más?

Eliza sintió cómo su corazón latía con fuerza contra sus costillas.

Había algo en Lucian que siempre lograba asustarla y atraerla al mismo tiempo, no entendía que era todo eso que sentía cada que el estaba cerca; su presencia era como un torbellino oscuro que amenazaba con arrastrarla hacia lo desconocido.

Pero no podía permitirle ver cuánto poder tenía sobre ella.

—No sé a qué te refieres —dijo finalmente, apartando la mirada para no perderse en el abismo dorado de sus ojos.

Lucian soltó una risa baja, cargada de ironía.

—Oh, Eliza… —murmuró mientras extendía una mano para rozar suavemente un mechón de cabello que caía sobre su rostro—.

Eres tan transparente como el cristal.

Puedo ver cómo luchas contigo misma cada vez que estoy cerca.

Esa mezcla intoxicante de atracción y miedo… me fascina.

Eliza apartó bruscamente su mano, sintiendo un calor abrasador donde sus dedos habían tocado su piel.

—No tienes derecho a venir aquí y decir esas cosas —espetó, intentando recuperar el control—.

No sabes nada sobre lo que siento.

Lucian alzó una ceja, claramente divertido por su reacción.

—¿No lo sé?

—preguntó con suavidad, dando otro paso hacia ella hasta que apenas unos centímetros los separaban—.

Entonces dime, Eliza… ¿por qué tu pulso está tan acelerado?

¿Por qué tus labios tiemblan como si esperaran algo?

Eliza sintió cómo sus palabras perforaban cada muro que había construido alrededor de sí misma.

Quería gritarle que se equivocaba, que no tenía ningún poder sobre ella.

Pero sería una mentira descarada.

Porque en ese momento era en como la había tomado y besado en el salón de clases hace algunas semanas; pero aparto el pensamiento al instante.

Lucian pareció leer sus pensamientos porque sus ojos se oscurecieron ligeramente mientras inclinaba su rostro hacia el suyo.

Eliza contuvo el aliento, incapaz de moverse o hablar.

Pero justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, él se detuvo.

—No esta noche —murmuró con una sonrisa enigmática antes de dar un paso atrás.

Eliza parpadeó, confundida y frustrada por igual.

—¿Qué quieres decir?

—preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.

Lucian se giró hacia la puerta, colocando una mano en el pomo mientras miraba por encima del hombro.

—Sólo quería recordarte algo —dijo antes de abrirla—No importa cuánto intentes huir… siempre terminarás buscándome.

Antes de cerrar la puerta tras él, añadió; —Mañana pasarás el día conmigo.

Te espero en el muelle a las 7:00 am.

No llegues tarde… odio la impuntualidad.

Y con esas palabras desapareció en la noche, dejando tras él un silencio cargado de tensión y el pitido agudo del agua caliente anunciando que estaba lista para el té.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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