Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 45
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45: Emboscada 45: Emboscada La noche era un abismo insondable, un manto de sombras que devoraba todo a su paso.
El bosque, espeso y antiguo, parecía contener la respiración, como si supiera que algo oscuro se gestaba entre sus raíces.
El convoy avanzaba lentamente por el estrecho camino de tierra, los faros de los vehículos apenas lograban perforar la negrura circundante.
Los hombres a bordo estaban tensos, con los ojos escudriñando cada rincón del paisaje, conscientes de que el peligro acechaba en cada sombra.
Damián iba en el vehículo principal, sentado en el asiento del copiloto.
Sus ojos azules, fríos y calculadores como un invierno sin fin, no dejaban de recorrer el camino frente a ellos.
Su mano derecha descansaba sobre la culata de una pistola, pero su verdadera arma letal era la furia que ardía dentro de él.
Sabía que Lucian estaba detrás de los ataques a los convoyes anteriores, y esta vez no pensaba permitir que se saliera con la suya.
—Manténganse alerta —ordenó con voz baja pero cargada de autoridad—.
No bajen la guardia ni por un segundo.
Caleb, sentado al volante, asintió en silencio.
El beta compartía la misma tensión que su alfa.
Sabía que lo que estaban a punto de enfrentar no sería un simple ataque; sería una declaración de guerra.
El convoy avanzó unos kilómetros más antes de que todo se desmoronara.
Un estruendo ensordecedor rompió el silencio cuando el primer vehículo explotó en una lluvia de fuego y metal retorcido.
Los gritos de los hombres atrapados en el interior se mezclaron con el rugido del fuego.
Damián reaccionó al instante, abriendo la puerta del vehículo y saltando al suelo antes de que el segundo estallido sacudiera el aire.
Una ráfaga de balas atravesó el parabrisas del camión en el que viajaba, obligando a Caleb a agacharse detrás del volante.
—¡Es una emboscada!
—gritó Caleb mientras desenfundaba su arma.
Damián no necesitaba que se lo dijeran.
Podía olerlos, incluso antes de verlos.
No olían a hombre lobo, pero tampoco tenían ese olor particular de humano.
Una flecha de plata iba justo a su cara, apenas tuvo tiempo de esquivarla, quedando clavada en el asiento.
—¡Cúbranse!
—rugió Damián mientras disparaba contra los atacantes.
El caos estalló en cuestión de segundos.
Las balas surcaban el aire como avispones furiosos, golpeando vehículos, árboles y carne por igual.
Los hombres de la manada Sangre de Hierro respondieron al fuego con una ferocidad desesperada, pero estaban en desventaja numérica y táctica.
Los atacantes conocían el terreno y habían planeado cada detalle de la emboscada.
Damián se movía como un depredador en medio del caos, esquivando flecas y disparando con una precisión mortal.
Pero incluso él sabía que esto no era una batalla que pudieran ganar fácilmente.
Necesitaban una distracción, algo que les diera tiempo para reagruparse.
—¡Caleb!
—gritó mientras recargaba su arma—.
Lleva a los hombres al flanco derecho.
Yo me encargo del resto.
—¡No puedes enfrentarlos solo!
—protestó Caleb, pero Damián ya estaba corriendo hacia el bosque.
El alfa se movía con una velocidad y agilidad sobrenaturales, sus sentidos agudizados por el instinto y la rabia.
Damián rodeo a los hombres de negro que los estaban atacando, con el mayor sigilo posible disparo sin darles tiempo de reaccionar.
Dándole tiempo a sus hombres para tomar por sorpresa al resto y acabar con ellos.
— Traten de encontrar uno vivo — dijo mientras le disparaba a uno medio moribundo justo en la cabeza — ¿Quiero saber quién está detrás de esto?
La noche seguía siendo un telón de sombras, un lienzo de oscuridad que parecía extenderse sin fin.
El aire olía a pólvora, sangre y tierra húmeda, una mezcla que se adhería a los sentidos como una segunda piel.
Damián se mantenía en pie en medio del caos, su respiración pesada y su mirada fija en el horizonte negro del bosque.
Sus hombres trabajaban con rapidez, recogiendo armas, cuerpos y fragmentos de información que pudieran darles alguna pista sobre el enemigo.
El alfa apretó los dientes, la mandíbula marcada como una línea de hierro bajo la luz temblorosa de las llamas que aún ardían en los restos del convoy.
Había algo más en esta emboscada, algo que no terminaba de encajar.
Los atacantes no eran humanos, pero tampoco eran lobos.
Eran algo diferente, algo que no había enfrentado antes.
Y eso lo inquietaba.
—Se nos están acabando los hombres, Damián —dijo Caleb, acercándose con una expresión sombría mientras limpiaba la sangre de su rostro con el dorso de la mano— Esto no es sostenible.
Damián no respondió de inmediato.
Sus ojos, tan fríos y calculadores como siempre, se perdieron por un instante en las llamas danzantes.
Pero su mente no estaba allí.
No del todo.
Por un breve momento, una imagen se filtró entre el caos; Eliza.
Su cabello dorado como un halo de luz en medio de la penumbra de sus recuerdos, sus ojos azules brillando con esa chispa indomable que siempre lo había desarmado.
Su piel blanca, lechosa, como si fuera tallada en mármol, pero cálida al tacto, viva y ardiente.
Recordó el sabor de sus besos, una mezcla embriagante de peligro y pasión, como un licor prohibido que quemaba, pero del que nunca podía saciarse.
Recordó las noches compartidas, los suspiros entrecortados y las promesas que nunca se dijeron en voz alta pero que quedaron grabadas en sus almas.
Un disparo lejano lo devolvió a la realidad.
Sacudió la cabeza con fuerza, apartando la imagen de Eliza como quien espanta un fantasma.
No era momento para distracciones.
No ahora.
—¿Algún sobreviviente?
—preguntó con voz áspera, retomando el control.
Caleb negó con la cabeza, su rostro endurecido por la frustración.
—Nada.
Los que no murieron en el fuego cruzado se aseguraron de no dejarnos nada útil.
Esto fue meticulosamente planeado.
Damián soltó un gruñido bajo, un sonido más cercano al de una bestia que al de un hombre.
Su paciencia, ya de por sí limitada, estaba al borde del colapso.
Lucian estaba jugando con ellos, moviendo piezas en un tablero que aún no lograba descifrar del todo.
Pero si algo sabía Damián era que no iba a permitir que ese maldito ganara.
—Entonces seguimos adelante —dijo finalmente—.
No hay tiempo para lamentos ni pérdidas innecesarias.
Si Lucian quiere guerra, guerra tendrá.
Caleb asintió con resignación y se alejó para organizar al resto de los hombres.
Damián permaneció inmóvil por unos segundos más, observando las llamas menguar hasta convertirse en brasas incandescentes.
Su mente volvía a divagar, aunque esta vez no era algo que pudiera controlar.
Eliza.
Había algo en ella que lo había marcado desde el primer momento.
No era solo su belleza, aunque era innegable que era una mujer que podía detener corazones con una sola mirada.
Era algo más profundo, más visceral.
Ella era un torbellino de contradicciones; salvaje e indomable, pero capaz de una ternura que lo desarmaba por completo; peligrosa y letal, pero con una vulnerabilidad oculta que solo él había llegado a vislumbrar.
Recordó la última vez que la había visto.
Y no pudo evitar ponerse duro como una roca.
Trato de regular su respiración alejando a la chica de sus pensamientos.
—Maldita seas… —murmuró para sí mismo, apretando los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
—¿Dijiste algo?
—preguntó Caleb al regresar.
Damián negó con un movimiento brusco de la cabeza.
—Nada importante.
¿Estamos listos?
—Listos para movernos —confirmó Caleb—.
Pero necesitamos un plan mejor si queremos sobrevivir al próximo ataque.
Damián asintió y comenzó a caminar hacia el resto del grupo, dejando atrás las brasas y los cadáveres.
Pero mientras avanzaba por el camino oscuro del bosque, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de cambiar.
Algo grande.
Y en el fondo de su mente, donde siempre trataba de no mirar demasiado tiempo, Eliza seguía ahí.
Como un eco persistente, como una sombra que nunca desaparecía del todo.
Horas más tarde, cuando el grupo finalmente llego al castillo, únicamente contaron con la pérdida de 1 camión de municiones; lograron llegar a salvo los 4 camiones de armas y 3 camiones de municiones; perdieron a tres guerreros, Damián se enlazo mentalmente con su padre para pasar el informe.
La respuesta de su padre sonó cortante, sabía que había algo que su padre ocultaba, pero no sabía que.
Últimamente había tantas cosas fuera de control.
Y sospechaba que Lucian estaba detrás de todo, tenía que desenmascararlo frente al consejo.
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