Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 46
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- Capítulo 46 - 46 Una tarde contigo
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46: Una tarde contigo (Eliza) 46: Una tarde contigo (Eliza) Eliza no pudo conciliar el sueño esa noche.
La cabaña, que antes le parecía un refugio acogedor, ahora se sentía como una jaula.
La presencia de Lucian había dejado una huella invisible pero imborrable en el aire.
Cada rincón de la habitación parecía impregnado de su esencia, de su voz profunda y sus ojos dorados que la desnudaban con una intensidad abrumadora.
Se revolvió entre las sábanas, incapaz de encontrar una posición cómoda.
Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios.
¿Por qué había venido?
¿Qué significaban sus palabras?
“No importa cuánto intentes huir… siempre terminarás buscándome”.
Esa frase resonaba en su cabeza como un eco persistente, como si él estuviera allí, susurrándola al oído.
La mañana amaneció con un cielo que parecía un tapiz de colores pastel, donde el sol apenas comenzaba a asomarse tímidamente entre las nubes.
Eliza se encontraba en la pequeña terraza de su cabaña, envuelta en una bata ligera, con una taza de café humeante entre las manos.
La brisa fresca del mar acariciaba su rostro, pero no lograba calmar el torbellino de pensamientos que la atormentaba desde la noche anterior.
Lucian.
Su nombre resonaba en su mente como un eco persistente.
¿Qué quería de ella?
¿Por qué había aparecido de repente, como un espectro que se niega a ser olvidado?
Y lo más inquietante ¿por qué estaba considerando asistir?
Había algo en su mirada que la desarmaba, algo que la hacía sentir como si estuviera caminando al borde de un precipicio.
El reloj marcaba las 6:45 am cuando finalmente se levantó y se dirigió al interior de la cabaña.
Se vistió con unos pantalones cortos de mezclilla y una blusa blanca de lino, ligera pero elegante.
Sus rizos dorados caían en cascada sobre sus hombros, y sus labios llevaban un leve toque de brillo que realzaba su naturalidad.
No sabía por qué se había esmerado tanto en arreglarse; tal vez era su manera de recuperar algo de control sobre la situación.
Dejo una nota a sus amigos para que no se preocuparan, no les había dicho que estaría con Lucian, incluso el que el estuviera aquí siendo un catedrático de la universidad se sentía extraño, pero no podía evitar sentir una emoción abrumadora.
A las 6:59 am llegó al muelle.
Lucian ya estaba allí, apoyado contra uno de los postes de madera con una postura relajada pero imponente.
Vestía una camisa negra con las mangas arremangadas hasta los codos y unos pantalones oscuros que acentuaban su figura atlética.
Al verla, una sonrisa ladeada curvó sus labios.
—Puntual.
Me gusta —dijo, su voz acariciando el aire como terciopelo.
Eliza no respondió de inmediato.
Su mirada se encontró con la de él, y por un instante se sintió atrapada en ese abismo dorado que parecía ver más allá de su fachada.
Finalmente, desvió la vista y cruzó los brazos frente a su pecho.
—¿Qué quieres?
—preguntó con un tono más desafiante del que realmente sentía.
Él dio un paso hacia ella, cerrando la distancia entre ambos con una facilidad que le robó el aliento.
Su proximidad era abrumadora, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso.
—Quiero muchas cosas, Eliza —respondió él en un tono bajo y peligroso—.
Pero por ahora, sólo quiero pasar el día contigo.
Antes de que pudiera protestar o cuestionarlo, Lucian tomó su mano con firmeza y la guio hacia un yate anclado al final del muelle.
Pero no era cualquier yate; era un coloso flotante de varios pisos, blanco como el mármol y adornado con detalles dorados que brillaban bajo el sol naciente.
Tenía terrazas amplias con muebles de lujo, ventanales que reflejaban el mar como espejos y un diseño que hablaba de opulencia desmedida.
—Sube —ordenó Lucian, tan autoritario como siempre.
—¿Y si no quiero?
—replicó Eliza, aunque su tono carecía de verdadera convicción.
Lucian se giró hacia ella lentamente, sus ojos dorados chispeando con una intensidad que la hizo temblar.
—No te estoy pidiendo permiso —dijo con firmeza—.
Estoy diciéndote lo que vamos a hacer.
Eliza sintió una mezcla de enfado y atracción arremolinarse en su interior.
Había algo en su tono posesivo que la enfurecía y fascinaba al mismo tiempo.
Finalmente, subió al yate sin decir nada más.
El interior del barco era aún más impresionante.
El suelo de mármol relucía bajo los focos estratégicamente colocados, mientras que los muebles de cuero blanco y madera oscura daban al espacio una elegancia moderna.
Lucian la guio hasta la terraza superior, donde una mesa estaba preparada con un banquete digno de un rey; mariscos frescos, frutas exóticas y champagne enfriándose en un balde de plata.
Un camarero impecablemente vestido apareció con dos copas y se las ofreció.
Eliza tomó la copa e imitó a Lucian al beberla de un solo trago.
El burbujeo del champagne descendió por su garganta como un río helado, relajando momentáneamente la tensión en sus hombros.
Pero cuando volvió a levantar la mirada, encontró los ojos de Lucian fijos en ella, observándola como si fuera su presa.
—Relájate, caperucita —dijo él con una sonrisa ladeada mientras se sentaba en un amplio sofá blanco al aire libre—.
No te voy a morder… todavía.
Eliza rodó los ojos ante el apodo y eligió sentarse en el extremo opuesto del sofá.
Pero la diversión en el rostro de Lucian se desvaneció ligeramente ante su rechazo silencioso.
Antes de que pudiera decir algo, el camarero regresó con más champagne.
—Lleva a caperucita al camarote —ordenó Lucian sin apartar la mirada de ella—.
Necesita ponerse más cómoda.
Eliza fulminó a Lucian con la mirada ante su tono imperativo, pero lo siguió por varios pasillos y escaleras hasta el inferior del yate.
El camarote era asombroso; una cama king-size ocupaba el centro de la habitación, rodeada por muebles minimalistas pero lujosos.
Lo más impresionante era el suelo de cristal bajo sus pies; desde allí podía ver el fondo marino lleno de arrecifes y peces coloridos.
Sobre la cama había algo que hizo que su corazón se detuviera; un diminuto traje de baño negro que dejaba muy poco a la imaginación.
Mordió su labio inferior mientras lo miraba con incredulidad.
Antes de decidirse a hacer algo al respecto, escuchó un par de golpes suaves en la puerta.
—Señorita —dijo la voz del camarero desde el otro lado—, el joven Lucian pide que se apresure… o bajará él mismo a ayudarla.
Eliza rodó los ojos y soltó un suspiro exasperado.
Finalmente se puso el traje de baño, aunque se cubrió con su camisa ligera antes de regresar a la terraza superior.
Cuando llegó, Lucian estaba esperándola con otra copa de champagne en la mano.
Había dejado atrás su camisa negra y ahora vestía sólo unas bermudas oscuras que dejaban al descubierto su torso esculpido.
Su piel bronceada brillaba bajo el sol, y cada músculo parecía tallado con precisión artística.
Eliza intentó no mirar demasiado tiempo, pero sus ojos se desviaron inevitablemente hacia sus oblicuos marcados que desaparecían bajo la pretina de las bermudas.
—No me parece justo —dijo Lucian con voz grave mientras dejaba su copa a un lado—.
Tú puedes disfrutar de la vista… pero yo no.
Antes de que pudiera responder o apartarse, él cerró la distancia entre ambos en un instante.
Su mano grande y cálida rozó suavemente el tirante de su camisa antes de deslizarlo por su hombro.
Eliza contuvo el aliento mientras quedaba al descubierto más piel de lo que debería estar descubierta frente a su maestro.
Se sentía expuesta.
—No temas, caperucita —murmuró Lucian cerca de su oído con una sonrisa peligrosa—.
No pienso comerte… aún.
Eliza intentó recuperar el control de su respiración, pero el aire parecía haberse convertido en una sustancia densa y pesada que apenas lograba inhalar.
El estaba demasiado cerca, su calor envolviéndola como un manto invisible.
Su mente gritaba advertencias que su cuerpo ignoraba por completo.
Cada fibra de su ser estaba atrapada en un conflicto interno que no podía resolver.
—Tienes miedo —murmuró Lucian contra su piel, su voz baja y grave, como un ronroneo oscuro que vibraba en su oído.
No era una pregunta; era una declaración.
Eliza se apartó apenas unos centímetros, lo suficiente para mirarlo a los ojos, esos pozos dorados que parecían arder con un fuego contenido.
Quiso responder, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
Él sonrió de nuevo, esa sonrisa ladeada que parecía burlarse de su resistencia, como si supiera que estaba destinada a quebrarse.
—No estoy asustada —dijo finalmente, aunque su voz temblorosa la traicionó.
Lucian alzó una ceja, claramente divertido por su intento de mostrarse desafiante.
Su mano subió lentamente por su espalda desnuda, trazando un camino que envió escalofríos a través de su piel.
Eliza sintió que sus piernas flaqueaban cuando él inclinó la cabeza hacia ella, sus labios rozando los suyos sin llegar a besarlos.
—Mientes tan mal, caperucita —susurró antes de apartarse con una lentitud deliberada, como si disfrutara prolongando su agonía.
Eliza sintió el impulso de gritarle, de exigirle que dejara de jugar con ella, pero algo en su mirada la detuvo.
Había una oscuridad en él, una sombra que se movía justo debajo de la superficie, y aunque debería haberla repelido, la atraía como un imán.
Era como si estuviera frente a un precipicio y no pudiera resistirse a mirar hacia abajo.
Lucian dio un paso atrás y tomó una copa de champagne de la mesa cercana.
Se recostó en el sofá blanco con la misma actitud despreocupada y dominante que siempre parecía rodearlo.
Su torso desnudo brillaba bajo la luz del sol, y Eliza se obligó a apartar la mirada antes de que él notara cómo sus ojos se detenían en cada línea de su cuerpo.
—Ven aquí —ordenó con un gesto de la mano.
Eliza cruzó los brazos sobre su pecho, intentando cubrirse más con la camisa ligera que aún llevaba puesta.
Su orgullo le impedía obedecer tan fácilmente.
—No soy tu juguete—dijo con firmeza, aunque sabía que sus palabras carecían del peso necesario para intimidarlo.
Lucian soltó una risa baja, un sonido que parecía vibrar en el aire entre ellos.
Dio un sorbo a su copa antes de dejarla a un lado y levantarse con una gracia felina.
En un instante, estaba frente a ella de nuevo, su altura y presencia eclipsándola por completo.
—¿No lo eres?
—preguntó en un tono suave pero cargado de peligro—.
Entonces dime por qué estás aquí.
Por qué subiste a este yate conmigo cuando sabías perfectamente quién soy…
y lo que te provoco.
Eliza abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras.
Él tenía razón.
Había tenido mil oportunidades para alejarse, para decirle que no, pero no lo había hecho.
Algo más fuerte que su voluntad la había traído hasta aquí, algo que no podía explicar ni controlar.
Lucian levantó una mano y le apartó un mechón de cabello del rostro.
Su toque era sorprendentemente suave, casi tierno, pero sus ojos seguían siendo los de un depredador.
—Te diré por qué —continuó en un susurro—.
Porque lo deseas tanto como yo.
Porque, aunque tu mente intente resistirse, tu cuerpo ya me pertenece.
Eliza sintió cómo la sangre le subía al rostro, una mezcla de rabia y vergüenza ardiendo en sus mejillas.
Quiso negarlo, gritarle que estaba equivocado, pero las palabras se le ahogaron en la garganta cuando él inclinó la cabeza hacia ella, sus labios tan cerca que podía sentir su aliento cálido contra los suyos.
—Admite lo que sientes —insistió Lucian, su voz baja y peligrosa—.
No hay escapatoria para ti, Eliza.
Lo sabes tan bien como yo.
Antes de que pudiera responder o intentar apartarse, él cerró la distancia entre ellos y la besó.
Fue un beso feroz y exigente, lleno de una pasión desbordante que dejó claro quién tenía el control.
Eliza intentó resistirse al principio, pero pronto se rindió al torrente de sensaciones que él desataba en ella.
Sus manos se aferraron a los hombros de Lucian mientras él profundizaba el beso, reclamándola con una intensidad que la dejó sin aliento.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad.
Lucian sonrió de nuevo, esa sonrisa ladeada y arrogante que tanto la enfurecía como la fascinaba.
—Sabía que lo admitirías —dijo con una satisfacción evidente en su voz.
Eliza lo fulminó con la mirada, aunque sabía que era inútil intentar intimidarlo.
—Eres un arrogante —espetó mientras intentaba recuperar la compostura.
Lucian río suavemente y tomó otra copa de champagne antes de ofrecerle una a ella.
Eliza aceptó a regañadientes, bebiendo un largo trago para calmar los nervios que aún le temblaban bajo la piel.
—Y tú eres una mentirosa —respondió él con tranquilidad—.
Pero me gusta eso de ti.
Eliza rodó los ojos y se apartó para sentarse en el extremo opuesto del sofá.
Necesitaba espacio para pensar, para recuperar algo del control que él parecía robarle con tanta facilidad.
Pero Lucian no estaba dispuesto a darle tregua.
En cuestión de segundos, ya estaba a su lado nuevamente, inclinándose hacia ella con esa mirada intensa que hacía que todo lo demás desapareciera.
—No puedes huir de esto —dijo en un tono bajo y serio—.
De nosotros.
Eliza negó con la cabeza, intentando convencerse a sí misma tanto como a él.
—No hay un “nosotros” —respondió con firmeza—.
Esto es… es solo un juego para ti — Rodo los ojos y continuo — Seguro cada semestre tienes a una tonta detrás de ti.
Él alzó una ceja y se inclinó aún más cerca, hasta que sus labios casi rozaron los de ella nuevamente.
—¿Un juego?
—repitió con una sonrisa peligrosa—.
Si eso es lo que crees… entonces prepárate para perderlo todo.
Eliza sintió un escalofrío recorrer su columna ante sus palabras.
Había algo en su tono, en la forma en que las decía, que hacía imposible saber si era una amenaza o una promesa.
Y lo peor era que no estaba segura de cuál de las dos preferiría enfrentar.
— además, no me gustan las chicas tontas — Esbozo una sonrisa de lado — me gustan, así como tú.
Lucian se apartó finalmente y volvió a recostarse en el sofá con una actitud relajada que contrastaba con la intensidad del momento anterior.
Eliza aprovechó la oportunidad para levantarse y caminar hacia el borde de la terraza superior del yate.
Necesitaba aire fresco para despejar su mente.
Esa declaración la había dejado confundida.
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