Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 47
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- Capítulo 47 - 47 El mar tu y yo
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47: El mar, tu y yo 47: El mar, tu y yo El sol bañaba el yate en una luz dorada, reflejándose en las aguas cristalinas que se extendían hasta el horizonte.
Eliza estaba de pie junto a la barandilla, sus dedos aferrados al metal frío mientras el viento jugueteaba con su cabello.
Desde la distancia, podía parecer tranquila, casi serena, pero dentro de ella se libraba una batalla que amenazaba con consumirla.
La presencia de Lucian era un imán que la atraía y la repelía al mismo tiempo.
Podía sentir su mirada fija en ella, intensa, abrasadora, como si quisiera despojarla de cada capa que la protegía.
No necesitaba girarse para saber que él estaba detrás de ella, observándola con esa mezcla de arrogancia y deseo que la hacía tambalearse entre el odio y la rendición.
—¿Cuánto tiempo más vas a ignorarme?
—preguntó Lucian finalmente, su voz grave rompiendo el silencio como un trueno suave.
Eliza cerró los ojos por un momento, intentando reunir fuerzas antes de enfrentarlo.
Cuando se giró, lo encontró recostado en una tumbona, su torso desnudo brillando bajo el sol.
En una mano sostenía una copa de champagne, pero su atención estaba completamente en ella.
Sus ojos dorados, hipnóticos y peligrosos, la atraparon en un instante.
—No estoy ignorándote —respondió ella con un tono distante, aunque sabía que él podía ver más allá de su fachada.
Lucian sonrió, esa sonrisa ladeada que siempre parecía prometer caos.
Se levantó con una gracia que parecía antinatural, como si cada movimiento estuviera calculado para intimidar y seducir al mismo tiempo.
Caminó hacia ella con pasos lentos y seguros, y Eliza sintió cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza.
—¿No?
—preguntó, deteniéndose lo suficiente cerca como para que su presencia la envolviera—.
Entonces dime, ¿en qué piensas?
Eliza apartó la mirada hacia el horizonte, intentando encontrar algo de calma en las olas suaves del mar.
Pero no había escapatoria; no cuando Lucian estaba tan cerca.
Su voz era un susurro oscuro en su mente, una tentación que no podía ignorar.
—En nada importante —mintió, aunque sabía que él no le creería.
Lucian inclinó la cabeza ligeramente, estudiándola con una intensidad que la hacía sentir desnuda.
Luego dio un paso más cerca, hasta que sus cuerpos casi se rozaron.
—¿Nada importante?
—repitió en un tono bajo, como si saboreara las palabras—.
¿O es que estás pensando en él?
Eliza sintió un nudo en el estómago.
Damián.
Su nombre era un eco constante en su mente, una presencia que nunca la abandonaba.
Pensar en él mientras estaba con Lucian era como una daga clavándose en su pecho.
Pero lo peor era que no podía detenerse.
Cada vez que Lucian la tocaba, cada vez que sus labios rozaban los suyos, sentía que estaba traicionando algo sagrado.
—No sé de qué hablas —dijo finalmente, aunque su voz tembló ligeramente.
Lucian soltó una risa baja y peligrosa antes de levantar una mano y acariciar su mejilla con el dorso de los dedos.
Su toque era suave, casi tierno, pero había algo oscuro detrás de ese gesto.
—Oh, Eliza… —murmuró—.
Puedes mentirte a ti misma todo lo que quieras, pero no puedes mentirme a mí.
Lo veo en tus ojos, en la forma en que te tensas cada vez que estoy cerca.
Estás luchando contra algo que ya has perdido.
Eliza apretó los labios, negándose a responder.
No quería darle la satisfacción de saber cuánto poder tenía sobre ella.
Pero Lucian no necesitaba palabras; podía leerla como si fuera un libro abierto.
—Ven conmigo —dijo de repente, extendiendo una mano hacia ella.
Eliza lo miró con desconfianza.
Había algo en su tono que la ponía nerviosa, algo que le decía que aceptar esa mano sería cruzar una línea de la que no podría regresar.
—¿A dónde?
—preguntó finalmente.
Lucian sonrió de nuevo, pero esta vez había algo oscuro en esa sonrisa, algo que hizo que un escalofrío recorriera su espalda.
—Al agua —respondió simplemente antes de tomarla por la cintura y levantarla en brazos.
Eliza soltó un grito ahogado mientras él caminaba hacia el borde del yate con pasos decididos.
Intentó liberarse, golpeando su pecho con las manos, pero era como golpear una pared de acero.
—¡Lucian!
¡Bájame!
—protestó, aunque sabía que era inútil.
Él rió suavemente antes de inclinarse hacia su oído.
—Demasiado tarde para arrepentimientos —susurró antes de lanzarse al agua con ella.
El impacto fue un choque helado contra su piel caliente.
Eliza emergió rápidamente a la superficie, jadeando por aire mientras intentaba apartarse de Lucian.
Pero él estaba allí, tan cerca como siempre, sus brazos fuertes rodeándola como si fuera imposible escapar.
—Eres un idiota —murmuró entre dientes, aunque había una chispa de risa en su voz que no pudo ocultar.
—Y tú eres preciosa cuando estás furiosa —replicó él con esa sonrisa arrogante que tanto la irritaba… y la fascinaba.
Eliza intentó alejarse nadando hacia atrás, pero Lucian la siguió sin esfuerzo alguno.
El agua parecía conspirar a su favor, envolviéndolos en un mundo donde sólo existían ellos dos.
—¿Por qué huyes?
—preguntó él cuando finalmente la alcanzó.
—Porque puedo —respondió ella con un destello de desafío en sus ojos.
Lucian no dijo nada más.
En lugar de eso, levantó una mano y acarició su rostro con una suavidad devastadora.
Su pulgar rozó su mejilla antes de inclinarla ligeramente hacia él.
—No puedes escapar de mí, Eliza —murmuró—.
Lo sabes tan bien como yo.
Ella abrió la boca para responder, pero las palabras murieron en sus labios cuando él cerró la distancia entre ellos.
Su beso fue feroz, reclamador, como si quisiera grabar su presencia en cada fibra de su ser.
Eliza intentó resistirse al principio, pero pronto se encontró devolviendo el beso con la misma intensidad.
Era como si todo lo demás desapareciera; el sol, el mar, incluso Damián… todo se desvaneció hasta que sólo quedaron ellos dos.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad.
Lucian apoyó su frente contra la de ella mientras sus ojos dorados ardían con una intensidad que la dejaba sin aliento.
—Eres mía —dijo con firmeza—.
Siempre lo has sido.
Siempre lo serás.
Eliza sintió cómo esas palabras se clavaban en lo más profundo de su alma.
Quería negarlo, quería gritarle que no tenía derecho a reclamarla así… pero no pudo.
Porque una parte de ella sabía que era verdad.
Una parte oscura y secreta de sí misma anhelaba pertenecerle por completo.
Pero entonces apareció Damián en su mente; su sonrisa cálida, sus manos tiernas, el amor incondicional que siempre le había ofrecido.
Pensar en él mientras estaba en los brazos de Lucian era como una herida abierta que nunca dejaba de sangrar.
Lucian pareció notar su lucha interna porque sonrió ligeramente antes de tomarla de la mano y comenzar a nadar hacia el yate.
—Esto es sólo el principio —murmuró cuando subieron a bordo nuevamente.
Cuando por fin el sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de un rojo intenso que parecía un presagio.
La cubierta del yate estaba bañada en sombras, y el aire llevaba consigo el aroma salado del mar mezclado con el dulzor del champagne que aún quedaba en las copas.
Eliza estaba sentada en el sillón blanco, con el cabello ya prácticamente seco y aun únicamente con el diminuto traje de baño que este le había dado.
Frente a ella, una mesa baja sostenía una fuente rebosante de camarones, ostiones y caviar, una invitación al exceso que parecía resonar con la presencia de Lucian.
Pero lo que más llamaba su atención eran la fuente de chocolate y las fresas a su lado.
Lucian estaba sentado a su lado, tan cerca que sus rodillas se rozaban.
Su camisa blanca estaba desabotonada hasta la mitad, revelando su pecho bronceado y musculoso, y en su mano sostenía una copa de champagne que agitaba con una calma peligrosa.
Sus ojos dorados no se apartaban de ella, estudiándola con una intensidad que hacía que Eliza quisiera levantarse y huir… pero no podía.
Había algo en él, algo oscuro y magnético, que la mantenía anclada en su lugar.
—Estás muy callada esta noche —comentó Lucian, su voz grave rompiendo el silencio como un cuchillo cortando la tensión.
Eliza tomó un sorbo de su propia copa, sintiendo cómo las burbujas le quemaban la garganta.
Había bebido más de lo que debería, lo sabía, pero necesitaba algo que amortiguara el caos que él provocaba en su interior.
No respondió de inmediato; en cambio, tomó una fresa la metió dentro de su copa, tomo otra y la sumergió dentro del chocolate; mordió lentamente, permitiendo que el dulzor explotara en su boca mientras buscaba las palabras adecuadas.
—No tengo nada que decir —respondió finalmente, aunque su tono traicionaba la mentira.
Lucian sonrió, esa sonrisa ladeada que siempre parecía prometer peligro.
Se inclinó hacia ella, apoyando un brazo en el respaldo del sillón y acercándose lo suficiente como para que pudiera sentir su aliento cálido en su piel.
—No creo que eso sea cierto —murmuró—.
Tus ojos dicen más de lo que tus labios se atreven.
Eliza apartó la mirada hacia la mesa, fingiendo interés en la fuente de comida frente a ellos.
Pero el peso de su presencia era ineludible; podía sentirlo como una sombra envolviéndola, como si él hubiera reclamado cada centímetro del espacio entre ellos.
Tomó un camarón y lo mordió con deliberación, intentando ignorar el calor que comenzaba a acumularse en su pecho.
—¿Por qué haces esto?
—preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Lucian arqueó una ceja, como si realmente no entendiera a qué se refería.
Pero había algo en sus ojos, un destello de satisfacción oscura que le decía que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
—¿Hacer qué?
—preguntó con inocencia fingida mientras tomaba un ostión y lo deslizaba entre sus labios con una sensualidad que parecía calculada para desarmarla.
Eliza apretó los labios, sintiendo cómo la frustración comenzaba a mezclarse con algo mucho más peligroso… deseo.
No quería sentirse así; no quería ceder al poder que él tenía sobre ella.
Pero era como si cada movimiento suyo estuviera diseñado para despojarla de sus defensas.
—Esto —dijo finalmente, señalando vagamente entre ellos—.
Este juego… esta manipulación constante.
¿Qué ganas con todo esto?
Lucian dejó escapar una risa baja y profunda antes de inclinarse aún más cerca de ella.
Su rostro estaba ahora a solo unos centímetros del suyo, y Eliza podía ver cada detalle de sus rasgos perfectos; la línea afilada de su mandíbula, la sombra de barba que cubría su piel, los ojos dorados que parecían arder con un fuego inextinguible.
—¿Qué gano?
—repitió suavemente—.
Gano verte así… vulnerable, hermosa, completamente mía.
Eliza sintió cómo esas palabras se clavaban en lo más profundo de su ser.
Quería gritarle que estaba equivocado, que nunca sería suya.
Pero las palabras se atascaron en su garganta porque, en el fondo, sabía que había algo de verdad en lo que decía.
Había una parte de ella, una parte oscura y secreta, que anhelaba rendirse a él.
Lucian pareció notar su lucha interna porque sonrió ligeramente antes de levantar una mano y acariciar su mejilla con el dorso de los dedos.
Su toque era suave pero firme, como si estuviera marcando territorio.
Eliza cerró los ojos por un momento, intentando reunir fuerzas para apartarlo… pero no lo hizo.
—Eres tan terca… —murmuró él—.
Pero no importa cuánto luches contra esto.
Al final, siempre vuelves a mí.
Eliza abrió los ojos y lo miró fijamente.
Había algo en su mirada esta vez, algo que parecía desafiarlo a probar sus palabras.
Pero antes de que pudiera responder, Lucian tomó una fresa de la fuente y la sostuvo frente a sus labios.
—Come —ordenó suavemente, pero había una autoridad en su tono que hacía imposible negarse.
Eliza dudó por un momento, pero la autoridad en su tono hacía imposible negarse.
Abrió los labios y dejó que él deslizara la fruta en su boca.
El chocolate se derritió en su lengua mientras el jugo dulce explotaba contra su paladar.
Pero no era solo el sabor lo que la abrumaba; era la forma en que él la miraba mientras lo hacía, como si cada uno de sus movimientos fuera suyo para controlar y moldear a su antojo.
Tomó otra fresa y la sumergió demasiado en el chocolate esta vez; al morderla, un hilo espeso del líquido oscuro se deslizó por su pecho desnudo, arrancándole un pequeño jadeo por la inesperada calidez contra su piel fría por el aire nocturno.
Lucian no esperó ni un segundo más.
En un movimiento fluido y dominante, la atrajo hacia él hasta quedar a horcajadas sobre sus muslos.
Eliza apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo antes de sentir cómo su lengua recorría lentamente el camino que había dejado el chocolate sobre su piel.
Cada roce era una mezcla perfecta entre ternura y posesión absoluta; cada movimiento suyo parecía diseñado para reclamarla como suya sin posibilidad de réplica.
— Lucian… — apenas pudo decir mientras sus manos la recorrían descaradamente.
El sillón blanco impecable ahora estaba manchado con chocolate y deseo desenfrenado mientras Lucian la sostenía firmemente contra él.
Podía sentirlo claramente bajo ella, duro y exigente incluso a través del diminuto traje de baño que llevaba puesto.
Una mano grande presionaba contra la base de su espalda, acercándola aún más a él, mientras la otra se enredaba en su cabello húmedo para guiar sus labios hacia los suyos en un beso abrasador y voraz.
Eliza sintió cómo todo pensamiento coherente se desvanecía bajo la intensidad del momento; solo existían ellos dos, el sabor del chocolate mezclado con el salitre del mar y la sensación inconfundible de ser completamente devorada por alguien que no aceptaría nada menos que todo de ella.
Pero entonces un brusco movimiento del yate rompió el hechizo una copa cayó al suelo con un estruendo metálico que resonó como un grito en medio del silencio cargado entre ellos.
Con la respiración agitada y el cuerpo temblando por emociones encontradas, Eliza se apartó bruscamente de Lucian y se levantó tambaleándose sobre sus piernas débiles.
Sin mirarlo ni decir una palabra más, corrió hacia el camarote mientras sentía cómo las lágrimas amenazaban con brotar… lágrimas no solo de confusión o rabia, sino de traición.
Traición Hacia Damián quien solo había traído felicidad, cariño y comprensión a su vida.
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