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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 48

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48: La propiedad del Alfa 48: La propiedad del Alfa Lucian observaba a Eliza con una intensidad que parecía capaz de partir el mundo en dos.

Estaba sentada frente a él, con el cabello aún húmedo cayendo en ondas desordenadas sobre sus hombros, y ese diminuto traje de baño que había escogido especialmente para ella.

Pero no era solo su apariencia lo que lo tenía atrapado; era la forma en que mordía las fresas, lenta, deliberadamente, como si cada bocado fuera un desafío directo a su autocontrol.

Se llevó la copa de champagne a los labios, pero no bebió.

Sus ojos dorados permanecieron fijos en ella, devorándola en silencio mientras su mente se llenaba de pensamientos oscuros y posesivos.

Cada movimiento suyo, cada gesto, era como una provocación calculada, aunque sabía que Eliza no lo hacía a propósito.

O tal vez sí.

Tal vez ella sabía exactamente lo que estaba haciendo con esa pequeña sonrisa que jugaba en la comisura de sus labios mientras el chocolate se deslizaba por su dedo antes de lamerlo con una lentitud exasperante.

“¿Sabrá lo que provoca en mí?”, pensaba el chico, apretando la copa con tanta fuerza que temió romperla.

“¿Sabrá que cada vez que sonríe así, cada vez que me desafía con esos ojos llenos de fuego, me vuelvo loco por reclamarla?” Eliza tomó otra fresa y la sumergió en el chocolate, esta vez dejando que el líquido oscuro goteara deliberadamente sobre su piel.

Lucian sintió un calor abrasador recorrerlo desde el pecho hasta el vientre.

No podía apartar la mirada; era como si ella estuviera tejiendo un hechizo del que no podía escapar.

Y quizás no quería hacerlo.

No pudo resistirse más en un movimiento rápido y decidido, la tomó por la cintura y la atrajo hacia él hasta que quedó sentada a horcajadas sobre sus muslos.

Eliza soltó un pequeño jadeo de sorpresa, pero no tuvo tiempo para protestar antes de sentir cómo su lengua recorría el rastro de chocolate que había caído en su pecho —Lucian… —murmuró ella, pero su voz era apenas un susurro débil, lo que logro encenderlo aun más.

Sus manos grandes y firmes se deslizaron por su espalda, trazando líneas ardientes sobre su piel mientras la mantenía firmemente contra él.

Podía sentirla temblar bajo su toque, podía escuchar cómo su respiración se volvía más rápida y entrecortada con cada segundo que pasaba.

Él pudo sentirla, tratando de resistirse al principio; tratando de aferrarse a los últimos vestigios de control que le quedaban.

Pero pronto se encontró devolviéndole el beso con la misma intensidad, como si finalmente hubiera aceptado lo inevitable.

Sin embargo, justo cuando parecía que todo iba a desmoronarse entre ellos, un brusco movimiento del yate rompió el momento.

Una copa cayó al suelo con un estruendo metálico que resonó como un grito en medio del silencio cargado entre ellos.

Eliza se apartó bruscamente de Lucian, tambaleándose mientras se ponía de pie.

Sus ojos estaban vidriosos, llenos de emociones contradictorias que parecían desgarrarla desde dentro.

Lucian se quedó allí sentado, observando cómo desaparecía tras la puerta.

Sus manos descansaban sobre sus muslos mientras su mandíbula se tensaba visiblemente.

No podía evitar sentir una mezcla de frustración y satisfacción oscura al verla huir así.

“Ya caíste” sonreía para el mismo mientras tomaba una fresa y sumergía en la fuente, aun saboreando el delicioso sabor del chocolate de los labios de la chica.

Disfrutaba que su plan estuviera saliendo justo como él quería, se estaba enamorando, lo podía sentir a través del vínculo.

No quedaría ningún rastro de Damián en su corazón.

Eso era un hecho.

Se levanto y se dirigió a otro camarote para darse un baño.

Estaba cubierto completamente de chocolate.

Sonriendo al recordar lo que acababa de suceder.

Un poco más tarde, la noche había caído por completo, y la luna derramaba su tenue luz plateada sobre las olas que golpeaban suavemente el casco del yate.

El aire estaba cargado, pesado, como si la tensión entre ellos hubiera impregnado cada rincón del lugar.

Había esperado lo suficiente.

Eliza había huido tras ese momento en la terraza, pero él sabía que no podía esconderse de él por mucho tiempo.

No cuando todo en ella clamaba por su atención, aunque no quisiera admitirlo.

Lucian sonrió para sí mismo, esa sonrisa oscura y peligrosa que siempre aparecía cuando sentía que tenía el control.

Bajo las escaleras en dirección al camarote principal.

El suyo.

Cuando abrió la puerta, la encontró de espaldas a él.

Estaba de pie frente al ventanal que daba al océano, con los brazos cruzados sobre el pecho y el cabello dorado cayendo como un río de luz sobre su espalda.

Llevaba una de sus camisas blancas, demasiado grande para su figura delicada, y las mangas le colgaban hasta las muñecas.

La tela apenas cubría sus muslos, dejando al descubierto la piel suave y pálida que él ya conocía demasiado bien.

Lucian cerró la puerta tras él con un clic suave, pero suficiente para llamar su atención.

Eliza se giró lentamente, sus ojos azules encontrándose con los suyos.

Había algo en su mirada, una mezcla de desafío, miedo y vulnerabilidad que lo hizo detenerse por un breve instante.

Pero solo fue eso, un instante.

—¿Qué haces aquí?

—preguntó ella, su voz firme pero teñida de un nerviosismo que no podía ocultar.

El no respondió de inmediato.

En lugar de eso, avanzó hacia ella con pasos deliberados, como un depredador acechando a su presa.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sacó algo de detrás de su espalda, una caja rectangular envuelta en papel plateado.

—Esto es para ti —dijo finalmente, extendiéndoselo.

Eliza lo miró con desconfianza, pero tomó la caja con manos temblorosas.

Deshizo el lazo con cuidado y retiró el papel para revelar lo que había dentro.

Sus ojos se abrieron ligeramente cuando vio el contenido; un vestido azul cielo, confeccionado en una tela tan suave y ligera que parecía flotar incluso dentro de la caja.

Los tirantes eran finos y delicados, y el escote tenía un diseño sutilmente curvado que prometía realzar sus formas sin ser vulgar.

La falda caía en suaves pliegues hasta los tobillos, como si estuviera hecha para moverse con la brisa.

—Pruébatelo —ordenó Lucian, su voz baja pero cargada de autoridad.

Eliza levantó la vista hacia él, sus labios entreabiertos como si fuera a protestar.

Pero algo en su expresión la detuvo; quizás era la intensidad en sus ojos dorados o la forma en que su presencia llenaba toda la habitación.

Sin decir una palabra, tomó el vestido y se dirigió al baño.

Lucian esperó pacientemente, apoyándose contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho.

Podía escuchar los pequeños movimientos detrás de la puerta el sonido de la cremallera bajando, el roce de la tela contra su piel.

Cada sonido era una tortura deliciosa que alimentaba su imaginación.

Cuando finalmente salió, Lucian sintió que el aire abandonaba sus pulmones por un momento.

El vestido era perfecto para ella.

El azul cielo contrastaba con el dorado de su cabello y hacía que sus ojos brillaran como gemas bajo la luz tenue de la habitación.

La tela se ceñía a su cuerpo en los lugares correctos y caía suavemente en otros, dándole un aire etéreo que lo fascinaba y lo atormentaba al mismo tiempo.

Eliza parecía incómoda bajo su mirada intensa.

Bajó la vista y se mordió el labio inferior, un gesto que Lucian reconoció como un intento desesperado por ocultar su nerviosismo.

—¿Por qué me diste esto?

—preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Lucian avanzó hacia ella hasta quedar a solo unos centímetros de distancia.

Levantó una mano y deslizó sus dedos por su mejilla hasta llegar a su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Porque quiero verte como realmente eres —respondió él con voz grave—.

Quiero verte como la mujer que eres… mi mujer.

Eliza jadeó suavemente ante sus palabras, y Lucian pudo ver cómo sus pupilas se dilataban ligeramente.

Pero antes de que pudiera responder, él inclinó la cabeza hacia ella y rozó sus labios con los suyos en un beso que fue más una promesa que un acto impulsivo.

Fue lento al principio, casi dulce, pero pronto se volvió más profundo, más exigente.

Ella trató de resistirse al principio, pero fue inútil.

Sus manos encontraron el camino hacia su pecho y luego hacia sus hombros mientras se rendía completamente al momento.

Lucian deslizó una mano hacia su espalda baja, atrayéndola más cerca hasta que no quedó espacio entre ellos.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban respirando con dificultad.

Eliza lo miró con una mezcla de confusión y deseo mientras trataba de recuperar el aliento.

—Esto no está bien… —murmuró ella débilmente.

El no respondió y simplemente la atrajo nuevamente a él; mientras la abrazaba dulcemente y aspiraba su delicioso olor.

— Te estas enamorando — La risa burlona de Luca no se hizo esperar.

Lo ignoro por completo y se dejo caer en la deliciosa sensación que sus brazos le provocaban.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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