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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 49

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  4. Capítulo 49 - 49 La obscuridad del Juego
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49: La obscuridad del Juego 49: La obscuridad del Juego El motor del yate rugía suavemente mientras la embarcación se alejaba de la costa, dejando atrás las olas que rompían sobre la playa.

Lucian observaba a Eliza desde la distancia, su figura recortada contra el horizonte, inmóvil como una estatua de mármol.

El viento jugueteaba con su cabello dorado, así como el hermoso vestido que el le acababa de obsequiar y por un instante, él sintió algo que no se atrevía a nombrar.

Algo que no formaba parte del plan y debía desechar.

—¿Qué estás haciendo, Lucian?

—la voz de Luca resonó en su mente, grave y burlona, como un recordatorio constante de su propósito.

Lucian apretó los dientes y cerró los ojos, intentando acallar esa parte de sí mismo que cuestionaba cada uno de sus movimientos últimamente.

Pero Luca no se detenía; nunca lo hacía.

—¿Te estás ablandando?

No me digas que esa mirada que le das es algo más que estrategia —continuó Luca, su tono impregnado de sarcasmo—.

A mí no me puedes engañar Lucian respiró hondo, dejando que el aire salado llenara sus pulmones antes de responderle en su mente.

—Cállate.

Todo está bajo control.

Luca soltó una risa oscura, una que resonó en cada rincón de la mente de Lucian.

—¿Bajo control?

¿Eso crees?

Ella no es como las demás.

Lo sabes tan bien como yo.

Jugar con fuego siempre ha sido tu especialidad, pero esta vez… —hizo una pausa deliberada, como si saboreara las palabras—.

Esta vez podrías quemarte, recuerda que ella es tu compañera predestinada.

Lucian abrió los ojos y volvió a mirar hacia la playa.

Eliza seguía allí, con los brazos cruzados sobre el pecho, su postura rígida como si intentara protegerse de algo invisible.

Algo que él había desatado.

—Es parte del plan —replicó Lucian mentalmente, su tono gélido—.

Cada movimiento está calculado.

Ella caerá, Luca.

Ya lo está haciendo.

Luca río nuevamente, pero esta vez su risa fue más suave, más peligrosa.

—¿Y qué harás cuando caiga por completo?

¿Cuándo ya no haya batalla en sus ojos?

¿Cuándo te mire con esa devoción ciega que tanto ansías?

—Su voz se volvió un susurro venenoso—.

¿Te sentirás victorioso… o vacío?

Lucian no respondió.

No podía.

Porque, aunque odiaba admitirlo, las palabras de Luca se habían clavado en un rincón oscuro de su mente, donde las dudas crecían como sombras alargadas.

Eliza se giró hacia el yate en ese momento, y sus miradas se encontraron.

Incluso desde la distancia, Lucian sintió el peso de sus ojos sobre él, como un juicio silencioso que lo desafiaba a acercarse.

Pero no lo hizo.

En cambio, levantó una mano en un gesto casual de despedida, una sonrisa ladeada curvando sus labios.

Ella no correspondió al gesto.

Sólo lo observó durante unos segundos más antes de darse la vuelta y caminar hacia la orilla.

Cada paso que daba se sentía como una pequeña victoria para él… y una pérdida al mismo tiempo.

—¿La dejarás ir así?

—preguntó Luca en su mente, con una mezcla de incredulidad y burla—.

Qué noble te has vuelto.

—No necesito retenerla físicamente —respondió Lucian con frialdad—.

Su mente ya es mía.

Su corazón está dividido, y pronto no quedará nada de él para ofrecerle a Damián.

Luca guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando sus palabras.

Luego habló con una suavidad inquietante.

—Eres un maestro del caos, Lucian.

Pero recuerda… el caos siempre cobra su precio.

Lucian ignoró el comentario y se giró hacia el interior del yate.

Tomó una copa de whisky del minibar y se dejó caer en un sillón de cuero blanco, mirando las olas a través del ventanal.

La playa ya era sólo un punto en la distancia, pero la imagen de Eliza permanecía grabada en su mente.

No era sólo su belleza lo que lo atraía; era su resistencia, su fuego interno que se negaba a ser apagado incluso cuando él hacía todo lo posible por consumirla.

Le encanta saber que ella podía sentir el lazado de compañeros y no comprenderlo a un; una sonrisa de triunfo de instalo en sus labios.

—¿Y si en lugar de romperla a ella, te rompes tu?

—preguntó Luca de repente, rompiendo el silencio—.

¿Qué harás entonces?

Lucian bebió un sorbo de whisky antes de responder.

—No lo hará, nadie puede romperme.

Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, una pequeña chispa de incertidumbre ardía en su pecho.

Porque Eliza no era como las demás.

Y eso lo aterrorizaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Se levantó abruptamente y caminó hacia la cubierta del yate, dejando que el viento nocturno enfriara su piel caliente.

Miró hacia el horizonte una vez más, buscando algo que no podía nombrar.

Algo que no estaba seguro de querer encontrar.

—El plan está funcionando —dijo en voz alta, como si al decirlo pudiera convencerse a sí mismo.

Luca no respondió esta vez, pero Lucian podía sentir su presencia acechante en algún rincón de su mente, esperando el momento justo para volver a hablar.

Eliza era suya.

Lo había dicho tantas veces que casi parecía verdad.

Pero entonces recordó la forma en que ella y Damián se veían; odiaba la atracción que claramente sentían, no era de su entender por su que compañera predestinada tenía tanta conexión con su enemigo.

Ese pensamiento lo enfureció, más que nunca acabaría con la manada Sangre de Hierro, aunque tuviera que romper a su compañera en el proceso.

—Ella me elegirá a mí —murmuró entre dientes, apretando los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos—.

No importa cuánto luche contra ello.

Pero mientras el yate seguía alejándose de la costa y la noche envolvía todo con su manto oscuro, Lucian no pudo evitar preguntarse si realmente estaba ganando o si ya había perdido algo mucho más importante en el proceso.

Y así, con el eco de las olas como único testigo, Lucian dejó que la oscuridad lo envolviera una vez más.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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