Leer Novelas
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
Avanzado
Iniciar sesión Registrarse
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
  • Configuración de usuario
Iniciar sesión Registrarse
Anterior
Siguiente

Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 50

  1. Inicio
  2. Todas las novelas
  3. Emparejada al Alfa Enemigo
  4. Capítulo 50 - 50 Sombras en el Alma
Anterior
Siguiente
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo

50: Sombras en el Alma 50: Sombras en el Alma El fin de semana había terminado en un sinfín de emociones interesantes; las hojas de los árboles caían lentamente, arrastradas por un viento suave que parecía murmurar secretos al oído.

En contraste con esa serenidad exterior, la habitación de Eliza era un caos silencioso.

Las luces apagadas, las cortinas cerradas y el teléfono que vibraban insistentemente sobre el escritorio marcaban el escenario de su tormento interno.

Damián.

Otra llamada perdida.

Otro mensaje sin leer.

Eliza estaba sentada en el suelo, abrazando sus rodillas mientras sus pensamientos la consumían.

Había algo enfermizo en la forma en que su mente viajaba una y otra vez al yate, a Lucian, a sus ojos dorados que parecían perforar cada rincón de su alma.

Se llevó las manos al rostro, intentando contener las lágrimas que amenazaban con brotar.

No podía evitarlo; se sentía sucia, rota, como si hubiera traicionado todo lo que alguna vez fue sagrado para ella.

—¿Cómo llegué aquí?

— se preguntó por enésima vez, pero la respuesta siempre era la misma.

Lucian.

Él era como una sombra que la seguía a todas partes, incluso cuando intentaba huir.

Su presencia era una mezcla de peligro y magnetismo, una atracción que no podía ignorar, aunque quisiera.

Y lo peor de todo era que no quería ignorarla.

El teléfono vibró de nuevo.

Esta vez, Eliza estiró la mano con desgana y lo tomó.

El nombre de Damián aparecía en la pantalla, acompañado de un corazón que ella misma había puesto días atrás.

Sus dedos temblaron mientras deslizaba el dedo para leer el mensaje.

“¿Eliza?

Por favor, dime algo.

Estoy preocupado por ti.” La culpa le golpeó como una ola fría.

Damián era todo lo que ella debería querer seguro, amoroso, constante.

Pero entonces cerró los ojos y lo vio a él… a Lucian.

Su sonrisa ladeada, su voz baja y peligrosa, su tacto que prendía fuego a cada rincón de su piel.

Era como si su cuerpo y su mente estuvieran divididos en dos mundos opuestos, y ninguno le ofrecía paz.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

Se levantó rápidamente, secándose las lágrimas con el dorso de la mano antes de abrirla.

Al otro lado estaba Amanda, traía una caja de Donas y cafes.

—¿Estás bien?

—preguntó con el ceño fruncido, entrando sin esperar invitación—.

Has estado encerrada aquí todo el día y…

bueno, pareces un desastre.

Eliza intentó sonreír, pero el gesto se sintió forzado.

—Estoy bien —mintió—.

Sólo estoy cansada.

Sophie entrecerró los ojos, claramente sin creerle.

—¿Esto tiene algo que ver con Damián?

—preguntó con cautela—.

O… ¿Tiene que ver con que te perdieras todo el domingo por ahí?

Estuviste muy callada en el viaje de regreso.

Eliza sintió que su corazón se detenía al instante que Amanda menciono su pequeña desaparición; cuando se encontró con los chicos de nuevo había mentido, dijo que se encontró con algunos amigos y se fueron en un yate, que había regresado tan tarde y no quiso despertarlos.

—No es nada —respondió rápidamente, desviando la mirada—.

La fiesta en el yate con mis amigos me dejo algo agotada.

Amanda no era de las que dejaban las cosas a medias.

—Eliza, soy tu amiga.

Puedes confiar en mí —insistió, colocando una mano en su hombro—.

Lo que sea que te esté pasando, no tienes que enfrentarlo sola.

Las palabras de Amanda eran sinceras, pero Eliza sabía que no podía contarle la verdad.

¿Cómo podría explicar algo tan oscuro y retorcido?

¿Cómo podría decirle que había dejado que un hombre como Lucian se apoderara de su mente y su cuerpo?

Ella nunca entendería.

Nadie lo haría.

—Gracias —dijo finalmente—.

Pero de verdad estoy bien.

Sólo necesito descansar un poco.

Amanda no presiono más, Eliza no sabia si era porque le había creído o simplemente no quería insistir con el tema.

— Mejor cuéntame — Dijo Eliza un poco más animada tratando de cambiar el tema — ¿Tu y marco?

Dejando la pregunta en el aire, cuando las mejillas de Amanda nivelaron el tono rojillo de su cabello, casi ocultando sus pecas, supo que todo el plan del fin de semana había sido un éxito.

Amanda, con sus mejillas aún ruborizadas, se dejó caer en el borde de la cama, sosteniendo la caja de donas como si fuera un escudo contra cualquier pregunta incómoda.

Pero no podía evitarlo; la sonrisa que se formaba en sus labios la traicionaba.

—Vamos, Amanda —insistió Eliza, inclinándose hacia adelante—.

Cuéntamelo todo.

¿Cómo fue?

Amanda bajó la mirada, jugando con el borde de la tapa de la caja.

Su cabello rojizo caía en cascadas sobre sus hombros, ocultando parcialmente su rostro.

Pero cuando alzó los ojos hacia Eliza, había algo más allí.

No era sólo nerviosismo; era emoción pura, una chispa que iluminaba cada rincón de su expresión.

—Fue… —comenzó, su voz apenas un susurro—.

Fue perfecto.

Como siempre lo imaginé… no, mejor.

Eliza arqueó una ceja, animándola a continuar.

Amanda respiró hondo y dejó la caja de donas a un lado, como si necesitara liberar las manos para gesticular mientras hablaba.

Eliza aprovecho esto para tomar una, tenía hambre, se había saltado el desayuno y la comida.

—¿Y entonces?

—preguntó Eliza, inclinándose aún más hacia adelante.

Amanda mordió su labio inferior antes de continuar.

—Después de cenar… regresamos a la caballa, la noche era cálida y tranquila, pusimos música.

Algo suave, algo que apenas se escuchaba pero que llenaba el silencio.

Y entonces me miró, Eliza.

Me miró como si yo fuera lo único que existiera en el mundo.

Su voz tembló ligeramente al recordar el momento.

Cerró los ojos por un instante, como si quisiera revivirlo en su mente.

—Me tomó de la mano y me llevó al sofá.

No dijo nada, sólo me miró… y yo supe.

Supe que estaba listo.

Por primera vez estábamos listos.

Eliza sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras.

Había algo tan puro y sincero en la forma en que Amanda hablaba de Marco.

Algo que contrastaba brutalmente con el caos oscuro que habitaba en su propia vida.

—¿Y… fue como lo imaginaste?

—preguntó Eliza con cautela.

Amanda abrió los ojos y asintió lentamente.

—Fue mejor —admitió, su voz apenas un murmullo—.

Fue tan tierno, tan considerado… pero también tan apasionado.

Me hizo sentir como si fuera la única persona en el universo que importaba.

Cada caricia, cada beso… todo fue perfecto.

Eliza no pudo evitar sonreír ante la felicidad evidente de su amiga.

Pero al mismo tiempo, sintió una punzada de algo más profundo; envidia.

No por Marco ni por lo que Amanda había experimentado, sino por la pureza de ese momento.

Era algo que ella sabía que nunca podría tener con Lucian y con Damián las cosas estaban arruinadas, lo había traicionado.

—¿Y qué pasó después?

—preguntó Eliza, intentando mantener el tono ligero.

Amanda se río suavemente, cubriéndose la cara con las manos.

—Después… bueno, digamos que no dormimos mucho esa noche —dijo entre risas nerviosas—.

Pero al día siguiente… Eliza, fue como si todo hubiera cambiado.

No sé cómo explicarlo… pero me siento más conectada con él ahora.

Como si realmente fuéramos uno.

Eliza asintió lentamente, procesando las palabras de Amanda.

Había algo tan genuino en su relato, tan lleno de luz y esperanza… algo que parecía completamente ajeno al mundo oscuro en el que Eliza se encontraba atrapada.

—Me alegra tanto por ti —dijo finalmente, forzando una sonrisa—.

Marco realmente te quiere, Amanda.

Eso es obvio.

Amanda sonrió tímidamente y asintió.

—Sí… creo que sí —dijo suavemente—.

Pero sabes qué… nada de esto habría sido posible sin ti.

— No fue nada, eres mi amiga.

— Hiciste mucho por nosotros, no se cómo voy a pagártelo.

Amanda se inclinó hacia adelante y tomó las manos de Eliza entre las suyas.

— Por favor, Amanda, enserio no es nada — Amanda la callo con la mano —No me refiero solo a pagar todo lo del viaje — Suspiro y me vio a los ojos — Fuiste tú quien me animó a dar el primer paso —dijo con sinceridad—.

Ver como tú y Damián se adoran me hizo darme cuenta de que yo también quería eso para mí.

Eliza sintió un nudo en la garganta ante las palabras de Amanda.

Había algo profundamente irónico en todo esto; ella había traicionado a Damián, se sentía terriblemente mal.

Pero disimulo con una pequeña sonrisa.

—Me alegra haber podido ayudarte —dijo finalmente, apretando las manos de Amanda con fuerza.

Amanda sonrió y se levantó de la cama.

—Bueno, creo que ya te he contado suficiente por hoy —dijo con una risa nerviosa—.

Mejor me voy antes de que empieces a hacerme preguntas más incómodas.

Eliza se río suavemente y asintió.

—Está bien.

Pero recuerda; quiero todos los detalles cuando nos veamos mañana.

Amanda asintió y recogió su café; dejando atrás la caja de donas y el café de Eliza.

—Gracias por escucharme, Eliza —dijo antes de salir—.

Y recuerda… si necesitas hablar de algo, aquí estoy para ti.

Eliza asintió lentamente mientras veía a Amanda salir de la habitación.

Pero tan pronto como la puerta se cerró detrás de ella, la sonrisa desapareció de su rostro.

Se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos, sintiendo cómo el peso del mundo volvía a caer sobre sus hombros.

La imagen de Lucian apareció inmediatamente en su mente; su sonrisa ladeada, sus ojos dorados llenos de peligro y promesas prohibidas.

Era como si él estuviera siempre allí, acechándola incluso en sus momentos más tranquilos.

Suspiró profundamente y se giró hacia un lado, abrazando una almohada contra su pecho.

Por un momento, deseó poder ser como Amanda, vivir una vida sencilla y llena de luz, lejos del caos y la oscuridad que parecían definir todo lo que ella tocaba.

Pero sabía que eso era imposible.

Porque mientras Amanda encontraba consuelo en brazos seguros y amorosos como los de Marco, Eliza sólo podía perderse más y más en el abismo que era Lucian.

Y lo peor de todo era que no quería salir de él.

Eliza permaneció inmóvil en la cama, con la mirada fija en el techo, mientras un silencio abrumador llenaba la habitación.

El eco de las palabras de Amanda seguía resonando en su mente, como un recordatorio cruel de lo que nunca tendría.

La felicidad de su amiga era palpable, casi cegadora, pero para Eliza, era como mirar un sol que no podía alcanzar.

El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos.

Su corazón dio un vuelco al ver el nombre de Damián parpadeando en la pantalla.

No sabía cuántas llamadas y mensajes le había enviado en el día.

Alargó la mano para tomar el móvil, pero se detuvo a medio camino, dudando.

La culpa y el remordimiento luchaban contra algo mucho más oscuro dentro de ella; el deseo de mantenerlo lejos, de no enfrentar las consecuencias de lo que había hecho.

Sus dedos temblaron sobre la pantalla antes de apartar la mano con un suspiro pesado.

Dejó que el teléfono vibrara hasta silenciarse, como si el acto de ignorarlo pudiera borrar todo lo que había sucedido entre ellos.

Pero no era tan fácil.

Damián no era alguien que se rindiera fácilmente.

El teléfono volvió a sonar apenas unos minutos después.

Esta vez, lo tomó entre sus manos y lo miró fijamente.

Su rostro apareció en la pantalla; su sonrisa cálida, sus ojos llenos de devoción.

Era una imagen que solía reconfortarla, pero ahora sólo le provocaba un nudo en el estómago.

La llamada se desvaneció una vez más, dejando un vacío que parecía más profundo con cada segundo que pasaba.

Eliza dejó el teléfono a un lado y cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que rugía dentro de ella.

Pero apenas los cerró, la imagen de Lucian apareció nuevamente, tan vívida como siempre.

Su sonrisa era un contraste cruel con la de Damián; donde Damián ofrecía calidez y seguridad, Lucian prometía caos y peligro.

Y era ese peligro lo que la atraía como una polilla a la llama.

El teléfono vibró nuevamente, arrancándola de sus pensamientos.

Esta vez fue un mensaje.

Lo abrió con manos temblorosas y leyó las palabras de Damián  “Por favor, contéstame.

Necesitamos hablar” Eliza dejó escapar una risa amarga, casi histérica.

Hablar.

¿Qué podría decirle?

¿Que había destrozado todo lo que tenían por alguien como Lucian?

¿Que no podía resistirse a los demonios que él despertaba en ella?

No, no podía enfrentarlo.

No todavía.

Dejó caer el teléfono sobre la cama y se levantó, sintiendo que las paredes de la habitación se cerraban sobre ella.

Necesitaba aire, necesitaba espacio para pensar… o tal vez para no pensar en absoluto.

Se dirigió al balcón y abrió las puertas corredizas, dejando que el aire frío de la noche llenara sus pulmones.

El campus se extendía ante ella como un océano de luces titilantes, pero incluso esa vista no lograba calmarla.

Un escalofrío recorrió su espalda, y no fue por el frío.

Era esa sensación familiar, esa presencia que siempre parecía seguirla a donde fuera.

Giró la cabeza lentamente y lo vio allí, en las sombras que provocaban los arboles frente a su dormitorio Lucian.

Estaba apoyado contra una pared, con las manos en los bolsillos y esa sonrisa ladeada que tanto odiaba… y tanto deseaba al mismo tiempo.

Sus ojos dorados brillaban a pesar de la oscuridad, como si fueran faros destinados únicamente a ella.

Eliza sintió cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza, una mezcla de miedo y anticipación que era imposible de ignorar.

Sabía que debería apartar la mirada, cerrar las puertas y fingir que no lo había visto.

Pero en lugar de eso, dio un paso hacia adelante, apoyándose en la barandilla del balcón mientras sus ojos se encontraban con los de él.

Lucian levantó una mano en un saludo casual, como si estuviera viendo a una vieja amiga en lugar de acechándola desde las sombras.

Eliza sintió un calor extraño extendiéndose por su cuerpo, como si su mera presencia pudiera encender algo dentro de ella que ni siquiera sabía que existía.

—No deberías estar aquí —murmuró para sí misma, aunque sabía que él no podía escucharla desde esa distancia.

Pero Lucian si podía escucharla desde donde estaba, cosa que ella no sabía.

Eliza retrocedió un paso, alejándose del balcón y cerrando las puertas detrás de ella con un golpe seco.

Se giró rápidamente hacia el interior de la habitación, tratando de ignorar el hecho de que su corazón seguía latiendo con fuerza por él… y no por Damián.

El teléfono volvió a vibrar sobre la cama, pero esta vez ni siquiera lo miró.

Sabía que era Damián otra vez, intentando desesperadamente reparar algo que ya estaba roto más allá de toda redención.

Se dejó caer sobre la cama una vez más, abrazando la almohada contra su pecho mientras los recuerdos la asaltaban sin piedad los momentos con Damián llenos de risas y ternura; los encuentros furtivos con Lucian cargados de pasión y peligro; las mentiras que había dicho para mantener ambos mundos separados… hasta que finalmente colisionaron como un tren descarrilado.

La culpa era un peso insoportable, pero lo más aterrador era darse cuenta de que no estaba arrepentida del todo.

Porque, aunque sabía que estaba destruyendo todo lo bueno en su vida, no podía renunciar a Lucian… y no sabia porque.

La vibración del teléfono cesó otra vez, dejando un silencio ensordecedor en su lugar.

Pero ese silencio duró poco.

Un golpeteo suave en la puerta del apartamento hizo que Eliza se incorporara rápidamente, con el corazón en la garganta.

Eliza se quedó inmóvil por un instante, escuchando cómo el golpeteo en la puerta se repetía, lento pero insistente, como si supiera que ella estaba allí, atrapada entre el miedo y la curiosidad.

Su respiración era superficial, casi inaudible, mientras su mente intentaba decidir entreabrir la puerta o ignorar el sonido.

Pero ignorarlo no era una opción.

No con la forma en que ese ruido parecía perforar cada rincón de su conciencia, como un recordatorio de las decisiones que la habían llevado hasta este momento.

Se levantó de la cama con movimientos torpes, casi como si estuviera caminando en un sueño.

Su mano temblorosa alcanzó el pomo de la puerta, pero se detuvo antes de girarlo.

—¿Quién es?

—preguntó, su voz apenas un susurro.

El silencio fue su única respuesta al principio, pero luego una voz familiar rompió esa calma tensa.

—Soy yo, Eliza.

Ábreme.

—Era Damián.

Eliza cerró los ojos con fuerza, apoyando la frente contra la puerta.

Su mente se llenó de imágenes de él su sonrisa cálida, sus ojos llenos de ternura, la manera en que siempre parecía querer protegerla de todo.

Pero también recordó las últimas semanas, las discusiones, las mentiras que había tenido que inventar para ocultar lo que realmente pasaba.

Lo que pasaba con Lucian.

—No es un buen momento —respondió finalmente, intentando mantener su voz firme.

—Por favor, Eliza.

Es importante.

—Había algo en el tono de Damián que hizo que su corazón se encogiera.

No era solo urgencia; era desesperación.

Finalmente, giró el pomo y abrió la puerta, encontrándose con él.

Estaba de pie frente a ella, con el cabello desordenado y los ojos hundidos como si no hubiera dormido en días.

Pero lo que más le llamó la atención fue la expresión en su rostro: una mezcla de dolor y determinación.

—¿Qué pasa?

—preguntó, cruzándose de brazos como si eso pudiera protegerla de lo que él estaba a punto de decir.

Damián entró al apartamento sin esperar una invitación, cerrando la puerta detrás de él.

Se quedó allí por un momento, mirándola escaneando cada detalle de ella; no podía ser cierto.

— Necesitas venir conmigo — Aparto la vista, ella pudo ver dolor en sus ojos.

Sabia lo de Lucian, podía asegurarlo.

— ¿A dónde vamos?

— Al parecer hay algunas verdades que necesitamos conocer.

Damián bajo la vista, claramente estaba dolido.

Con el corazón roto y los ojos vidriosos.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

Anterior
Siguiente
  • Inicio
  • Acerca de
  • Contacto
  • Política de privacidad

© 2025 LeerNovelas. Todos los derechos reservados

Iniciar sesión

¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

Registrarse

Regístrate en este sitio.

Iniciar sesión | ¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

¿Perdiste tu contraseña?

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Recibirás un enlace para crear una nueva contraseña por correo electrónico.

← Volver aLeer Novelas

Reportar capítulo