Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 51
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51: Verdades Ocultas (Eliza) 51: Verdades Ocultas (Eliza) El rugido de la moto cortaba el aire frío de la noche, un sonido grave y poderoso que resonaba en mis costillas.
Damián conducía con la misma precisión con la que solía moverse en cualquier situación control absoluto, sin permitir que nada ni nadie lo desestabilizara.
Mi cuerpo estaba tenso detrás de él, mis manos aferradas a los costados del asiento en lugar de a su cintura.
No me había atrevido a tocarlo, no después de cómo había estado actuando desde que salimos de la facultad.
El viento me azotaba el rostro, pero no era suficiente para disipar el peso que sentía en el pecho.
Algo había cambiado entre nosotros.
Podía sentirlo en la forma en que evitaba mi mirada, en cómo su voz había perdido ese filo juguetón que solía tener cuando estábamos juntos.
Había una distancia entre nosotros, un abismo que no entendía pero que me estaba consumiendo lentamente.
Sabía lo que él pensaba.
O al menos creía saberlo.
Estaba convencido de que lo había descubierto, que sabía lo que había sucedido entre Lucian y yo en el yate.
Pero no podía explicarle nada, porque la verdad era un caos en mi propia mente.
Lo único que sabía con certeza era que el vacío que sentía ahora, con él tan cerca pero tan lejos al mismo tiempo, era mucho más doloroso de lo que jamás había imaginado.
La carretera se estrechó y el paisaje comenzó a cambiar.
Los edificios dieron paso a un bosque espeso, las sombras de los árboles proyectándose en la oscuridad como figuras fantasmales.
El aire se volvió más frío, impregnado del aroma húmedo de la tierra y las hojas.
Sentí un escalofrío recorrerme, pero no estaba segura de si era por el clima o por la ansiedad que se retorcía en mi interior.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, salimos del bosque y lo vi.
El castillo.
Era imponente, una estructura majestuosa que parecía arrancada de las páginas de un cuento gótico.
Las torres se alzaban hacia el cielo como garras intentando rasgar las nubes, y las piedras oscuras reflejaban el tenue brillo de la luna.
El castillo estaba rodeado por jardines perfectamente cuidados, con fuentes de agua cristalina y senderos iluminados por faroles antiguos.
Más allá de los jardines, el bosque formaba un anillo protector alrededor de la propiedad, como si quisiera mantener alejados a los intrusos.
Había varios soldados apostados en lugares estratégicos.
Mi respiración se detuvo por un momento.
Era hermoso, pero también intimidante.
Cada detalle parecía gritar poder y misterio, una mezcla peligrosa que me hacía sentir pequeña e insignificante.
Damián redujo la velocidad y detuvo la moto frente a las puertas principales del castillo.
No dijo nada mientras apagaba el motor y se bajaba, su figura alta y oscura como una sombra contra la luz plateada de la luna.
Me quedé allí sentada por un momento, observándolo mientras se alejaba unos pasos, dándome espacio.
Siempre espacio.
Finalmente se acercó a mí, me tomo con delicadeza por la cintura y sentir su calor nuevamente, pude oler el delicioso aroma característico de el y pude sentirlo como me pegaba más a su cuerpo aspirando mi aroma; por alguna razón, se contenía.
Se alejo de mí y nuevamente evito mi mirada.
—Es impresionante —murmuré finalmente, mi voz apenas un susurro.
Él asintió sin mirarme.
Sus ojos estaban fijos en el castillo, pero su mandíbula estaba tensa, como si estuviera luchando contra algo dentro de sí mismo.
—Ven —dijo después de un momento, con su voz baja, como si contuviera un mar de emociones.
Tomo mi mano y me guio hacia las puertas principales, que se abrieron con un crujido profundo cuando nos acercamos.
El aire fresco de la noche quedó atrás cuando cruzamos el umbral, y un calor denso, casi sofocante, me envolvió al instante.
El interior del castillo era tan impresionante como el exterior; techos altos con candelabros colgantes que destellaban con una luz tenue, paredes adornadas con tapices antiguos que contaban historias de épocas olvidadas, y muebles que parecían pertenecer a una época más noble, más cruel.
Pero no tuve mucho tiempo para admirar los detalles.
Damián seguía caminando con pasos firmes, su figura alta y elegante proyectando sombras largas sobre el suelo de mármol.
Sus botas resonaban en el silencio del castillo, un eco que parecía multiplicarse con cada paso.
Había algo en su andar que me inquietaba; ya no era solo la seguridad de quien conoce cada rincón de este lugar, sino una tensión contenida, como si estuviera llevando a cabo un ritual que había temido durante mucho tiempo.
—¿A dónde vamos?
—pregunté en voz baja, casi temiendo romper el silencio opresivo.
Damián no respondió.
Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos oscuros evitaban los míos.
No insistí.
Algo en su expresión me decía que cualquier palabra adicional sería inútil.
A medida que avanzábamos por pasillos interminables y subíamos escaleras en espiral, una sensación de anticipación comenzó a crecer en mi pecho.
Era como si el aire mismo del castillo estuviera cargado de secretos, susurrando cosas que no podía entender.
Finalmente llegamos a una sala enorme con ventanales que daban al bosque.
La luz de la luna se filtraba a través de los cristales, proyectando sombras irregulares sobre las paredes.
Una chimenea ardía en una esquina, llenando el espacio con un calor reconfortante que contrastaba con el frío exterior.
Pero no fue el fuego lo que capturó mi atención.
En el fondo del salón, de pie junto a uno de los ventanales, había una figura imponente.
Su silueta estaba parcialmente iluminada por la luz plateada de la luna, y su postura era rígida, casi militar.
Parecía un depredador acechando en la penumbra, envuelto en un aura de misterio y peligro.
Su cabello dorado, similar al de Damián pero más largo y atado en una coleta baja, brillaba tenuemente bajo la luz.
Cuando se giró hacia nosotros, mis ojos se encontraron con los suyos: un azul helado que parecía atravesarme como una daga.
Una cicatriz profunda cruzaba su ojo izquierdo, añadiendo un aire de severidad a su rostro ya intimidante.
Mi respiración se detuvo por un momento.
No necesitaba que nadie me lo dijera; su presencia llenaba la habitación de una manera que era imposible ignorar.
Este hombre no era solo alguien importante en la vida de Damián; era alguien que tenía un peso en mi propia historia, aunque aún no entendía cómo.
Damián caminó hacia el fondo del salón sin decir una palabra, deteniéndose junto a un bar bien surtido.
Mientras él servía dos vasos de whiskey, yo permanecí inmóvil, atrapada entre la mirada penetrante del hombre desconocido y el torbellino de pensamientos en mi mente.
—¿Qué está pasando?
—pregunté finalmente, mi voz temblando un poco.
Damián no respondió; fue el hombre quien habló.
Su voz era profunda y grave, como el retumbar lejano de un trueno.
—Hay algo que debes saber, Eliza —dijo, sus palabras resonando en la sala vacía—.
Algo que hemos mantenido en secreto durante demasiado tiempo.
Damián regresó a mi lado y me ofreció uno de los vasos.
Lo tomé automáticamente, aunque mis manos temblaban tanto que apenas podía sostenerlo.
Mi corazón latía con fuerza descontrolada mientras trataba de leer las expresiones en sus rostros.
Había algo oscuro y pesado en el aire, como si las paredes mismas estuvieran conteniendo un secreto terrible.
—Tu madre… —comenzó el hombre, pero luego hizo una pausa.
Parecía estar buscando las palabras correctas, o tal vez simplemente tratando de encontrar el valor para decirlas—.
Tu madre y yo tuvimos una relación hace algunos años… 19 para ser exactos.
El aire pareció desaparecer de mis pulmones.
Mi mente intentó procesar lo que acababa de escuchar, pero las palabras no tenían sentido.
Miré a Damián en busca de alguna señal de que esto era una broma cruel o un malentendido, pero su rostro estaba tan sombrío como el del hombre.
—¿Qué?
—susurré finalmente.
Antes de que pudiera obtener una respuesta, una voz familiar rompió el silencio.
Era suave pero llena de determinación, y provenía de detrás de nosotros.
—¡Que Ronan, el padre de Damián también es tu padre!
Me giré lentamente hacia la fuente de la voz.
Mi madre estaba allí, caminando con pasos firmes hacia nosotros.
Con un ridículo vestido color rosa, como si estuviéramos en la edad media, y sus ojos evitaban los míos mientras pasaba junto a mí para sentarse junto al padre de Damián.
La escena era surrealista, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.
—Tú eres mi hija —continuó el hombre, su mirada fija en la mía—.
Lo que significa que Damián es tu medio hermano.
Mi mente se negó a aceptar lo que estaba escuchando.
Las palabras rebotaban en mi cabeza como ecos distorsionados mientras intentaba encontrar algún sentido en todo esto.
¿Cómo podía ser esto cierto?
¿Cómo podía ser Damián…?
El eco del vaso rompiéndose contra el mármol resonó en mi mente como un disparo, y aunque mis ojos estaban abiertos, todo a mi alrededor se tornó borroso.
Sentía el peso de las miradas clavándose en mí, pero no podía procesarlas.
Damián, Ronan, mi madre… sus siluetas se mezclaban con la penumbra de la sala, y mi respiración se volvió superficial, como si el aire mismo se negara a llegar a mis pulmones.
“Esto no puede ser cierto”, pensé, mi mente aferrándose desesperadamente a esa idea.
Pero la verdad estaba ahí, flotando en el aire pesado del castillo, envolviéndome como una niebla oscura y sofocante.
Damián dio un paso hacia mí.
Pude sentirlo antes de verlo, su presencia siempre tan imponente, tan visceral.
Pero esta vez no encontré consuelo en su cercanía.
Había algo roto entre nosotros ahora, algo que ni siquiera su mirada intensa podía reparar.
—Eliza… —su voz era apenas un susurro, cargada de emociones que no podía descifrar.
Retrocedí instintivamente, levantando una mano para detenerlo.
No podía soportar que se acercara más.
No después de lo que acababa de escuchar.
—No te acerques —mi voz salió más firme de lo que esperaba, aunque por dentro me sentía hecha pedazos.
Damián se detuvo en seco.
Su mandíbula se tensó, y sus ojos azules brillaron con una mezcla de dolor y algo más… algo que no quería identificar.
Ronan dio un paso al frente en ese momento, su figura alta y autoritaria llenando el espacio entre nosotros.
Mi madre permanecía sentada junto a él, su rostro pálido pero inexpresivo, como si hubiera agotado todas sus emociones mucho antes de llegar a esta noche.
—Sé que esto es difícil de aceptar —dijo Ronan con ese tono grave que parecía resonar en las paredes mismas—.
Pero no podíamos seguir ocultándolo.
Era necesario que supieras la verdad.
Mi risa amarga rompió el silencio.
¿La verdad?
¿Ahora?
Después de todo este tiempo, después de todo lo que había pasado entre Damián y yo… ¿de verdad creían que esto era algo que podía aceptar simplemente porque ellos lo habían decidido?
—¿Cuánto tiempo llevan sabiendo esto?
—pregunté, mi voz temblando con una mezcla de furia y desesperación.
Mi madre apartó la mirada, incapaz de sostener la mía.
Fue Ronan quien respondió.
—Desde siempre.
La palabra cayó como una losa sobre mi pecho.
Desde siempre.
Eso significaba que cada momento, cada interacción con Damián había estado envuelto en mentiras y secretos.
Todo lo que creía saber sobre mi vida, sobre mi familia… todo era una farsa.
—¿Y tú?
—me giré hacia Damián, buscando en su rostro alguna señal de que él también había sido víctima de esta revelación.
Pero su expresión era indescifrable, su mirada fija en el suelo como si estuviera luchando contra un torrente interno—.
¿Tú lo sabías?
El silencio se alargó demasiado.
Demasiado para ser soportable.
—No—admitió finalmente, su voz baja pero firme—.
Me entere esta mañana.
Sentí como si me hubieran arrancado el suelo bajo los pies.
Mi cuerpo temblaba, no solo por el frío que parecía emanar de las paredes del castillo, ¿la sensación que tuvo todo el tiempo de prohibido era porque son hermanos?
Ronan intervino entonces, su voz cortando la tensión entre nosotros como una cuchilla.
—Esto no cambia los hechos —dijo con severidad—.
Damián es tu hermano.
No hay lugar para dudas ni para… sentimientos equivocados.
La forma en que pronunció esas últimas palabras hizo que un escalofrío recorriera mi columna.
Era como si supiera exactamente lo que había ocurrido entre nosotros, como si pudiera ver los recuerdos prohibidos ardiendo en nuestras mentes.
—¿Y qué esperas que haga con todo esto?
—mi voz salió más fuerte esta vez, desafiándolo directamente—.
¿Simplemente aceptarlo y seguir adelante como si nada hubiera pasado?
Ronan no respondió de inmediato.
Su mirada helada se posó en mí con una intensidad casi insoportable antes de responder.
—No espero que sea fácil.
Pero es necesario.
Mi madre se levantó entonces, su figura pequeña pero decidida mientras se acercaba a mí.
Quise apartarme de ella, pero sus manos se posaron en mis hombros antes de que pudiera reaccionar.
—Lo hicimos para protegerte —dijo con una urgencia que no había esperado—.
Todo lo que hemos hecho ha sido por tu bien.
La risa amarga volvió a escaparse de mis labios.
—¿Protegerme?
—repetí con incredulidad—.
¿De qué?
¿De mí misma?
Ella no respondió.
Su silencio fue más elocuente que cualquier palabra.
Finalmente me aparté de todos ellos, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con derramarse, pero negándome a darles esa satisfacción.
Necesitaba aire.
Necesitaba escapar de este lugar y de las sombras que parecían querer devorarme viva.
Me giré hacia la puerta sin decir nada más, pero antes de poder cruzarla, sentí una mano envolviendo mi muñeca.
El calor familiar me detuvo en seco.
—Eliza —la voz de Damián era un ruego ahora, cargada de emociones que parecía incapaz de contener—.
Por favor… No pude mirarlo.
Si lo hacía, sabía que todo lo que estaba tratando de mantener bajo control se desmoronaría al instante.
—Déjame ir —susurré, aunque mi voz carecía de fuerza.
Él no respondió.
Durante un momento eterno, ninguno de los dos se movió.
Finalmente sentí cómo su agarre se aflojaba y pude liberarme.
Sin mirar atrás, corrí hacia la salida del castillo, dejando atrás las sombras y los secretos que amenazaban con consumirlo todo.
El aire frío golpeó mi rostro como una bofetada cuando salí al exterior.
El bosque se alzaba frente a mí como un refugio oscuro pero acogedor, y sin pensarlo dos veces, me adentré en él.
Las ramas crujían bajo mis pies mientras corría sin rumbo fijo, tratando desesperadamente de escapar del dolor y la confusión que me perseguían como fantasmas.
Finalmente me detuve junto a un árbol enorme, apoyándome contra su tronco mientras trataba de recuperar el aliento.
Las lágrimas comenzaron a caer entonces, calientes y silenciosas mientras la realidad se asentaba sobre mí como una losa aplastante.
Damián era mi hermano.
Esa verdad era ineludible ahora, sin importar cuánto deseara negarla.
Pero lo peor no era eso; lo peor era saber que incluso con esa verdad colgando sobre nosotros como una espada afilada… todavía lo deseaba.
Apreté los puños con fuerza hasta sentir las uñas clavándose en mi piel.
No podía permitirlo.
No podía dejar que esta oscuridad me consumiera por completo.
Pero mientras el viento susurraba entre los árboles y la luna iluminaba tenuemente el bosque a mi alrededor, una parte de mí sabía que ya era demasiado tarde.
No había escapatoria para nosotros.
No realmente.
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