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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 52

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  4. Capítulo 52 - 52 Encuentro Bajo la Luna
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52: Encuentro Bajo la Luna 52: Encuentro Bajo la Luna Se había calmado un poco, pero no estaba dispuesta a regresar, sin darse cuenta dio un paso en falso y callo rodando una pequeña pendiente, rasgando los vaqueros que traía puestos y lastimando su pierna.

La luna, alta y solitaria en el cielo, lanzaba su luz plateada entre los árboles, creando sombras que danzaban como espectros.

La chica se levando con esfuerzo y se apoyó contra un tronco, su respiración entrecortada y su pierna pulsando con un dolor ardiente.

La herida parecía superficial, pero brotaba mucha sangre.

Un crujido a su izquierda la hizo girar la cabeza bruscamente.

Sus ojos buscaron entre la penumbra, pero no vio nada.

Sin embargo, su instinto le gritaba que algo la acechaba.

Un escalofrío recorrió su columna mientras un gruñido bajo y gutural rompía el silencio.

Lo que vio hizo que olvidara cualquier dolor, un enorme lobo gris con las patas blancas, sus ojos rojos brillaban como brasas encendidas, y su figura enorme emergió de entre los arbustos, avanzando hacia ella con movimientos fluidos y depredadores.

Eliza retrocedió, pero su espalda chocó con un árbol.

No había escapatoria.

Su corazón latía desbocado mientras el lobo se acercaba, sus colmillos descubiertos en una mueca amenazante.

Cerró los ojos, esperando el golpe, el dolor… el final.

Un rugido ensordecedor cortó el aire, y Eliza abrió los ojos justo a tiempo para ver una sombra negra lanzarse sobre el lobo renegado.

El impacto fue brutal; ambos animales rodaron por el suelo, gruñendo y mordiendo con una ferocidad que hizo que el bosque entero pareciera contener la respiración.

El nuevo lobo era diferente.

Su pelaje negro como la noche absorbía la luz de la luna, y sus ojos dorados brillaban con una intensidad casi sobrenatural.

Era más grande que el otro, más rápido, más letal.

Cada movimiento suyo era preciso, como si estuviera diseñado para matar.

Eliza observó, paralizada, mientras la batalla se desarrollaba frente a ella.

Finalmente, el lobo negro logró morder el cuello del renegado, arrancándole un aullido agónico antes de que éste huyera cojeando hacia las profundidades del bosque.

El vencedor se quedó inmóvil por un momento, su respiración pesada llenando el silencio.

Entonces, lentamente, giró la cabeza hacia ella.

Ella sabía que debería haber sentido miedo.

Todo en su mente le decía que corriera, que se escondiera, que no confiara en aquella criatura salvaje que ahora la observaba con una intensidad casi humana.

Pero no lo hizo.

Sus ojos dorados no tenían rastro de amenaza; en cambio, parecían llenos de algo más profundo, algo que no podía comprender pero que la atraía irremediablemente.

—Gracias… —susurró sin pensar.

El lobo inclinó ligeramente la cabeza, como si entendiera sus palabras.

Luego dio un paso hacia ella, su andar elegante pero cauteloso.

Ella contuvo el aliento cuando estuvo lo suficientemente cerca como para sentir su calor.

Podría haberla atacado fácilmente, pero en lugar de eso, se limitó a olfatearla suavemente antes de retroceder.

Y entonces, sin previo aviso, se dio la vuelta y desapareció entre los árboles.

Eliza permaneció inmóvil durante lo que pareció una eternidad, tratando de procesar lo que acababa de suceder.

El dolor en su pierna la devolvió a la realidad, y supo que no podía quedarse allí mucho más tiempo.

Pero antes de que pudiera decidir qué hacer, un sonido familiar rompió el silencio; voces.

Damián.

—¡Eliza!

—gritó alguien en la distancia.

Los soldados que cuidaban el castillo a su llegada aparecieron poco después, sus figuras fuertes y decididas emergiendo entre los árboles como sombras protectoras.

Uno de ellos se arrodilló junto a ella, inspeccionando su herida con rapidez.

—Está herida —informó al resto—.

Necesitamos llevarla al castillo de inmediato.

Antes de que pudiera protestar o siquiera hablar.

Damián apareció entre todos los guerreros inclinándose ligeramente, mientras revisaba minuciosamente sus heridas.

—¿Qué demonios estabas pensando?

—gruñó, pero su voz temblaba ligeramente.

Eliza no respondió.

No tenía fuerzas para discutir ni para explicar lo ocurrido.

En cambio, dejó escapar un pequeño gemido cuando él la levantó en brazos con facilidad, sosteniéndola como si fuera lo más preciado del mundo.

Su calor era reconfortante, y aunque sabía que debería sentirse incómoda después de todo lo que había sucedido entre ellos esa noche, no pudo evitar relajarse contra su pecho.

Damián no dijo nada más mientras caminaba hacia donde habían dejado los caballos.

Sus pasos eran firmes pero cuidadosos, como si temiera causarle más daño del necesario.

Eliza cerró los ojos por un momento, permitiéndose disfrutar del consuelo efímero de estar en sus brazos.

Cuando llegaron al castillo, la atmósfera opresiva del lugar volvió a envolverla como una manta pesada.

Los guerreros se dispersaron rápidamente para informar a Ronan y al resto de lo ocurrido, dejando a Damián encargado de llevarla a su habitación.

La colocó suavemente en la cama antes de arrodillarse junto a ella para inspeccionar su herida con más detalle.

Su rostro estaba tan cerca del suyo que podía sentir su aliento cálido contra su piel.

—Esto va a doler —advirtió antes de comenzar a limpiar la herida con un paño húmedo.

Eliza apretó los dientes para no gritar, pero no pudo evitar soltar un pequeño jadeo de dolor.

Damián hizo una pausa al instante, levantando la mirada hacia ella con preocupación.

—Lo siento —murmuró—.

Trataré de ser más cuidadoso.

Ella asintió débilmente, observándolo mientras trabajaba.

Había algo diferente en él ahora; una vulnerabilidad que nunca había visto.

Sus manos eran firmes pero gentiles mientras cuidaba de ella, y por un momento fugaz, pudo imaginar cómo habría sido si las cosas hubieran sido diferentes entre ellos.

Pero no eran diferentes.

Cuando terminó de vendarle la pierna, Damián se levantó y se quedó mirándola en silencio por un largo momento.

Sus ojos estaban llenos de emociones contradictorias; culpa, deseo… y algo más profundo que no podía identificar.

—No debiste haber salido al bosque sola —dijo finalmente, su voz baja pero cargada de intensidad—.

Podrías haber muerto.

—Lo sé —respondió Eliza en un susurro—.

Pero necesitaba… necesitaba espacio.

Damián asintió lentamente, como si entendiera lo que quería decir, aunque no estuviera de acuerdo con ello.

Luego dio un paso hacia atrás, rompiendo el contacto visual.

—Descansa —dijo antes de dirigirse hacia la puerta—.

Mañana hablaremos.

Eliza lo observó marcharse, sintiendo cómo el peso de todo lo ocurrido volvía a caer sobre ella como una losa aplastante.

Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.

En algún lugar del bosque cercano, un par de ojos dorados brillaban bajo la luz de la luna, observando silenciosamente el castillo desde las sombras.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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