Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 54
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54: Una nueva vida (Damián) 54: Una nueva vida (Damián) Cuando el primer rayo de sol se asomó por el horizonte, supe que no podía seguir posponiéndolo.
La necesidad me carcomía por dentro, como un veneno que corría por mis venas, lento pero implacable.
Me levanté de un salto y salí al aire helado de la madrugada, dejando que el frío mordiera mi piel y enfriara mis pensamientos.
Necesitaba un plan.
Necesitaba encontrar la manera de enfrentarla, de hablar con ella sin que me rechazara nuevamente.
Pasaron horas, pero cada minuto se sintió como una eternidad.
Cuando el sol ya estaba alto en el cielo, tomé una decisión.
Me dirigí a su habitación con pasos firmes, aunque mi interior temblaba.
La puerta estaba cerrada, pero no me detuve a tocar.
Sabía que hacerlo solo le daría tiempo para prepararse, para construir otro muro entre nosotros o, peor aún, para encerrarse en su silencio impenetrable.
Abrí la puerta sin dudar y ahí estaba ella, sentada junto a la ventana, con la mirada perdida en el bosque que se extendía más allá de las colinas.
Llevaba un vestido corto de color rosa pastel; su fragilidad contrastaba con la fuerza de su presencia.
Era hermosa, incluso en su aparente indiferencia.
—No tienes derecho a entrar así —dijo sin siquiera mirarme.
Su voz era fría, distante, como si cada palabra estuviera envuelta en hielo.
Sentí cómo ese muro invisible volvía a levantarse entre nosotros, alto e imponente, y yo no sabía cómo derribarlo.
—Lo sé —respondí mientras cerraba la puerta detrás de mí—.
Pero tenemos que hablar.
Ella giró lentamente su rostro hacia mí, y sus ojos azules, vidriosos y llenos de un dolor que reconocí al instante, perforaron mi alma.
Era el mismo dolor que me consumía a mí, como un reflejo sombrío de lo que éramos.
—¿Hablar?
¿Otra vez?
¿Para qué?
—Suspiró pesadamente, como si estuviera agotada de todo—.
Estoy harta de las mentiras y los secretos.
Su tono cortante fue como un cuchillo que atravesó mi pecho.
Respiré hondo, tratando de mantener la calma, aunque sabía que estaba perdiendo el control.
—Estás siendo injusta —dije mientras me acercaba a ella.
La tomé por los hombros, obligándola a mirarme directamente a los ojos —.
¿Injusta yo?
—respondió con furia contenida—.
Yo no pedí que me arrastraras a este mundo.
—¡Yo tampoco!
—grité con frustración, incapaz de contenerme más.
No me di cuenta de que mis manos se habían apretado con demasiada fuerza hasta que escuché un pequeño gemido de dolor salir de sus labios.
La solté de inmediato y tomé sus manos entre las mías, arrodillándome frente a ella como si buscara redención.
—Yo… —Las palabras se atascaron en mi garganta; no sabía cómo explicarlo—.
Yo creí que eras mi compañera… pero la conexión que sentía era porque llevas mi sangre.
Sus lágrimas comenzaron a caer silenciosamente, empapando mis manos.
Era un llanto silencioso pero devastador, y yo sabía que había roto algo dentro de ella que quizá nunca podría reparar.
La cargué con cuidado y la llevé hasta la cama; su cuerpo estaba tan ligero como su espíritu parecía pesado en ese momento.
No dijo nada mientras acomodaba su pierna herida y comenzaba a cambiar las vendas con manos temblorosas.
Prefería su silencio; era menos doloroso que sus palabras.
Pero entonces habló, y lo poco que quedaba de mi corazón se astilló aún más.
—Creo… que me siento un poco aliviada —murmuró con una voz apenas audible.
Levanté la mirada para encontrarme con sus ojos, pero los desvió rápidamente—.
Nuestros encuentros siempre se sintieron… prohibidos.
Sabía lo que estaba pensando; lo veía en su mirada perdida y en el temblor de sus labios.
Sabía que sus pensamientos estaban con Lucian… sabía lo del yate, lo que compartieron cuando yo no estaba cerca para evitarlo.
—Siempre tendré este sentimiento de amor por ti —dije finalmente, sabiendo que era verdad, aunque doliera admitirlo—, pero ahora estará enfocado de la manera correcta.
Terminé de vendar su pierna y levanté la mirada nuevamente.
Pero esta vez fue diferente.
Sus ojos azules veían a los míos con la misma hambre que yo sentia.
Sus labios carnosos entreabiertos me están tentando, sus mejillas estaban sonrojadas, el aroma dulce y embriagador a vainilla, me golpeo como una ola de placer imparable.
y se cuándo se mordió el labio, fue mi perdición.
despertó un placer incontrolable en mi.
Mi mano se deslizó hasta su cadera mientras la otra se hundió en su cabello, tomándolo con fuerza mientras mi cuerpo se inclinaba sobre el suyo, aplastándola contra el colchón.
Un delicioso gemido salió de sus labios, lo que hizo que mi verga se hinchara de placer, la necesitaba tanto, con una intensidad casi dolorosa, que nublaba mi mente hasta el punto de no control.
Sabía que estaba mal, era mi media hermana, la sensación de prohibido se asentó en mi pecho, como un golpe en el estómago, pero pude oler su humedad; su cuerpo me llamaba incluso cuando sus manos intentaban apartarme débilmente, en un intento de tampoco perder el control, aunque sabía que lo deseaba tanto como yo.
Aunque ya era demasiado tarde para detenerme, sus gemidos me estaban volviendo loco.
Arranqué su ropa interior con un movimiento brusco y bajé hasta su centro, saboreando cada uno de sus pliegues como si fuera un manjar destinado solo para mí.
Su cuerpo tembló bajo el mío, explotando en un delicioso aroma a vainilla salvaje mas concentrado.
— Te necesito — Soltó ella casi en un susurro y todo el control que estaba tratando de obtener para no penetrarla se fueron al carajo.
— Yo también te necesito — Estrelle mis labios en los suyos, reclamando con mi lengua cada parte de ella como mía.
Ella era mía.
Sus manos torpes y nerviosas bajaron hasta mis pantalones, aflojándolos y dejando mi erección a la vista, un gruñido se me escapo cuando sus manos inexpertas me acariciaban suavemente.
perdí el control.
La tome de las caderas y me dispuse a penetrarla, estaba justo en su entrada, podía sentir su calor y humedad deseando que la reclamara como mía.
Pero era mi hermana, ¡Carajo!
Me aparté bruscamente sin decir una palabra, subí mis pantalones — y salí de la habitación, dejándola sola, mientras el sol aún se encontraba en lo alto del cielo.
Mi pecho ardía con una mezcla de culpa y deseo insaciable mientras me alejaba, sabiendo que estaba cometiendo un pecado enorme.
No podía desear a mi hermana.
Aunque fuera mi media hermana, estaba mal.
Me encerré en mi habitación con el corazón latiendo tan fuerte que parecía querer escapar de mi pecho.
Cerré la puerta de golpe y me apoyé contra ella, como si pudiera evitar que los fantasmas de mis actos me siguieran hasta aquí.
Pero no había cerradura capaz de contener el peso de mi culpa, ni paredes lo suficientemente gruesas para ahogar los gritos de mi conciencia.
El aire era denso, casi irrespirable.
Caminé tambaleándome hacia el espejo que colgaba en la pared, y lo que vi reflejado no era un hombre, sino un monstruo.
Mi rostro estaba pálido, mis ojos hundidos y enrojecidos, y mis manos temblaban como si aún sintieran el calor de su piel.
La imagen me devolvió una verdad que me negaba a aceptar: había cruzado una línea prohibida, una línea que la diosa Luna, en su cruel capricho, había trazado para mí.
—¡Diosa Luna!
—grité con un rugido que rasgó mi garganta—.
¿Por qué me hiciste esto?
¡¿Por qué me diste este sentimiento?!
¡Es mi sangre, maldita sea!
¡Es mi sangre!
La rabia hervía en mí, pero no era suficiente para acallar el asco que se retorcía en mi pecho como un animal herido.
Me dejé caer al suelo, con la espalda aún apoyada en la puerta, y enterré el rostro entre las manos.
Mi mente era un caos de imágenes: sus ojos llenos de lágrimas, su cuerpo temblando bajo el mío, sus gemidos, su piel deliciosa bajo el calor de mis manos… que estaba pasando conmigo maldita sea.
La deseo.
La deseo con toda el alma.
Eres débil —gruñó una voz en mi cabeza, profunda y cavernosa.
Era mi lobo, esa parte de mí que siempre había sido más instinto que razón.
— Ahora no Nox —respondí entre dientes, apretando los puños hasta que mis uñas se clavaron en la carne de mis palmas.
—No puedes culparte por lo que ambos deseamos —continuó con un tono burlón— es nuestra, aunque no es nuestra compañera.
—¿Cómo?
— el rostro de Damián se descompuso al instante — ¿Cómo que no es nuestra compañera?
¿y esa conexión que sentí?
Sabía que Nox me estaba ocultando algo por la sensación de incomodidad que emitía.
— Solo sé que no es nuestra compañera — y extrañamente fue todo lo que dijo, no volvió hablar ni hacer algún comentario sarcástico, lo que me hacía sospechar.
Esa misma tarde Damián se encontraba en su despacho, con la mirada en la hermosa vista del bosque, aunque su mirada estaba reflejada en la nada; no podía dejar de sentirse como un canalla, pero el recordar su rostro sonrojado y sus deliciosos labios carnosos me volvían loco de placer y podía perder el control en segundos, un pequeño golpe en la puerta me saco de sus pensamientos.
— Adelante.
— ¿Me llamaste?
— Necesito que comiences a entrenar a Eliza — me giro en la silla y veo a Caleb a los ojos, siempre serio y dispuesto — No sabemos si tiene un lobo dormido o este nunca valla a despertar, pero las cosas han estado jodidamente mal por aquí, no podemos arriesgarnos a que no sepa luchar.
Caleb sabía lo que había estado pasando con Eliza, yo mismo le había confirmado estúpidamente que la Diosa Luna me había bendecido por fin con mi compañera, pero resulta que tenía una sorpresa diferente para mí.
Mi amigo arqueó una ceja.
—Damián, si el consejo llega a enterarse… —Su voz se apagó, dejando que el peso de sus palabras llenara el silencio.
No necesitaba terminar la frase; ambos sabíamos cuál sería el veredicto; muerte para ambos.
Las relaciones incestuosas en las manadas estaban prohibidas.
Era una aberración para los cachorros.
Me pasé una mano por el cabello, frustrado.
La idea de perderla era insoportable, pero también lo era la culpa que me consumía cada vez que la veía.
No podía negar lo que sentía por ella, pero tampoco podía actuar sobre ello.
Era un callejón sin salida, un círculo vicioso del cual no había escapatoria.
— El consejo no se enterará, las personas de la manada son leales— suspire y lo vi a los ojos — pero necesito que se haga más fuerte y esté preparada para lo que sea.
Caleb me observó en silencio durante un largo momento antes de asentir lentamente.
—Lo haré —dijo con un tono grave—, pero con una condición, mantendrás tu distancia.
No puedes seguir tentándola, Damián.
Si sigues jugando con fuego, la manada podría salir lastimada.
Sus palabras eran como un golpe directo al pecho, pero sabía que tenía razón.
Asentí sin decir nada más.
Ella era lo más preciado y no quería perderlo.
Caleb lo dejo solo, mientras él no podía dejar de pensar en la profecía “…Tentadora de sangre”— ¿Sera su hermana, la famosa Loba Dorada de la profecía?
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