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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 55

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  4. Capítulo 55 - 55 El peso de las mentiras
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55: El peso de las mentiras 55: El peso de las mentiras El día anterior había sido un torbellino de emociones, una tormenta que me había arrastrado a lo más profundo de mi ser, donde las sombras se mezclaban con los deseos más oscuros.

No había salido de mi habitación.

¿Cómo podría hacerlo?

La vergüenza era un peso aplastante que me mantenía encadenada al colchón, mirando al techo como si este pudiera ofrecerme respuestas.

Había sido imprudente, tanto Damián como yo lo habíamos sido.

Pero lo que más me atormentaba no era el acto en sí, sino lo que había dicho.

“Te necesito”.

Las palabras resonaban en mi mente como un eco interminable, un recordatorio cruel de lo que no debería sentir.

Era mi hermano, por el amor de Dios.

Mi hermano.

El aire en la habitación se sentía denso, cargado de una culpa que no podía sacudirme.

Necesitaba hablar con mi madre, aunque el simple pensamiento de enfrentarla me hacía temblar.

Había estado evitando ese momento porque sabía que no solo tendría que admitir lo que había pasado, sino también enfrentar las mentiras que ella había tejido a mi alrededor durante toda mi vida.

Un golpe suave en la puerta interrumpió mis pensamientos.

—El Alfa quiere saber si bajará a desayunar esta mañana —anunció una de las sirvientas desde el otro lado.

—Sí —respondí con voz apagada.

La chica no esperó más y desapareció rápidamente.

Me levanté con esfuerzo y me dirigí al baño para darme una ducha rápida.

El agua fría no logró disipar la sensación de suciedad que llevaba dentro, pero al menos me hizo sentir ligeramente más despierta.

Me vestí con un pantalón vaquero, una camiseta negra de tirantes y una sobre camisa de algodón a cuadros.

Dejé mi cabello suelto, permitiendo que mis rizos húmedos se formaran libremente mientras me ponía unas sandalias sencillas.

Cuando estuve lista, caminé por los pasillos hacia el comedor.

El silencio del castillo era casi opresivo, y por suerte no me crucé con ninguna de esas chicas que adoraban murmurar y lanzar miradas furtivas.

Al llegar al comedor, encontré a Ronan y a mi madre ya sentados, pero no había rastro de Damián.

Me senté junto a Ronan, evitando deliberadamente la mirada inquisitiva de mi madre.

El silencio entre nosotras era tan espeso como la niebla en una noche sin luna.

Ronan carraspeó para llamar nuestra atención, colocando una mano cálida sobre la mía.

—Sé que todo esto puede ser abrumador para ti —comenzó con voz calmada, haciendo una pausa como si esperara que lo interrumpiera.

Pero permanecí en silencio—.

Tenemos que empezar no solo con entrenamiento físico, sino también con clases sobre nuestro mundo.

—¿Clases?

—pregunté, arqueando una ceja con curiosidad y algo de escepticismo.

—No te preocupes, no será demasiado pesado —respondió con una sonrisa cálida—.

Una sesión diaria después de la cena será suficiente por ahora.

Mi corazón dio un vuelco extraño ante su gesto paternal.

Siempre había deseado tener un padre que estuviera presente, alguien que me dedicara tiempo y atención.

Ahora que lo tenía frente a mí, no estaba segura de si eso era exactamente lo que quería o necesitaba.

Este mundo de manadas y hombres lobo seguía siendo un misterio para mí, uno que no estaba segura de querer desentrañar.

—Por tu seguridad, es mejor que te quedes en el castillo durante unos días —continuó Ronan mientras las sirvientas entraban con la comida—.

No lo veas como un castigo; es solo por protección.

—Me gustaría que habláramos después de la cena —dijo mi madre, rompiendo el silencio y dirigiéndose claramente a mí.

—Está bien —respondí con poca energía, sintiendo un nudo formarse en mi garganta al pensar en las verdades que probablemente tendría que enfrentar esa noche.

La comida continuó en un silencio tenso hasta que Ronan y Damian se excusaron para marcharse juntos.

Una de las sirvientas preparó té y galletas y las llevó al salón donde una chimenea ya crepitaba suavemente, llenando el ambiente con un calor reconfortante que contrastaba con el frío que sentía en mi interior.

Finalmente, reuní el valor para hablar con mi madre.

El silencio entre nosotras era insoportable, pero cuando abrí la boca, fue como si una presa se rompiera dentro de mí.

—¿Por qué me mentiste?

—pregunté finalmente, mi voz temblando con una mezcla de ira y dolor reprimido—.

¿Por qué me ocultaste todo esto?

¿Por qué me hiciste creer que mi padre estaba muerto?

Mi madre levantó lentamente la mirada desde su lugar frente a la chimenea.

Sus ojos estaban cargados de culpa y cansancio, como si llevara años cargando un peso demasiado grande para soportarlo sola.

—Eliza… —comenzó a decir mientras palmeaba el asiento junto a ella, invitándome a sentarme—.

Lo hice para protegerte…  La rabia explotó dentro de mí como un volcán en erupción.

—¡No te atrevas a tratarme como si fuera una niña!

—grité, sintiendo cómo mi garganta ardía con una furia desconocida—.

Quiero la verdad.

Toda la verdad.

Ella suspiró profundamente, llevándose una mano al pecho como si intentara calmarse antes de hablar nuevamente.

—Cuando naciste… pensé que podrías tener una vida normal —dijo finalmente—, lejos de este mundo, lejos del peligro… lejos del dolor que viene con ser parte de esto…  Dejé escapar una risa amarga y llena de incredulidad.

—¿Lejos del peligro?

¿De qué peligro?

¿De mi propia sangre?

—Mi voz era dura, cada palabra como un golpe directo a su pecho—.

No tenías derecho a decidir por mí.

Mi madre cerró los ojos por un momento antes de abrirlos nuevamente, lágrimas acumulándose en sus pestañas mientras hablaba con voz quebrada:  —Nunca imaginé que tú y Damián… —Se detuvo abruptamente, incapaz de terminar la frase.

—Que Damián y yo termináramos acostándonos —dije por ella con amargura en cada palabra—.

Lo sé… pero ni siquiera estoy segura de lo que siento por él ahora…  Su sorpresa fue evidente ante mi confesión; sus ojos se abrieron ligeramente mientras buscaba palabras para responderme, pero yo continué:  —Cuando estoy cerca de él… siento algo tan intenso que me consume por completo… pero también sé que está mal… todo esto está mal…  El silencio volvió a caer entre nosotras como una manta pesada e incómoda.

Mi madre se levantó lentamente y colocó una mano temblorosa sobre mi hombro; su toque era cálido, pero no reconfortante.

Me aparté bruscamente antes de que pudiera abrazarme por completo.

—Hija… sé que estás dolida… —dijo con voz suave pero llena de tristeza—.

Lo último que quería era causarte daño…  Caminó hacia la puerta del salón antes de detenerse por un momento:  —Mañana por la mañana me iré… Tu abuelo no sabe nada aún…  Mi corazón dio un pequeño salto al escuchar la mención de mi abuelo; hacía tanto tiempo que no sabía nada de él…  —¿Cómo está?

—pregunté con cautela.

Mi madre bajó ligeramente la mirada antes de responder:  —Es un cascarrabias… pero el Alzheimer lo ha ido afectando cada vez más…  La culpa me golpeó como un puñetazo directo al estómago; había estado tan envuelta en mi propio drama que ni siquiera había pensado en él últimamente.

Mi madre pareció notar mi expresión y me dedicó una sonrisa dulce mientras colocaba sus manos sobre mi rostro:  —No te preocupes, corazón… cuidaré de él y te mantendré informada sobre su salud…  Con eso dicho, se fue dejándome sola en el salón con mis pensamientos caóticos y un corazón hecho pedazos.

Me dejé caer en el sofá frente a la chimenea mientras observaba las llamas danzar hipnóticamente ante mis ojos cansados… hasta que finalmente me entregué al abrazo oscuro del sueño.

******** La noche envolvía el bosque con su manto de penumbra, y el aire estaba impregnado de un aroma a tierra mojada y flores silvestres.

Eliza avanzaba descalza, sintiendo el frescor del césped bajo sus pies.

La luna, llena y majestuosa, iluminaba su camino con un resplandor etéreo, como si la guiara hacia un destino que aún no comprendía.

A lo lejos, el murmullo de una cascada rompía el silencio, prometiéndole un refugio escondido entre los árboles.

Cuando llegó al claro, el paisaje la dejó sin aliento.

El lugar parecía sacado de un sueño: una cascada cristalina caía desde lo alto de una roca cubierta de musgo, y el agua formaba un pequeño lago que reflejaba la luz de la luna como un espejo encantado.

Las flores nocturnas florecían a su alrededor, emitiendo un tenue brillo azulado que hacía que todo pareciera irreal.

Eliza sintió que el tiempo se detenía, que el mundo entero quedaba suspendido en aquel instante.

No recordaba como había llegado ahí, y mucho menos como había acabado en medio del bosque con un pequeño vestido blanco de tirantes.

Se acercó al lago y se arrodilló junto a la orilla, dejando que sus dedos rozaran la superficie del agua.

El contacto era fresco, casi gélido, pero no le importó.

Cerró los ojos y dejó que el sonido de la cascada llenara sus sentidos, buscando un momento de paz en medio del caos que había sido su vida últimamente.

—Siempre supe que te encontraría aquí.

La voz profunda y seductora rompió la quietud, haciendo que Eliza abriera los ojos de golpe.

Su corazón dio un vuelco al reconocer aquella voz, una que había escuchado en sueños y pesadillas por igual.

Lentamente, se giró para enfrentarlo.

Lucian estaba allí, emergiendo de entre las sombras como un espectro oscuro y fascinante.

Sus ojos oscuros la miraban con una intensidad que le robó el aliento, y su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros, más largo de lo que lo recordaba.

Vestía una camisa negra abierta hasta el pecho, dejando al descubierto su piel pálida.

Había algo en él, algo salvaje y peligroso, que hacía que su presencia fuera imposible de ignorar.

—Lucian… —susurró Eliza, su voz apenas audible.

Él no respondió de inmediato.

En lugar de eso, caminó hacia ella con pasos lentos y deliberados, como si temiera asustarla.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se arrodilló frente a ella y extendió una mano para rozar su mejilla.

Eliza contuvo la respiración ante el contacto; sus dedos eran cálidos, a pesar del frío que parecía emanar de él.

—Te ves diferente —dijo él finalmente, su voz baja y cargada de algo que no podía identificar—.

Más fuerte… pero también más perdida.

Eliza apartó la mirada, incapaz de sostener su intensa mirada por más tiempo.

Había tantas emociones en su interior; miedo, deseo, confusión… pero sobre todo, una atracción innegable hacia él, una fuerza magnética que no podía resistir.

—No sé qué estoy haciendo aquí —admitió ella en un susurro—.

Todo esto… este lugar… tú… parece un sueño.

Lucian sonrió ligeramente, pero había algo triste en su expresión.

—Tal vez lo sea —respondió—.

Pero eso no significa que no sea real.

Eliza frunció el ceño ante sus palabras.

Quería entenderlo, quería desentrañar los secretos que se escondían detrás de esos ojos oscuros, pero cada vez que creía acercarse a él, parecía alejarse aún más.

Antes de que pudiera decir algo más, Lucian se inclinó hacia ella.

Su aliento cálido rozó su piel mientras sus labios se acercaban peligrosamente a los suyos.

Eliza sintió cómo su corazón latía con fuerza desbocada, como si quisiera escapar de su pecho.

Pero cuando sus labios estuvieron a punto de encontrarse, él se detuvo.

—Te deseo más de lo que debería —confesó en un susurro ronco.

Eliza lo miró a los ojos, buscando algún indicio de duda en ellos.

No encontró nada más que verdad y un anhelo tan profundo que casi la hizo perder el equilibrio.

—Ya estoy perdida —respondió ella con voz temblorosa pero decidida—.

No hay nada que pueda salvarme ahora.

Eso fue todo lo que necesitó escuchar.

Lucian cerró la distancia entre ellos y capturó sus labios en un beso ardiente y desesperado.

Eliza sintió cómo todo a su alrededor desaparecía; el claro, la cascada, incluso la luna.

Solo existían ellos dos, consumidos por una pasión que había estado contenida durante demasiado tiempo.

Sus manos se aferraron a su cabello mientras él la atraía más cerca, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.

Sus labios exploraron los suyos con una mezcla de delicadeza y hambre voraz, dejando claro que este era un hombre acostumbrado a tomar lo que quería… pero también dispuesto a entregarse por completo.

Eliza sintió sus manos descaradas acariciando cada centímetro de su cuerpo.

La recostó junto al agua mientras sus labios descendían desde su cuello hasta sus senos, llenándola de besos apasionados.

—Esto está mal —murmuró ella entre gemidos.

—Lo sé… pero a veces lo prohibido es lo único que vale la pena.

La voz de Lucian era un murmullo grave contra su piel.

Entonces, sin previo aviso, hundió los dientes en su cuello con una ferocidad salvaje.

El dolor fue instantáneo, pero también lo fue el placer oscuro que recorrió el cuerpo de Eliza como un relámpago.

Su grito ahogado resonó en el aire mientras sentía cómo la calidez de su sangre manchaba el impecable vestido blanco.

Todo se volvió negro.

Un grito desgarrador rompió el silencio del castillo cuando Eliza despertó sobresaltada en su cama.

Su respiración era irregular y su corazón latía con fuerza descontrolada.

El sudor frío cubría su frente mientras trataba de distinguir la realidad del sueño.

La puerta se abrió de golpe, revelando a Damián con una espada desenvainada en las manos.

Solo llevaba unos pantalones de franela y estaba descalzo.

Sus ojos escudriñaron la habitación con urgencia antes de posarse en Eliza, quien aún jadeaba sobre las sábanas revueltas.

—¿Qué ocurrió?

—preguntó él mientras corría hacia ella y se sentaba a su lado para revisarla.

—Fue solo una pesadilla —logró decir ella con voz temblorosa mientras intentaba regularizar su respiración.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que solo llevaba puesta una camisa de manga larga que claramente pertenecía a Damián.

Sus mejillas se sonrojaron al comprender la situación.

—¿Cómo llegué aquí?

—preguntó con un hilo de voz.

—Yo te traje —respondió Damián sin rodeos.

—¿Me vestiste?

—inquirió ella, sintiéndose aún más avergonzada.

—Sí —admitió él con descaro y una leve sonrisa en los labios.

—Damián… —murmuró Eliza mientras apartaba la mirada, sintiéndose vulnerable bajo su escrutinio.

—No deberías quedarte dormida fuera de tu habitación.

Puede ser peligroso —dijo él con seriedad mientras dejaba la espada a un lado.

—Creí que era un lugar seguro… —Lo es —respondió él tras un profundo suspiro—.

Pero no voy a poner tu vida en riesgo para comprobarlo.

Eliza asintió lentamente, aun sintiendo el eco del sueño en cada fibra de su ser.

Había sido tan vívido… tan real… —Vuelve a la cama —ordenó Damián con suavidad mientras se inclinaba para darle un tierno beso en la frente antes de levantarse para marcharse.

Cuando salió de la habitación, Eliza se quedó sola nuevamente.

Cerró los ojos e intentó calmarse, pero en su mente seguían resonando las palabras de Lucian: “A veces lo prohibido es lo único que vale la pena.” Y aunque intentara negarlo, sabía que algo oscuro dentro de ella deseaba volver a encontrarlo… incluso si eso significaba perderse para siempre.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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