Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 57
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57: Visita del Consejo 57: Visita del Consejo La noche era un manto de silencio roto solo por el susurro del viento que se colaba entre las torres del castillo.
El bosque, que normalmente vibraba con vida, parecía contener el aliento, como si la naturaleza misma supiera que algo oscuro se cernía sobre nosotros.
Estaba sentado en la penumbra de mi habitación, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada fija en el suelo de piedra.
La luna, mi eterna compañera, proyectaba su luz fría a través de la ventana, iluminando los bordes afilados de mi rostro y el brillo dorado de mis ojos.
Había pasado horas desde que dejé la flor en su almohada, pero el aroma de su piel aún se aferraba a mí como un recuerdo imposible de borrar.
Mi mente era un torbellino de pensamientos oscuros y emociones contradictorias.
¿Por qué no podía apartarme de ella?
¿Por qué su mera existencia parecía amenazar con destruir el control que tanto me había costado construir?
Un golpe seco en la puerta interrumpió mis pensamientos.
Sabía quién era incluso antes de que hablara.
—Adelante, Jaxon —gruñí.
La puerta se abrió con un chirrido, revelando a mi beta, cuya expresión era una mezcla de cautela y preocupación.
Cerró la puerta tras de sí y avanzó hasta quedar frente a mí.
Sus ojos azules me estudiaron con intensidad mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
—Tenemos un problema —dijo finalmente.
—Siempre lo tenemos —respondí con sarcasmo, levantándome de mi silla para acercarme a la ventana.
Mi mirada se perdió en el horizonte oscuro—.
Habla.
Jaxon exhaló lentamente, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.
—No pudimos infiltrar a nadie en el castillo de Sangre de Hierro —anunció.
Mis manos se cerraron en puños a mis costados.
Giré la cabeza hacia él, mis ojos destellando con furia contenida.
—¿Qué quieres decir con “no pudieron”?
—mi voz era baja, pero cargada de amenaza.
—Han reforzado su seguridad —continuó Jaxon, manteniendo la calma a pesar de mi evidente enojo—.
Parte del personal ha sido reubicado fuera del castillo.
Solo queda un puñado de servidumbre dentro, y todos ellos están bajo estricta vigilancia.
Además… —hizo una pausa, como si estuviera considerando si debía decir lo siguiente— nadie de la manada tiene permitido ingresar.
Excepto Caleb.
El Beta de la manada, por supuesto; ¿Pero por qué el era el único permitido en ingresar?
¿Qué estaba ocultando el Alfa Ronan?
—¿Caleb?
—pregunté extrañado, ¿Sera tortura?
—No lo sabemos con certeza —admitió Jaxon—.
Hay un pequeño rumor.
Mis ojos lo estudiaron con curiosidad, solo cuando hablaba de Eliza su nerviosismo eran tan evidente, el sabía lo que esa humana provocaba en mí, siempre informaba con cuidado cuando se trataban de sus pasos y el sabía que ella estaba ahí ¿Estarán torturándola?
¿O el imbécil de Damián no le quita sus manos de encima?
El nombre de Damián era como veneno en mis venas.
Ese niño fingiendo ser adulto, el futuro Alfa de la manada, que creía tener algún derecho sobre Eliza.
Mi Eliza.
Solo pensar en él tocándola, mirándola, respirando el mismo aire que ella, hacía que Luca rugiera dentro de mí, exigiendo sangre.
— ¡Suéltalo ya!
— Mi voz de Alfa resonó en todo el despacho, pude notar como Jaxon se tensó.
— Alfa Ronan envió a diseñar tres trajes de combate de mujer —Esto complica las cosas —murmuré, volviendo mi atención a la ventana.
Mi reflejo me devolvió una mirada oscura y peligrosa.
—Lucian… —la voz de Jaxon era más suave esta vez—.
¿Estás seguro de que esto vale la pena?, recuerda que no estamos seguros de que ellos estuvieran tras la muerte de tu padre.
— Yo estoy seguro — Dije viéndolo con los ojos encendidos — Con eso me basta, además — dije con una sonrisita burlona — Quiero acabar con ese sucio linaje.
Jaxon no dijo nada por lo que continue.
—¿Que dijo en consejo respecto a Luna Carmesí?
— Alfa Maximus está aquí para afinar detalles.
La noche continuaba siendo un lienzo de sombras y secretos.
El viento, frío y cargado de presagios, aullaba entre las torres del castillo como si intentara advertirnos de algo que aún no podíamos comprender.
Desde mi ventana, el horizonte parecía infinito, un abismo oscuro que reflejaba el caos que reinaba en mi interior.
Pero no había tiempo para debilidades.
No ahora.
Un segundo golpe en la puerta me arrancó de mis pensamientos, como un trueno que parte la calma antes de la tormenta.
No era Jaxon.
Lo supe de inmediato.
Había algo en el peso de aquella presencia al otro lado, algo que se sentía como un eco en mi pecho, un rugido silencioso que exigía atención.
—Adelante, Maximus —dije, esforzándome por mantener la voz firme, sin elevarla ni un ápice.
La puerta se abrió con una lentitud casi teatral, revelando al Alfa supremo del consejo.
Maximus entró en la estancia como si fuera dueño no solo del espacio, sino también del aire que allí se respiraba.
Su figura era imponente, una mezcla de autoridad y amenaza que parecía llenar cada rincón.
Su cabello plateado caía como una cascada de hielo sobre sus hombros anchos, y sus ojos, oscuros como el abismo, se clavaron en los míos con una intensidad que habría hecho tambalear a cualquiera.
Vestía una capa negra que se agitaba ligeramente con la brisa que se colaba por la ventana abierta, dándole un aire espectral, casi sobrenatural.
—Lucian —saludó con su voz grave, una voz que parecía surgir de las entrañas mismas de la tierra—.
Espero no estar interrumpiendo nada importante.
—Nada más importante que lo que tú traes, Maximus —respondí mientras me giraba para encararlo.
No iba a mostrar debilidad, no ante él.
No ante nadie.
Maximus avanzó con pasos medidos hacia el centro de la habitación, sus ojos recorriendo cada rincón como si buscara algún secreto oculto entre las sombras.
Finalmente se detuvo frente a mí, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto que parecía desafiar al mundo entero.
—La profecía de la Loba Dorada —pronunció sin rodeos, dejando caer las palabras como un peso imposible de ignorar—.
¿Sabes lo que significa?
—Sé lo que mencionaste en el último consejo —respondí con un tono neutral cuidadosamente calculado—.
Una loba destinada a alterar el equilibrio de poder entre las manadas.
Una amenaza… o una salvación.
Maximus inclinó ligeramente la cabeza, observándome con esos ojos insondables que parecían diseccionar mi alma.
—La loba ha estado más cerca de lo que creemos, Lucian —continuó, y esta vez su voz llevaba un matiz de emoción contenida—.
Las ráfagas de su poder han recorrido el valle, al este y al oeste, al norte y al sur.
No podemos ignorarlo.
—¿Por qué me dices esto?
—pregunté, estrechando los ojos mientras mi lobo interior, Luca, gruñía con desconfianza—.
¿Qué interés tienes tú en esta profecía?
Maximus dejó escapar una risa baja y carente de humor, una risa que parecía burlarse de mi pregunta.
—Mi único interés es el equilibrio —respondió con una frialdad calculada—.
Siempre lo ha sido.
Tú, en cambio… pareces más inclinado a dejarte llevar por venganzas personales y emociones descontroladas.
Sus palabras fueron como una daga directa a mi orgullo, y Luca rugió con fuerza en mi mente, exigiendo que le mostrara a este anciano arrogante quién era realmente el Alfa aquí.
Pero lo contuve.
Maximus no era alguien a quien subestimar; enfrentarlo requería más estrategia que fuerza bruta.
—Mis emociones están bajo control —mentí con una calma gélida—.
Y no tengo ningún plan de venganza.
Como tú, también deseo la paz entre las manadas.
Maximus arqueó una ceja, evaluándome con una expresión que no revelaba si me creía o no.
Finalmente asintió y se sentó en la silla frente a mí, un gesto que parecía más una declaración de dominio que un simple acto casual.
—En ese caso, el consejo está más que satisfecho con tu propuesta —dijo con una sonrisa amplia pero carente de calidez—.
Los bosques adyacentes a tu castillo son perfectos para el ritual de mayoría de edad.
—Por supuesto —respondí con un leve asentimiento—.
Comparte conmigo las disposiciones y me encargaré de preparar todo lo necesario.
Maximus sacó un pergamino enrollado de entre los pliegues de su capa y lo colocó sobre la mesa entre nosotros.
—Todo está ahí —dijo mientras sus ojos oscuros me estudiaban con intensidad—.
Este año será especial el Baile de Luna Carmesí coincidirá con la Luna de Sangre.
El enlace será más potente que nunca… esperemos que este sea el año.
—Yo también lo espero —respondí con una sonrisa apenas perceptible.
Maximus se levantó lentamente, su figura proyectando una sombra alargada sobre mí.
—Bueno, joven Alfa, me retiro —dijo con un tono que sonaba casi conciliador—.
Me alegra este cambio en tu actitud y tu disposición hacia la paz.
—Por mi parte es todo lo que tendrán —respondí con firmeza, aunque mi mente ya estaba trabajando en otros planes.
Maximus asintió, pero antes de marcharse hizo una pausa, como si algo más rondara por su mente.
—El Alfa Ronan mencionó que presentará a alguien este año —dijo finalmente.
Sentí cómo mi estómago se retorcía ante sus palabras.
—¿Luna?
—pregunté con voz tensa.
Maximus asintió lentamente.
—Parece que ha roto su compromiso con Damián.
Aunque debo decir… esto me alegra, ella no era su compañera destinada.
Esa es una decisión que solo la Diosa Luna puede tomar.
Asentí con un gesto rígido mientras luchaba por controlar las emociones que bullían dentro de mí.
Maximus hizo una leve reverencia y se dirigió hacia la puerta.
—Tres meses, joven Lucian —dijo antes de salir—.
Todo debe estar perfecto para entonces.
Cuando finalmente se marchó, dejándome solo en la habitación, sentí cómo la tensión en mis hombros comenzaba a disiparse… pero solo un poco.
Si el había roto el compromiso con Luna, quería decir que ¿había tomado a Eliza como su compañera elegida?, la rabia creció dentro de mí, quería tener la sangre de Damián en mis garras.
Pero yo tenía la ventaja, no le había revelado al consejo que había encontrado a mi compañera destinada.
Y cuando lo hiciera, sería frente a todos… frente a Damián.
Le arrebataría a Eliza delante de sus propios ojos y no habría nada que él pudiera hacer para detenerme.
Con esa determinación ardiendo en mi pecho como un fuego inextinguible, me giré hacia Jaxon, quien había permanecido en silencio todo este tiempo, observándome desde las sombras como un espectador silencioso del drama que acababa de desarrollarse.
—Prepárate —le ordené con voz firme—.
Tenemos trabajo que hacer.
Jaxon tomó el pergamino que Maximus había dejado sobre la mesa y asintió antes de salir rápidamente de la habitación sin pronunciar palabra alguna.
Me quedé solo una vez más, con la luna llena brillando a través de la ventana como mi única testigo.
Pero esta vez no estaba perdido en mis pensamientos oscuros ni atrapado en las cadenas del pasado.
Esta vez tenía un propósito claro; acabaría con la manada Sangre de Hierro.
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