Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 59
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59: Desayuno 59: Desayuno El aroma a canela y vainilla llenaba la cocina del castillo mientras Eliza vertía con cuidado la mezcla sobre la sartén caliente.
Había algo terapéutico en el acto de cocinar, en la forma en que los ingredientes se transformaban bajo sus manos.
Era un momento de paz en medio del caos que parecía consumir su vida últimamente.
Sin embargo, no todos compartían su entusiasmo.
—Señorita Eliza, ya le dije que no necesita hacer esto —protestó Margaret, la cocinera principal, con las manos en las caderas y una expresión de desaprobación que rivalizaba con la de Ronan.
Su cabello gris estaba recogido en un moño apretado, y su delantal parecía tan impecable como siempre, a pesar del ajetreo de la mañana.
Eliza esbozó una sonrisa mientras volteaba un trozo de pan francés dorado con una espátula.
—Lo sé, Margaret, pero necesitaba distraerme un poco.
Además, prometo limpiar todo cuando termine.
Margaret resopló, pero no insistió más.
Sabía que discutir con la hija del Alfa era una batalla perdida, especialmente cuando Eliza tenía esa mirada decidida en sus ojos.
Aun así, la cocinera no dejaba de lanzar miradas furtivas hacia ella, como si temiera que el castillo entero fuera a incendiarse en cualquier momento.
— Nada de limpiar — dijo lanzándole una nueva mirada de desaprobación— usted es la princesa, debería dejar que la conciencia.
Eliza disfrutaba hacer enojar a Margaret, mas que nada porque le caía muy bien la cocinera, era muy amable y cálida; tenia ese toque de madre hogareña que a ella le hacia falta y eso la reconfortaba; Mientras colocaba los trozos de pan francés en un plato, escucho pasos provenientes del pasillo en dirección a la cocina.
Por alguna razón su cuerpo se tensó e instintivamente se puso alerta.
Cuando la puerta se abrió, su corazón dio un vuelco.
Luna entró con la gracia y autoridad que siempre parecía rodearla.
Su cabello aun con ese rosa chillón deslavado, caía en cascada por su espalda, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad que podía cortar el aire.
Había algo casi etéreo en su presencia, como si perteneciera a un mundo diferente al de los demás.
—Buenos días —saludó Luna con una voz suave pero cargada de una tensión subyacente.
Eliza se obligó a sonreír, aunque su estómago se revolvía.
Había algo incómodo al estar cerca de Luna ahora.
Antes, la había atacado de manera verbal, con líquidos y objetos; pero la entendía, defendía a su amado.
Aunque esperaba que ahora que sabia que ella era hija del Alfa, las cosas cambiarían un poco.
—Buenos días —respondió Eliza mientras colocaba el plato de pan francés sobre la mesa de madera central—.
¿Te gustaría probar?
Lo hice yo misma.
Luna arqueó una ceja, como si estuviera evaluando si aceptar o no.
Finalmente, ascendió y se acercó a la mesa, tomando asiento con una elegancia natural que hacía que Eliza se sintiera torpe en comparación.
—No sabía que te gustaba cocinar —comentó Luna mientras cortaba un trozo de pan francés con el tenedor y lo llevaba a sus labios.
Eliza se encogió de hombros, tratando de parecer casual.
—Es algo que me relaja.
Además, Margaret no me dejó tocar nada más complicado.
Margaret, que seguía observándolas desde un rincón de la cocina, resopló nuevamente pero no dijo nada.
Luna suena levemente ante el comentario y tomó otro bocado.
—Está delicioso —admitió después de un momento—.
Tienes talento.
Eliza sintió un extraño alivio ante el cumplido.
Había esperada tensión entre ellas, pero Luna parecía genuinamente tranquila.
Quizás este era un buen momento para intentar construir un puente entre las dos.
—Gracias Dijo ella mientras tomaba un trozo de pan y lo engullía de manera nerviosa; Luna levantó la mirada, sus ojos verdes clavándose en los de Eliza con una intensidad que hizo que esta última titubeara por un instante.
Sin embargo, la mirada se suavizo en un instante y bajo la mirada a la taza de café que Margaret le había acercado.
— Creo que mereces una disculpa — Soltó de un momento a otro, con sus ojos jade aún clavados en la taza de café — creo que estaba algo celosa.
Eliza parpadeó, sorprendida por las palabras de Luna.
No esperaba una disculpa, mucho menos una confesión tan directa.
La tensión en la cocina se hizo palpable, y por un momento, el único sonido fue el suave tintineo de la cuchara de Margaret contra una taza mientras finía no escuchar.
—¿Celosa?
—repitió Eliza, su voz apenas un susurro.
No sabía si debía sentirse halagada o alarmada.
Luna levantó la mirada, y esta vez no había rastro de suavidad en sus ojos.
Eran dos esmeraldas afiladas que parecían diseccionar cada rincón del alma de Eliza.
—Supongo que sí —admitió Luna con una media sonrisa que no alcanzaba sus ojos—.
No es fácil ver cómo alguien nuevo entra en tu vida y parece encajar perfectamente donde tú llevas años luchando por pertenecer.
Eliza sintió un nudo en la garganta.
Había algo tan crudo, tan humano en las palabras de Luna, que por un instante olvidó todo lo que había pasado entre ellas.
Las miradas hostiles, los comentarios mordaces, los roces constantes.
Todo eso parecía desvanecerse ante la vulnerabilidad que ahora se reflejaba en el rostro de Luna.
—No tienes que disculparte —respondió Eliza al fin, su voz más firme de lo que esperaba—.
Entiendo por qué te sentías así.
Yo tampoco pedí estar aquí, ni ser quien soy.
Todo esto… —hizo un gesto amplio con las manos, a más allá de la cocina, más allá del castillo— es tan nuevo para mí como lo es para ti.
Luna entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando la sinceridad en las palabras de Eliza.
Luego ascendió lentamente.
—Supongo que eso lo hace más complicado para ambas —dijo finalmente, tomando un sorbo de su café.
Su tono era más neutral ahora, pero aún había algo en su postura que sugería cautela.
Eliza se mordió el labio inferior, dudando por un momento antes de hablar.
Había algo que había estado rondando su mente desde que supo más sobre Luna y su habilidad en combate.
Tal vez esta era la oportunidad perfecta para acercarse a ella.
—Luna… —comenzó, vacilante—.
Sé que esto puede sonar extraño después de todo lo que ha pasado entre nosotras, pero… ¿podrías entrenarme?
La cuchara de Margaret se detuvo en seco contra la taza, y la cocinera alzó la vista rápidamente, claramente intrigada por el giro de los acontecimientos.
Luna arqueó una ceja, su expresión era una mezcla de sorpresa y diversión.
— ¿Entrenarte?
—repitió Luna, dejando la taza sobre la mesa con un suave golpe—.
¿En qué exactamente?
Eliza respiró hondo y se obligó a mantener la mirada de Luna.
—En combate… en especial con cuchillos.
Ronan me dijo que eres increíblemente hábil con ellos.
Yo…
quiero aprender a defenderme.
No quiero depender siempre de los demás para protegerme.
Por un momento, Luna no dijo nada.
Sus ojos verdes se clavaron en los de Eliza con una intensidad que hizo que esta última sintiera como si estuviera desnuda bajo esa mirada escrutadora.
Finalmente, una sonrisa lenta y peligrosa se dibujó en los labios de Luna.
— ¿Estás seguro de eso?
—preguntó con un tono que era casi un desafío—.
Entrenar conmigo no será fácil.
No soy conocida por mi paciencia.
Eliza ascendió con determinación, aunque su corazón latía con fuerza contra su pecho.
—Estoy segura —respondió con firmeza—.
No quiero ser solo una princesa inútil que necesita ser rescatada todo el tiempo.
Luna soltó una risa breve y seca, pero había algo casi respetuoso en su mirada ahora.
—Muy bien —dijo finalmente—.
Pero te advierto, Eliza; Si aceptas entrenarte, no habrá espacio para excusas ni debilidad.
Si empiezas algo conmigo, lo terminas.
¿Entendido?
Eliza tragó saliva pero se acercó nuevamente.
—Entendido.
Luna se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa mientras su sonrisa se ensanchaba, pero esta vez había algo oscuro y misterioso en ella.
—Perfecto —murmuró Luna—.
Entonces empezaremos mañana al amanecer.
Prepárate para arrepentirte de haberme pedido esto.
Eliza sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral ante las palabras de Luna, pero no dejó que el miedo se reflejara en su rostro.
Si quería ganarse el respeto de los demás —y quizás incluso el de Luna— tenía que demostrar que estaba dispuesta a luchar por ello.
Margaret carraspeó desde su rincón, rompiendo la tensión que había llenado la cocina como una niebla espesa.
—Bueno, señoritas, si ya terminaron de planear cómo van a matarse mutuamente, ¿puedo sugerir que al menos coman algo antes de hacerlo?
—dijo con un tono seco pero afectuoso.
Luna y Eliza intercambiaron una mirada antes de soltar una risa breve y nerviosa al unísono.
Por un momento, la atmósfera pesada parecía disiparse ligeramente, mientras Caleb entraba con su paso despreocupado, su cabello oscuro estaba ligeramente despeinado, y sus ojos marrones brillaban con ese toque de picardía que siempre parecía acompañarlo.
Sin decir una palabra, se sirvió una taza de café y se apoyó en la encimera, observando a las dos mujeres con una sonrisa que era mitad burla, mitad curiosidad.
—Bueno, bueno… ¿qué tenemos aquí?
—dijo finalmente, rompiendo el silencio con un tono juguetón que hizo que Eliza se tensara ligeramente—.
¿Están planeando un duelo a muerte o algo por el estilo?
Porque si es así, necesito preparar las apuestas.
Luna rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa curvara sus labios.
Eliza, por otro lado, frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho.
—No es un duelo a muerte —respondió ella, tratando de sonar firme, aunque su voz traicionó un leve nerviosismo—.
Es un entrenamiento.
Luna va a enseñarme a usar cuchillos.
Caleb arqueó una ceja, claramente intrigado por la confesión.
Tomó un sorbo de su café antes de hablar, dejando que el silencio se alargara lo suficiente como para incomodar a Eliza.
—¿Cuchillos?
—repitió finalmente, con una sonrisa que mostraba demasiados dientes—.
Interesante elección.
Aunque no estoy seguro de si es más aterrador que Luna sea tu maestra… o que tú estés dispuesto a aprender de ella.
Luna le lanzó una mirada afilada como una daga, pero Caleb simplemente le guiñó un ojo en respuesta antes de volver su atención a Eliza.
—De cualquier manera —continuó Caleb, apoyándose contra la mesa con una postura relajada—, creo que también deberías entrenar conmigo.
No todo en un combate se resuelve con cuchillos, ¿sabes?
A veces necesitas usar tus puños… o tus colmillos.
Eliza lo miró con una mezcla de sorpresa y desconfianza.
Había algo en Caleb que siempre la ponía en alerta, como si nunca supiera si estaba bromeando o hablando en serio.
Pero mientras lo observaba ahora, con esa sonrisa fácil y esos ojos que parecían ver más de lo que deberían, no pudo evitar sentir una punzada de curiosidad.
¿Tú también quieres entrenarme?
—preguntó ella, tratando de ocultar la duda en su voz.
Caleb avanza lentamente, su sonrisa ensanchándose.
—Por supuesto —respondió—.
No puedo dejar que Luna tenga toda la diversión, ¿verdad?
Además… —hizo una pausa dramática, inclinándose ligeramente hacia ella— Si vas a sobrevivir en este mundo, necesitarás más que habilidades con cuchillos.
Necesitarás fuerza, resistencia… y un poco de astucia.
Luna resopló desde su lugar en la mesa, pero no dijo nada.
Parecía más interesada en observar cómo se desarrollaba la conversación que en participar activamente.
Margaret, por su parte, seguía ocupándose de sus tareas en la cocina, aunque era evidente que estaba escuchando cada palabra.
Eliza dudó por un momento antes de asentir lentamente.
Sabía que Caleb tenía razón.
Si quisiera ser algo más que una princesa inútil, tendría que aprender a defenderse en todos los sentidos posibles.
—Está bien —dijo finalmente, mirando a Caleb con determinación—.
Entrenaré contigo también.
Caleb se siente emocionado como si hubiera ganado algún tipo de apuesta secreta.
—Perfecto —dijo—.
Pero te advierto, Eliza… soy incluso menos paciente que Luna.
Eliza no pudo evitar reír suavemente ante el comentario, aunque había algo en los ojos de Caleb que le decía que no estaba bromeando del todo.
—No esperaba menos —respondió ella.
Caleb dejó escapar una carcajada antes de dar otro sorbo a su café.
Luego, su expresión se suavizó ligeramente mientras miraba a Eliza con algo que casi podía describirse como preocupación.
—Hablando de cosas serias… —dijo después de un momento—.
¿Cuánto tiempo planeas seguir impidiendo la universidad?
Eliza sintió cómo su rostro se calentaba al instante.
Había estado tan atrapada en todo lo que estaba sucediendo en el castillo —los secretos familiares, las tensiones políticas, el entrenamiento— que había dejado completamente de lado sus estudios.
La culpa la golpeó como una ola fría.
—Yo… —comenzó a decir, pero Caleb levantó una mano para detenerla.
—Tranquila —dijo él con un tono sorprendentemente suave—.
Ronan ya se encargó de todo con la facultad de derecho.
Les explicamos que estás lidiando con asuntos familiares importantes y conseguiste que pudieras faltar por un mes, en lo que te acostumbras a la rutina.
Eliza parpadeó, sorprendida por la noticia.
No sabía si sentirse aliviada o avergonzada por el hecho de que Ronan hubiera tenido que intervenir en su vida académica.
— ¿Ronan hizo eso?
—preguntó ella en voz baja.
Caleb asintió, su sonrisa volviendo a ser juguetona.
—Por supuesto.
Es Ronán.
Siempre está un paso por delante de todos nosotros.
Aunque… —se inclinó hacia adelante nuevamente, bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto—.
Me pregunto cuánto tiempo más podrás mantener este equilibrio entre ser una princesa del castillo y un estudiante universitario ejemplar.
Eliza sintió cómo su ansiedad comenzaba a aumentar nuevamente ante las palabras de Caleb.
Era cierto; No sabía cómo iba a manejar todo esto.
Pero antes de que pudiera dejarse llevar por el pánico, Caleb extendió una mano y le dio una suave presión en el hombro.
—Oye… relájate —dijo él con un tono tranquilizador—.
Nadie espera que tengas todas las respuestas ahora mismo.
Solo da un paso a la vez, ¿de acuerdo?
Eliza avanzaba lentamente, sintiendo cómo su respiración comenzaba a calmarse gracias a las palabras de Caleb.
Había algo reconfortante en su presencia, incluso si a veces podía ser irritante.
Luna observó el intercambio entre los dos con una expresión neutral, aunque había algo en sus ojos verdes que sugería que estaba evaluando cuidadosamente cada palabra y gesto.
— Además — interrumpió Luna por fin — también en ese campo te podemos ayudar — con un sonrojo evidente— Damián y yo vamos unos semestres avanzados, no dejaremos que bajen tus calificaciones tampoco.
—Bueno… —dijo Caleb, enderezándose y estirándose como si acabara de terminar un largo día de trabajo—.
Creo que será interesante ver cómo manejas todo esto, Eliza.
Entrenamiento con Luna al amanecer, entrenamiento conmigo después… y luego tus estudios universitarios.
¿Estás seguro de que no quieres agregar algo más a tu agenda?
Tal vez aprender a tocar el violín o dominar un nuevo idioma… Eliza le lanzó una mirada fulminante, pero no pudo evitar sonreír ligeramente ante su tono burlón.
—Gracias por tu apoyo—respondió ella con sarcasmo.
Caleb se rió entre los dientes antes de terminar su café y dejar la taza sobre la encimera.
—Siempre a tu servicio, princesa —dijo con una inclinación exagerada antes de dirigirse hacia la puerta—.
Nos vemos mañana para nuestro primer entrenamiento.
Y no llegarás tarde… o lo lamentarás.
Con esas palabras, salió de la cocina dejando a Eliza sola con Luna y Margaret.
La tensión entre las dos mujeres volvió a llenarse lentamente mientras se miraban en silencio.
Finalmente, Luna rompió el contacto visual y se levantó de la mesa con movimientos fluidos y elegantes.
—Será mejor que descanses por hoy —dijo ella mientras se dirigía hacia la salida—.
Vas a necesitar toda tu energía para lo que viene.
Eliza observó cómo Luna desaparecía por la puerta antes de soltar un largo suspiro.
No sabía si había tomado la decisión correcta al pedirles ayuda tanto a Luna como a Caleb… pero ya no había vuelta atrás.
Margaret carraspeó desde su rincón antes de acercarse y colocar una mano cálida sobre el hombro de Eliza.
—Eres más fuerte de lo que crees, niña —dijo con un tono maternal que hizo que los ojos de Eliza se llenaran de lágrimas inesperadas—.
Y ellos lo saben… por eso están dispuestos a ayudarte.
Eliza avanzaba lentamente mientras Margaret le daba unas palmaditas en el hombro antes de volver a sus tareas.
Mientras observaba la cocina vacía ahora excepto por Margaret, Eliza sintió una mezcla extraña de miedo y esperanza creciendo dentro de ella.
Mañana sería el comienzo de algo nuevo…
algo peligroso y desconocido.
Pero si quisiera sobrevivir en este mundo lleno de secretos y sombras, tendría que enfrentarlo con Valentina.
Y quizás… solo quizás… encontraría su verdadero lugar en medio del caos.
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