Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 60
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60: Conectando 60: Conectando El sol apenas comenzaba a despuntar en el horizonte, tiñendo el cielo de un tenue color anaranjado, cuando Eliza se dejó caer sobre el frío suelo de piedra del campo de entrenamiento.
Su respiración era irregular y pesada, como si cada inhalación fuera una lucha contra el dolor que recorría su cuerpo.
El sudor le corría por la frente en gruesas gotas, pegando mechones de cabello oscuro a su piel pálida.
Cada músculo de su cuerpo parecía estar en llamas, y sus manos temblaban ligeramente al intentar mantener el cuchillo en posición durante tanto tiempo.
Frente a ella, Luna estaba arrodillada, con la mirada fija en el suelo, su habitual expresión estoica desdibujada por el cansancio.
Era raro verla así, vulnerable, casi humana.
—¿Sigues con vida?
—preguntó Luna entre jadeos, dejando caer su cuchillo al suelo con un tintineo metálico que resonó en el silencio del amanecer.
Su cabello rosa deslavado estaba empapado, y la camiseta negra que llevaba se adhería a su piel como una segunda capa, marcando cada curva de su cuerpo con precisión.
Eliza soltó una risa débil y quebrada, aunque incluso ese pequeño gesto le dolía.
—No estoy segura… Si esto es estar viva, prefiero no imaginar cómo se siente estar muerta.
Luna bufó, pero no pudo evitar una sonrisa fugaz antes de dejarse caer de espaldas sobre la hierba húmeda que bordeaba el campo de entrenamiento.
Por un momento, ambas permanecieron en silencio, dejando que el sonido del viento y el canto lejano de los pájaros llenaran el espacio entre ellas.
Había algo extrañamente reconfortante en ese silencio, como si las horas compartidas de agotador entrenamiento hubieran creado un lazo invisible entre las dos.
—No lo hiciste tan mal hoy —comentó Luna finalmente, girando la cabeza para mirar a Eliza con una media sonrisa que apenas ocultaba su agotamiento—.
Aunque, para ser honesta, pensé que te desmayarías después de la segunda ronda.
Eliza rodó los ojos con exasperación, pero no pudo evitar sentir un pequeño orgullo por el cumplido.
—Gracias por tu confianza infinita —respondió con sarcasmo, aunque su tono carecía de verdadera mordacidad.
Luna soltó una risa breve y grave antes de cerrar los ojos.
Parecía más relajada que de costumbre, menos afilada y distante.
Eliza lo notó de inmediato; había algo diferente en ella esa mañana.
Algo que no podía identificar del todo, pero que estaba ahí, tangible en el aire entre ambas.
—Luna… —comenzó Eliza después de unos minutos de silencio incómodo—.
¿Puedo preguntarte algo?
Luna abrió un ojo perezosamente y la miró con curiosidad.
—Supongo que sí —respondió con indiferencia—.
Pero no prometo responder.
Eliza dudó por un instante, jugando nerviosamente con la hoja del cuchillo que aún sostenía.
Sabía que la pregunta que rondaba su mente era arriesgada, tal vez incluso inapropiada.
Pero la curiosidad era más fuerte que su sentido común.
—¿Cómo fue que… te enamoraste de Damián?
—preguntó finalmente, sintiendo cómo sus mejillas se encendían al instante.
No era una pregunta fácil ni común, pero llevaba días atormentándola desde que había comenzado a conocer más sobre Luna y su pasado.
Luna frunció ligeramente el ceño.
La pregunta la había tomado por sorpresa; eso era evidente.
Por un momento, pareció debatirse entre ignorarla o responderle.
Finalmente, suspiró profundamente y se incorporó, abrazando sus rodillas mientras fijaba la vista en el horizonte teñido de tonos cálidos.
—Damián… —comenzó con voz suave y melancólica— siempre ha sido complicado.
Incluso desde el principio.
Eliza se inclinó hacia adelante casi sin darse cuenta, atrapada por la vulnerabilidad que percibía en Luna, una faceta que rara vez mostraba.
Había algo en su tono que la hacía sonar… rota.
—Cuando lo conocí —continuó Luna con un hilo de voz— yo tenía apenas doce años.
Él ya era un hombre hecho y derecho… casi treinta años tenía entonces.
Fue en una feria local; yo estaba con mis padres.
Recuerdo que me regaló una manzana de caramelo… —Una sonrisa nostálgica y amarga cruzó fugazmente su rostro antes de desvanecerse.
Eliza parpadeó sorprendida y no pudo evitar interrumpirla: —¿Treinta años?
Pero… ¿cuántos años tiene realmente Damián?
Luna soltó una risa seca y sin humor mientras apartaba la mirada hacia las copas de los árboles que se mecían suavemente con la brisa matutina.
—En este mundo —respondió con un suspiro pesado— los hombres lobo dejamos de envejecer entre los dieciocho y los veinte años.
Depende de qué tan fuerte sea tu lobo interior.
Eliza asintió lentamente, procesando esa información.
Era extraño pensar en alguien atrapado en el mismo cuerpo joven durante décadas… o siglos.
—Yo era diferente entonces —continuó Luna tras unos segundos de silencio cargado—.
Más como tú, supongo.
Eliza frunció el ceño con desconcierto.
—¿Como yo?
Luna soltó una risa amarga y sin alegría antes de girar ligeramente la cabeza hacia ella.
Había un destello de tristeza en sus ojos verdes, algo profundo y antiguo que Eliza no podía comprender del todo.
—Era más dulce… más ingenua.
Vestía ropa femenina, colores claros… No era para nada la mujer que soy ahora.
No era esta guerra constante que llevo dentro.
Eliza tragó saliva, sintiendo cómo las palabras de Luna resonaban en algún lugar profundo dentro de ella.
—¿Y qué pasó?
—preguntó finalmente en un susurro casi inaudible.
Luna desvió la mirada hacia el cielo mientras sus labios se curvaban en una sonrisa amarga.
—Él cambió… y yo cambié también.
Creí que si me transformaba en alguien diferente le agradaría más.
Teñí mi cabello, cambié mi forma de vestir… endurecí mi carácter.
Pero nada funcionó.
Simplemente se alejó más.
Eliza sintió un nudo formarse en su garganta al escuchar aquello.
No sabía qué decir; cualquier palabra le parecía insuficiente frente a la confesión cruda y dolorosa de Luna.
—¿Has pensado en volver a ser quien eras antes?
—preguntó finalmente con cautela, temiendo ofenderla.
Luna giró lentamente hacia ella, con una expresión llena de desconcierto e incredulidad.
—¿Volver a ser más… femenina?
—repitió con duda evidente en su voz— No lo había considerado.
Eliza dudó antes de continuar; no quería herirla ni romper el frágil vínculo que parecía haberse formado entre ambas esa mañana.
—Tal vez… —empezó titubeante— tal vez a él le gustaba cómo eras antes de cambiar… La reacción de Luna fue inmediata; arqueó las cejas y dejó escapar una carcajada seca y amarga que hizo eco en el aire frío del amanecer.
—¿Te refieres a que tal vez siempre fui suficiente para él desde el principio?
—preguntó con sarcasmo mordaz antes de sacudir la cabeza lentamente— Eso sería demasiado simple para Damián.
Pero había algo en su mirada que traicionaba sus palabras; una chispa de duda mezclada con esperanza enterrada profundamente bajo capas de cinismo y dolor.
Eliza no respondió; no sabía qué más decir sin empeorar las cosas.
En cambio, ambas se quedaron allí, bajo el cielo que seguía iluminándose lentamente, compartiendo un silencio que decía más que cualquier palabra.
Y aunque ninguna lo admitiría jamás, algo había cambiado entre ellas esa mañana; un pequeño puente construido sobre las grietas de sus almas rotas.
Eliza observó a Luna mientras el silencio se alargaba entre ellas.
La confesión de la mujer lobo había dejado un peso palpable en el aire, un peso que Eliza no sabía cómo disipar.
Sin embargo, algo dentro de ella —tal vez su ingenuidad, tal vez su terquedad— la empujó a decir lo impensable.
—¿Sabes?
—comenzó con voz cautelosa, rompiendo el silencio—.
Creo que necesitas un cambio de escenario.
Algo… diferente.
Luna giró la cabeza hacia ella, arqueando una ceja con incredulidad.
Su expresión parecía decir “¿Qué diablos estás insinuando?” —¿Un cambio de escenario?
—repitió con tono seco, como si las palabras fueran un concepto ajeno para ella.
Eliza tragó saliva y continuó, ignorando la mirada penetrante de Luna que parecía querer desentrañar cada rincón de su mente.
—Sí.
Algo fuera de este lugar.
Fuera del campo de entrenamiento, fuera de… todo esto.
Podríamos ir al centro comercial.
Ya sabes, distraernos un poco.
Tal vez incluso… —hizo una pausa, midiendo sus palabras antes de soltarlas— comprar algo bonito para ti.
Por un momento, Luna no respondió.
Su mirada permaneció fija en Eliza como si estuviera evaluándola, buscando algún rastro de burla o sarcasmo en su propuesta.
Finalmente, soltó una risa breve y amarga que resonó en el aire frío.
—¿Comprar algo bonito para mí?
—repitió con incredulidad—.
¿Qué te hace pensar que eso me interesa?
Eliza se encogió de hombros, tratando de parecer despreocupada, aunque su corazón latía con fuerza.
Sabía que estaba caminando sobre terreno peligroso.
—No lo sé —respondió con sinceridad—.
Pero tal vez te vendría bien intentarlo.
¿Qué tienes que perder?
Luna entrecerró los ojos, como si estuviera considerando la idea.
Había algo en su expresión que sugería que estaba tentada, aunque no lo admitiría fácilmente.
—¿Y cómo planeas llevarme al centro comercial?
—preguntó finalmente, su tono cargado de escepticismo.
Eliza sonrió nerviosamente, sintiendo un pequeño destello de emoción ante la posibilidad de convencerla.
—Podríamos… —hizo una pausa dramática antes de continuar— robar el jeep de Damián.
La reacción de Luna fue inmediata.
Sus ojos verdes se abrieron con sorpresa y luego se entrecerraron en una mezcla de diversión y desafío.
—¿Robar el jeep de Damián?
—repitió lentamente, como si estuviera saboreando las palabras—.
Eso sería… interesante.
Eliza se apresuró a aprovechar el momento antes de que Luna pudiera cambiar de opinión.
—Exacto.
Él no se dará cuenta.
Solo será un par de horas.
Lo devolvemos antes de que note que falta.
Luna dejó escapar una risa baja y grave que hizo que un escalofrío recorriera la columna de Eliza.
Era el tipo de risa que prometía problemas, pero también algo emocionante.
—Eres más valiente de lo que pareces —comentó Luna con una sonrisa ladeada—.
Está bien, Eliza.
Vamos a hacerlo.
Pero si Damián descubre lo que hemos hecho… será tu cabeza la que esté en juego.
Eliza asintió rápidamente, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo.
No estaba segura de si su idea había sido brillante o completamente estúpida, pero ya no había vuelta atrás.
*** El sol había ascendido un poco más cuando ambas se acercaron al garaje donde Damián guardaba su preciado jeep negro mate.
Luna caminaba con paso seguro, como si robar vehículos fuera parte de su rutina diaria, mientras Eliza intentaba contener el temblor en sus manos.
—¿Estás segura de que sabes cómo manejar esto?
—preguntó Eliza en un susurro mientras Luna abría la puerta del conductor con una facilidad alarmante.
Luna le lanzó una mirada divertida antes de subirse al asiento.
—¿Qué clase de mujer lobo sería si no supiera manejar un jeep?
—respondió con sarcasmo mientras encendía el motor.
Eliza se apresuró a ocupar el asiento del copiloto, mirando nerviosamente hacia la entrada del garaje por si alguien aparecía inesperadamente.
El rugido del motor resonó en el espacio cerrado, y Luna sonrió con satisfacción antes de pisar el acelerador.
El jeep salió disparado del garaje y se adentró en el camino serpenteante que conducía fuera del territorio del clan.
Eliza sintió cómo la adrenalina corría por sus venas mientras el viento golpeaba su rostro a través de la ventana abierta.
Había algo liberador en aquella locura improvisada, algo que hacía que los problemas y las tensiones parecieran menos abrumadores por un momento.
—Esto es… increíble —murmuró Eliza mientras miraba a Luna con admiración mal disimulada.
Luna no respondió, pero había una chispa en sus ojos que sugería que tal vez estaba disfrutando más de lo que quería admitir.
*** Cuando llegaron al centro comercial, la tensión que había envuelto a las chicas durante el camino comenzó a desvanecerse lentamente, como un eco lejano que se pierde en el viento.
Sin embargo, la atmósfera entre ellas seguía cargada de una energía que ninguna de las dos podía ignorar.
Luna caminaba un paso detrás de Eliza, su postura rígida y alerta, mientras sus ojos verdes recorrían el lugar con una mirada que parecía buscar amenazas invisibles.
—¿Por dónde empezamos?
—preguntó Eliza, girándose para mirarla con una sonrisa que intentaba ser despreocupada, pero que no lograba ocultar del todo la tensión en sus hombros.
Luna frunció el ceño, su expresión dura como una máscara que se había acostumbrado a usar.
—Esto es tu idea, así que tú decides —respondió con un tono que bordeaba entre la indiferencia y la resignación.
Eliza asintió, sin dejarse amedrentar por la actitud de su amiga.
La guió hacia una tienda de ropa femenina, su entusiasmo intacto.
Luna la siguió con pasos lentos, sus manos metidas en los bolsillos de su chaqueta negra.
Mientras cruzaban la entrada de la tienda, sus ojos se posaron en los maniquíes vestidos con prendas coloridas y femeninas.
Algo en su interior se retorció; una parte de ella recordaba vagamente cómo era ser esa chica despreocupada que solía disfrutar de cosas tan triviales como elegir ropa nueva.
Eliza, por otro lado, parecía estar en su elemento.
Comenzó a recorrer los estantes con una energía contagiosa, seleccionando prendas aquí y allá mientras murmuraba para sí misma.
Luna permaneció cerca de la entrada, cruzando los brazos y observando todo con una expresión distante.
Su presencia parecía casi incongruente en ese lugar lleno de luces cálidas y música suave.
—Prueba esto —dijo Eliza de repente, acercándose a Luna con un vestido en la mano.
Era un diseño sencillo pero elegante, en un tono rosa suave que contrastaba con la dureza de la expresión de Luna.
Los tirantes delicados y el corte fluido parecían hechos para resaltar una feminidad que Luna había enterrado hace mucho tiempo.
Luna miró el vestido como si fuera un objeto extraño, sus labios apretados en una línea delgada.
—No prometo nada —advirtió mientras lo tomaba con cautela y se dirigía al probador.
Eliza esperó ansiosa, tamborileando los dedos sobre un perchero cercano mientras trataba de imaginar cómo se vería Luna con el vestido.
Cuando finalmente salió del probador, Eliza sintió que el aire se le escapaba por un momento.
El vestido abrazaba la figura esbelta y atlética de Luna de una manera que suavizaba los bordes de su apariencia sin comprometer la fuerza innata que emanaba de ella.
Su cabello rosa deslavado parecía menos fuera de lugar bajo la luz cálida del lugar, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad renovada que hacía imposible apartar la mirada.
—Te queda… increíble —dijo Eliza finalmente, sus palabras saliendo casi en un susurro.
Luna arqueó una ceja, desconcertada por la reacción de Eliza.
Se giró hacia el espejo cercano y estudió su reflejo con cuidado.
Por un instante fugaz, su expresión pareció suavizarse y algo parecido a una sonrisa cruzó su rostro antes de desaparecer como una sombra.
—Es extraño —admitió después de unos segundos—, pero no está mal.
Eliza sonrió ampliamente, sintiendo una pequeña victoria personal al ver a Luna aceptar algo tan sencillo pero significativo.
Sin embargo, su plan aún no estaba completo.
Después de recorrer algunas tiendas más y comprar algunas cosas adicionales, Eliza finalmente encontró lo que realmente había estado buscando: una oportunidad para cambiar algo más que el guardarropa de Luna.
Sin decir nada, tomó a Luna del brazo y la arrastró hacia un salón de belleza elegante llamado “Nefertiti”.
Las puertas automáticas se abrieron con un suave zumbido, revelando un interior decorado con mármol blanco y detalles dorados que irradiaban lujo.
—¿Señoritas Eliza y Luna?
—preguntó una recepcionista amable detrás del mostrador.
—Sí —respondió Eliza con confianza.
Luna frunció el ceño al captar la idea casi de inmediato.
—¿Qué estás planeando ahora?
—preguntó, su tono lleno de sospecha.
Eliza le lanzó una mirada traviesa antes de responder.
—Tú déjate consentir.
Antes de que Luna pudiera protestar, fue guiada hacia una silla frente a un espejo enorme.
Una estilista apareció casi al instante, presentándose con una sonrisa cálida antes de comenzar a examinar el cabello deslavado y descuidado de Luna.
Mientras tanto, Eliza fue llevada a otra estación para un tratamiento capilar que prometía realzar los rizos naturales de su cabello rubio.
—Vamos a hacer algo especial contigo —dijo la estilista mientras recogía el cabello de Luna entre sus dedos—.
¿Qué te parece un cambio radical?
Luna parpadeó, sintiéndose extrañamente vulnerable bajo las luces brillantes del salón.
Finalmente asintió, más por resignación que por entusiasmo.
—Haz lo que quieras —murmuró.
La estilista sonrió como si hubiera recibido un regalo inesperado.
Comenzó a trabajar con precisión y cuidado, aplicando productos y cortando mechones con movimientos seguros.
Poco a poco, el cabello rosa deslavado de Luna fue transformándose en un castaño claro vibrante, con reflejos sutiles que capturaban la luz como si fueran hilos dorados.
Un flequillo romántico enmarcó su rostro, suavizando sus rasgos y dándole un aire completamente nuevo.
Mientras tanto, Eliza disfrutaba del proceso relajante de su tratamiento capilar.
Cuando finalmente terminó y se giró hacia Luna, se quedó sin palabras por segunda vez en el día.
Luna se veía… diferente.
No solo físicamente, sino en algo más profundo.
Su nueva apariencia parecía despojarla de las capas de dureza que había acumulado con los años, revelando a alguien más joven, más vulnerable… pero no menos fuerte.
Sus ojos verdes brillaban con una intensidad casi sobrenatural bajo el marco suave de su nuevo flequillo.
—Wow… —murmuró Eliza, incapaz de articular algo más coherente.
Luna se giró hacia el espejo con cautela.
Al principio no reconoció a la mujer que la miraba desde el otro lado.
Pero luego algo en su interior pareció encajar en su lugar.
Una pequeña sonrisa curvó sus labios mientras pasaba los dedos por su cabello recién estilizado.
—Es… mejor de lo que esperaba —admitió en voz baja.
Eliza sonrió ampliamente mientras pagaba por ambos servicios.
Al salir del salón juntas, notaron cómo las miradas se posaban sobre ellas; no solo por sus nuevas apariencias, sino por la energía magnética que parecía emanar de ambas.
Sin embargo, mientras caminaban hacia el estacionamiento en silencio, Luna no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su columna vertebral.
Había algo extraño en esa noche, algo que no podía definir pero que le hacía estar alerta.
Tal vez era solo su instinto… o tal vez era algo más oscuro acechando en las sombras del centro comercial.
Eliza notó el cambio en su postura y frunció el ceño.
—¿Estás bien?
—preguntó en voz baja.
Luna asintió lentamente, aunque sus ojos seguían escaneando el área.
—Sí… solo tengo un mal presentimiento —respondió antes de agregar con una sonrisa seca—.
Pero al menos me veo bien si algo sale mal esta noche.
Mientras conducían de regreso al territorio del clan, Eliza no pudo evitar notar cómo Luna parecía más relajada, menos rígida y distante que antes.
Había algo diferente en ella, algo que no podía explicar pero que era innegable.
—Gracias por esto —dijo Luna finalmente mientras mantenía los ojos en el camino—.
No suelo hacer cosas como estas… pero fue interesante.
Eliza sonrió suavemente antes de responder.
—Gracias por confiar en mí para hacer algo tan loco.
Luna soltó una risa baja y grave antes de mirar brevemente a Eliza con una chispa traviesa en sus ojos verdes.
— No me dejaste otra opción — Dijo con tono juguetón Eliza asintió, sintiendo cómo una conexión invisible se fortalecía entre ambas mientras el jeep avanzaba por el camino serpenteante hacia casa.
Aunque sabía que aún quedaba mucho puente por cruzar, pero también sabía que esto había sido el inicio de una prometedora amistad.
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