Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 61
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61: Ahora soy cupido 61: Ahora soy cupido El rugido del motor del jeep resonó en la lejanía, rompiendo el silencio que se había apoderado del territorio desde que el sol comenzó a ocultarse tras las montañas.
Mi mandíbula se tensó al escuchar el sonido familiar, y mis manos se cerraron en puños mientras caminaba hacia la entrada de la casa principal.
Caleb iba a mi lado, su expresión tan sombría como la mía, aunque sus ojos marrones destellaban con una pizca de diversión mal disimulada.
—Relájate, Damián.
Seguro que tienen una buena excusa —comentó, aunque su tono sugería que no creía ni una palabra de lo que decía.
—¿Una buena excusa?
—gruñí, girándome para fulminarlo con la mirada—.
Se llevaron mi jeep sin permiso, Caleb.
Y no estamos hablando de cualquier par de chicas.
Una es mi hermana, que parece no tener ni un gramo de sentido común, y la otra es Luna.
¿Te olvidas de que hace apenas unos meses juró que mataría a Eliza si volvía a cruzarse en su camino?
Caleb levantó las manos en señal de rendición, pero su sonrisa burlona no desapareció.
—No lo olvidé.
Pero parece que tú sí olvidaste algo importante; ellas regresaron vivas.
Y por lo que veo, el jeep también.
Rodé los ojos y aceleré el paso hacia el garaje.
Mi pecho estaba lleno de una mezcla de ira y preocupación que no lograba disipar.
Desde que descubrí que Eliza era mi hermana —un hecho que aún me resultaba difícil de procesar—, sentí una necesidad casi obsesiva de protegerla.
Pero ella parecía empeñada en desafiarme a cada paso.
Y ahora, para colmo, estaba desarrollando una extraña amistad con Luna, quien la había menospreciado desde que la conoció.
El jeep frenó bruscamente frente a nosotros, levantando una nube de polvo que me hizo entrecerrar los ojos.
La puerta del conductor se abrió, y por un momento pensé que mi vista me estaba jugando una mala pasada.
Una figura femenina cayó con movimientos fluidos y seguros, pero no era la Luna que conocía.
Su cabello castaño claro brillaba bajo la tenue luz del crepúsculo, y el flequillo enmarcaba su rostro con una suavidad que nunca le había asociado.
La ropa femenina y ajustada resaltaba su figura de una manera que me hizo apartar la mirada rápidamente, sintiendo un extraño calor subir por mi cuello.
—¿Quién demonios eres tú?
—Solté antes de poder detenerme.
La mujer alzó una ceja con evidente diversión y cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿De verdad no me reconoces, Damián?
—preguntó con un tono que goteaba sarcasmo.
Entonces lo noté.
Sus ojos verdes, afilados como cuchillas bajo la luz menguante.
Era Luna.
Pero…
diferente.
Algo en ella había cambiado, algo más allá del cabello y la ropa.
Había un aire nuevo en su postura, una mezcla desconcertante de confianza y vulnerabilidad que me desarmó por un instante.
Antes de que pudiera decir algo más, la puerta del copiloto se abrió y Eliza bajó del jeep con una sonrisa nerviosa en el rostro.
Su cabello rubio estaba más brillante y definido, como si también hubiera pasado por algún tipo de transformación.
Pero lo que realmente capturó mi atención fue la expresión en sus ojos una mezcla de desafío y culpa que había comenzado a conocer demasiado bien.
— ¿Qué demonios estaban pensando?
—gruñí, dirigiéndome a ambas mientras daba un paso hacia adelante.
Eliza levantó las manos como si intentara calmarme.
—Damián, no es para tanto.
Solo queríamos distraernos un poco.
Todo está bien, ¿no?
—¿No es para tanto?
—repetí, sintiendo cómo mi control se desmoronaba—.
¿Sabes cuántas cosas podrían haber salido mal?
Y tú… —me giré hacia Luna, señalándola con un dedo acusador—.
¿Qué tipo de juego estás jugando aquí?
Primero amenazas con matar a mi hermana y ahora son mejores amigas que van de compras juntas como si nada.
Luna me miró con una calma inquietante, como si mis palabras no la afectaran en absoluto.
—No tengo tiempo para juegos, Damián —respondió con frialdad—.
Y si te molesta nuestra amistad, ese es tu problema, no el mío.
Estaba a punto de replicar cuando Caleb intervino, colocándose entre nosotros con las manos levantadas.
—Bien, bien, todos cálmense —dijo con un tono conciliador—.
Esto no es el fin del mundo.
Están aquí, están sanos y salvas… y el jeep está intacto.
¿Por qué no dejamos este drama para otro día?
Lo fulminé con la mirada, pero antes de que pudiera responderle, un profundo gruñido resonó detrás de nosotros.
Todos nos giramos al unísono para ver a nuestro padre, caminando hacia nosotros con su habitual puerta imponente.
Su presencia llenó el espacio como una tormenta silenciosa, y por un momento sentí cómo toda mi ira se desvanecía bajo el peso de su mirada.
—¿Qué está pasando aquí?
—preguntó con voz grave mientras sus ojos recorrían a cada uno de nosotros.
Eliza dio un paso adelante, claramente nerviosa pero decidida a hablar.
—Papá… yo… fue mi idea.
Luna solo me acompañó porque yo insistí.
Ronan alzó una ceja ante sus palabras antes de dirigir su mirada hacia Luna.
Por un instante pensé que iba a reprenderla, pero en lugar de eso, simplemente inclinó ligeramente la cabeza en señal de aprobación.
—Me alegra ver que empiezas a encajar mejor en la manada —dijo con un tono sorprendentemente suave antes de volver su atención hacia mí—.
Damián, quiero hablar contigo en privado.
Ahora.
Asentí sin decir nada y lo seguí hacia su despacho mientras Caleb se quedaba atrás para asegurarse de que las chicas no causaran más problemas.
Una vez dentro del despacho, Ronan cerró la puerta y se giró hacia mí con una expresión seria.
—Sé que estás preocupada por Eliza —comenzó—.
Pero necesitas confiar en ella… y en Luna.
Fruncí el ceño ante sus palabras.
— ¿Confiar en Luna?
Papá, ella es…
Ronan levantó una mano para detenerme.
—Sé lo que piensas de ella, Damián.
Pero hay más en Luna de lo que ves una vista simple.
Y si Eliza ha encontrado algo en ella que vale la pena… tal vez deberías considerar hacer lo mismo.
Me quedé en silencio mientras sus palabras calaban hondo en mi mente.
Había algo en Luna últimamente que me desconcertaba profundamente, algo que iba más allá de su apariencia o su actitud.
Y aunque no quería admitirlo, parte de mí sabía que Ronan tenía razón.
Cuando finalmente salí del despacho y regresó al salón principal, encontré a Eliza y Luna sentadas juntas en el sofá, hablando en voz baja mientras Caleb las observaba desde un rincón con una sonrisa divertida.
Por un momento me quedé allí parado, observándolas desde la distancia.
Había algo extraño e inexplicable en esa escena: dos mujeres tan diferentes, que en algún momento se odiaron, ahora compartían secretos.
Y aunque no podía explicarlo ni entenderlo del todo… algo dentro de mí me decía que esa amistad cambiaría nuestras vidas para siempre.
*** El sonido de la madera crepitando en la chimenea llenaba el salón principal con un calor acogedor, pero no podía ignorar la tensión que flotaba en el aire.
Damián estaba parado en el umbral, su presencia tan imponente como siempre.
Me estremecí al verlo allí, con los brazos cruzados y una expresión inescrutable en el rostro.
Pero antes de que pudiera decir algo, Luna se levantó del sofá con una elegancia que parecía casi antinatural.
—Será mejor que me retire —dijo con voz suave, aunque sus ojos verdes lanzaron un destello desafiante hacia Damián.
Tomó sus bolsas de compras del suelo con movimientos calculados, pero no todas.
Yo había escondido un par detrás del sofá, un pequeño truco para obligar a mi hermano a seguirla.
Algo me decía que eran el uno para el otro y aunque en el pasado había tenido pésimos resultados siendo cupido, esta vez tenía una corazón.
Cuando Luna pasó junto a él, lo vi cerrar sus ojos… estaba segura que olía el nuevo perfume de Luna en el aire, una sonrisa se asomo en mis labios, el plan marchaba a la perfección.
Damián frunció el ceño, pero no se movió hasta que ella desapareció por la puerta principal.
Entonces su mirada se posó en mí.
— ¿Qué hiciste?
—preguntó, su tono bajo y cargado de sospecha.
—¿Yo?
—respondí con una sonrisa inocente mientras me encogía de hombros—.
Nada — gore mi vista hacia abajo como buscando algo e hice mi mejor actuación — Oh no, Luna olvido un par de bolsas.
Damián me lanzó una nueva mirada de sospecha, pero fingio que no me escuchaba.
— Damián, ya que has tenido tanta energía para regañarnos, te importaría alcanzar una luna para entregarle sus cosas — Le puse mis mejores ojos de gatito suplicador.
Damián bufó y, tras unos segundos de vacilación, tomo las bolsas que sostenía en mi mano y salió tras Luna.
Lo vi cruzar el umbral con pasos firmes, y una pequeña sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro.
Caleb, que observaba desde su rincón habitual, dejó escapar una carcajada.
—Eres más astuta de lo que aparentas, Eliza —comentó mientras se levantaba y se acercaba a la chimenea.
—Aprendí de los mejores —repliqué, dándole un ligero empujón en el brazo antes de sentarme nuevamente en el sofá.
Fue entonces cuando Margaret entró desde la cocina, cargando una bandeja con cuatro tazas de chocolate caliente y un plato rebosante de galletas recién horneadas.
Su cabello gris estaba recogido en un moño desordenado, y su expresión era una mezcla de irritación y curiosidad.
El golpe que dio al dejar la bandeja sobre la mesa resonó con fuerza, haciendo que Caleb y yo nos enderezáramos instintivamente.
— ¿Dónde están los otros dos?
—preguntó con voz firme, cruzando los brazos mientras nos miraba con ojos inquisitivos—.
Me pasé toda la tarde preparando estas galletas porque pensé que estarían aquí los cuatro.
¿Y ahora resulta que solo ustedes dos tienen tiempo para sentarse?
Caleb y yo intercambiamos una mirada cómplice.
Había algo en su tono que siempre nos hacía sentir como niños atrapados en una travesura, aunque esta vez no habíamos hecho nada malo.
Él se encogió de hombros y yo decidí responder.
—Luna tenía cosas que hacer —dije con tono despreocupado mientras tomaba una taza de chocolate caliente y dejaba que el calor reconfortante se extendiera por mis manos—.
Y Damián… bueno, ya sabes cómo es él.
Siempre ocupado con algo.
Margaret frunció el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de desaprobación y curiosidad.
Se sentó en una silla cercana, cruzando las piernas con un movimiento decidido.
—¿Ocupado?
—repitió con escepticismo, casi como si estuviera probando la palabra en su lengua—.
Más bien parece que está ocupado persiguiendo a esa chica últimamente.
No soy ciega, ¿saben?
He visto cómo la mira cuando cree que nadie está mirando.
Sus palabras hicieron que mi corazón diera un pequeño vuelco.
¿Era tan evidente?
Me esforcé por mantener mi expresión neutral, pero una sonrisa de felicidad se hizo presente en mi rostro.
Caleb, por su parte, soltó una carcajada mientras tomaba una galleta del plato.
—Damián es un caso perdido —dijo entre mordiscos, su voz despreocupada pero cargada de diversión—.
Pero si alguien puede hacerlo entrar en razón, es Luna.
Aunque no sé si eso es algo bueno o malo.
Margaret lo fulminó con la mirada antes de volver su atención hacia mí.
Sus ojos eran como dagas, penetrantes y llenos de preocupación.
—Y tú, jovencita —dijo en un tono que no admitía discusión—, ¿qué estabas pensando al salir sola con Luna?
Sabe perfectamente lo preocupados que están todos por tu seguridad.
Desvié la mirada hacia las llamas danzantes en la chimenea, sintiendo un leve rubor subir por mis mejillas.
Las palabras de Margaret siempre tenían un peso especial; Eran como un recordatorio constante de que mi vida no era tan simple como a veces me gustaría creer.
—Solo quería… distraerme un poco —respondí en voz baja, mi tono casi inaudible—.
No pensé que fuera a causar tanto alboroto.
Margaret suspiro profundamente, su expresión suavizándose mientras se inclinaba hacia adelante y colocaba una mano cálida sobre la mía.
Su toque era reconfortante, pero también llevaba consigo una advertencia silenciosa.
—Entiendo que quieras explorar tu libertad, Eliza —dijo con voz más suave—.
Pero tienes que ser más cuidadosa.
Este mundo no siempre es amable con las chicas jóvenes como tú, y menos si no tienes tu lobo aún.
Asentí lentamente, sintiendo un peso en mi pecho que no podía explicar del todo.
Margaret era como una madre para nosotros y aunque a veces podía ser demasiado entrometida, sabía que sus palabras venían del corazón.
Mientras ella seguía refunfuñando sobre las galletas sobrantes y los caprichos de los jóvenes lobos de la manada, Caleb y yo compartimos una sonrisa cómplice.
Había algo reconfortante en esa escena: el calor del fuego, el aroma dulce de las galletas y el sonido familiar de Margarita regagándonos como si fuéramos niños pequeños.
Sin embargo, mi mente estaba en otra parte.
Mi mente estaba en todas partes y en ningún lugar al mismo tiempo.
Esta tarde había sido reconfortante y era feliz con el nuevo vínculo que estábamos formados Luna y yo; pero los cambios a mi vida estaban llegando demasiado rápido y en lo personal, no me gustan los cambios.
De repente, un destello de unos ojos dorados cruzó mi mente como un relámpago.
Lucian.
Su mirada ardiente parecía recorrer cada rincón de mi piel, dejando un rastro de calor que se asentaba en mi pecho y se extendía hacia lugares más íntimos.
Mi respiración se aceleró sin quererlo, y miré alrededor de la habitación como si pudiera encontrar allí, observándome desde las sombras.
—¿Estás bien?
—La voz de Caleb me sacó bruscamente de mis pensamientos.
Levante la vista para encontrarme con sus ojos marrones llenos de preocupación.
Él extendió una mano pálida hasta mi frente—.
Estas un poco roja, parece que tienes un poco de fiebre.
—Estoy bien —dije casi en un susurro, tratando de recuperar el control sobre mí misma—.
Solo estoy algo cansada.
Margaret interrumpió nuestra breve interacción con su tono autoritario habitual.
— Deberías descansar más, señorita —dijo mientras sacudía la cabeza—.
Has estado entrenando mucho y durmiendo poco.
No puedes seguir así.
La verdad era que cada vez que dormía, soñaba con Lucian.
Algunos sueños eran fugaces y se desvanecían tan pronto como abría los ojos, pero otros… otros eran tan vívidos que me dejaban atrapada en ellos incluso después de despertar.
Eran sueños cargados de intensidad, de deseo y de algo más oscuro que no podía nombrar.
—Estoy bien, en serio —insistí mientras dejaba mi taza de chocolate sobre la mesa y me levantaba demasiado rápido del sofá.
Un mareo repentino me golpeó como una ola implacable; vi estrellas de colores y sentí cómo la oscuridad comenzaba a envolverme.
En cuestión de segundos, Caleb ya me estaba cargando en sus brazos, su expresión llena de determinación mientras me llevaba hacia mi habitación.
—Dije que estoy bien —protesté débilmente mientras intentaba moverme en sus brazos, pero él me sostuvo con firmeza.
—Perdiste el conocimiento unos minutos —dijo con voz grave mientras ajustaba su agarre alrededor de mí—.
No estás bien, necesitas descansar.
Mañana no habrá entrenamiento.
Llegamos a mi habitación, donde él me dejó suavemente sobre la cama.
El calor de su cuerpo aún parecía envolverme mientras me sentaba lentamente en el borde del colchón.
—Necesito seguir entrenando —susurré con los ojos fijos en el suelo.
Mi voz sonaba pequeña incluso para mí misma.
Caleb se arrodillo frente a mí para quedar a mi altura.
Sus ojos marrones buscaron los míos con una intensidad inesperada mientras tomaba mi mentón entre sus dedos y me obligaba a mirarlo.
—Lo harás otro día —dijo con firmeza—.
Pero mañana tienes que terminar el proyecto de ley que te pidieron para tu clase de derecho penal.
Sabia que protestar de nuevo sería inútil, así que no dije nada; Estaba más preocupada de mis sueños, así que cuando finalmente me quedé sola en mi habitación, cerré los ojos e inhalé profundamente.
Pero incluso en la oscuridad detrás de mis párpados cerrados, los ojos dorados de Lucian seguían acechándome como fantasmas ardientes.
Y sabía que no podía escapar de ellos… ni del deseo peligroso que despertaran en mí.
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