Leer Novelas
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
Avanzado
Iniciar sesión Registrarse
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
  • Configuración de usuario
Iniciar sesión Registrarse
Anterior
Siguiente

Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 62

  1. Inicio
  2. Todas las novelas
  3. Emparejada al Alfa Enemigo
  4. Capítulo 62 - 62 Ella desaparecio
Anterior
Siguiente
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo

62: Ella desaparecio 62: Ella desaparecio El aula estaba sumida en un silencio expectante cuando entré.

Las luces fluorescentes iluminaban la mesa, casi en su totalidad por jóvenes lobas y unas cuantas humanas, cuyas risas y susurros se apagaron al sentir mi presencia.

Mi mirada recorrió el salón con una lentitud deliberada, buscando un rostro en particular, una figura que no había podido sacar de mi mente desde que había aparecido en mi vida, Pero no estaba.

Eliza no estaba.

Mis manos se cerraron en puños a mis costados mientras avanzaba hacia el podio al frente del salón.

Mi control, siempre tan sólido, parecía tambalearse al borde del abismo cada vez que pensaba en ella.

¿Dónde estaba?

¿Por qué no había venido?

La última vez que la vi, su fragancia aún colgaba en el aire como un eco persistente, y ahora, su ausencia era como un vacío insoportable que me devoraba desde dentro.

Comencé a preparar los papeles para la clase, aunque mi mente no podía dejar de pensar en sus labios y esos hermosos pozos azules en los que deseaba ahogarme.

Las voces de las estudiantes se reanudaron, pero sus palabras eran un ruido lejano, insignificante.

Varias de ellas intentaban llamar mi atención, sus risas coquetas y miradas insinuantes eran evidentes incluso sin levantar la vista.

Pero ninguna de ellas me interesaba.

Solo Eliza.

Desde que Damián se la había llevado al castillo de Sangre de Hierro, no había logrado alcanzarla.

Las sombras, mi refugio y mi arma más poderosa, habían sido inútiles contra las barreras mágicas y la seguridad reforzada del lugar.

Y ahora, con cada día que pasaba, el temor de que Damián la marcara como suya crecía como una bestia rabiosa dentro de mí.

Lo único que habia logrado con el vinculo de compañeros, era visitarla en sus sueños, de una manera un poco tenue, casi inexistente.

—Profesor Lucian —llamó una voz tímida desde la enorme mesa.

Levanté la vista lentamente, mis ojos dorados encontrándose con los de una joven loba que se encogió ligeramente bajo mi mirada.

No era su culpa, lo sabía, pero no podía evitar que mi irritación se filtrara en mi tono.

—¿Qué sucede?

—pregunté con voz baja pero cortante.

—Solo quería saber si hoy hablaremos sobre la profecía de la Loba Dorada… —dijo, su voz temblando ligeramente.

La mención de la profecía hizo que mis pensamientos se desviaran momentáneamente.

Maximus había hablado de ello hace algunos días, y aunque su tono había sido neutral, no podía evitar preguntarme por qué esta profecía había estado oculta.

Había muchos secretos en el aire y el estaba dispuesto a descubrirlos.

—Sí —respondí finalmente, mi voz más controlada esta vez—.

Hoy discutiremos los mitos relacionados con la Loba Dorada y su impacto en las alianzas entre manadas.

La clase comenzó, pero mi mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.

Cada palabra que pronunciaba era automática, una repetición mecánica de conocimientos que había impartido innumerables veces antes.

Mi atención seguía dividida entre el aula y la ausencia de Eliza.

Cuando finalmente termino la clase, las estudiantes comenzaron a recoger sus cosas y salir del salón.

Algunas se detuvieron para intentar entablar conversación conmigo, pero las despaché con respuestas breves y frías.

No tenía tiempo para sus juegos infantiles.

Cuando la última estudiante salió del aula, me quedé solo.

El silencio era opresivo, pero lo prefería al ruido constante de pensamientos ajenos.

Cerré los ojos y me concentré en las sombras que siempre me rodeaban, buscando cualquier indicio de su presencia.

Pero no había nada.

Ni un rastro.

Un gruñido bajo escapó de mi garganta mientras me levantaba de mi silla y comenzaba a caminar por el aula vacío.

Mi paciencia estaba al límite.

Sabía que Damián estaba cerca de marcarla, sabía que cada segundo que pasaba era un paso más hacia perderla para siempre.

Y lo peor de todo era que no podía hacer nada al respecto sin arriesgarlo todo.

El aula permanecía en un inquietante silencio, roto solo por el eco de mis pasos mientras caminaba en círculos, como un depredador atrapado en una jaula invisible.

Mi mente seguía atrapada en el mismo torbellino que me había consumido desde el momento en que supe que Damián se había llevado a Eliza al castillo de Sangre de Hierro.

El simple pensamiento de ella, tan cerca de él, tan vulnerable… Me hacía hervir la sangre.

—Patético —la voz grave y burlona de Luca resonó en mi mente, su tono impregnado de sarcasmo.

Me detuve en seco, cerrando los ojos con fuerza mientras intentaba ignorarlo.

Pero él no se callaría.

Mi lobo nunca lo hacía.

—¿Qué quieres, Luca?

—gruñí entre dientes, dejando que mi frustración se desbordara.

—¿Qué quiero?

—repitió con una risa oscura que resonó como un eco en mi cabeza— Quiero saber hasta cuándo seguirás fingiendo que puedes resistirte a ella.

Es… divertido, casi trágico, ver cómo te consumes por dentro mientras intentas mantener ese absurdo control.

Mis manos se cerraron en puños, las uñas clavándose en mis palmas.

—No es tan simple —respondí con voz tensa.

—¿No es tan simple?

—Luca soltó un gruñido bajo, mezcla de burla y exasperación—.

Por favor, Lucian.

No me vengas con excusas.

Sabes tan bien como yo que ella es nuestra.

Tuya.

Mía.

De nosotros.

Pero aquí estás, jugando a ser unos machos, mientras otro hombre tiene las manos sobre lo que debería ser nuestro territorio.

El veneno en sus palabras era innegable, pero lo peor era que tenían algo de verdad.

Cada fibra de mi ser gritaba que Eliza me pertenecía, que debía estar a mi lado, no en las garras de Damián.

Pero… —Es humana —espeté, intentando mantener la compostura—.

No puede ser mi compañera.

No puede sobrevivir a este mundo.

¿Y si la marco y la destruyo?

¿Y si no puede soportar lo que significa estar conmigo?

Luca rió de nuevo, esta vez con una crueldad palpable.

—¿De verdad te escuchas?

¿Destruirla?

¿O destruirte a ti mismo porque no puedes aceptar lo que sientes?

Dices que no puede sobrevivir a este mundo, pero dime… ¿cómo estás sobreviviendo tú sin ella?

Porque desde donde estoy, parece que te estás desmoronando más rápido de lo que ella jamás podría hacerlo.

Mis dientes se apretaron con fuerza mientras intentaba bloquearlo, pero Luca no se detenía.

—Y luego está Damián… —continuó, su tono volviéndose más burlón—.

Ah, sí, Damián.

Al menos él tiene el valor de reclamar lo que quiere.

No anda por ahí lloriqueando sobre lo complicado que es todo o escondiéndose detrás de excusas ridículas.

Él actúa.

Y tú… tú no haces nada más que observar cómo te la arrebata.

El nombre de Damián fue como un disparo directo a mi pecho, despertando una furia que ni siquiera sabía que podía sentir.

—¡Cállate!

—rugí, mi voz resonando en el aula vacío.

—¿Por qué debería callarme?

—replicó Luca con un gruñido bajo—.

Sabes que tengo razón.

Sabes que cada segundo que pasa, él está más cerca de marcarla, de hacerla suya para siempre.

¿Y tú qué haces?

Nada.

Ni siquiera puedes mirarte al espejo sin pensar en ella.

Pero claro… sigue diciéndote a ti mismo que puedes rechazarla.

Sigue pretendiendo que eres más fuerte que esto.

Mi respiración era pesada, mis hombros tensos mientras luchaba contra la tormenta interna que Luca estaba desatando dentro de mí.

—No puedo arriesgarlo todo —murmuré finalmente, mi voz apenas un susurro—.

Si hago algo imprudente… podría poner a la manada en peligro y eso jamás me lo perdonaría.

— La manada — Luca gruñó con desdén — Como si a ellos les importaras tu o tu felicidad.

El solo pensamiento me hizo tambalearme, como si Luca hubiera arrancado el aire de mis pulmones con sus palabras.

Salió del aula con pasos firmes, el eco de sus botas resonando en los pasillos vacíos.

Había logrado acallar a Luca, pero la voz de su lobo seguía rondando en su mente como un espectro burlón.

Estaba cansado.

Cansado de luchar contra sí mismo, de contener el instinto que lo empujaba a reclamar lo que era suyo por derecho.

Pero no podía permitirse un error, no ahora, no cuando todo estaba tan al borde del colapso.

El aire frío de la noche lo recibió al salir del edificio.

Inspiró profundamente, intentando calmar la tormenta que rugía en su interior.

Sin embargo, su tranquilidad duró poco.

Un par de estudiantes pasaron corriendo junto a él, sus risas y murmullos llevados por el viento.

Fue imposible no captar parte de su conversación.

—¿Escuchaste?

Eliza y Luna estuvieron juntas en el centro comercial esta tarde.

—La voz aguda de una de las chicas llegó hasta sus oídos.

—¡Sí!

No puedo creerlo.

¿Qué estará tramando Luna?

—respondió la otra, con un tono que destilaba curiosidad — todos sabemos Luna odia a Eliza por robarle a Damián.

Lucian se detuvo en seco.

Su mandíbula se tensó al escuchar el nombre de Eliza junto al de Luna.

¿Qué demonios estaba pasando?

Luna no era alguien con quien cualquiera se relacionará sin un propósito oculto.

Era astuta, manipuladora y siempre tenía un plan.

¿Por qué estaba con Eliza?

¿Cuál era el plan de la manada Sangre de Hierro?

Un gruñido bajo escapó de su garganta mientras continuaba hacia el estacionamiento.

Su mente estaba llena de preguntas, pero todas llevaban a una sola conclusión esto no era una coincidencia.

Algo estaba ocurriendo, algo que lo dejaba completamente fuera de control.

Y eso lo enfurecía.

Subió a su auto y encendió el motor, pero no arrancó de inmediato.

Sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

Cerró los ojos e intentó calmarse, pero la imagen de Eliza y Luna juntas seguía atormentándolo.

¿Qué estaba haciendo ella?

¿Por qué se acercaba a alguien como Luna?

¿Acaso… acaso estaba buscando una forma de alejarse más de él?

El pensamiento lo llenó de una ira abrasadora, pero también de algo peor; miedo.

Miedo a perderla definitivamente.

Miedo a que Damián estuviera usando a Luna para manipularla, para que se quedara con el.

Era un maldito retorcido.

—Esto no puede seguir así —murmuró para sí mismo, su voz baja pero cargada de determinación.

Luca resurgió en su mente, esta vez con un tono más serio, casi amenazante.

—¿Vas a seguir permitiendo esto?

—preguntó su lobo, su voz un gruñido bajo—.

¿Vas a dejar que ellos jueguen con ella mientras tú te quedas aquí, haciendo nada?

Lucian no respondió.

No tenía palabras para contradecirlo porque sabía que Luca tenía razón.

Cada segundo que pasaba era una oportunidad perdida, un paso más hacia perderla para siempre.

Finalmente, arrancó el auto y salió del estacionamiento con un rugido del motor que reflejaba la furia que llevaba dentro.

No regresaría al castillo todavía.

No podía encerrarse entre esas paredes sabiendo que algo estaba ocurriendo con Eliza y que él no estaba haciendo nada para detenerlo.

Condujo sin rumbo fijo durante varios minutos, sus pensamientos girando en círculos como un tornado imparable.

La imagen de Damián se formó en su mente, y el odio que sentía por él creció hasta convertirse en algo casi tangible.

Lo mataría.

En cuanto tuviera la oportunidad, lo mataría sin dudarlo.

Pero primero… primero debía asegurarse de que Eliza estuviera a salvo.

Detuvo el auto abruptamente al llegar a un mirador desde donde podía ver toda la ciudad iluminada bajo la noche estrellada.

Bajó del vehículo y se apoyó contra el capó, dejando que el frío viento le despejara un poco la cabeza.

Su mirada dorada brillaba con una intensidad peligrosa mientras contemplaba las luces parpadeantes en la distancia.

—Eliza… —susurró su nombre como una plegaria y una maldición al mismo tiempo.

No podía seguir ignorando lo que sentía por ella.

No podía seguir fingiendo que era capaz de resistirse a su llamado.

Pero tampoco podía arriesgarse a destruirla con su mundo lleno de sombras y sangre.

El dilema lo desgarraba por dentro, pero una cosa era clara, no permitiría que Damián ganara esta batalla.

No importaba lo que tuviera que hacer, no importaban las consecuencias.

Eliza era suya, y lucharía con uñas y colmillos para protegerla… incluso si eso significaba enfrentarse al infierno mismo.

Con esa resolución ardiente en su pecho, volvió al auto y volvió a su manada; el baile de Luna carmesí sería el indicado para dar la estocada inicial; aunque realmente, desde hace varias semanas han estado atacando a la manada Sangre de Hierro.

Sin embargo, a Damián lo mataría el mismo

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

Anterior
Siguiente
  • Inicio
  • Acerca de
  • Contacto
  • Política de privacidad

© 2025 LeerNovelas. Todos los derechos reservados

Iniciar sesión

¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

Registrarse

Regístrate en este sitio.

Iniciar sesión | ¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

¿Perdiste tu contraseña?

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Recibirás un enlace para crear una nueva contraseña por correo electrónico.

← Volver aLeer Novelas

Reportar capítulo