Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 64
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- Capítulo 64 - 64 Cuero Negro Lucian
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64: Cuero Negro (Lucian) 64: Cuero Negro (Lucian) Lucian caminaba con pasos pesados por los senderos empedrados de la facultad de derecho.
Los árboles que bordeaban el camino parecían inclinarse bajo el peso de las nubes grises que cubrían el cielo.
Su mal humor era palpable, irradiando una energía que mantenía a los estudiantes y profesores a una distancia prudente.
No era solo la frustración de no haber logrado infiltrar a nadie en la manada Sangre de Hierro en semanas, sino el veneno que corría por sus venas al pensar en Eliza.
—¿Por qué te torturas con esto, Lucian?
—La voz gutural del lobo resonó en su mente, grave y cargada de reproche— de todas formas, la vas a rechazar Lucian cerró los ojos por un momento, deteniéndose un momento, iba camino a rectoría, era la segunda clase que Eliza faltaba y no podía evitar preguntarse que estaba pasando.
Entro al edificio y como de costumbre todas las miradas fueron dirigidas a el, sabia que parte era su gran altura, media casi dos metros, pasaba horas en el gimnasio y eso se notaba.
Llego a la oficina del rector, el ya sabía que no estaba, puesto que no escucha sus latidos dentro de la oficina y tampoco podía sentir el fuerte olor a tabaco que lo caracterizaba.
— Hola — Dijo una señora como de unos 60 años, vestía un vestido verde lizo en conjunto con un suéter del mismo color y de botones blanco abrochado hasta el cuello, unos anteojos horribles, sostenidos por dos correas de cada lado.
— Buenas tardes Fina — saco unas hojas de su portafolio — tengo una estudiante la señorita Hawthorne… — antes que el pudiera continuar, la secretaria lo corto.
— Eliza Hawthorne, claro — se dio la vuelta junto con la silla y rebusco en el archivero del fondo — la semana pasada nos llegó una nota de su médico — dijo mientras regresaba a su lugar frente al escritorio — Tiene permiso de un mes para faltar a clases.
— Me confirma el nombre del médico por favor — Lucian ya lo sospechaba, que necesitaba provocarlo.
— El Doctor Ronan Blackwood — Dijo mientras hacia una anotación y la pegaba en la computadora frente a ella — Estoy por notificar a todos los maestros, tengo un poco de retraso en las notificaciones.
Se despidió de la secretaría y salió del edificio de rectoría con paso lento y sintiéndose cada vez más confundido.
— Tus planes no saldrán como quieres —luca dejó escapar un gruñido bajo, una mezcla de burla y frustración.
—No comiences con lo mismo.
— Tu plan apesta — gruño nuevamente — además es posible que para esta hora, Damián ya haya marcado a tu compañera, todo por tu indecisión.
Lucian sintió un escalofrío recorrerle la columna al escuchar esas palabras.
La idea de Damián marcándola, reclamándola como suya, era un veneno que corría por sus venas.
Su mandíbula se tensó mientras apretaba los dientes.
— Cállate — de un momento a otro ambos callaron.
Punto de vista: Lucian El aroma llegó antes que ella.
Dulce, tentador, como un veneno que se desliza suave por las venas hasta reclamar cada fibra de tu ser.
Eliza.
Habían pasado dos semanas desde la última vez que la vi, sabía que había pasado ahí todo este tiempo; ahora, aunque su aroma no dejaba de ser potente, tenía un leve aroma la manada Sangre de Hierro; era como si Damián se quisiera burlar de mí, la había reclamado y eso me enfurecía.
—Ese maldito el marco —rigió Luca en mi mente.
Las ganas de degollar a Damián no tardaron, ese maldito pagaría lo que hizo.
La vi llegar, no había rastro de la niña adorable e inocente que conocí hace algunos meses, que había tenido en mis brazos, derritiéndose y gimiendo en mi boca.
En su lugar, estaba esta mujer, una guerrera envuelta en cuero negro, con botas de combate que resonaban sobre el suelo como un tambor de guerra.
Su cabello recogido en una coleta alta dejaba al descubierto su rostro, más afilado ahora, más decidido.
Sus ojos, antes llenos de curiosidad y dulzura, parecían fríos, calculadoras.
Pero lo peor, o tal vez lo mejor, era cómo su cuerpo se movía.
Estaciono la motocicleta y por dios, ese trasero se veía increíble, estaba tentándome; la vi desaparecer en el interior del edificio y espere el tiempo oportuno para aparecer en su habitación, como tantas veces lo habita hecho antes para medirme en sus sueños.
Las sombras me llevaron allí en un parpadeo, envolviéndome como un manto mientras esperaba en silencio.
La escuché llegar, sus pasos firmes resonando en el pasillo antes de que abra la puerta y entrara sin notar mi presencia al principio.
La vi cerrar la puerta detrás de ella y dejar caer su mochila sobre la cama.
Su expresión era un torbellino de emociones confusión, cansancio… y algo más que no pude identificar.
Pero lo que más me llamó la atención la fue cómo su cuerpo parecía irradiar una energía nueva, salvaje y peligrosa.
— ¿Qué demonios te ha pasado?
—mi voz rompió el silencio como un trueno.
Eliza giró bruscamente hacia mí, sus ojos azules se abrieron como dos lunas llenas, sorprendida por mi presencia.
Por un instante, pensé que gritaría, pero en lugar de eso, su expresión se aguantó, transformándose en un desafío que me hizo apretar los dientes.
—¿Luciano?
¿Qué haces aquí?
—preguntó, su tono firme, aunque pude notar el leve temblor en su voz.
Di un paso hacia ella, las sombras siguiéndome como un eco oscuro.
No podía contenerme.
Necesitaba respuestas, y las necesitaba ahora.
—Eso debería preguntártelo yo a ti —dije con dureza—.
Hace dos semanas eras… diferente.
Ahora pareces alguien más.
¿Qué te hicieron?
Ella entrecerró los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho, una barrera frágil pero desafiante.
Su postura me irritó tanto como me intrigó.
Parecía querer protegerse de mí, pero también había algo en su mirada que pedía que la desafiara.
—No es asunto tuyo —respondió con frialdad—.
Mi vida no te incumbe.
Su tono fue como una bofetada, pero también subió algo dentro de mí, algo oscuro y primitivo que siempre había intentado mantener bajo control cuando estaba cerca de ella.
Di otro paso hacia adelante, acortando la distancia entre nosotros hasta que pude ver el leve temblor en sus manos a pesar de su fachada valiente.
—¿No es asunto mío?
—gruñí—.
¿Crees que no puedo olerlo en ti?
Estás cambiada, Eliza.
Y quiero saber por qué.
Ella retrocedió un paso instintivamente, pero su espalda chocó contra la pared.
Estaba atrapada entre el frío concreto y mi presencia imponente.
Sus ojos buscaron los míos con una mezcla de desafío y algo más… algo que parecía miedo, pero también curiosidad y deseo contenido; sabia que me deseaba, el vínculo no podía mentirme.
—No tienes derecho a exigirme nada — Espeto de pronto — No eres mi dueño.
Su acusación fue un golpe directo a mi control, pero no dejó que eso se reflejara en mi rostro.
En lugar de eso, incliné mi cabeza hacia ella, dejando que las sombras a mi alrededor se arremolinaran como una extensión de mi voluntad.
Bajé la voz hasta convertirla en un susurro cargado de peligro.
—Eres mía, Eliza.
Siempre lo ha sido.
Mi confesión salió como un rugido contenido, y antes de que pudiera detenerme, acerqué mis labios a su oído.
Mi aliento cálido acarició su piel mientras mis dientes rozaban suavemente el lóbulo de su oreja.
La escuché gemir, un sonido bajo y quebrado que encendió algo salvaje dentro de mí.
Ese sonido era mi perdición.
Me aparte lo justo para mirarla a los ojos.
Esos pozos azules que tanto amaba estaban ahora dilatados, llenos de emociones encontradas.
Sus labios se separaron ligeramente, como si estuviera a punto de replicar algo mordaz, pero en lugar de eso, dejó escapar un suspiro tembloroso y apartó la mirada.
—No entenderías lo que he pasado —murmuró finalmente—.
Mi vida ya no es la misma… Yo ya no soy la misma.
—Entonces explícame —respondí con voz baja pero cargada de intensidad—.
Déjame entenderte… porque esta nueva versión tuya me está volviendo loco, Eliza.
Y no sé cuánto tiempo más podré resistirlo.
Su respiración se aceleró ante mis palabras, pero no hizo ningún intento por apartarse cuando levantó una mano y dejó que mis dedos trazaran un camino lento desde su mejilla hasta su mandíbula.
Su piel ardía bajo mi toque, y yo estaba perdido en ese fuego que parecía consumirla desde dentro.
—Lucian… —susurró mi nombre como una súplica desgarradora—.
Por favor, vete.
Vete.
Esa palabra me tocó como un balde de agua fría.
¿Cómo podía pedirme eso?
¿Después de todo lo que había entre nosotros?
Fruncí el ceño y negué con la cabeza lentamente.
—Creo que estás equivocada…
caperucita —murmuré con una sonrisa oscura mientras mis manos se posaban firmemente en su cintura.
Antes de que pudiera protestar, la levanté con facilidad y la acorralé aún más contra la pared.
Sus piernas se enrollaron instintivamente alrededor de mi cintura mientras sus manos se aferraban a mi cabello como si temiera soltarse y caer en el vacío.
Su gemido fue mi perdición.
Sentí cómo la sangre hervía en mis venas mientras mis labios encontraban los suyos en un beso hambriento y desesperado.
No había espacio para la delicadeza; Esto era puro instinto, pura necesidad.
Mis manos recorrieron su cuerpo con urgencia, arrancando el tejido que nos separaba sin ningún cuidado.
Eliza se arqueó hacia mí cuando mis labios encontraron el camino hacia su cuello y luego más abajo, hasta uno de sus pechos.
Su respuesta fue inmediata, su cuerpo vibrando contra el mío mientras yo luchaba por mantener el control sobre algo que ya estaba perdido.
Pero entonces, un sonido rompió nuestra burbuja: golpes insistentes en la puerta.
—¡Sé que estás ahí, Eliza!
—La voz aguda de alguien al otro lado nos hizo congelarnos—.
¡No me iré hasta que abras!
Eliza reaccionó primero, empujándome suavemente mientras trataba de recuperar el aliento.
—Un momento —gritó hacia la puerta mientras me lanzaba una mirada desesperada—.
Estoy…vistiéndome.
A regañadientes, solté su cuerpo y retrocedí unos pasos, dejando que las sombras me envolvieran una vez más.
Desde mi rincón oscuro, observé cómo se apresuraba a arreglarse mientras intentaba calmar su respiración agitada.
Su amiga seguía llamando desde el otro lado de la puerta, impaciente e irritante.
No podía quedarme más tiempo allí sin arriesgarme a ser descubierto.
Pero mientras me deslizaba hacia las sombras para desaparecer por completo, una cosa quedó clara: no iba a dejarla ir tan fácilmente.
Eliza podía intentar alejarme todo lo que quisiera, pero yo sabía la verdad.
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