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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 66

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  4. Capítulo 66 - 66 No me quita la mirada de encima
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66: No me quita la mirada de encima 66: No me quita la mirada de encima La noche se cernía como un manto de terciopelo negro sobre el castillo, envolviéndolo todo en un aire de misterio y expectación.

Eliza, con el corazón latiendo a un ritmo frenético, ajustó el broche plateado que adornaba el delicado vestido negro que Luna había insistido en que usara.

Frente al espejo, observó su reflejo, incapaz de reconocer a la joven tímida y apocada que había sido meses atrás.

Sus ojos azules brillaban con una intensidad nueva, una mezcla de determinación y miedo.

Sabía que esta noche sería crucial, una prueba más en el tortuoso camino hacia el destino que parecía aguardarla con los brazos abiertos… o con colmillos afilados.

Al entrar al salón principal, el murmullo de las conversaciones se apagó como si alguien hubiera cortado el hilo de una melodía.

Todas las miradas se volvieron hacia ella, algunas llenas de curiosidad, Pero ninguna mirada la atravesó tan profundamente como la de Lucian.

Estaba allí, apoyado contra la chimenea, con una copa de champagne en la mano y esa sonrisa que era a la vez un desafío y una advertencia.

Sus ojos dorados parecían perforarla, desnudándola de todas sus defensas.

Era peligroso, lo sabía, pero había algo en él que la hacía arder por dentro, una llama que no podía controlar ni apagar.

Eliza tragó saliva y avanzó con pasos inseguros.

Ronan, se encontraba en plena conversación con Lucian.

Su presencia era como un faro en medio de la tormenta; su porte majestuoso irradiaba autoridad y respeto.

Cuando Ronan le extendió la mano para indicarle que se acercara, una parte de ella quiso correr hacia él en busca de refugio.

Pero otra parte, más oscura y visceral, quería quedarse donde estaba, lo mas alejada de Lucian Antes de que pudiera decidirse, sintió la calidez de la mano de Damián tomando la suya.

Él había notado su nerviosismo y se apresuró a guiarla hacia Ronan.

Sin embargo, este gesto no pasó desapercibido para Lucian.

La sonrisa desapareció de sus labios, reemplazada por una expresión fría y peligrosa.

Sus ojos se estrecharon, y Eliza sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Lucian —la voz profunda de Ronan resonó en el salón como un trueno—, quisiera presentarte a Eliza.

Eliza respiró hondo y soltó la mano de Damián antes de hacer una reverencia torpe pero respetuosa.

Los ojos de Lucian se clavaron en los suyos como si intentaran descifrar cada uno de sus secretos.

—Mi hija —añadió Ronan con firmeza.

El silencio que siguió fue tan denso que parecía absorber todo el aire del salón.

Lucian palideció visiblemente, sus ojos se abrieron desmesuradamente mientras procesaba las palabras de Ronan.

¿Hija?

¿Cómo era posible?

Sabía que ella había pasado la noche con Damián más de una vez ¿y ahora descubría que ella no era simplemente una invitada más del clan?

¿Habían estado jugando con él?

—¿Tu hija?

—murmuró Lucian, su voz cargada de incredulidad y desafío.

Dio un paso hacia Ronan, ignorando por completo las miradas que se posaban sobre él—.

¿Esto es algún tipo de broma?

Eliza sintió cómo sus mejillas ardían de vergüenza.

Quería desaparecer, hundirse en el suelo y escapar de las miradas inquisitivas y las tensiones crecientes que llenaban el salón.

Había estado esperando que su pequeña y breve relación con Damián no saliera la luz tan pronto.

— Para nada — Ronan con su típico tono serio y ceremonial — será presentada en el baile de Luna carmesí, al igual que el resto de los jóvenes lobos de esta manada.

Lucian dio un paso adelante entonces, rompiendo el tenso momento con su presencia arrolladora.

Su mirada asesina estaba fija en Damián, como si estuviera evaluando si valía la pena arrancarle la garganta allí mismo.

—Creo que ya nos conocemos — con una sonrisa maliciosa— es mi estudiante en la facultad.

Dijo mientras tomaba la mano de la chica y la besaba, sus ojos dorados tomaron un nuevo tono frio y llenos de odio; Eliza sintió de todo cuando el tomo su mano y la besos, un torbellino de emociones, su piel reaccionaba con su suave tanco su besos había logrado calentarla de una manera inexplicable y sus mejillas se habían sonrojado.

Se podía sentir que el aire se volvía más pesado con cada segundo que pasaba.

La tensión en el salón era palpable, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.

Los ojos de Lucian seguían fijos en los suyos, cargados de emociones contradictorias; ira, decepción y algo más profundo que no podía descifrar.

Su toque aún ardía en su mano, y aunque quería apartarse, algo dentro de ella la mantenía anclada en ese momento.

Damián, que hasta ahora había permanecido en un tenso silencio, dio un paso al frente, interponiéndose entre Lucian y Eliza.

Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos oscuros ardían con una furia contenida.

—Eso es suficiente —dijo Damián con un tono que era a la vez protector y desafiante.

Sus palabras rompieron el silencio como un cristal haciéndose añicos—.

No creo que sea apropiado que te tomes tantas libertades con mi hermana.

Lucian arqueó una ceja, su sonrisa maliciosa regresando como si disfrutara del desafío.

Dio un paso hacia Damián, acortando la distancia entre ambos.

La diferencia de alturas no parecía intimidarlo en absoluto.

— Eso deberías recordar, tu hermana—repitió con un tono burlón, enmarcando la palabra— No olvides que soy un Alfa.

La tensión entre ellos era casi insoportable.

Eliza quiso intervenir, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.

No sabía qué decir ni cómo detener lo que estaba sucediendo.

—Damián —la voz de Ronan resonó con autoridad, cortando la conversación como un cuchillo—.

Basta.

Su expresión era severa, y sus ojos grises brillaban con una intensidad que no dejaba lugar a discusiones.

—No es tu lugar interferir de esta manera —continuó Ronan, dirigiéndose a Damián con un tono que era más reprimenda que consejo—.

Eliza no necesita que hables por ella.

Es capaz de defenderse sola.

Damián apretó los puños, claramente frustrado, pero bajó la mirada en señal de respeto hacia nuestro padre.

Sin embargo, su postura seguía tensa, como un lobo listo para atacar al menor movimiento en falso.

— Una disculpa Alfa Lucian —murmuró Damián con los dientes apretados.

Lucian sonrió con Malia e hizo un gesto con la mano para dejar pasar el tema; mientras ella sintió cómo el calor subía a sus mejillas una vez más.

No quería ser el centro de esta disputa ni causar problemas entre ellos.

Pero antes de que pudiera decir algo, Lucian habló de nuevo, su tono cargado de sarcasmo.

—Es conmovedor ver cuánto te preocupas por ella, Damián —dijo con una sonrisa fría—.

Pero quizás deberías preocuparte mas por encontrar a tu compañera y dejar a tu hermana vivir su vida.

El comentario hizo que Damián diera un paso hacia él, pero Ronan levantó una mano, deteniéndolo en seco.

La autoridad del alfa era inquebrantable, y nadie se atrevía a desobedecerlo.

Fue entonces cuando Margarita entró al salón, rompiendo la tensión como si hubiera abierto una ventana para dejar entrar aire fresco.

Su presencia era cálida y tranquilizadora, como un bálsamo para las heridas invisibles que se estaban infligiendo en ese momento.

—Señores —dijo Margarita con una sonrisa amable pero firme—, creo que es hora de pasar al comedor.

La cena está servida.

Ronan asintió y extendió un brazo hacia Eliza para guiarla hacia el comedor.

Ella aceptó su gesto con gratitud, sintiendo cómo su presencia la envolvía como un escudo protector.

Damián y Lucian intercambiaron una última mirada cargada de odio y resentimiento, antes de seguirlos al comedor.

Mientras caminaban, Eliza no pudo evitar notar cómo Lucian se mantenía cerca de ella, su presencia era como una sombra oscura y envolvente que despertaba todos sus sentidos.

La cena prometía ser larga e incómoda.

Y mientras tomaba asiento junto a Ronan, Eliza no podía evitar preguntarse qué más revelaciones le aguardaban esa noche… y cuánto más podría soportar antes de romperse por completo.

Sentado al otro extremo de la mesa junto a Ronan, su presencia tan imponente como siempre.

Sus ojos dorados se encontraron con los de Eliza por un breve instante antes de que él desviara la mirada con una sonrisa apenas perceptible.

Había algo en esa sonrisa que le hizo estremecerse; una mezcla de desafío y algo más profundo… algo peligroso.

Eliza tomó asiento junto a Luna, quien le lanzó una mirada cómplice antes de susurrarle al oído.

—Mantén la cabeza alta y no muestres miedo.

Recuerda quién eres.

Ella asintió discretamente y mantuvo la postura todo el tiempo.

La cena había sido un campo de batalla disfrazado de cortesía.

Las palabras entre los comensales eran flechas envenenadas, cargadas de subtextos y rivalidades que apenas podían contenerse detrás de las sonrisas forzadas.

Pero para Eliza, lo más perturbador no fueron las tensas conversaciones ni los susurros velados, sino la constante sensación de ser observada.

Los ojos de Lucian, dorados como el fuego, no se apartaron de ella en ningún momento, perforándola con una intensidad que la hacía sentirse atrapada, como una presa bajo la mirada fija de un depredador.

Cuando la cena finalmente terminó y los invitados comenzaron a dispersarse por el castillo, Eliza aprovechó la oportunidad para escabullirse.

Había descubierto hacía semanas un pequeño pasadizo detrás de un enorme cuadro que representaba un jardín de rosas.

El pasadizo la llevaba a un rincón olvidado del castillo un hermoso jardín secreto de rosas, con mesas y bancas cubiertas de maleza, como si nadie hubiera puesto un pie allí en años.

Para ella, ese lugar se había convertido en un refugio, un espacio donde podía respirar lejos de las miradas inquisitivas y los secretos que parecían envolver cada rincón de su vida.

Con pasos apresurados pero silenciosos, avanzó por el pasillo.

La penumbra la envolvía, y el eco de sus zapatos sobre el suelo de piedra parecía resonar más fuerte de lo que le habría gustado.

Estaba a pocos metros del cuadro cuando sintió una mano firme que la agarró por la espalda y otra que le cubrió la boca.

Su cuerpo se tensó de inmediato mientras era arrastrada detrás de uno de los pilares.

El contacto era inconfundible; lo supo en el instante en que su piel reaccionó con un escalofrío.

Era Lucian.

Intentó soltarse, pero su fuerza era abrumadora.

Su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho.

Cuando él finalmente la giró bruscamente y la empujó contra la fría pared de piedra, Eliza sintió cómo el mundo entero se detenía.

La oscuridad los rodeaba, pero los ojos dorados de Lucian brillaban como dos brasas encendidas en medio de la penumbra, llenos de furia contenida y algo más que no podía identificar.

—¿Crees que puedes jugar conmigo?

—gruñó Lucian, su voz baja y peligrosa, como el rugido de un lobo a punto de lanzarse sobre su presa—.

¿Crees que puedes burlarte de mí y salir ilesa?

Eliza intentó hablar, pero su mano seguía cubriendo su boca, sofocando cualquier intento de defensa.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, no solo por el miedo, sino por la mezcla de emociones que se agitaban en su interior.

Lucian estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, y aun así, lo único que percibía era su ira desbordante.

—Mírame —exigió él mientras retiraba lentamente su mano, aunque seguía sujetándola con fuerza por el brazo—.

Mírame y dime si disfrutaste todo esto.

¿Te divertiste viéndome destrozado?

¿Te reíste mientras yo ardía en celos?

¿Todo ese teatro en el restaurante?

¿Por qué?

¿Qué ganabas con eso?

Eliza lo miró a los ojos, sintiéndose atrapada en esa tormenta dorada que parecía querer consumirla.

Tragó saliva con dificultad antes de hablar, su voz temblorosa.

—Yo… yo no sabía… —susurró, aunque sabía que sus palabras apenas serían escuchadas por él—.

No sabía que era hija de Ronan.

Lucian soltó una carcajada amarga que resonó en el pasillo como un eco cruel.

Su sonrisa era una máscara retorcida, llena de desprecio.

—¿No sabías?

—repitió con sarcasmo—.

¡Claro que sabías!

Sabías perfectamente lo que hacías cada vez que me mirabas con esos malditos ojos azules.

Sabías cómo me hervía la sangre verte con él.

¿Y ahora resulta que eres la hija del mismísimo Ronan?

¿La hermana de Damián?

Sus palabras eran cuchillas afiladas que se clavaban en ella sin piedad.

Eliza intentó apartarse, pero Lucian la sujetó con más fuerza.

Sus dedos se hundieron en su brazo como si quisiera marcarla, como si quisiera dejar una huella imborrable en su piel.

—¿Qué tan retorcida eres?

—continuó él, su tono volviéndose más oscuro con cada palabra—.

¿Lo disfrutaste?

¿Disfrutaste estar con Damián?

¿Te reíste mientras yo me consumía en mi propio infierno?

Eliza negó con la cabeza, las lágrimas cayendo por su rostro.

La rabia de Lucian era un torbellino que la envolvía, y aunque una parte de ella quería gritarle que se detuviera, otra parte deseaba que la besara, deseaba sentir sus manos recorriendo su piel, deseaba sentirlo dentro de ella.

Simplemente lo deseaba —¡No!

—las palabras apenas salieron de sus labios, las lágrimas corriendo por sus mejillas— ¡No sabía nada!

—¿Y qué hay del vínculo?

—espetó él, acercándose aún más a ella hasta que sus labios estuvieron a escasos centímetros de los suyos—.

¿También ignorabas eso?

¿Ignorabas lo que me hacías sentir cada vez que estabas cerca?

Porque te aseguro algo, Eliza lo sabía desde el primer momento en que te vi.

Lo sentí en mi sangre, en mis huesos… ¡y tú lo usaste contra mí!

Eliza negó con la cabeza desesperadamente, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

Una parte de ella quería gritarle que se detuviera, que entendiera que todo había sido un malentendido.

Pero otra parte… otra parte deseaba algo completamente diferente.

Deseaba sentir sus labios sobre los suyos, deseaba perderse en el calor abrasador de su cuerpo, deseaba entregarse a esa tormenta que él representaba.

—Lucian… —susurró entre sollozos—.

Yo no sabía… No sabía quién era hasta hace poco… No sabía nada del vínculo… —¡Mentiras!

—rugió él, golpeando la pared junto a su rostro con tanta fuerza que Eliza dio un respingo—.

Siempre lo supiste.

Siempre supiste lo que me hacías sentir y lo usaste para manipularme.

Los hombros de Eliza temblaban mientras las lágrimas caían sin control.

Su cuerpo estaba atrapado entre la fría pared y el calor abrasador del suyo.

Cada palabra que él decía era un latigazo directo a su alma.

—Yo nunca quise lastimarte… —susurró ella finalmente—.

Por favor… créeme… Lucian aflojó ligeramente su agarre, pero no retrocedió ni un centímetro.

Su respiración era pesada, como si estuviera luchando contra sí mismo, contra algo dentro de él que amenazaba con desbordarse.

—No me vengas con excusas baratas —dijo finalmente, su voz llena de veneno—.

Esto no termina aquí, Eliza.

Me hiciste sentir cosas que nunca debiste despertar en mí… Y pagarás caro por ello.

Antes de que ella pudiera responder o intentar detenerlo, Lucian dio un paso atrás y desapareció en la oscuridad del pasillo.

Sus pasos resonaron durante unos segundos antes de desvanecerse por completo.

Eliza se dejó caer contra la pared, sus piernas incapaces de sostenerla por más tiempo.

Su cuerpo temblaba violentamente mientras intentaba recuperar el aliento.

Todo su mundo parecía desmoronarse a su alrededor.

Las sombras del pasillo parecían alargarse y envolverla como un manto opresivo.

En lugar de ir al bello jardín que tanta paz le traía, volvió a su habitación, se sentía la peor persona del mundo; todo lo que paso con Damián había sido un error y Lucian no le estaba dando ni siquiera el beneficio de la duda.

Todo había sido tan extraño desde que llego a la ciudad, extrañaba su hogar.

Extrañaba sus bellas playas y la tranquilidad que le daba surfear.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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