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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 68

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68: Nuevo Plan 68: Nuevo Plan Las palabras entre los comensales eran cuchillos disfrazados de cortesía, y aunque mi mirada permanecía fija en el plato frente a mí, mi mente estaba en otro lugar.

En ella.

En Eliza.

No necesitaba verla directamente para saber cada movimiento que hacía.

Mis sombras, extensiones de mi voluntad, se deslizaban por el suelo como serpientes silenciosas, envolviendo cada rincón del comedor.

A través de ellas, la observaba.

Cada gesto, cada mirada furtiva, cada respiración contenida.

Era como si estuviera bajo un maldito microscopio, y yo fuera el científico obsesionado con diseccionar cada detalle de su existencia.

Eliza estaba sentada junto a Luna, su postura rígida pero elegante, como si estuviera en constante alerta.

Sus ojos azules brillaban bajo la luz tenue de los candelabros, y cada vez que alguien le dirigía la palabra, ella respondía con una voz suave y temblorosa que sólo lograba encender más mi furia.

La hija de mi enemigo.

¿Por eso tanto misterio?

¿Cómo osaba tratar de engañarme?

Apreté los dientes mientras mi sombra se deslizaba por debajo de la mesa y ascendía por las patas de su silla, envolviéndola como un manto invisible.

Podía sentir su calor a través de ella, el leve temblor en sus manos mientras intentaba mantener las apariencias.

Ronan hablaba sobre algo trivial, pero sus palabras eran sólo ruido en mis oídos.

Mi atención estaba completamente atrapada en Eliza.

¿Cómo podía fingir tan bien?

¿Cómo podía actuar como si nada le afectara, cuando yo sabía que su presencia aquí lo había cambiado todo?

Cada vez que alguien mencionaba su nombre, mi sangre hervía como un río de lava.

Cada vez que Damián la miraba con esa expresión protectora, sentía el impulso de arrancarle la garganta.

Y cada vez que ella desviaba la mirada hacia mí, aunque fuera por un breve instante, sentía el vínculo entre nosotros como una cadena invisible que me ataba a ella de manera irremediable.

El vínculo.

Esa maldita conexión que había sentido desde el primer momento en que su olor llego a mí.

Era como una marca grabada en mi alma, un llamado que no podía ignorar ni controlar.

Pero ella… me había engañado, había jugado a la humana inocente, cuando era la hija de mi mayor enemigo.

Una maldita loba asquerosa de la manada Sangre de Hierro.

Yo mismo estaba asqueado.

Luca no había dicho nada desde que nos enteramos, podía sentir su tensión, pero por primera vez no dijo nada.

Mis sombras se deslizaron más cerca de ella, acariciando su piel como una brisa imperceptible.

Podía sentir su pulso acelerado, el leve temblor en sus labios mientras tomaba un sorbo de vino.

Era una presa atrapada en una red que ni siquiera sabía que existía.

Y yo era el cazador que la había atrapado.

Cuando finalmente la cena terminó y los invitados comenzaron a dispersarse, me levanté con calma, pero por dentro estaba hirviendo.

La observé mientras intentaba escabullirse, sus pasos apresurados pero silenciosos como los de un ladrón en la noche.

Mis sombras se extendieron por el pasillo antes de que ella pudiera alejarse demasiado.

La seguí sin hacer ruido, mis pasos sincronizados con los suyos mientras se dirigían hacia algún lugar del castillo con demasiada prisa y sigilo.

Se trataba de escabullir de mí.

La odia, la rabia crecía dentro de mí.

Cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca, me moví rápido y la agarré por la espalda, cubriendo su boca con una mano mientras la arrastraba detrás de uno de los pilares.

Su cuerpo se tensó al instante, y pude sentir el escalofrío recorriéndola al reconocerme.

La giré bruscamente y la empujé contra la fría pared de piedra, mis ojos dorados encontrándose con los suyos en medio de la penumbra.

Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel mezclado con el miedo que emanaba de ella como un perfume intoxicante.

—¿Crees que puedes jugar conmigo?

—gruñí, mi voz baja y peligrosa—.

¿Crees que puedes burlarte de mí y salir ilesa?

Su mirada estaba llena de terror y algo más… algo que no podía identificar pero que me enfurecía aún más.

Retiré lentamente mi mano de su boca, aunque seguí sujetándola con fuerza por el brazo.

—Mírame —exigí con dureza—.

Mírame y dime si disfrutaste todo esto.

¿Te divertiste viéndome destrozado?

¿Te reíste mientras yo ardía en celos?

Ella intentó hablar, pero sus palabras eran apenas un susurro tembloroso.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero no me importaba.

Mi rabia era un torbellino que me consumía desde dentro, y no había espacio para compasión ni piedad.

—¿Qué hay del vínculo?

—espeté, acercándome aún más hasta que mis labios estuvieron a escasos centímetros de los suyos—.

¿También ignorabas eso?

¿Ignorabas lo que me hacías sentir cada vez que estabas cerca?

Porque te aseguro algo desde el primer momento en que te vi lo sentí en mi sangre, en mis huesos… ¡y tú lo usaste contra mí!

Ella negó con la cabeza, desesperada, pero no dijo una palabra.

¿Qué podía decir?

¿Qué excusa barata podía inventar ahora?

Su silencio solo alimentaba mi rabia, esa tormenta que llevaba días creciendo en mi interior.

La miré, buscando una respuesta en sus ojos, pero lo único que encontré fue confusión… y algo más.

Algo que no quería ver, algo que me hacía cuestionar mi propia furia.

—¡Mentiras!

—rugí, golpeando la pared junto a su rostro con toda la fuerza que tenía.

Quería que entendiera, quería que sintiera, aunque fuera una fracción de lo que yo estaba sintiendo.

Su pequeño respingo me hizo saber que lo había logrado.

Por un segundo, pensé que por fin se daría cuenta de lo que había hecho, de cómo había jugado conmigo.

Sus lágrimas caían sin control, pero no me conmovieron.

No esta vez.

Su cuerpo temblaba, atrapado entre la fría pared y el calor abrasador del mío.

Cada palabra que salía de mi boca era como un latigazo, y sabía que le dolía.

Pero no podía detenerme.

No quería detenerme.

—Yo nunca quise lastimarte… —susurró finalmente con una voz rota, casi inaudible—.

Por favor… créeme… Aflojé ligeramente mi agarre, pero no me alejé ni un centímetro.

Mi respiración era pesada, descontrolada.

Luchaba contra mí mismo, contra ese instinto primitivo que me decía que la tomara y la hiciera pagar por todo.

Pero también luchaba contra algo más profundo… algo que me aterrorizaba admitir.

—No me vengas con excusas baratas —espeté al final, mi voz goteando veneno—.

Esto no termina aquí, Eliza.

Me hiciste sentir cosas que nunca debiste despertar en mí… Y pagarás caro por ello.

Sin darle tiempo a responder o intentar detenerme, di un paso atrás y me alejé.

Cada paso resonaba en el pasillo vacío, pero ni siquiera el eco podía calmar el caos en mi interior.

No miré atrás.

No podía hacerlo.

Si lo hacía, sabía que me rompería.

La oscuridad del pasillo me envolvió como un manto mientras me alejaba de ella.

Pero incluso en la distancia, su imagen seguía grabada en mi mente como una maldita marca que nunca podría borrar.

*** Lucian irrumpió en su habitación como un vendaval, cerrando la puerta con tal fuerza que el sonido resonó por todo el pasillo.

Sus pasos eran pesados, cargados de una furia que parecía imposible de contener.

Su pecho se alzaba y descendía con cada respiración, los puños cerrados al punto de que sus nudillos se tornaban blancos.

La imagen de Eliza, atrapada entre la pared y su cuerpo, seguía grabada en su mente como un hierro candente.

Su mirada, sus lágrimas, sus palabras… Todo era un torbellino que lo consumía desde dentro.

—¡Maldita sea!

—gruñó, golpeando la mesa cercana con tal fuerza que una de las patas se astilló.

Pero el dolor físico no era suficiente para calmar el caos que rugía dentro de él.

—¿Qué demonios te pasa?

—preguntó Jaxon desde el rincón más oscuro de la habitación.

Estaba sentado en una silla, con un vaso de whisky en la mano, observando a Lucian con esa calma imperturbable que siempre parecía irritarlo aún más.

Lucian giró hacia él, su mirada cargada de rabia y desesperación.

—¡Eliza!

—escupió su nombre como si fuera veneno—.

Esa maldita mujer… ¡Me ha estado manipulando todo este tiempo!

Jaxon arqueó una ceja, intrigado.

—¿Manipulándote?

¿Cómo exactamente?

Lucian comenzó a caminar de un lado a otro, como un lobo atrapado en una jaula demasiado pequeña.

Sus pasos eran rápidos, erráticos.

—¡El vínculo!

—exclamó finalmente—.

Ella lo sabía… Siempre lo supo.

Desde el primer momento en que la vi, algo dentro de mí cambió.

Algo que no podía controlar, algo que no quería sentir.

Pero ella… ella lo usó contra mí.

Me hizo sentir cosas que nunca debí sentir.

Me hizo débil.

Jaxon tomó un sorbo de su whisky antes de responder con calma.

—¿Y qué planeas hacer al respecto?

Porque no puedes permitir que eso te desvíe de nuestro objetivo principal.

Lucian se detuvo en seco, girándose hacia él con una sonrisa cruel que no alcanzaba sus ojos.

—Oh, no te preocupes por eso.

Esto no cambia nuestro plan… Solo lo mejora.

Jaxon dejó su copa sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, interesado.

—¿Mejorarlo?

Explícate.

Lucian se acercó a él, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa.

—La haré mía —dijo, cada palabra impregnada de veneno—.

La convertiré en mi esposa.

No porque la quiera, no porque la necesite… Sino porque será mi herramienta para destruirlos a todos.

—¿Y cómo exactamente planeas hacer eso?

— Jaxon entrecerró los ojos, evaluándolo.

Lucian dejó escapar una risa amarga antes de continuar  —La romperé.

La haré pedazos hasta que no quede nada de ella.

Le mostraré a Ronan y a Damián, esos malditos alfas arrogantes, lo que hice con su preciada Eliza.

Les mostraré cómo tomé lo único que les importaba y lo destruí frente a sus ojos.

Jaxon asintió lentamente, comenzando a entender la profundidad de su plan.

—Y luego… —Y luego los mataré —gruñó Lucian, su voz cargada de odio—.

A todos y cada uno de ellos.

La manada Sangre de Hierro será historia.

Los masacraré como ellos hicieron con mi padre.

No quedará ni uno solo vivo para recordar su nombre.

La habitación quedó en silencio por unos segundos, excepto por el sonido de la respiración pesada de Lucian.

Jaxon se levantó lentamente, caminando hacia él y colocando una mano firme sobre su hombro.

—Es un plan arriesgado —advirtió—.

Pero si lo haces bien… Será devastador.

Lucian soltó un bufido antes de apartarse de él.

Caminó hacia la ventana y miró hacia la noche oscura que se extendía ante él.

Las estrellas parecían burlarse de su tormento, brillando indiferentes ante su sufrimiento.

—No me importa el riesgo —murmuró finalmente—.

Lo único que me importa es vengar a mi padre… Y destruir todo lo que ellos representan.

Jaxon lo observó por unos segundos antes de hablar nuevamente —Entonces será mejor que empieces cuanto antes.

Eliza debe creer en tu mentira lo suficiente como para entregarse por completo.

Una vez que lo haga… No habrá vuelta atrás.

Lucian asintió lentamente, su mirada fija en la oscuridad del exterior.

Su corazón latía con fuerza, impulsado por una mezcla de rabia y determinación.

—No habrá vuelta atrás —repitió en voz baja— Esto termina con sangre… Y yo seré quien tenga la última palabra.

Mientras Jaxon salía de la habitación para dejarlo solo con sus pensamientos, Lucian apretó los puños una vez más.

El vínculo que había sentido con Eliza era una maldición, pero ahora lo usaría como su mayor arma.

Ella sería el catalizador para la destrucción total de la manada Sangre de Hierro.

Y cuando todo estuviera hecho… Cuando la sangre de sus enemigos manchara sus manos y su venganza estuviera completa… Entonces podría descansar.

Pero hasta entonces… La tormenta apenas comenzaba a desatarse.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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